Llegamos al día de la boda. A lo largo de la mañana del viernes terminaron de llegar los invitados. Algunos se dejaron ver por el complejo de Amalienborg. Incluso pudimos adelantarnos a la hora de la boda y ver a alguna royal vestida y enjoyada.

Desde poco después del mediodía miles de ciudadanos se echaron a las calles para seguir la boda desde el centro de Copenhague. No todos los días se casa un heredero al trono. Los daneses tuvieron que esperar cerca de 40 años para volver a ser testigos de un despliegue pocas veces visto y admirado.

A lo largo del recorrido que realizaría la Familia Real y los novios, se dispusieron vallas. Tras ellas, entusiastas ciudadanos enarbolaban banderas danesas y australianas. En la otra punta de la ciudad, se había permitido una manifestación en protesta por la boda y en contra de la monarquía. Todo acordonado, todo en orden.



Mary Donaldson, criada en la iglesia presbiteriana, acogería el luteranismo para casarse con su Federico. Previamente también había renunciado a su nacionalidad australiana. Gracias a una ley propuesta por el Ministro para la Integración, Bertel Haarder, la futura esposa de Federico tenía reconocidos los mismos derechos que una persona nacida en suelo danés. Todos los aspectos burocráticos estaban más que solventados ese día.

Centenares de medios de todo el mundo enviaron a sus corresponsales para cubrir el evento central y final de las celebraciones. En España, el telediario de TVE se dio prisa en terminar. Había curiosidad por seguir esta boda, antesala de la nuestra. Se esperaba ver desfilar a un total de 800 invitados camino a la Catedral de Nuestra Señora de Copenhague. De esa cantidad inicial, tan solo la mitad asistiría al banquete nupcial celebrado en el Palacio de Fredensborg. No había capacidad para más, repetían los corresponsales advirtiendo que en Madrid, la cifra se podría multiplicar por 3. Era la forma que tenían de decirnos que nos fuésemos preparando.