Es antiguo, pero me pareció interesante
Una familia numerosa y dividida
Las aspiraciones al trono enfrentan abiertamente a los Romanov
JUAN BALANSO
Muchos españoles han oído hablar de la gran duquesa María de Rusia, una oronda y simpática vecina de Madrid, madre de un único hijo, el gran duque Jorge, nacido en 1981, que pasa por ser el heredero del trono imperial ruso.
Pocos saben, sin embargo, que los restantes miembros de la familia Romanov no sólo no reconocen semejante pretensión, sino que se declaran abiertamente en contra, lo que da lugar a enfrentamientos directos, como el que deslucirá las exequias de Nicolás II en San Petersburgo.
El problema, que ahora se manifiesta en toda su crudeza, tiene su origen en los matrimonios morganáticos, prohibidos en la Casa Imperial rusa (como sucedía hasta ahora en la española). El abuelo y el padre de María -los grandes duques Cirilo y Wladimiro-, considerados zares en el exilio, excluyeron a todos los príncipes rusos, sin excepción, en razón de sus matrimonios desiguales.
No sin coherencia, ellos devolvieron la pelota afirmando que la boda de Wladimiro con Leónida Bagration, que se titulaba incorrectamente princesa real de Georgia, incurría en la misma contravención dinástica. Wladimiro se quedó prácticamente solo y sus parientes formaron una Asociación de la Familia Romanov para defender sus derechos como miembros de la estirpe.
Al fallecer Wladimiro, en 1992, su hija María, a quien había titulado gran duquesa, debía convertirse en cabeza de la Familia Imperial, según los deseos del finado. Pero ningún Romanov aceptó dicha sucesión.
Por el contrario, emitieron un comunicado en el que expresaban que no querían entablar ninguna querella con su prima, sino recordar que ella era hija de un matrimonio tan morganático como el de sus respectivos progenitores y, en último término, aplicar estrictamente la ley dinástica que señala que las mujeres Romanov no heredan el trono hasta la completa desaparición de los varones.
FAMILIA, NO DINASTIA.- Un consejo de familia, integrado por más de 30 miembros, se reunió en París y firmó una declaración: «En virtud de la formal abdicación del último zar, no caben polémicas dinásticas: ya no existe, en ningún caso, una dinastía imperial, sino una familia Romanov. Wladimiro era nuestro decano, y como tal lo respetábamos. Ahora lo es el príncipe Nicolás». Luego procedieron a crear una Fundación de la Familia Romanov, destinada a promover la ayuda a Rusia, de la que el príncipe decano fue nombrado presidente.
La gran duquesa María, que tiene 45 años y vive en la madrileña urbanización de Puerta de Hierro, mantuvo fieles a algunos grupos monárquicos en la emigración. Casada en 1976 con el príncipe Francisco Guillermo de Prusia, se divorció en 1987, después de haber nacido su hijo Jorge.
Nada consigue arredrar a quien se considera firmemente legítima heredera del trono, ni a su formidable madre, Leónida.
Cuando el protocolo ruso les ha hecho saber que ocuparían su puesto en la catedral de San Pedro y San Pablo en San Petersburgo junto a sus parientes Romanov, sin relevancia especial, madre, hija y nieto han comunicado que ellos no asistirán al funeral, sino que presidirán una ceremonia similar en otro templo ortodoxo, en Serguiev Possad, al norte de la capital rusa. El protocolo de la República no para mientes, como es natural, en disputas dinásticas. Para el Estado republicano igual es un Romanov que otro.
La gran duquesa María, a quien admiro por su tenacidad, respeto por su constancia y estimo por lo mucho que humanamente vale, ha educado a su único hijo en la tradición imperial. Una tradición que su propio padre, Wladimiro, rompió al contraer matrimonio morganático con Leónida Bagration.
El quebrantar las reglas del juego dinástico, a la larga, trae esas consecuencias. Porque, o juegas bien al bonito juego de los príncipes, o rompes la baraja. La división de la familia Romanov ante una tumba abierta es todo un símbolo de ese axioma fatal.
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