“Hasta que se produjo el bombardeo, el palacio había estado incautado por el Partido Comunista. Allí se recibía a mucha gente; cuando venía algún personaje por Madrid siempre se le llevaba a Liria. ¡Poco que presumían de que el palacio había sido salvado por el pueblo!
[…] Como vivía en Ventura Rodríguez vi el bombardeo y las llamas del palacio y sentí una gran congoja porque yo había tenido contactos con el viejo duque de Alba. Aquello era una inmensa catástrofe. […] Y a partir del bombardeo se acabó todo. El palacio quedó abandonado. Los grandes jefes se fueron porque aquello ya no le servía al Partido Comunista de propaganda y de glorificación ante el extranjero. […] No salvaron nada -se refiere a los milicianos-. Los grandes cuadros […] no estaban en Liria. Lo que había en el palacio estaba tirado en el jardín, abandonado. Lo de las fotos de los milicianos salvando el patrimonio fue literatura.
[…] Por entonces algunos jóvenes arquitectos habíamos constituido unas llamadas Brigadas de Socorro del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid, para remediar algunos de los daños sufridos por la edificación de la capital. Se trataba de ayudar a los bomberos, sacando heridos de los escombros, apuntalando edificaciones, que amenazaban ruina, y aliviando en lo posible aquellos estragos que producía la guerra. Entonces se me ocurrió utilizar estas
modestas brigadas para hacer algo a favor del palacio ducal. Gracias a salvoconductos que teníamos por pertenecer a las Brigadas de Socorro, asimiladas a servicios de guerra, entramos en los jardines del palacio. [Llegamos a la semana del incendio]. El espectáculo era desolador, las praderas estaban materialmente repletas de libros que habían sido arrojados por puertas y ventanas en el momento del incendio. Por ventura el Duque había guardado en los sótanos del Banco de España las pinturas más valiosas de su colección: Tizianos, Fra Angélicos, Goyas... Las obras máximas se salvaron, pero quedó todavía dentro un tesoro incalculable y nos impusimos la tarea de rescatarlo y en la medida de lo posible conservarlo. Era difícil, puesto que nuestra tarea, oficialmente reconocida, era otra. Tuvimos por lo tanto que valernos de muchas argucias y entre otras cosas decir que se trataba de salvar tesoros para el patrimonio del pueblo, cosa que en el fondo era verdad. Nuestro impulso primordial era romper con la destrucción de una manera o de otra.
Cogimos los libros, algunos a punto de convertirse en pasta de papel por la humedad y la lluvia, los apilamos y los guardamos en algunas estancias de los sótanos. Hicimos lo mismo con algunas otras obras que encontramos dispersas por el suelo y que en los mismos sótanos fuimos acomodando. Me acuerdo, por ejemplo, de una armadura completa del Conde Duque de Olivares, que me dio la medida de su pequeña talla corporal.
Nuestra actuación duró mucho tiempo, nos vinculamos al Palacio de Liria y mi hermano Carmelo y yo, sobre todo el primero, vivíamos muchas horas en Liria con unos personajes verdaderamente repulsivos a los que no podíamos perder de vista. Uno de ellos era un tal «Calefato», que había sido carbonero de Palacio y que, armado con un rifle, merodeaba las noches por el barrio dando el alto y disparando al que le venía en gana. Sabíamos que a algunas de estas víctimas las llevaba por las noches a los jardines y las enterraba cavando las fosas con sus propias manos.
No es para decirlo lo que allí pasó, pero nos sentíamos pagados por el solo hecho de luchar contra la destrucción.
[…] Logramos nada menos que salvar el palacio. Lo desescombramos completamente y consolidamos las fachadas de Ventura Rodríguez que son muy nobles y la capilla pintada por Sert.
Sentimos la curiosidad de saber qué había sucedido con el gran archivo de la Casa, que según todas las noticias debía hallarse entre los escombros. Animados por esta certidumbre, empezamos a desescombrar el interior del Palacio, pretextando que se trataba de encontrar materiales útiles para los servicios de guerra. El hecho es que lo desescombramos completamente y que no sólo hicimos esto, sino que consolidamos las fachadas que, hasta cierto punto, se sostenían en pie por el escombro acumulado. Y obtuvimos el premio deseado, encontramos íntegro, completo, intacto, guardado en unas cajas metálicas, el archivo histórico de la Casa de Alba. El Duque había tenido el acierto, hacía poco tiempo, de proteger los papeles del archivo con estas cajas metálicas que fueron su salvación. Las encontramos, las apilamos y de nuevo en un sótano, todavía más escondido y profundo, las almacenamos. Después cerramos su acceso con una pared de ladrillo, pensando que cuando llegaran tiempos mejores se encontraría allí sano y salvo. Pero las cosas no fueron exactamente así y llegó un momento en que otro de aquellos siniestros personajes que pululaban por Liria, un capataz que había estado en Guinea y que presumía de llevar una cazadora de piel de gorila, nos denunció diciendo que habíamos enterrado y guardado un archivo de derechas. No recuerdo cómo, acaso por mi hermano, pudimos ponernos en contacto con el Museo Municipal de Madrid, donde teníamos amigos como Federico Carlos Saínz de Robles, Miguel Molina Campuzano, Antonio Casero, que, vía el Ayuntamiento de Madrid, pudieron incautarse de tal archivo y biblioteca que habíamos preservado y pudieron salir en garantía de mi persona para que se me dejara en libertad. De hecho el archivo histórico de Liria y un porcentaje importante de la biblioteca quedaron salvados.”