Registrado: 22 Abr 2015 17:57 Mensajes: 21333 Ubicación: España
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"Cuando Alfonso llevaba ya unos años viviendo en España, entre sus muchos sufrimientos uno de los que más dolor le causaba era que, siendo jefe de la Casa de Borbón, no siempre se le reconociera como tal ni le otorgara el tratamiento correspondiente. Era también el heredero de la Corona francesa con el título de Alfonso II de Borbón y Duque de Anjou. Al recibir este último título, los orleanistas, que apoyan al Conde de París como heredero del trono francés, protestaron. Alfonso puso el asunto en manos de los tribunales y éstos le dieron la razón. Fue entonces cuando los legitimistas, en una de sus revistas, publicaron un artículo en el que, con la mayor claridad, explicaban quién era, realmente, el Duque de Anjou.
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Ni como Duque de Anjou, ni como jefe de la Casa de Borbón ni tan siquiera como primo hermano consiguió mi hijo primogénito mantener una sincera conversación con Juanito, su primo, a quien quiso mucho, con el fin de aclarar ciertas cosas para que no quedaran enquistadas. Y es que en aquellos momentos estaba su tío Juan de por medio y no se trataba de una barrera fácil de pasar por alto. Él sabía que Juan lo mantenía lo más lejos posible con el fin de eliminar todo aquello que pudiera representar el más mínimo riesgo para su familia, es decir, que todavía veía a mi hijo como un presunto rival de Juanito. Sinceramente, creo que estos temores eran más producto de su imaginación que de hechos reales.
Cuando, en 1969, Franco llamó a Juanito para comunicarle que al fin iba a nombrarle su sucesor, éste telefoneó de inmediato a Alfonso para pedirle que se acercara a su residencia de La Zarzuela, ya que quería darle la noticia personalmente: <<¿Crees que he hecho bien al aceptar?>>, le preguntó emocionado a su primo. Y éste, desde una postura elegante a más no poder, le respondió: <<Sí, has hecho muy bien>>. ¿Qué otra cosa podía hacer? Era Franco y sólo él quien tomaba las decisiones.
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El Rey tuvo problemas con su padre. Se dijo que durante mucho tiempo estuvieron distanciados y no me sorprende nada que así fuera. Es normal. Sí, después de estar juntos en Estoril, Juanito regresó a Madrid sin comentar nada a Juan y, a los tres días, aceptó que Franco le ofreciera nombrarle Príncipe de España, puenteando a su progenitor… Sé que mil veces él ha comentado que, mientras estuvo en Portugal, aún no sabía nada de todo ello. Yo le creo, ¿por qué no? Ahora bien, no me parecía misión fácil convencer a mi cuñado de que así era como se habían desarrollado los acontecimientos. Y, claro, versiones había para todos los gustos. Una que corrió como la pólvora fue que la Reina Doña Sofía había presionado a Juanito para que aceptara, ya que ella es muy dura. No tengo idea si será cierto o no. Lo que pienso es que Sofía es muy germana, nada griega. Muy Hannover.
Un día que, no sé por qué razón, fui a La Zarzuela con mis dos hijos, Alfonso me dijo: <<Aquí debería estar yo>>. Permanecí en silencio. ¿Qué le iba a decir? Las cosas eran como eran. Así es la vida. Lo que me duele en el alma es que mi hijo fue una persona a la que jamás entendieron. Hasta los últimos días de su breve existencia permaneció, para muchos, bajo sospecha. Triste es reconocerlo, pero bastantes de sus detractores fueron gente a la que él quería de verdad. Pudo, en principio, haber momentos de duda que, por supuesto Franco utilizo a su conveniencia. De hecho, cuando Alfonso y Gonzalo se trasladaron a Madrid a estudiar e hicieron una visita al Caudillo, éste le preguntó a Alfonso si conocía la Ley de Sucesión. Mi hijo le contestó que sí y entonces Franco le dio a entender que todavía no tenía decidido quién sería la persona que ocuparía la Jefatura del Estado.
