Registrado: 22 Abr 2015 17:57 Mensajes: 21332 Ubicación: España
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“En cuanto a las bodas de las Infantas Elena y Cristina, creo que han sido verdaderamente catastróficas. Urdangarín es guapo, la verdad, y es cierto que se parece a Felipe. Es probable que lo que le salve es tener una madre belga. Ahora, ¡qué una Infanta de España se case con un hombre que se dedicaba a jugar al balonmano…! Esto es algo muy triste para un padre.
Elena ha mejorado mucho su imagen y se viste mejor. Cristina ha sido siempre mucho más guapa, pero se arregla fatal. En realidad, no sé cuál de las dos resulta más atractiva. No parece que el matrimonio de la mayor, especialmente después de la enfermedad de Marichalar, vaya bien. A pesar de todo, quedó nuevamente embarazada y, en el momento en que la buena nueva se dio a conocer de manera oficial, ella perdió el niño. ¡Pobre chica! Si fuera cierto el constante rumor de que este matrimonio no funciona, lo sentiría de corazón por todos ellos. Yo ya lo he vivido y me siento, por tanto, solidaria. También es verdad que en estos tiempos que corren, más que nunca, hay cosas que se aseguran en diarios o publicaciones que son absolutamente falsas. A mí me ha pasado varias veces a lo largo de mi vida, como he contado, y siempre guardé silencio. ¿Qué vas a hacer? Los periodistas están deseando que contestes y trates de poner en claro todas las mentiras que se han vertido contra tu persona. Pero es esto, precisamente, lo que hay que tratar con otras con el fin de crear un morbo totalmente necesario para que sus programas cuenten con audiencia. Me dicen que en España hay muchos del más ínfimo nivel que son un éxito. ¡Qué vergüenza!
En cuanto al Príncipe Felipe, opino que a los treinta y muchos años, no puede seguir pensando en el amor. De todos es sabido que le han presentado varias princesas más que aceptables. Los derechos que uno tiene se corresponden con unos deberes. Lo que Felipe debería hacer es casarse y así evitaría los temores a los posibles cambios de dinastía. Sin embargo, debería tener muy en cuenta con quién, porque la Pragmática de Carlos III, aun siendo trasnochada, debe cumplirse aunque no sea más que por respeto a sus antepasados.
Lo cierto es que el Príncipe me parece guapísimo. La última vez que le vi fue en los funerales de la Infanta Beatriz. Estaba muy serio junto a sus padres, la Infanta Margarita, Zurita y también Carlos y Ana de Calabria. Demasiado serio por la muerte de una tía abuela a quien apenas había tratado. Me dio la impresión de que no era un chico feliz. Sé que mantiene una relación especial con su madre, la Reina, que aunque es muy fría adora a su hijo. Por él asistió en el verano de 2001 a la inaceptable boda del Príncipe Heredero de Noruega, Haakon, a la que no tendrían que haber ido jamás. Eso es lo que tan acertadamente hizo Juanito: no acudir.
Cuando era niño, Juanito no destacaba por sus buenas calificaciones escolares ni por ser un chico especialmente despierto. Tal vez siempre fue un poco infantil para su edad. Sin embargo, hay que reconocer que es mucha la gente que, tanto dentro como fuera de España, lo considera un buen Rey y esto es muy respetable.
En mi opinión, tras la muerte de Franco él podría haber renunciado en favor de su padre. Quizá hable desde la ignorancia, pero pienso que nadie hubiera podido decir nada. No creo que sea una mala persona, en absoluto, sino que sencillamente no se le ocurrió. En mi opinión, la misa del Espíritu Santo que se celebró entonces en la Iglesia de San Jerónimo el Real, en Madrid, no correspondió a una coronación sino a una proclamación. En aquella misa, la Reina tenía una expresión de gran satisfacción. Les había costado mucho esfuerzo llegar a vivir ese momento. No creo que, de habérselo ofrecido, Juan hubiera renunciado a ser, por fin Rey de España.
Yo, sinceramente, no entendí aquella ceremonia que organizaron en 1977, en la que Juan renunció en favor de su hijo. Si estaba ya descartado como pretendiente a la Corona, ¿por qué decir <<Yo sigo siendo Rey y voy a renunciar ante mi hijo que es Rey>>? Todo ello me pareció ridículo. Encontré muy acertado el comentario que entonces me hizo Alfonso. Decía que comprendía bien cómo debía encontrarse Juan viéndose suplantado por su propio hijo, después de haber vivido tantos años temiendo verse sustituido por su sobrino.
