Sin duda, es el carruaje más impresionante de los que conservan en las Caballerizas Reales. A finales de 1760, Francis Hastings, Caballerizo Mayor del Rey y X Conde de Huntingdon, encargó su construcción con motivo de la coronación de Jorge III y de su boda con la Princesa Carlota de Mecklemburgo-Strelitz, previstas para 1761. Fue diseñado por William Chambers y construido por el carrocero Samuel Butler. Sin embargo, la complejidad del proyecto y los sucesivos retrasos, hicieron que el Rey lo estrenara en la Apertura del Parlamento del 25 de noviembre de 1762. HAa sido utilizado en todas las coronaciones a partir de Jorge IV, incluida la de Isabel II en 1953.
Casi todas las superficies del vagón están cubiertas con pan de oro. Presenta paneles pintados por Giovanni Cipriani y esculturas talladas ricamente por Joseph Wilton, el dorador Henry Pujolas y el cincelador de metales George Coyte. El armazón está formado por ocho palmeras doradas que se ramifican en la parte superior para sostener el techo. En las esquinas, cada palmera está coronada por un casco emplumado, un escudo, una espada cruzada y una lanza. En el centro del techo abovedado vemos a tres querubines, que representan a Inglaterra, Irlanda y Escocia. Sostienen la Corona Imperial y portan el cetro, la espada de Estado y la enseña de caballería. A su vez, cuatro tritones, uno en cada esquina, representan el poder imperial de Gran Bretaña. La carrocería de la carroza está sujeta por cuatro juegos de arneses de cuero rojo de Marruecos. Fueron fabricados originalmente en 1792 y están adornados con monturas de latón dorado, renovadas en 1834 y de nuevo en 1901. Cada uno pesa alrededor de 50 kg.
Todo el carruaje mide más de 7 metros de largo, 2,5 metros de ancho y casi 4 metros de alto. Pesa casi 4 toneladas e, incluso con ocho caballos, sólo circula a velocidad de marcha. Las ruedas traseras, recubiertas como el resto del carruaje de pan de oro, tienen casi 2 metros de diámetro, siendo de mayores dimensiones que las delanteras. Las cuatro tienen llantas decoradas y radios elaboradamente tallados.
La mitad superior tiene ventanas en tres de sus lados: tres ventanas más pequeñas a cada lado y una grande en la parte delantera. Nos permiten ver el lujoso interior, forrado y tapizado con terciopelo y satén rojo. Entre las palmeras de la mitad inferior de la carrocería, los paneles están pintados por el artista florentino Battista Cipriani con escenas de la mitología. Una de esas escenas muestra a Neptuno rindiendo homenaje a una Britannia sentada en una concha flotante.
En cada esquina de la carroza, a media altura, vemos una cabeza de león dorada que sostiene una anilla en la boca. De ella cuelga una correa de cuero granate. El otro extremo está sujeto a un largo y grueso tirante de cuero marroquí que mantiene la carrocería suspendida por encima de las ruedas.
Tanto en la parte delantera como en la trasera, enormes figuras doradas se arrodillan entre las ruedas. Desnudas y musculosas, tienen largas cabelleras onduladas y piernas escamadas como colas de pez. Son Tritones o dioses del mar, símbolo del poder naval británico. Los dos situados en la parte delantera, giran sus torsos hacia afuera, inclinados sobre las ruedas delanteras más pequeñas, con las piernas en forma de cola de pez entrelazadas. Con el brazo exterior, se llevan una caracola a los labios a
modo de trompeta, e inflan sus mejillas mientras soplan. Sobre sus hombros interiores, una gruesa cuerda dorada rodea el armazón del carruaje, dando la sensación de que estuvieran tirando de él.
En la parte trasera, los Tritones miran hacia atrás, con las sinuosas patas de la cola entrelazadas. Estas figuras tienen alas y sostienen tridentes sobre el hombro, aunque miran por encima de las ruedas como si protegieran el carruaje.
La Carroza de Estado Dorada se ha utilizado en todas las coronaciones, desde la de Jorge IV en 1821, aunque no todo el mundo la ha encontrado cómoda. Las opiniones de los monarcas y sus consortes no suelen ser las más halagüeñas. Guillermo IV comparó el viaje con un barco que se zarandea en un mar agitado y Jorge VI describió su procesión de coronación como "uno de los viajes más incómodos que he tenido en mi vida". Isabel II también expresó el fastidio que suponía viajar en este carruaje. Recordó como "horrible" el trayecto desde el Palacio de Buckingham a la Abadía de Westminster para su coronación en 1953. Añadió que "no está hecho para viajar", pues "sólo tiene muelles de cuero" y "no es muy cómodo". Pero, como buena esclava del deber, entendía que formaba parte de los ritos y costumbres de la monarquía británica y que usarlo en tan pocas ocasiones, podía hacerlo tolerable.
Tal es el tamaño del carruaje que, en las contadas ocasiones especiales en que se saca, hay que desmontar todo el marco de una ventana y abrir la sección de una pared de las Caballerizas Reales, una operación que dura al menos dos días.
Los jinetes que conducen los caballos, lucen pelucas grises y sombreros de montar negros. Visten túnicas cortas de color rojo escarlata con anchas franjas doradas alrededor de las mangas y la parte delantera adornada con trenzas e hileras de botones dorados. Debajo llevan calzones blancos y largas botas negras. Para llevar las riendas de sus caballos grises, cubren las manos con guantes blancos.