Y los acontecimientos terminaron por precipitarse...
A comienzos de 1420 llegaba a Valladolid una embajada del rey Carlos de Navarra en la que pedía la presencia del infante don Juan en su reino para las ratificaciones de las bodas que por poderes se habían realizado a finales del año anterior. El rey, tras discutirlo en Consejo, concedió una licencia a su primo infante para el viaje y pudiera desposarse con la infanta heredera de Navarra. Conviene no perder de vista que esta licencia era para unos cuarenta días puesto que el infante no pretendía, ni mucho menos, olvidar los negocios de Castilla y centrarse en el encajonado reino pirenaico de Navarra. Y tampoco se puede pasar de vista lo que significa esta boda. Supone que este reino hispánico abandone la órbita francesa después de dos siglos de varias dinastías del otro lado de las montañas con la instalación de una dinastía castellano-aragonesa que iniciaría el propio infante de Aragón. Juan de Aragón abandonó la corte acompañado del infante Pedro su hermano, su fiel Sandoval y muchos de su casa. La boda de los infantes Juan y Blanca terminaría celebrándose el 18 de junio en la catedral de la Virgen María de Pamplona.
El turnismo en el Consejo seguía su curso quizá más mal que bien pero seguía y un
tercio hubo de dar paso a otro. Renovado el Consejo y marchado don Juan con los suyos, se determinó asimismo que la corte se trasladara a Tordesillas. Marcharon el rey con la reina su mujer, su hermana la infanta, don Enrique, Mendoza, Luna y muchos otros quedándose Rojas, Fadrique, Stúñiga y otros en Valladolid porque su turno político había terminado.
Mucho debió meditar don Enrique en el camino de Valladolid a Tordesillas. Su hermano don Juan ya era infante heredero de Navarra amén de Aragón en tanto en cuanto don Alfonso no tuviera heredero. La fallida boda de Nápoles, hacia donde don Fernando su padre le había destinado, había hecho traerle de vuelta a Castilla para serle un estorbo en sus negocios. Con la boda navarra tendría aún más preeminencia y poder. Para colmo el zorro de Mendoza gobierna y desgobierna a su antojo, es familiar de don Álvaro y se burla de la pantomima de la Ordenanza de Segovia que regula al Consejo. Su única baza para estar cerca del trono es el matrimonio con la infanta, pero ésta le rehúye y nadie parece tener los pantalones de ejecutar la voluntad testamentaria de los reyes Enrique y Fernando. Pero ahora no están ni Juan, ni los juanistas; se acaban de celebrar cortes y muchos procuradores no han visto compensados sus negocios ni tampoco se quejarían muchos grandes si se elimina al canalla de Mendoza, al que se le ve últimamente muy cerca del entorno juanista. Es más, don Álvaro y él no pasan por el mejor entendimiento... ¡Ahora o nunca! Que debió pensar aquel inquieto infante.
Lo primero era casarse con la infanta cuanto antes. Y olvídense, queridos, de cualquier atisbo de romanticismo en esta historia. De doña Catalina, al contrario que su hermana María, se dice que fue bella pero no nos ha llegado nada que pueda vislumbrar un enamoramiento de don Enrique hacia ella. O si lo hubo, desde luego, fue por el riquísimo marquesado de Villena que la infanta llevaba en dote. Con él podía aparejar fuerzas respecto a su hermano mayor además de que le situaría muy cerca del rey y sería más difícil justificar una posible salida de la corte. Así que para llevar a cabo sus planes tomó una doble vía: Primero quiso ganarse a Álvaro de Luna, comprarlo, consiguiendo que si no apoyaba sus planes que al menos no se postulara en contra. Don Enrique le ofreció el puesto de mayordomo -un ascenso notable y el mismo puesto que ahora gozaba su primo- así como la mano de alguna de las hijas del condestable con, por supuesto, una suculenta dote. No sabemos qué es lo que llegó a contestar si es que llegó a contestar algo y por contra hiciera gala de su prudencia, pero sí sabemos que don Álvaro conocía que algo se estaba cocinando. Lo que nos extraña es que don Enrique le ofreciera romper el matrimonio por poderes que desde marzo de este año tenía nuestro Luna con doña Elvira de Portocarrero, hija de los señores de Moguer. La otra vía era convencer a Fernando Alonso de Robles, contador de la casa del rey, para que la boda con Catalina se hiciera efectiva de una vez. Robles, que veía en el veinteañero don Enrique la ambición personificada y -seguramente- la envidia por la posición de su hermano don Juan, y que sabía que los deseos de la infanta pasaban por casarse con un príncipe o monarca extranjero le espetó al infante-maestre un
no es no y ¿qué parte del «no» no has entendido? Así que viendo que la vía negociadora no surtía efecto, decidió ponerse en contacto con sus fieles Dávalos, Manrique y Garci Fernández. Secretamente estos señores se acercaron a la corte y mantuvieron contactos teniendo muy claro el objetivo: la cabeza de Mendoza. Pero todo se aceleró cuando supieron que el rey tenía intención de moverse hasta Segovia... Y Segovia era terreno de Mendoza, de cuyo alcázar era alcaide. Así que sería más difícil llevar a cabo sus confabulaciones.