Como ya he dicho, cuando Juan murió fue enterrado en El Escorial como Juan III, honor que nunca ostentó. Puede que fuera porque Juanito estuviera invadido por un inevitable sentimiento de culpa. Creo que ya no queda ningún lugar vacío en el Panteón de los Reyes. En los funerales de su padre, Juanito lloraba mucho y la Reina le consolaba. Resulta muy fácil hacer lo que uno quiere y luego llorar.
La Reina, por su parte, siempre fue correcta en su relación conmigo. Supongo que con Alfonso, mi hijo, su trato sería parecido. Cuando nos vemos a solas o con Juanito nos abrazamos con cariño; cariño que yo no calificaría de falso, sino más bien todo lo contrario. Tal vez se trate de un cariño contenido porque yo, al menos, siempre que les veo siento una lucha muy fuerte en mi interior. Es como vivir una dolorosa contradicción: yo quisiera quererlos; es más, me sale quererlos sin el menor esfuerzo. Pero de pronto, como si de un flashback se tratara, en un segundo pasan por mi cabeza todas las cosas malas que les hicieron a mis hijos y me rebelo contra tanta injusticia. Mucho más contra la injusticia que contra el Rey, aunque en algunos momentos sea él quien la representa.
No sé si mis sobrinos Borbón me consideran Duquesa de Segovia o no, porque siempre me llaman <<tía>>. Cuando le di las gracias a Juanito por el avión que puso a nuestra disposición para trasladarnos a todos desde Suiza a Madrid con el féretro de Gonzalo, lo hice mediante una carta y firmé como <<tía Emanuela>>. Él, cuando me ve, también me llama <<tía>>. Sin embargo, si viene a Roma no me avisa. Yo creo que no lo hace con frecuencia, pero como yo tampoco voy a Madrid, la verdad es que nos encontramos en contadísimas ocasiones.
Cuando Crista, mi cuñada, murió en 1996, en la misa que por su eterno descanso se celebró en Turín, Beatriz no paraba de llorar. La trajeron desde Madrid, donde había fallecido. Yo estuve con Gonzalo y mi nuera para acompañar a sus hijas en el funeral y el almuerzo que, a continuación, nos ofrecieron. Creo que yo siempre me comporté de manera muy independiente con la familia de Jaime y nunca entré en sus conflictos.
Hace menos de un año, en los funerales de Beatriz, el Embajador Carlos Abella me colocó junto a sus hijos. Presidí, con ellos, el acto como Duquesa de Segovia. Junto a nosotros también estaban unos yernos y sobrinos de Beatriz, y del otro lado se encontraba la Familia Real española: los Reyes, Felipe, Margot y el Infante Carlos de Calabria. Me sorprendió agradablemente que Sandra, la hija mayor de mi cuñada, me dijera que ellos me querían mucho. También Dado, cariñoso, vino a saludarme con efusión. A Madrid ya no fui. Vi las imágenes del funeral de Beatriz en El Escorial y, más que otra cosa, parecía una recepción. Daba la impresión de ser un acto excesivo y, por tanto, fuera de lugar. Como si los funerales aquí en Roma no les hubieran parecido suficientes.
Es triste ver cómo van desapareciendo todos los miembros de una familia. Beatriz fue la última hija de doña Victoria Eugenia y de don Alfonso XIII que seguía viva. Con su desaparición se ha cerrado un trozo de la historia de España del que ella era su última representante.
Cuando Juanito me envió la invitación para asistir al funeral de la Infanta Beatriz en Madrid, me telefoneó una persona de la Secretaría de la Casa del Rey para confirmar mi asistencia. Yo le dije que lo sentía mucho, pero que tenía un compromiso que me impedía viajar. También le indiqué que, por si podía arreglarlo, me enviara la invitación dirigida a la Duquesa de Segovia. La recibí unos cuantos días después y pude comprobar que habían hecho caso omiso a mi indicación. En ella se leía <<Su Excelentísima Sra. Doña Emanuela Dampierre>>, por supuesto sin el de <<de>> del apellido.
