Corría el año 1867 cuando Maximiliano de Habsburgo fue fusilado el día 19 de junio, a las siete y cinco de la mañana, en el Cerro de las Campanas, con dos de sus seguidores, los generales mexicanos Miguel Miramón y Tomás Mejía,.
La congoja apretó fuertemente el corazón de toda Europa, que, después de haber enviado cantidad de cartas suplicando clemencia, no esperaba semejante final.
Austria exigió a México la devolución de los restos de Maximiliano. Aunque el gobierno aceptó el pedido, pasaron muchos meses hasta que se consideró el proceso de embalsamamiento terminado. El cadáver llegó a Viena en 1868, donde fue depositado en la cripta imperial con todos los honores que correspondían a su rango.
Aunque antes había ocurrido un acontecimiento extraordinario. La Emperatriz Sofía había insistido en ver el cadáver, pero cuando se lo mostraron, gritó horrorizada: "¡Ése no es mi hijo!"
Pasaron los años.
En 1871, aparece por primera vez en San Salvador, capital de El Salvador, D.
Justo Armas, comerciante de origen desconocido, participando con una donación de dinero para las fiestas ptronales de San Salvador (Fiestas Agostinas).
Durante los primeros años en el Salvador, el desconocido fue, inexplicablemente, acogido como amigo por las familias pudientes, la alta sociedad de la época, especialmente por el vicepresidente, Gregorio Arbizú.
Don Justo Armas fue conocido por ser una persona muy culta, alta de estatura, semi-rubia, de refinadas costumbres europeas y, especialmente, por andar vestido elegantemente, pero descalzo, particularidad por la que sería siempre recordado. Esto se debía, según sus propias palabras, a una promesa hecha a la Virgen del Carmen por haberlo ayudado a salir de un momento de peligro de muerte. Prometió, asimismo, no revelar nunca su verdadera identidad.
Quienes vivían en la ciudad de San Salvador, a fines de 1800 y principios de 1900, vieron con asombro y no poca curiosidad, caminar por las calles empedradas a un personaje elegantemente vestido, pero descalzo. Y la curiosidad aumentaba porque según la leyenda, labrada con misterio, se trataba del Archiduque de Austria, Fernando Maximiliano, quien durante un trecho de la historia ostentó la corona imperial de México, con el apoyo de Napoleón III de Francia.
Al pasar de los años manejó un negocio de alquileres.
Según la hipótesis que nos ocupa, Maximiliano habría sido perdonado al ser parte de la Logia Masónica, como lo era Juárez, añadido a las peticiones internacionales para su indulto . El derrocado emperador buscaría después de esto al General Gerardo Barrios - también masón, en El Salvador.
Siempre ha llamado la atención el dudoso fusilamiento de Maximiliano por órdenes de Benito Juárez: al parecer no hay registros fidedignos de este suceso, aparte de la historia oficial de que fue ejecutado en el Cerro de las Campanas en 1867.
Además de estas revelaciones, han habido pruebas científicas para tratar de llegar a la conclusión que Justo Armas y Maximiliano de Austria eran la misma persona, entre ellas : exámenes craneo - faciales, pruebas grafotécnicas y estudio de objetos personales. Y, principalmente, la prueba definitiva por medio del ADN.
Singular indicio son unas líneas de un pasquín informativo de Benito Juárez: “ El archiduque Fernando Maximiliano José de Austria fue hecho
justo por las
armas el 19 de junio de 1867…”
Según Pachita Tennant Mejía de Pike, quien lo conoció cuando era todavía una niña en San Salvador, D. Justo Armas tenía además un negocio de atender fiestas o catering. «La vajilla» que ofrecía era de porcelana de Sèvres; las copas eran de bacaratt; las sillas eran doradas al estilo del Imperio Austro-Húngaro y se decía que era un pariente muy allegado, si no es que el hermano del Emperador Francisco José de Austria, a quien se parecía enormemente. También daba clases de "social graces" y de protocolo, recién llegado a San Salvador. Sus
modales eran sumamente aristocráticos, lo mismo que su manera de hablar alemán, hasta el punto de que en una ocasión vino una comisión de la Casa de Austria, quienes declararon en los periódicos, que el habla de don Justo, era como de alguien que pertenecía a la realeza o a la corte.
Cuando murió, su gran amigo y confesor, Monseñor Belloso, arzobispo de San Salvador, expresó:
-¡Ha muerto un santo y un gran personaje!
Los últimos años, los vivió en la casa de la familia Arbizú, quienes fueron sus herederos.