Narra la Crónica del Rey que
el infante don Enrique fingió que quería dende partir, e secretamente llamó hasta trescientos hombres darmas de los suyos, e mandó que estuviesen todos en el campo el viernes en la noche -12 de julio de 1420-;
y el domingo -14 de julio-
en amaneciendo el infante oyó Misa, e dixo que quería partir para ir a ver a la Reyna doña Leonor, su madre, e que quería ir a palacio a se despedir del Rey, e la gente suya había entrado en la villa ante que amaneciese... El contacto entre los confabulados y la corte fueron Sancho de Hervás, guardarropa real, y Juan de Tordesillas, obispo de Segovia, ambos enriquistas. Ellos informaron el día anterior al mayordomo Mendoza de la intención de partir del infante a Medina haciendo una visita previa al rey de despedida. (...)
e fuese con toda su gente al palacio del Rey, e con él el Condestable y el Adelantado Pero Manrique, e Garci Fernández Manrique, los cuales tres iban cubiertos de capas pardas porque no fuesen conocidos hasta entrar en palacio, e con ellos venía don Juan de Tordesillas, obispo de Segovia. E luego como en el palacio entraron, mandaron cerrar todas las puertas... e fueron a la cámara donde Juan Hurtado (Mendoza)
dormía, y el infante mandó a Pero Niño que entrase en la cámara de Juan Hurtado, e diez hombres darmas con él, e lo prendiesen, e Pero Niño entró espada desnuda en la mano... e Juan Hurtado diose a prisión... Y esto hecho, el infante y el Condestable don Ruy López Dávalos, e Garci Fernández Manrique, y el Adelantado Pero Manrique, y el obispo de Segovia se fueron para la cámara del Rey, e hallaron la puerta abierta, porque Sancho de Hervás había hecho dexar así; e como el infante entró e los caballeros que con él iban, hallaron al Rey durmiendo, e a sus pies Álvaro de Luna; y el infante dixo al Rey... Atención al diálogo que nos muestra la crónica de don Álvaro:
- Señor, levantaos que tiempo es-dijo el infante al Rey.
-¿Qué es esto? -preguntó el monarca. Según la crónica del rey entre aturdido y enojado.
-Señor, yo soy aquí venido por vuestro servicio, e por echar e arredrar de vuestra casa algunas personas que hace cosas feas e deshonestas e mucho contra vuestro servicio, e por vos sacar de la subjeción en que estáis; e por esto, Señor, he hecho estar detenidos en vuestro palacio a Juan Hurtado de Mendoza,e a Mendoza, su sobrino, de los cual haré más larga relación a Vuestra Merced de que se levante. -replicó el infante.
-Como, primo, ¿esto aviades vos de hacer?-preguntó el Rey.
