Registrado: 22 Abr 2015 17:57 Mensajes: 21333 Ubicación: España
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"A mí no me interesaron las circunstancias de la renuncia de 1933. Por entonces yo no conocía a Jaime ni a ningún otro miembro de su familia y, como ya he dicho antes, cuando supe los motivos que la justificaban los consideré lógicos y normales. Pero según fue pasando el tiempo, me molestaba cada vez más la prepotencia de algunos miembros de mi familia política. Y es que era muy fácil comprobar que nos habían tratado como a niños, que siempre habían actuado como les venía en gana y sin ningún respeto hacia Jaime ni hacia mi persona.
Ahora pienso que mi sincero cariño por el Rey se debía a que todavía no sabía nada de todo esto. Aparentemente, su actitud hacia Jaime fue cariñosa y magnánima. Él había sido el padrino de mi hijo mayor, Alfonso, a quien recibió con gran alegría. Pero a la vez, en el preciso momento que nació -y lo mismo ocurriría con Gonzalo-, ordenó que fuera inscrito en el Registro como Borbón-Segovia. Era evidente que, ya entonces, don Alfonso tenía las cosas más claras que el agua. Este tipo de gesto o acaso de maquinación era algo que, con frecuencia, me sorprendía de su personalidad y me desconcertaba mucho. Sobre todo me asaltaba una duda que me intrigaba sobremanera: ¿Era el Rey una persona inteligente o, por el contrario, no lo era en absoluto? En numerosas ocasiones he leído que estaba considerado por mucha gente como un ser muy inteligente y también que, en líneas generales, era mucho más lúcido que sus propios ministros. Claro que también hubo personas brillantes y bien preparadas, como Canalejas, Maura o Dato.
Un día, siendo todavía muy joven, mi hijo Alfonso me comentó que venía del consulado de cambiarse el apellido: había eliminado el Segovia tanto para él como para su hermano. Al verme sorprendida, fue conciso conmigo: <<Es como si los hijos de tío Juan se apellidasen Borbón-Barcelona.>> Fue así como caí en la cuenta de lo que pretendía hacerme saber. En el fondo, se trataba de una argucia para que ellos dos quedaran a la cola de todo.
A la muerte del Rey Alfonso XIII en 1941, Jaime, que ya debía de haberse enterado de algunas de las reivindicaciones legitimistas francesas, se proclamó Jefe de la Casa de Borbón y Duque de Anjou, título que llevan los herederos de la Casa de Francia y que ya tenía el primer Borbón que reinó en España, Felipe V.
De todos modos, Jaime seguía reconociendo a su hermano Juan como el heredero al trono español, pues en el verano de 1945 le escribió desde Lausanne una carta dirigida a <<Su Majestad el Rey Don Juan III>>. En ella aclaraba que cualquier rumor de prensa acerca de la posibilidad de reclamar sus derechos a la Corona española era totalmente falso e insistía afirmando que su renuncia incluía también a sus hijos. Por último, añadía que éste había sido el motivo por el que se había casado conmigo que no pertenecía a familia real alguna. Es decir, hacía hincapié en que nuestro matrimonio era morganático.
A mí me alteró mucho el hecho de que recurrieran a calificar mi matrimonio con Jaime como morganático, algo que, según parece, tiene mil y una interpretaciones que cada cual utiliza a su conveniencia. Además, que en cierto modo pudiera ser yo la persona que impedía a mi marido subir al trono me hacía sentir culpable y también humillada.
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Cuando Alfonso XIII no pudo llevar a cabo su matrimonio, como en un principio era su deseo, con Patricia de Connaught, y decidió casarse con la prima de ésta, doña Victoria Eugenia de Battenberg, su tío el Rey Eduardo VII le otorgó a ella el título de Princesa de Gran Bretaña e Irlanda para que, de este modo, pasara a ser tratada como Alteza Real y pudiera casarse con el Rey. No es que yo esperara que me concedieran el título adecuado para convertirme en persona de la realeza, si es que mis apellidos no les parecían suficientemente importantes. No, no es eso. Pero sólo por poner un ejemplo, la Reina Victoria Eugenia, en el Gotha alemán –el prestigioso índice anual de las casas reales y principescas-, figuraba, como Battenberg, en la tercera parte del tomo, precisamente donde aparecía también mi familia. Asimismo, mi matrimonio no está calificado como morganático en dicho índice, aunque sí el de mi hermano. No sé bien por qué. También se da cuenta del nacimiento de Alfonso y Gonzalo, lo que se publicó en el Gotha de 1938, cuando todavía vivía el Rey. Cuando Alfonso XIII murió en 1941, Juan debió aprovechar la edición de ese mismo año, posterior al fallecimiento, para poner antes de mi nombre el tratamiento de <<Excelentísima>>. Quizás no se atrevió a añadir también <<matrimonio morganático>>. Y en cuanto a mis hijos Alfonso y Gonzalo… en aquella edición ni tan siquiera figuraban.
Los padres de mi cuñada María, que eran Borbón Dos Sicilias y Orleáns, no tuvieron necesidad de otorgarle nada puesto que ella era alteza real por sus orígenes. Recuerdo que un día, yendo al Vaticano, no sé por qué razón la madre de María, la Princesa Luisa de Orleáns, me obligó literalmente a pasar por una puerta antes que ella. Quizá ella pensaba que yo sí era alteza real.
