Registrado: 22 Abr 2015 17:57 Mensajes: 21333 Ubicación: España
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"Los distanciamientos y reencuentros entre Jaime y Juan se sucedían con una facilidad pasmosa. De hecho, hubo un momento en el que yo no veía a Jaime, pero únicamente por la forma en que Juan nos trataba a mí y a mis hijos -su antipatía hacia nosotros solía ser de moderada a máxima- podía yo saber si, en aquel momento, eran amigos o si el mal genio de ambos había superado los buenos propósitos tras la última discusión.
Cuando Jaime quiso que se investigara a fondo la irresponsabilidad de Juanito, era obvio que la relación entre los hermanos atravesaba una profunda crisis; de otro modo, Jaime hubiera sido incapaz de meter el dedo en la llaga. No es que con esta hipótesis yo trate de defender la actitud de Jaime. No. En mi opinión, no habría debido pedir nada. No era el momento de investigar y, mucho menos, algo tan doloroso como peregrino. Ya he repetido que siempre he tratado, con todas mis fuerzas, de que la política no enredara la vida de mis hijos. Por esta razón, dada la edad de Juanito -dieciocho años- cuando todo esto sucedió, no debería haberse permitido convertir tan triste suceso en un arma arrojadiza entre los dos hermanos. No me cansaré de decir que, para mí, Juan Carlos es un niño grande. Cariñoso, simpático y poco sensible.
Pero no es la hora del rencor. Mi intención no es la de sacar trapos sucios ni enemistarme con nadie. Por desgracia, ya lo perdí todo o, al menos, aquello que, de verdad, me importaba: mi abuela, mi madre, mi hermana, Alfonso, Gonzalo y, también, mi nieto mayor. Soy una persona de mucha edad; ya no tengo nada que perder. Es mi nieto Luis Alfonso todo lo que me queda en este mundo. El hijo de mi hijo, a quien por razones de lejanía apenas trato, pero sin embargo quiero.
Me impresiona pensar en todas las vueltas que da la vida. ¿Quién iba a decir que, después de todo lo que Juan maniobró, nunca reinaría en España? El secretario personal de Juan, Ramón Padilla, y Juan Luis Rocamora, que no me gustaba nada porque continuamente se iba de juerga con Jaime y Juan, estaban todo el día con este último. Como Juan hablaba mal de Franco en público, pienso que sus comentarios acababan por llegar a oídos del General. Alguien me dijo una vez que Ramón Padilla no lo habría hecho nunca, pero tal vez Rocamora... No es que hubiera dado cuenta de estos comentarios de Juan de manera distinta, sino posiblemente ante otras personas. Y no nos engañemos: los chismes corren y han corrido siempre como un reguero de pólvora.
Yo sé que mi cuñado quería mucho a Ramón Padilla. Me consta que fue un diplomático prestigioso. Ahora, también sé -y era ésa la razón por la que le cogí manía- que estaba siempre de juerga con ellos. Y es que no era sólo un reconocido profesional, sino al mismo tiempo un codiciado soltero.
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A Sotomayor, representante de Juan en España, le conocí bien porque venía a ver al Rey y, con sinceridad, me inspiraba una gran simpatía. Pero yo siempre lo encontré muy frívolo para ser si consejero. También lo fueron Gil-Robles y Calvo-Sotelo. Los consejeros cambiaban mucho; de pronto uno se iba y venía otro. Eran incontables todos los que, en un solo mes, podían pasar por Roma.
Considero que una de las cosas más difíciles del mundo es saber rodearse de las personas adecuadas. Muchas veces he pensado que Juan estuvo muy mal aconsejado. Si hubiese permanecido quieto, tranquilo y callado, puede que Franco lo hubiera llamado para que se hiciera cargo de la monarquía en España. Habría sido lo lógico y, de este modo, en vez de una instauración quién sabe si hubiera podido ser una restauración lo que se llevara a cabo. Sin embargo, su actitud ante el Caudillo era la de oponerse a esto y a lo otro pensado, seguramente, que tenía la sartén por el mango. No creo que ni él ni sus consejeros fueran capaces de darse cuenta de que Franco era mucho Franco, además de militar, con todo lo que esto implica.