Luego terminaron interviniendo el condestable y el obispo de Segovia justificándose, afeando a los hechos que se hacía en el reino por mano de Mendoza, que encima se regía por Abrahen Bienveniste, un judío. Porque, encima, a esta historia no le falta ni la conspiración judeo-masónica, jaja. Abrahen o Abraham Bienvenista, conocido con el apodo del
El Viejo,
era uno de los pocos judíos acaudalados y entendidos en el manejo de las rentas públicas, uno más con el
sambenito tradicional sefardí tal y como dice Amador de los Ríos, que terminó entrando al servicio de Juan Hurtado de Mendoza y que seguirá junto a don Álvaro. Y la escena termina con el rey furioso y pidiendo que lo dejaran vestirse exclamando:
-
¡Abasta, abasta!Hablando de don Álvaro, la
Crónica del Rey Juan II no le hace partícipe de la escena cuando era presente. Sin embargo, la
Crónica de don Álvaro sí, y viendo éste que el infante entraba, reconociéndole le espetó:
-
¿Buena gente, tan de mañana dónde? ¿Hoy se vos es olvidada, infante, la reverencia que a los reyes es debida, quanto más al vuestro rey e señor natural? -Claro que el infante tenía dos reyes y señores, su primo en Castilla y su hermano en Aragón
-
¿Qual pensamiento fue aquel que vos fizo asacar tan feo e desmesurado atrevimiento? E vosotros que lo seguís, ¿recuérdasevos de la grand deslealtad que acometéis? ¿E de cómo voso faceis parciales de una terrible e muy granve culpa? Pluguiese a Dios que agora yo fuese muerto, e vosotros non oviésedes cometido tan deshonesto e abominable error.Después que el rey se sumara a los reproches, añadía el infante seguramente con voluntad de calmarlo:
-
Señor, Don Álvaro de Luna queremos que sea cerca de vos, que es virtuoso e bueno, e ama vuestro servicio; mas algunos de los otros -en clara referencia a Mendoza y a los suyos-
apartadlos de vos.
Con más o menos protagonismo, con mayor o menor discurso, lo cierto es que podemos preguntar cuál era la razón que hacía que los confabulados no pidieran la cabeza de Luna, familiar de Mendoza, y un escollo más en el camino hacia el rey. La propia
Crónica del Rey nos da la clave:
porque sabían bien que el Rey non facía cosa alguna de voluntad por persona del mundo, salvo por Álvaro de Luna... e porque sin Álvaro de Luna, nunca podrían sosegar al rey en ninguna manera; e contentando a él, entendían que habrían la voluntad del rey.Claro, clarísimo. Mas no escapó don Álvaro de acusaciones de traición puesto que su propia prima, doña María de Luna prendida junto a su esposo, denunció que don Álvaro estaba en el secreto. ¿Supo de la oferta del infante al maestresala previa al golpe? A cambio de mantener a don Álvaro, tuvo que aceptar el rey que el infante dispusiera de los cargos de su Casa para su gente de confianza y de mandar al exilio a todo aquel que no le fuera leal, entre ellos a Fernando Alonso de Robles, con gran pesar de don Álvaro, que se negó a secundar al infante y tuvo que partir para León no sin antes conseguir que Manrique y Velasco quedaran en Valladolid y fueran el puente de comunicación con don Álvaro.
Fuera de los aposentos del rey reinaba el desconcierto:
Unos de los donceles de la guarda se levantaban desnudos de sus camas, no dándoles espacio nin para se vestir, e faciéndolos salir del palacio; algunos otros se iban en jubones e descalzos, e otros entraban armados de todas armas, entraban tan denodadamente como quien entra en lugar por fuerza; e otros venían de fuera por ver qué cosa era, e estaban espantados; otros llegaban a la puerta por entrar, e no les consentían, e echábnlos en mal son... Algunas de las dueñas de la Reina andaban por el palacio, no muy bien vestidas ni afeitadas, mas mucho turbadas, como aquellas que no sabía qué cosa era.Tremendo panorama que se fue trasladando a la villa a medida que amanecía y el pueblo se levantaba. Las noticias con presos, huidos y gente de armas por las calles corrió como la pólvora y los temores sobre la seguridad del rey alarmaron a toda la población. Tal era el alboroto, más aún cuando entraron en Tordesillas los enriquistas conde de Benavente y arzobispo de Sevilla con sus huestes, que tuvo el infante que hacer llamar a los procuradores de las cortes que aún quedaban en la villa para enviarles mensajes tranquilizadores a todas las ciudades. Álvaro de Luna, por su lado, hizo mantener en calma a los suyos, a sabiendas de su inferioridad y evitar así un inútil derramamiento de sangre. Acto seguido accedió a los ruegos de don Enrique
e ficieron cabalgar consigo a Álvaro de Luna, aunque non le placía, para que anduviese con ellos por la corte a mandar de parte del rey que se fuesen della aquellos que el infante le dixese. A Álvaro de Luna mandaba el Infante que estaba en un caballo suyo que ende estabam e afirmase que dixera que non debía él cabalgar en caballo, salvo en asco, como hombre de malaventura, por ver aquello que veía. Cabalgó en una mula, e anduvieron así el infante e los caballeros e Álvaro de Luna por toda la villa, cuanto una hora, sosegando a la gente, que andaba mucho escandalizada. Aquella humillación consiguió tranquilizar al pueblo, pero estamos casi seguros que don Álvaro jamás lo olvidaría... De hecho, por más mercedes y dineros ofrecidos, no dobló su voluntad y no apoyó al infante.