Creo que hubo un intento de equiparar mi matrimonio con Jaime al contraído por el Príncipe de Asturias con la cubana Edelmira Sampedro porque les convenía. Eso sí, digo todo lo alto que puedo que, en ningún caso, podían ser comparables.
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Aquella carta de 1945, tan dolorosa y humillante para mí y para mis hijos, se publicó en la Gazette de Genève y entonces tuve ocasión de leerla. Estoy segura de que sus intenciones, al hacerlo, no fueron precisamente puras. ¡Me pareció una falta de elegancia tan grande!
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Leí en su día alguna declaración que mi hijo Alfonso hizo con relación a este desagradable asunto. Él pensaba, y estaba en lo cierto, que esto podía haber sido la gota que colmó el vaso y el detonante que precipitó nuestra separación, la definitiva.
Obviamente, no era una cuestión de comentarlo con nadie. Mi familia política leyó la carta en la prensa, igual que yo, pero guardó silencio. A mí su actitud me pareció respetuosa y a la vez cobarde. Ellos no querían problemas y, además, la inmensa mayoría de sus miembros no servían para nada. Como ya he dicho, la Reina por un principio huía de todo aquello que no fuese agradable o trivial. Era una buena mujer, que también sufrió mucho, y en aquel preciso momento, sobrepasada por los acontecimientos, decidió ocuparse únicamente de sus perros y de ir bien vestida. Y mis cuñadas, ¿qué me podían decir?
Sabiendo lo que hoy sé, es probable que me hubiera dirigido a algunos españoles de mi confianza, como Mariano Calviño, Pepe Solís y otro para pedirles consejo, pero ¿qué podía hacer yo, una extranjera, sola? Ni tan siquiera había vivido en España y, además, hablaba y hablo fatal el castellano. Cada vez más era inútil pretender entender un asunto que resultaba ininteligible”.En este punto rescatan sendos artículos del Marqués de Villamagna publicados en los diarios Arriba y ABC en 1947. "Fue entonces cuando el diario ABC, de reconocida tendencia <<juanista>>, recordó al Marqués de Villamagna el matrimonio morganático que Jaime había contraído conmigo y por el cual mis hijos quedaban descalificados para pretender la Corona de España. Juan Balansó, en su libro Los Borbones incómodos, dice algo muy significativo sobre este asunto en concreto: <<El Marqués de Villamagna volvió a la carga negando la validez de la misma manera que La Zarzuela, paupérrima de argumentos, me lo negó muchos años después a mí, cuando ya se avizoraba al señor Marichalar y al señor Urdangarin>>.
Si yo hubiera sabido de todas las posturas encontradas que en España mantenían los monárquicos con respecto a los derechos dinásticos de Jaime, o cuando menos de mis hijos, jamás me hubiera ido con Antonio Sozzani, a quien todos llamábamos <<Tonino>>. Hubiera dado lo mismo que, en principio, creyera encontrar en él un apoyo o un amor. Mis hijos lo fueron todo para mí y, por ellos, hubiera renunciado a cualquier cosa. Habría permanecido allí, aguardando un acontecimiento que pudiera beneficiar a Alfonso y Gonzalo. Pero ¡cómo iba a conocer todo ese maremoto que con lentitud, pero de manera inexorable, se tornaba en naufragio a nuestras espaldas!
Seguramente, con el fin de evitar problemas con su hermano, Jaime le escribió otra carta, en junio de 1947, en la que ratificaba la <<indiscutible designación>> de Juan como heredero al trono de España. Es más que probable que también esta vez hubiera sido <<convencido>> de alguna manera para escribirla, pues Jaime dependía económicamente de terceros.
[…]
La volubilidad de Jaime se puso nuevamente de manifiesto en 1953 cuando, para complicar más las cosas, abdicó de sus derechos al trono español pero no al francés, por el simple hecho de que tal renuncia no está contemplada en las leyes sucesorias de la Casa de Borbón francesa. No creo que decidiera esto con el fin de facilitar las cosas a Alfonso, ya que él nunca pensó en sus hijos. Puede que fuera uno de sus consejeros quien le indicara que le convenía hacerlo así. Y como Jaime hacía caso a todo aquel que se le acercaba, iba siempre contradiciéndose y, a la vez, perdiendo credibilidad. Una actitud personal que para él era un desprestigio y que a mis hijos, indirectamente, les perjudicaba mucho.
No he sabido jamás si Jaime dirigió una carta a Franco en 1953, pero sí he leído que un año después, en 1954, escribió una a varios jefes de Estado en la que reivindicaba su derecho al trono de España para sí y sus descendientes, alegando que aquella renuncia a favor de su hermano Juan no había sido <<ratificada por las Cortes, como lo exigía la Constitución>>. Tampoco supe con seguridad si, de este modo, volvía a autoproclamarse Príncipe de Asturias. Por aquel entonces no manteníamos relaciones de ningún tipo. En Francia era ya considerado el heredero por los legitimistas franceses”.
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