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Como se puede comprobar por unas cosas y otras, nada estaba claro: ni el derecho al trono, ni la primogenitura, ni las relaciones de Juan y Jaime ni, pos supuesto, la de Juan con mis hijos. Este ambiente de continua duda que se cernió sobre varios miembros de la familia Borbón a la muerte del Rey Alfonso XIII no ayudaba, evidentemente, a procurar ninguna tranquilidad. Muy por el contrario, los nervios de unos y otros estaban a flor de piel. Y es que no se trató solamente de una lucha por el poder, sino de una silenciosa contienda en la que el amor propio o la dignidad herida eran algo mucho más importante todavía.
Las relaciones entre los miembros de las familia se reducían a desamores y desencuentros. ¡Cuántas veces he pensado que hubiera dado todo a cambio de no vivir aquel horror! Insisto en que a mí personalmente nada de todo ello me importaba, pero ¿qué madre no sufre cuando lo hacen sus hijos? Era Alfonso quien lo pasaba peor y, a la vez, quien guardaba las formas, como su educación se lo exigía, hasta límites extremos. Y eso para luego morir así, de aquella trágica manera, con apenas cincuenta y dos años, después de haber sido abandonado por su mujer y de haber perdido un hijo.
En los pasaportes que les fueron expedidos en España, Franco había exigido que constara S.A.R. antes de los nombres de pila de cada uno de ellos. De este modo, parece que reconocía su condición de príncipes reales. Yo sé que el Generalísimo valoraba en Alfonso su cultura y su patriotismo. Me consta que, para él, mi hijo fue <<la otra alternativa>>. Tanto es así que dejó a algún miembro importante de su Gobierno, como Solís y algún otro, junto a Alfonso. La actitud de Juan me daba pie a pensar que temía que Franco cambiara su decisión. También a mí, en aquellos momentos, hubo gente que trató, por si acaso, de cortejarme. Pero yo no estaba por la labor de permitírselo. Como antes decía, encuentro que el género humano es execrable en general y los hombres, por su orgullo y desmedida ambición, en particular.
Franco, como dictador que era, quería que el país se rigiera según su criterio tanto en el presente como en el futuro. Pienso que, más pronto o más tarde, se percató de que esto no sería posible de conseguir teniendo a Juan como heredero. Creo que pensó, sin embargo, que Juanito, por quien según cuentan sentía un gran cariño, sí seguiría sus pasos tal y como iba marcándolos para dejar todo, antes de morir, como él consideraba más conveniente. De hecho, Juanito juró las Leyes Fundamentales como condición imprescindible para poder suceder al Caudillo. Pero cuando Franco murió y se convirtió en Rey, hizo lo contrario.
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Muchos encajes de bolillos tuvieron que hacerse para que se asentase la Transición en España. A mi juicio, se trató de una cuestión tan alambicada que, lo mismos que salió bien, podría haber estallado por los aires y quién sabe si hubiera podido reproducirse el espantoso cuadro de una nueva guerra civil.
Yo, en su caso, creo que hubiera intentado cambiar las cosas con lentitud y no de un plumazo, como al menos pareció hacerlo. Ahora bien, también imagino que tal vez eso no fuera posible. Las personas, muchas veces, no hacemos las cosas como queremos, sino como podemos. De igual manera vivimos como podemos, no como queremos. En un momento determinado, Juan pretendió enviar a su hijo a la Universidad Católica de Lovaina, en Bélgica, para que prosiguiera allí su formación, y Franco le dijo: <<Si lo mandas a Bélgica, nunca será Rey>>. Así que no dudó en cancelar aquel proyecto. Yo creo que, en aquellos momentos, Juan estaba convencido de que sería él quien recuperaría la Corona española, pero ante tamaña amenaza cambió los planes que tenía para su hijo.
En cuanto a María, mi cuñada, sólo decir que era entonces una mujer simpatiquísima, alegre y buena. Más tarde nos separamos física y emocionalmente. Creo, la verdad, que su matrimonio con Juan fue difícil, aunque lo llevaron con mejor criterio que Jaime y yo. En este sentido, he de confesar que admiré siempre la forma en que fueron capaces de enfocar su vida en común.
Pienso que no debería acabar este complicado capítulo sin recordar que, aunque duró poco tiempo, hubo en su día otra preocupación añadida: también Hugo de Borbón-Parma, que se casó con Irene de Holanda en abril de 1964, pensó que podía ser Rey de España. Menos mal que enseguida comprendió que debía retirarse como aspirante. Y así lo hizo".
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