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¿Por qué, entonces, ese miedo a la persona de mi hijo? ¿Por qué mantenerle en la distancia como si se tratara de alguien intrigante o deshonesto? A mí me horroriza quejarme y suelo abominar de la gente que lo hace. Valoro el estoicismo, el saber plantar cara a la vida. Pero su hay algo de lo que creo que puedo quejarme, y con razón, es de todo el daño que se le infligió a Alfonso de forma caprichosa y gratuita. Tuvo que soportar una existencia dura, no sólo como víctima de la Historia, sino también de la arbitrariedad y la incomprensión de muchas personas. Esa sensación de desamparo de muchas personas. Esta sensación de desamparo es terrible y lo sé bien porque la conozco. En los últimos años de vida de mi hijo querían quitarle todo: sus títulos, el ducado… ¿Es que no había perdido ya cosas mucho más importantes? ¿Por qué se ensañaron con él? Siempre me parecieron muy mezquinas estas actitudes, viniesen de donde viniesen, por muy alta procedencia que tuvieran.
Además de dolido, Alfonso estaba enfadadísimo. Pero sé que en los momentos más duros siempre se acordaba de los consejos que su adorada abuela, la Reina Victoria Eugenia, le había dado; consejos que él asimiló y de los cuales nos hizo partícipes a sus seres queridos. La Reina siempre le recordaba que <<no hay felicidad en el mundo, pero sí muchos momentos felices. Lo importante es saber apreciarlos y disfrutar de ellos>>. Para Alfonso, su abuela fue un gran apoyo, no sólo en lo económico, sino también en lo afectivo. Cuando ella agonizaba, los nietos acudieron a su lado y se turnaron para cuidar a su querida Gangan. Doña Victoria Eugenia le pedía a Alfonso que le diera masajes en los pies y en las piernas con el fin de calmar sus dolores. Antes de morir, le dijo: <<Alfonso; Darling, I love you son much!>> Nunca agradeceré bastante el cariño que la Reina profesó a mis hijos y que tanto significó para ellos, especialmente para el mayor, quien la tuvo como modelo a seguir ante la adversidad.
Debo admitir que mis hijos, lo mismo Alfonso que Gonzalo, no pudieron tener peor vista para las mujeres. Por más que lo pienso, no lo puedo entender. Sinceramente, creo que ni buscadas a lazo las hubieran encontrado peores. Alfonso, al menos, las tenía como amantes, pero Gonzalo, de manera inevitable y como si de un tic nervioso se tratara, se casaba con ellas. En general, no eran sino alegres señoritas, aunque no siempre. Tal vez por eso, y quizá también porque era más discreto, a mi hijo mayor se le conocieron menos amantes. Pero las tuvo, ya lo creo que las tuvo. Insisto en que mis dos hijos eran Borbones, y en este asunto en concreto las cosas no hubieran podido suceder de otra manera.
Por lo visto, Alfonso sabía muy bien cómo tratar a las mujeres. Salió con muchas, pero hubo una de la que se enamoró locamente. Supe por un criado que la había llevado a su casa y un día, mientras lo acompañaba a Fiumicino a tomar un avión, le dije: <<Con esta chica, Marilú Tolo, no te puedes casar. Es una actriz y resulta impensable que tú, con tu nombre, puedas llegar a contraer matrimonio con ella>>. Alfonso lo comprendió y, a pesar de sentirse enamorado, dio por finalizada, de la mejor manera posible, aquella historia. Los matrimonios desiguales, sea en educación, en ideas políticas, en proyectos de vida o en religión, nunca llegan muy lejos.
No hace mucho me comentaron que Mirta Miller había aparecido en un programa de televisión afirmando que <<la muerte de Alfonso había tenido lugar en extrañas circunstancias>>. Al parecer, como el programa contaba con muchas personas que debían intervenir, enseguida se acabó su tiempo. ¡Menos mal! A ella la conocí. No es que tenga ni media razón de peso para meterme con Mirta, no. Además, pienso que se trata de una buena chica. Pero sí quiero decir que no me gustaba para mujer de Alfonso.