Aquella jornada la noticia volaba a galope. Tan pronto se enteró el arzobispo Rojas hizo enviar carta al infante don Juan para que apresurara su llegada y se refugió en Peñafiel. Allí se reuniron todos los caballeros juanistas. Don Juan, tan pronto llegó a Peñafiel, mandó carta a sus vasayos para reunir hombres y ganar voluntades ante el
secuestro del rey y hasta allí mandó a su hermano infante don Pedro y a fiel Sandoval. Pero, ¿verdaderamente se trataba de un secuestro? Es lo que debió pensar don Juan. ¿Cuál era el pensar del rey? Sabida la suerte de don Fernando Alonso de Robles, lo usaron de nexo con la corte, con don Álvaro de Luna. Públicamente el rey declaraba estar con plenas libertades y que no estaba secuestrado por nadie, mas secretamente se supo por Luna que el rey estaría muy complacido de su primo y de los caballeros que lo libertasen. No obstante, no se adhería don Álvaro a ningún partido, se mantenía prudente y sólo era fiel a su rey puesto que no se engañaba, y el triunfo de don Juan podía significar pasar de una prisión a otra.
Don Enrique, por su parte y sabedor de que su hermano Juan se movía y ganaba voluntades, decidió que había que salir de Tordesillas con destino al Alcázar de Segovia, plaza mucho más fuerte. Pero el alcaide del Alcázar era Juan Hurtado de Mendoza y su teniente, a sabiendas de lo que pasaba en el reino, no le entregaba la fortaleza a Pero Niño. Bajo promesa de no escapar, hizo llevar hasta allí al propio Mendoza que, una vez abierta la plaza a Pero Niño consiguió escapar y ponerse a refugio en Olmedo junto a los juanistas.
Es curioso lo que sucede con la infanta Catalina en el momento de partir la corte de Tordesillas. Doña María de Aragón,
complacida con lo que su hermano hacía, mandó aparejar a su prima infanta, mas ésta pidió ir al monasterio de Santa Clara a despedirse la abadesa. No obstante, resultó una artimaña para escapar de
las garras de su primo y prometido. Allí se encerró con su aya Mari Barba y desobedeció cuantas solicitudes le hacía doña María. Llegó a presentarse allí la de Aragón junto al obispo de Palencia requiriendo, bajo orden real, la salida de la infanta. Pero como seguía negándose amenazó el obispo con tomar represalias contra la abesa e incluso derribaría el monasterio si fuera menester. No tuvo más remedio que claudicar la infanta bajo la promesa que no la obligarían a casarse con don Enrique ni la separaría de su aya.
Don Juan llegó hasta Cuéllar donde se le unió su hermano don Pedro, Juan Hurtado de Mendoza, el maestre de Alcántara y otros muchos grandes caballeros del reino junto a sus hombres de armas. La respuesta de don Enrique a esto fue una serie de cartas firmadas por el rey pidiendo a sus vasallos que se unieran a él en Ávila para hacer frente a las amenazas del infante heredero de Navarra. Pero en medio de esta guerra de reclutamiendo, estando la corte en Madrigal, ven el rey y el infante aparecer la figura de la reina viuda doña Leonor de Aragón, madre de los dos infantes y la única figura capaz de mediar entre los dos bandos con serio peligro de enfrentarse militarmente. Sin embargo, frente a los buenos propósitos de la reina, don Enrique la usó para ganar tiempo y distraer a su hermano mientras hacía llegar la corte hasta Ávila, a donde se le unieron otros grandes como el arzobispo de Santiago, el maestre de Calatrava o el conde de Niebla.
Y entonces el maestre de Santiago hizo gala de su audacia. -¡¡Menudo choque de personalidades la de los hermanos para congoja de la reina Leonor!!- A la guerra de cartas mandadas a villas y ciudades por uno y otro bando hizo don Enrique reunir en Ávila, por mano del rey, a procuradores en cortes. En las mismas hizo jurar a Juan II que se hallaba fuera de libertad ni contra su voluntad. El golpe simbólico para el bando juanista fue tremendo. ¿Con qué legitimidad contaba ahora el heredero de Navarra para enfrentarse en armas a su hermano después de unas cortes? Y es más. Don Enrique hacíase valedor de los intereses de la Corona, aunque casi en secreto, la misa de velaciones o de ratificación entre los esposos reyes Juan II y doña María su hermana.