Su origen sigue siendo un enigma, una verdadera incógnita y sobre él se ha escrito mucho.
Esta singular leyenda ha sido estudiada por el investigador salvadoreño Rolando Ernesto Déneke Sol, quien sostiene en un estudio que permanece inédito que conforme pruebas científicas, el personaje que se llamó Justo Armas, en San Salvador, era Maximiliano de Austria.
El tema da para más comentarios, porque existe la versión que dio Justo Armas a un periodista salvadoreño, publicada en la revista “Excélsior” el 1° de septiembre de 1928.
De esa manera, entonces, hay dos versiones que corresponde analizar. En primer lugar la que da la leyenda, conforme la cual Maximiliano, ayudado por prominentes políticos de México, se salvó del fusilamiento. Sobre ello hay datos ciertos de que la princesa de Salm Salm proyectó la fuga de Maximiliano, quien durante el proceso a que fue sometido con los generales Miramón y Mejía, en el Teatro Iturbide, no asistió por encontrarse enfermo.
Además se menciona, que al atenderse al Almirante Tegetthoff, quien llegó a reclamar el cadáver de Maximiliano en nombre de la familia, hubo tardanza en la entrega, y que en la capilla ardiente que retornó a Austria el 28 de noviembre de 1867, se colocó el cadáver de una persona que no era Maximiliano.
La otra versión la da el propio Justo Armas, al ser entrevistado por un periodista salvadoreño. Corresponde hacer la comparación de esas versiones, pues ese misterioso personaje que vivía en San Salvador aislado en su casa, museo de objetos históricos, afirmó que vino a El Salvador en 1860, o sea siete años antes de ocurrir el fusilamiento en el cerro de Las Campanas, el 19 de junio de 1867. ¿Qué otra cosa podía decir si había jurado solemnemente no descubrir su identidad?
Naturalmente, el primer y probablemente más difícil punto a explicar es la aparente ejecución de Maximiliano en 1867. La respuesta que Déneke (y Miralles) da tiene que ver con un hecho constatado: que Maximiliano, Justo Armas y Benito Juárez fueron importantes miembros de la Orden Masónica. Una de las leyes masónicas prohibe expresamente el asesinato entre hermanos masones. Esta ley habría presentado a Juárez un penoso dilema: la muerte de Maximiliano parecía ser necesaria por razones de estado, pero él no podía ordenar el fusilamiento de un camarada masón. La solución que Juárez encontró fue una falsa ejecución, seguida de la desaparición permanente de Maximiliano de Austria. Para facilitar este plan, Maximiliano juró solemnemente usar de allí en más un nombre que no fuera el suyo y nunca revelar que el antiguo emperador de México todavía estaba vivo. Su nueva identidad fue la de Justo Armas, una extraña figura que apareció en Centroamérica pocos meses después de la supuesta muerte de Maximiliano.
Armas primero apareció en Costa Rica, pero después de tres años se dirigió a San Salvador, donde pasó el resto de su larga y próspera vida.
De acuerdo a esta versión, su alto rango en la Orden Masónica fue la clave que explica la inmediata y cálida recepción que recibiera el desconocido Justo Armas por parte de la élite de El Salvador. D. Gregorio Arbizu, vice presidente de la nación y canciller lo recibió, como dijéramos antes, con mucha cordialidad. El hecho de que el Sr. Arbizu fuera conocido por sus simpatías realistas debe haber contribuído a facilitar esa amistad. Pronto don Justo se instaló en su propio hogar donde se rodeó de "docenas de objetos que habían pertenecido a Maximiliano de Habsburgo, que una mano invisible había conseguido llevar desde México".
Hay más. Se decía que don Justo Armas tenía, considerando la diferencia de edades y de vestimente, un extraordinario parecido a Maximiliano.
Una señora mexicana, "La Paloma", que había sido amante del emperador durante sus años en el trono, tomó los hábitos después de su muerte. Con el nombre de Hermana Trinidad, trabajaba en un hospital de San Salvador y se sabe que visitaba a menudo a don Justo Armas, algo completamente fuera de lugar para una mujer en su situación.
Probablemente, la evidencia más sugestiva y que ha sido verificada en parte, es la visita en 1914 ó 1915 de dos emisarios del gobierno austríaco. Estas personas, evitaron aparentemente cualquier contacto con el gobierno salvadoreño y buscaron persistentemente una entrevista con don Justo, que no mostraba interés en verlos. Finalmente se encontraron y los austríacos aparentemente le suplicaron que regresara a Austria para retomar la posición que le correspondía, a lo cual don Justo se negó rotundamente.