Un día, estando yo en casa de mi hijo en Madrid, me preguntó si la podía invitar a cenar. Creo que le contesté: <<Sí, claro, siempre que no te cases con ella>>. Y si no se lo llegué a decir y tan sólo lo pensé sería porque, en ese sentido, era muy cuidadosa con mis comentarios. La vida me ha enseñado que no hay nada como oponerse o tan siquiera manifestar con suavidad el poco entusiasmo que te produce el noviazgo de un hijo para que haya boda. Creo que Mirta lo quiso de verdad. En el entierro de Alfonso se acercó a acariciarlo. Yo no me acerqué. No resisto ver muertos a mis seres queridos. Luis Alfonso y Gonzalo, en cambio, lo besaron.
Cuando se produjo la muerte de mi hijo mayor, en enero de 1989, Alfonso era novio de Constanza de Habsburgo y Mirta no lo sabía todavía. Entre otras razones porque llevaba una larga temporada viviendo en Argentina, su país natal. Sé que al igual que cuando el accidente de coche en el que Fran perdió la vida, pero con más insistencia y también con más morbo, al producirse el mortal accidente de Alfonso se comentaron muchas cosas. Algunas muy extrañas, por cierto. De hecho, me enviaron un recorte de un artículo publicado en un diario italiano en el que se apuntaba que el suceso había sido provocado. ¡Qué delicadeza! A mí l único que me sorprendió es que en Estados Unidos, donde la gente, por lo general, es experta y muy cuidados en sus comentarios laborales, el encargado en abrir y cerrar las pistas de esquí se fuera a comer un sándwich y, mientras tanto, dejara la barrera a mitad de camino. Yo hubiera comprendido que ésta quedara arriba o abajo, pero a medias del recorrido… Como se ve, también en aquel país ocurren este tipo de descuidos que, en principio, podríamos considerar más nuestros, más mediterráneos para ser exacta. Quiero decir que, si el accidente hubiera tenido lugar en Italia, no me hubiera extrañado tanto. Se especuló mucho sobre el asunto y, en mi opinión, fueron muy peregrinas algunas de las ideas que se lanzaron. Allí se encontraba el esquiador Fernández Ochoa, quien dijo que aquel día había un sol intenso y se veía muy mal. Por lo visto, estaban haciendo mediciones en la pista con el fin de poder utilizarla para otras actividades relacionadas con el esquí y, como había ruido, Alfonso no oyó la advertencia de que tuviera cuidado que alguien le hizo al iniciar su descenso. Con sinceridad, creo que se trató de un trágico accidente.
Luego, vinieron otras cosas muy desagradables, como el asunto de la compañía de seguros, de la indemnización… Luis Alfonso cobró algo de dinero, pero los abogados se quedaron con una cantidad muy importante. Mi nieto –¡me daba tanta pena!– era muy joven para que la vida le siguiera golpeando tan fuerte… Fueron unos días inolvidables por su crudeza los que pasamos, rotos de dolor y, a la vez, teniendo que mantener el tipo. El tiempo ha mitigado el dolor, pero la pena la guarda uno hasta el fin de sus días. Yo siempre imagino las penas como huecos que se instalan en el alma y que ya nadie podrá nunca llenarlos. Por eso, muchas veces me siento vacía de vida y, sin embargo, muy llena de penas-
Me pregunto si Juanito sería informado, en su momento, de todo lo que pasamos. Cierto es que, inmediatamente después de conocer la noticia del accidente de Alfonso en Estados Unidos, puso un avión a disposición de Gonzalo para que éste pudiera viajar hasta el lugar de los hechos. Hay que reconocer que el comportamiento del Rey fue estupendo. Además yo creo que, incluso aunque pretendiera evitarlo, tuvo que sentir mucho la desaparición de su primo, a quien yo creo que, a pesar de todo, quería mucho. Conociéndoles, me queda la duda de si, de manera inconsciente, se pondría una coraza para protegerse del dolor. Los hombres, casi todos, son muy frágiles y huyen de las tragedias como de la peste.