E velóse el Rey con ella domingo cuatro días de agosto. Esta tan notable feiesta non hobo vigilia, nin octavario, nin otras solemnidades algunas de las que pertenecían a bodas de tan alto e tan excelente Rey e Señor y de tan esclarecida Reina y Señora, nin aún de un simple caballero, salvo solamente que dixo la misa e los veló el Arzobispo de Santiago. Y tomó la reina María en dote las ciudades de Soria, Madrigal, Arévalo, Molina, entre otras. Así pues que no le quedó más remedio a don Juan acordar con su hermano, después de muchas embajadas de unos y otros y de grandes trabajos de doña Leonor, que ambos bandos se desarmasen y velasen por la paz del reino, quedándose don Enrique con mil lanzas para la guardia y custodia del rey. Juan de Aragón tuvo que despedir a los hombres de armas, en mayor número y mejor equipados que los que tenía don Enrique, y quedarse en Olmedo junto a los grandes de su confianza.
El siguiente paso del infante-maestre fue la de seguir presionando a su prima para desposarse por fin con ella. Consiguió que el rey y el Consejo presionasen a los de su Casa para que convencieran a la infanta. No lo consiguieron con el aya Mari Barba, la fiel amiga de doña Catalina, a la que el infante despidió por considerarla compinchada con el arzobispo Rojas. En su huida hacia Olmedo consiguió llevar cartas de su señora en la que se denunciaba la presión que vivía y en las que prácticamente pedía ayuda. Enterado el consejo juanista montó en cólera y ánimos volvieron a encenderse pese a los intentos de doña Leonor por apaciguarlos, mas los grandes -que a río revuelto ganancia de pescadores- los hacía vanos. Don Juan exigió una entrevista con el rey a lo que se negó tajantemente, a pesar de contar con el visto bueno de la reina María, a ello y mandó despedir a su embajada. No sólo eso, también despachó de la corte a su madre mandándola a Fontivedros, a medio camino entre Ávila y Olmedo. Es entonces cuando entra en acción la reina María de Aragón, la hermana de Juan II, que envía una embajada a Ávila pidiendo la concordia y que se aconsejase solo por neutrales. Pero tanto don Enrique como la reina aseguraron a los embajadores que la situación era de lo más sosegada, haciendo enfurer, y con razón, a doña Leonor que se sentía burlada.
La
ricahembra, doña Leonor de Castilla, reina de Aragón.
El siguiente paso del plan de Enrique consistió que las cortes de Ávila, a propuesta del Consejo, aprobase lo sucedido en Segovia. Se argumentó que fueron las malas artes de Hurtado de Mendoza, que hacía y deshacía a su antojo, quienes violaron al
Concordia de Segovia. Tan sólo Burgos se negó a la
legalización, debido a que grandes del consejo así como el mismo don Juan se hallaban ausentes. Sin embargo, aquello salió adelante gracias sobre todo a los votos de grandes y prelados. No obstante, como lavado de cara de aquellas cortes, se acordó la creación de una comisión mixta por la concordia presidida por doña Leonor en Fontiveros, aunque algunos desistieron de participar por considerarlo una burla del infante.
Infante que mostró la patita ambiciosa poco después. Envió a Gutierre Gómez, arcediano de Guadalajara, para Roma con la misión de poner al tanto a Su Santidad de lo ocurrido en Castilla desde lo de Tordesillas, por su puesto alabando la intervención de don Enrique y poniendo a caldo al rebelde don Juan. Pero no estaba ahí lo gordo del asunto. Tras ello se escondía el permiso papal para hacer que los territorios del maestrazgo de Santigo fuesen solariegos, o sea que fuesen patrimoniales y heredables por su descendencia. Don Gutierre se fue bien despachado de dinero del tesoro real por si hacía falta comprar voluntades. La ambición del infante no mostraba límite, uniendo las tierras del maestrazgo, las asociadas al condado de Alburquerque así como al marquesado de Villena junto a un matrimonio con la infanta Catalina, todo junto, le confería un poder que ponía en verdaderos aprietos la independencia o autonomía de la Corona. Se podría decir que buscaba suplantar al rey, su primo y señor.
Continuaremos contando este año rico en acontecimientos...