Durante años he sido Duquesa de Segovia. Me casé por segunda vez, sí, pero fue éste un matrimonio que nunca tuvo validez en España. Nadie me ha dado explicaciones sobre este –a mi parecer injustificado– cambio de nombre oficial o eliminación de título. Yo tengo dos tarjetas diferentes: en las que utilizo en Roma y en España se lee <<Duquesa de Segovia>>, y en las otras, que únicamente uso en Francia, figuro como <<Duquesa de Anjou y de Segovia>>. Sé por alguien que el Rey no quiere que utilice juntos los títulos de Anjou y de Segovia.
Hay mil momentos a los que podría retrotraerme para demostrar que, para la familia de Jaime, siempre fui la Duquesa de Segovia. Recuerdo una cena con el Rey y la Reina, en la que yo estaba sentada al lado de Juan. Entonces llevaba el título que, desde que me casé con Jaime, y exceptuando los años que viví con Tonino, siempre he llevado. ¿Cuál es la razón de que ahora no lo acepten? No me parece una justificación que el Rey no quiera que utilice mis dos títulos juntos, ya que en España estoy registrada sólo como Duquesa de Segovia.
Sabino Fernández Campo, hombre recto y honesto donde los haya, fue cesado de su cargo en La Zarzuela como Jefe de la Casa Real de una forma incorrecta y poco agradecida. Fue sustituido por otros que llevaron las cosas de manera bien diferente a como él las había llevado. Al parecer, actualmente hay personas nuevas pero todo sigue igual a como lo hicieron sus predecesores en el cargo. Con Sabino, una persona educada y exquisita, yo era tratada como Duquesa de Segovia.
Poco tiempo antes de separarme, pasé de ser Su Excelencia la Duquesa de Segovia a ser Su Alteza Real la Duquesa de Anjou y de Segovia. Fueron los legitimistas franceses quienes tuvieron a bien concedernos el título y modificar mi tratamiento. El título de Duque de Anjou, como ya he señalado, es el que ostenta el heredero a la Corona francesa, actualmente mi nieto Luis Alfonso. Pero en España le niegan hasta el <<don>>. Aunque, repito, en el Quién es quién en España –al menos en la edición del año pasado– Luis Alfonso figura como S.A.R. don Luis Alfonso de Borbón, Duque de Anjou, a nivel popular es tratado sin el más mínimo respeto, como si eternamente hubiera quedado anclado en la adolescencia. A mí, esta actitud hacia su persona me parece intolerable. Pero nunca he hecho nada con respecto a este asunto porque mi nieto ya es mayor y creo que debería ser él quien se quejara, si así l encontrara oportuno.
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Creo que es impensable que los Reyes tengan mala conciencia por la forma en que hemos sido tratados. Además, en el más que improbable caso de que así fuera, nunca la dejaría traslucir. De modo que nada tiene ya arreglo. Ahora bien, si la Familia Real tuviera esta mala conciencia, que la tenga. Me tiene sin cuidado. Yo sigo llamándome como me llamo, saben que mi segundo matrimonio no fue válido y saben, también, que desde hace mucho tiempo estoy sola. ¿Qué otros datos sobre mí misma podría yo aportar? Más pronto que tarde, a la muerte de mis hijos, nuestros forzados vínculos familiares desaparecieron de una vez para siempre. Lo único que hoy me preocupa es mi nieto, el único ser que me siento responsable en este mundo. Es lógico, ¿no? Se trata de la única seña de identidad que conservo: Luis Alfonso, el hijo de mi hijo.
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Dos cosas son las que siempre me han ofendido sobremanera: la prepotencia y la mezquindad. No creo ser persona que presuma de tener las cosas claras, pero sí hay unas pocas que considero incuestionables. Y una en concreto, por elegancia, justicia o, si se quiere, por pura piedad, me parece importantísima: nunca hacer leña del árbol caído.
Esta sensación, la de árbol caído con el que se hace leña, es la que yo he tenido desde hace mucho tiempo. Creo que aquel que gana, sin pensarlo, instintivamente, debe ejercer la magnanimidad. ¿Existe algo peor que la crueldad del ganador? Es este tipo de crueldad implícita la que yo capté en muchas ocasiones. También hacia mis hijos. Y eso es lo que más duele. Lo único que puede llegar a ser imperdonable”.
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