La famosa batalla de Atapuerca por la que su padre accedió a nuevas fortalezas aconteció en 1054 cuando Rodrigo apenas contaba 5 años de edad y viviría, suponemos, en la casa fuerte de la familia en Vivar. La proximidad a Burgos, la nobleza del linaje materno, así como el reciente prestigio que su padre adquirió tras la ocupación de Ubierna, Urbel del Castillo y La Piedra, facilitaron el camino para que Rodrigo pasara a educarse en la corte del infante primogénito Sancho, quien por alguna razón le cogió cariño al chico y lo tomó bajo su protección. Nuestro protagonista podría tener unos 12 años, edad normal para que un chico comenzase su educación en la corte, y Sancho unos diez años más que él.
El futuro Sancho II no vivía en León desde diciembre de 1063, fecha en la que con motivo de la traslación de los restos de San Isidoro a la ciudad, su padre le había nombrado oficialmente heredero de sus territorios castellanos a los 25 años delante de la Curia Regia, que aprobó sus disposiciones testamentarias. Sancho era el segundo hijo del matrimonio, por detrás de Urraca, y el primero de los varones, venido al mundo en Zamora después de que sus padres fuesen coronados el 21 de junio de 1038. Elvira, Alfonso y García llegaron después por ese orden. Siendo el primogénito uno esperaría que acabase como señor de León, reino que ostentaba el Imperium como heredero del de Asturias que a su vez era heredero del godo de Toledo, pero Fernando era navarro y al derecho de su lugar de origen se ciñó. Según la ley navarra, Fernando entregó a su primogénito aquello que era verdaderamente suyo por herencia, el condado de Castilla reconvertido en reino, y repartió entre los demás aquello que pertenecía en realidad a su mujer. Fernando no podía disponer de León a su antojo, porque realmente no era suyo, era de su esposa.
Así pues Sancho está en Burgos administrando el condado, que no reino todavía, en nombre de su padre cuando conoce a Rodrigo y le cae en gracia el chaval. Dice la
Historia Roderici que Sancho alimentó diligentemente a Rodrigo y le ciñó con el cíngulo de la milicia, lo que viene a decir que lo trató bien en su casa (alojamiento, comida, ropa, etc) y le hizo entrenar hasta convertirlo en todo un guerrero. También aprendió a leer y escribir así como nociones de prácticas judiciales y administrativas que le capacitarían para asumir funciones de gobierno, diplomacia y justicia. Dada la notable diferencia de edad no se trata de una relación de compañeros de armas, sino que Rodrigo ocupaba un puesto de paje o doncel en el séquito del infante quien de alguna manera debió advertir la extraordinaria habilidad de su protegido como jinete, su precoz destreza con las armas, su calma durante los entrenamientos, su afabilidad y lealtad… algo, lo que sea, debió llamarle la atención. No puede ser casualidad que aquel que será el mejor caballero que estos reinos han dado, se convierta automáticamente en el favorito de su superior a los 13 años. Algo en él debía ser especial y ya destacaba entonces.
El castillo de Burgos en el cerro de San Miguel
Fue en calidad de paje, y a punto de ser armado caballero si no lo era ya desde hacía muy poco, cuando Rodrigo acompaña al infante en una expedición a Zaragoza en el año 1064. Ramiro I, a quien merced a los territorios aportados por su esposa en calidad de dote podemos llamar primer rey de Aragón como tal, tuvo la feliz idea de apoderarse de la fortaleza de Graus que pertenecía al rey de Zaragoza al-Muqtadir. Éste no se podía permitir perder un enclave tan estratégico y pidió ayuda a su aliado y vecino, Sancho, que acudió raudo y veloz con su hueste (incluyendo a un joven Rodrigo) Los aragoneses fueron derrotados y perdieron en esta batalla a su rey Ramiro I asesinado por un soldado árabe, llamado Sadaro, que hablaba romance y que, acercándose al real de Ramiro I disfrazado de cristiano, le clavó una lanza en el rostro. Era el lunes 8 de marzo de 1064 (algunas fuentes indican que fue en septiembre del año anterior, pero los historiadores han fijado la nueva fecha y la mayoría la dan por buena)
Sancho estaba muy interesado en Zaragoza ya que las parias de este reino de taifa habían sido asociadas a Castilla por su padre Fernando. Si Aragón metía su hocico y presionaba hacia el sur, el infante hubiese perdido un buen bocado de su tributo anual y eso era algo que no podía permitirse. Son las parias, toneladas y toneladas de oro, las que construyeron iglesias y monasterios románicos, murallas y palacios; otorgaron prosperidad a las incipientes ciudades comerciales del norte de España; las que permitieron fundar hospitales y albergues que activaron el Camino de Santiago; las que permitieron a nuestros reyes hacerse conocidos en el exterior y las que atrajeron a los monjes de Cluny, merced al generoso donativo anual que Fernando les entregaba para la construcción de su abadía en Francia. Esos monjes nos abrieron a Europa, trajeron ideas y cultura, estilos arquitectónicos y artísticos internacionales e impulsaron la reforma que daría al traste con nuestro rito mozárabe. Sin las parias hubiésemos sido los provincianos de Europa.
De todas formas la presencia de Sancho en la batalla de Graus no fue en
modo alguno tan importante como las fuentes cristianas pretenden hacernos creer, sin duda impresionadas por la muerte del rey de Aragón, tío carnal del infante (hermanastro de Fernando I) Los musulmanes de hecho ni le mencionan a él ni mucho menos a Rodrigo, quien debió volver a Burgos con su señor para continuar su entrenamiento y de quien por esas fechas, con 15 años más o menos, recibiría la dignidad de caballero.
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La expresión suprema de la belleza es la sencillez.
Alberto Durero.