Sin duda el más polémico de la colección de Joyas de la Corona y el que más va a dar que hablar. El Diamante Koh-i-Noor o "Montaña de Luz" en persa, es uno de los más famosos del mundo. Se cree que proviene de las minas de Golconda, en el centro sur de la India, y ha tenido una historia turbulenta. Antaño fue tratado como un símbolo de conquista, teniendo muchos propietarios, entre ellos emperadores mogoles, shas de Irán, emires de Afganistán y marajás sijs. Numerosos países, entre ellos India, Pakistán y los talibanes de Afganistán, han reclamado la propiedad del Koh-i-Noor, por lo que el tema es objeto de un intenso debate. Para saber de dónde procede el diamante, debemos echar la vista atrás y remontarnos a cuando la India fue gobernada por los mogoles.
Zahir-ud-din Babur, más conocido como Babur, llegó a la India desde Asia Central a través del paso de Kyber, situado entre Afganistán y Pakistán, en 1526. Babur era descendiente del conquistador turco-mongol Tamerlán y, haciendo honor a su sangre, llegó a la India para invadirla. Fue el fundador de la dinastía islámica mogol, que gobernó el norte de la India durante 330 años, expandiendo su territorio por casi toda la India actual, Pakistán, Bangladesh y el este de Afganistán.
Aunque es imposible saber con exactitud de dónde procedía el Koh-i-Noor y cuándo llegó a manos de los mogoles, hay un momento concreto en el que aparece en los textos escritos. En 1628, el Emperador Sha Jahan I, encargó un magnífico trono con incrustaciones de piedras preciosas. La estructura estaba inspirada en el trono de Salomón, el Rey hebreo que figura en las escrituras del Islam, el judaísmo y el cristianismo. El trono de Jahan I tardó siete años en construirse y costó cuatro veces más que el Taj Mahal, también en construcción. El cronista de la Corte Ahmad Shah Lahore escribe sobre el trono:
"El exterior del dosel debía ser de esmalte tachonado de gemas, el interior debía estar densamente engastado con rubíes, granates y otras joyas, y debía estar sostenido por columnas de esmeralda. Encima de cada columna debía haber dos pavos reales gruesamente engastados con gemas, y entre cada uno de los dos pavos reales un árbol engastado con rubíes y diamantes, esmeraldas y perlas."Entre las muchas piedras preciosas que adornaban el trono había dos gemas especialmente enormes: el rubí Timur y el diamante Koh-i-Noor. El diamante estaba alojado en lo más alto del trono, en la cabeza de un reluciente pavo real adornado con piedras preciosas. Allí permaneció durante más de un siglo, hasta la invasión del persa Nader Shah, fundador de la dinastía afsárida. Nader invadió Delhi en 1739, provocó una masacre y saqueó las joyas de los mogoles. También se llevó el Trono del Pavo Real como parte de su tesoro, pero desmontó el Rubí Timur y el diamante Koh-i-Noor para lucirlos en un brazalete.
El Koh-i-Noor permanecería lejos de la India, en la actual Afganistán, durante 70 años. Pasó por las manos de varios gobernantes que protagonizaron un episodio sangriento tras otro, mientras en la India creció un vacío de poder que los británicos no tardaron en aprovechar. A principios del siglo XIX, la Compañía Británica de las Indias Orientales amplió su control territorial desde las ciudades costeras al interior del subcontinente indio. Al mismo tiempo, en 1813, el diamante regresó a la India y cayó en manos de Ranjit Singh, Marajá del Punjab, quien además había recuperado las tierras indias invadidas por el Imperio Durrani (Afganistán, Pakistán, parte del este de Irán y del oeste de la India). Entre el diamante y la reconquista, Ranjit Singh se convirtió en un símbolo de poder y prestigio irresistible para los británicos.
Cuando los británicos se enteraron de la muerte del Marajá Ranjit Singh en 1839 y de su plan de regalar el diamante y otras joyas a una secta de sacerdotes hindúes, la prensa estalló de indignación.
"La joya más rica y costosa del mundo conocido ha sido confiada a un sacerdocio profano, idólatra y mercenario", escribió un editorial anónimo. Tras la muerte de Ranjit, sucedió un caótico periodo de cambios de gobernantes. El trono del Punjab pasó por cuatro gobernantes diferentes a lo largo de cuatro años. En 1849, al final del violento periodo, la Compañía de las Indias Orientales arrebató la joya al depuesto Marajá Duleep Singh, de diez años, como una de las condiciones parte del Tratado de Lahore. Esto marcó el final de las guerras anglo-sij en el Punjab, actual norte de la India y este de Pakistán.
El 1 de febrero de 1850, el Marqués de Dalhousie, Gobernador General de la India, informó a la Reina Victoria que había transportado personalmente el célebre diamante desde Lahore y que lo había depositado ese mismo día en el tesoro de Bombay antes de su envío a Inglaterra. El Koh-i-Noor, que iba engastado en un brazalete, fue entregado a la Reina en el Palacio de Buckingham por el Presidente del Consejo de Control de la Compañía de las Indias Orientales el 3 de julio de 1850.
Tanto la Reina como el Príncipe Alberto consideraron que estaba mal tallado y que carecía de brillo. El diamante y las dos piedras laterales fueron examinados detalladamente por Sebastian Garrard, quien tomó un molde para poder tallar un facsímil de cristal en 1852. El diamante fue tallado y redujo su tamaño a la mitad (105,6 quilates) pero hizo que la luz se refractara más brillantemente en su superficie.
Garrard ideó una serie de engastes alternativos para lucir la piedra. La Reina Victoria la llevaba con frecuencia como broche de corpiño, pero también podía alternarse con el rubí Timur como centro de un collar. Las dos piedras laterales se utilizaban como colgantes en el collar de rubíes Timur, pero tras la pérdida de las joyas hannoverianas en 1858, Garrard las hizo desmontables para utilizarlas como colgantes de los pendientes que acompañaban al Collar de la Coronación, recién montado.
Los Pendientes de Coronación con los diamantes compañeros del Koh-i-Noor Desde su llegada a Inglaterra, el Koh-i-Noor solamente lo han llevado la Reina Victoria y las consortes, debido a una leyenda que afirma que traerá mala suerte si lo lleva un hombre. Tras la muerte de la Reina Victoria, la piedra se ha montado sucesivamente en las coronas de las Reinas Alejandra, María e Isabel.