Los Reyes asistieron a los funerales de mi hijo. Cristóbal Villaverde, quien a veces parecía el Espíritu Santo porque estaba en todas partes, fue quien cerró el ataúd. Él quiso de verdad a su yerno y estaba destrozado. Por cierto, Carmen y su madre se situaron al final del templo y no pararon de hablar. Supongo que comentarían lo que iban a hacer con Luis Alfonso, ya que de pronto su vida se había convertido en algo muy preocupante para todos. Pero considero que no era el momento ni el lugar para mantener allí una charla, con Alfonso de cuerpo presente. Su actitud me pareció una falta de respeto y de maneras imperdonables que, por otra parte, no hacía más que confirmar de forma inequívoca la mala educación de ambas. Algo que nunca me cansaré de repetir.
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En cuanto a Constanza de Habsburgo, no llegó a tiempo para estar presente en los funerales que por el alma de Alfonso se celebraron en Madrid. Sin embargo, sí pudo asistir a la misa que, por su eterno descanso, se celebró en los Jerónimos, en la que lloraba con verdadero desconsuelo. También en París se celebró una misa solemne por él y Constanza me pidió estar conmigo, así que presidimos el acto religioso las dos, junto a Gonzalo y Luis Alfonso. Constanza y Alfonso se iban a casar en otoño, pero él no quería que se supiera. Yo no sé lo que hace Dios… Los curas siempre hablan de la voluntad de Dios… Una boda con Constanza hubiera sido estupenda y le hubiera venido fenomenal a Luis Alfonso, porque habría sido para él una influencia magnífica. Constanza, que es archiduquesa, siempre me pareció una persona buenísima, una mujer muy educada, una gran señora.
Cinco años más tarde se casó con un austríaco y nos invitó a su boda en Bruselas. Era tal el cariño que sentía por Luis Alfonso que le hizo testigo de la misma. Luego adoptó a una niña y, después, tuvo dos más. Su marido es un hombre muy simpático. Parece que son felices. Seguro que hubiera sido una esposa perfecta para Alfonso y, de este modo, yo hubiera vivido tranquila, sin ninguna angustia ni inquietud. ¡Y no como estoy ahora, con esta mujer, Carmen, que no se ocupa ni se ha ocupado jamás de lo que debe!
Cuando mi hijo murió, yo me quedé en su casa esperando que el chico se viniera a vivir conmigo, pero su madre y su abuela no lo consintieron. De haberse quedado conmigo, yo me habría instalado en Madrid para que él no tuviera que salir de su ambiente. Y, de verdad, lo hubiera hecho encantada. Los legitimistas pretendieron que en la lápida de Alfonso pusiera yo todas sus armas francesas, pero ello no me fue permitido. Trabajé mucho con Sabino Fernández Campo, Jefe de la Casa del Rey por entonces, con el fin de poner en condiciones la tumba de mi hijo. Finalmente se decidió colocar únicamente tres flores de lis, algo poco pretencioso y muy elegante; quedaron tan bien que, más tarde, por desgracia, fue el motivo que elegí para la tumba de Gonzalo.
Con respecto a las tumbas de mis dos hijos en las Descalzas, sí que he luchado, y mucho, para dejar las cosas, al menos, con un mínimo de dignidad. Sinceramente, creo que tenían derecho a ello. En la lápida de mi hijo mayor figura <<S.A.R. Don Alfonso de Borbón>>, pero no <<Duque de Cádiz>>. Él hubiera deseado que también estuviera inscrito su título, pero –repito– no lo permitieron. En la tumba de Fran, mi nieto mayor, puede leerse: <<S.A.R. Don Francisco de Borbón>> y en la de mi otro hijo puede leerse <<Gonzalo de Borbón y Dampierre>>. Yo hice todo lo que estuvo en mi mano para que a Alfonso no le pusieran el apellido Dampierre detrás de Borbón. Con ello quería evitar que en la lápida del niño figurara el apellido Martínez-Bordiú”.
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