Si os preguntase cuál es el documento más importante a firmar antes de unas nupcias medievales, tras el acuerdo al que llegaban los padres de ambas familias, probablemente diríais “la dote”. Pues estaríais equivocados. Ese montón de dinero y propiedades que un padre debe entregar al novio para que cargue a partir de ahora con la plasta de su hija empezó a tener importancia bastante más tarde. Por estas fechas se limitaba a unos regalos, más o menos costosos según la posición social y posibles de cada cual, que la novia entregaba al novio y que se especificaban en la llamada carta de alleva. Por ejemplo, Ava de Ribagorza le regaló a García de Castilla cuando se casó con él una silla de montar a la jineta, espadas ricamente adornadas, lorigas, una capa de brocado de oro, unas espuelas de plata, etc… todo de delicada factura y extraordinario valor, pero ni una triste moneda en
cash. Además, por supuesto, a la dote se suma el ajuar de la chica: rico vestido para casarse, algunos muebles, lencería de hogar (linos, terciopelos, sedas, etc), vajilla de plata, arcones para guardar todo, tapices… que puede parecer una tontería pero que en la época salía por un pico.
El elemento más importante en el contrato matrimonial en la Alta Edad Media es precisamente el contrapunto de la carta de alleva: la carta de arras. En este documento, el novio especifica cuáles de sus propiedades pasarán a nombre de su esposa en el momento en que se quede viuda y asegurarán que no caiga en la indigencia cuando él falte. Además, esos bienes serán dejados en herencia por la viuda a las hijas del matrimonio, de forma que ellas tampoco sufrirán por el hecho de que el grueso del patrimonio pase al primogénito varón. Puede que para entonces ya estén casadas y tengan sus lindos traseros bien cubiertos con sus propias arras, pero también pueden ser aún niñas y querer entrar en un convento como novicias de cierto nivel (y para eso hay que pagar, con la Iglesia hemos topado), de forma que su madre puede cubrir ese dispendio por sí misma. Las arras garantizaban entonces lo que hoy garantizan los gananciales y el usufructo para la viuda y la legítima de la herencia para las hijas. El caso es que en algún momento de la historia, en vez de mantener ambos términos, lo que se hizo fue convertir la dote en propiedades o dinero bien invertido, mantenerla intacta para la mujer en caso de viudedad, pero administrada por su marido que disfrutaba de los beneficios. Mientras, las arras pasaron a ser esas moneditas que simbólicamente los contrayentes se intercambian en la misa nupcial para recordarle al novio la obligación de poner un plato de lentejas delante de su mujer todos los días. Personalmente opino que salimos perdiendo, ya que algunos hombres resultaron ser penosos administradores, jugadores y bebedores, y más de una mujer se encontró viuda y pobre cuando su dote había sido espectacular.
El caso es que los familiares de Jimena, viéndose por orden del rey en la obligación de casar a la chica con un infanzón del montón, quisieron cubrir las espaldas de la moza y exigieron al Campeador que otorgase arras a Fuero de León, por ser ella asturiana, y no a Fuero de Castilla como a él le convenía por origen. En León el marido solía dar en arras la mitad de sus bienes y de los gananciales, mientras que en Castilla, siguiendo una disposición del Líber Iudiciorum, no se podía sobrepasar el 10% del patrimonio del caballero. El documento se suscribió el 19 de julio de 1074, probablemente poco antes de la boda en sí, y se conserva en la catedral de Burgos.
Sin embargo en ese pergamino hay “algo más”, un añadido probablemente de hacia 1080, cuando los tres hijos del matrimonio ya habían nacido y Jimena había tenido tiempo de darse cuenta de que su marido no era un infanzón del montón, sino un hombre con una ambición voraz y los redaños para conseguir sus metas. Puede que hoy veamos al Cid como un espejo de caballeros, un ejemplo de la mejor nobleza y bonhomía, de valor y lealtad, pero en la Edad Media la gloria militar va acompañada de riqueza, prestigio y posición social y todo ello importaba tanto o más que los laureles. Rodrigo era un guerrero ejemplar, pero de tonto no tenía un pelo, y lo mismo que buscó la fama por sus hazañas también buscó hacerse con un buen patrimonio y todos los lujos que acompañan a un señor, sencillamente porque ambas cosas eran inseparables en esa época. Era impensable que un caballero tipo Lanzarote del Lago, capaz de ganar todas las batallas con un brazo atado a la espalda, apenas tuviese un mendrugo que llevarse a la boca, no entraba en sus mentalidades. Sencillamente si eras un hacha en el combate, te forrabas a costa de regalos y botín… y a nadie le parecía mal, ni eras un pesetero, ni un avaricioso, ni iba en contra de los ideales caballerescos, ni ser mercenario estaba mal considerado. Es cierto que si haces un pleito homenaje y juras vasallaje estás sujeto a ciertas normas y que debes honrar a tu señor, pero más allá de ello la profesión de las armas es eso, una profesión, y tienes que alimentar a tus hijos y tener a tu señora cubierta de sedas para que esté contenta. Rodrigo no tenía nada de pobre caballero errante ni siquiera cuando el rey lo desterró.
A lo que iba, que 6 años de casada hicieron comprender a Jimena que podía ganar más en su acuerdo de arras y añadió un segundo negocio jurídico: una
profiliatio, que en cristiano quiere decir que ambos nombraron al otro heredero universal de todos sus bienes, que después deberían pasar a sus hijos. Jimena ya no se queda con su mitad en caso de ser viuda, se queda con todo lo que posee Rodrigo y ella dispondrá como estime conveniente a la hora de otorgar testamento a sus hijos (y viceversa si Rodrigo se queda viudo antes) Sólo en caso de que se vuelva a casar, perderá la dama tanto las arras como la herencia.
Este añadido nos permite conocer el grado de intimidad a la que el matrimonio había llegado. Las profiliatio no son comunes y sólo se dan cuando existe confianza entre los cónyuges. Rodrigo está admitiendo que Jimena tiene suficiente inteligencia, capacidad y conocimientos como para administrar todo su patrimonio si fuese menester, asegurar la futura herencia de sus hijos e hijas y disponer para ellos el futuro perfectamente. El Campeador, un caballero fuerte y honorable, macho Alfa donde los haya, está diciendo al mundo que cree que su mujer tiene un cerebro dentro de su cabecita y que encima funciona estupendamente. Bueno, y viceversa, pero es que la historia no suele cuestionar la inteligencia de los hombres y las capacidades de Rodrigo se dan por supuesto. Por eso este documento es todo un elogio a Jimena.
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La expresión suprema de la belleza es la sencillez.
Alberto Durero.