Andregoto, niña...yo creo que lo realmente sustancial en la vida es poder compartirla con la persona que amas e intentar conseguir los dos que ese sentimiento se convierta en algo perdurable, capaz de trascender el roce a veces áspero de la cotidianeidad a través de años y años. Si el hombre que amas además tiene la suerte de proceder de una familia acomodada y se desenvuelve mejor que bien en el aspecto económico...pues mira, a nadie que yo conozca le sentaría mal al cuerpo contar con ese "plus de tranquilidad", aunque, por lo que te he entendido, tú también tienes tu formación y tu empleo, es decir, tus propios recursos. Los que sugieran siquiera que has pegado el braguetazo del año en realidad se mueren de puritita envidia, maja. Y para las envidias ajenas no hay mejor alternativa que una sonrisa de oreja a oreja.
Pero en el caso de las mujeres que se enamoraron y se casaron con príncipes herederos...bueno, no les arriendo la ganancia en absoluto. Estoy pensando que todas eran mujeres jóvenes y con una preparación que les permitía manejar unas expectativas razonables de vivir de manera acomodada; quizá sin poder permitirse caprichos todos los días, vale, pero desde luego ninguna era una pobre cenicienta que necesitase un príncipe para tener el par de chinelas completo y otro de repuesto por aquello de la costumbre de perder zapatos a medianoche. Cuando decides casarte con un príncipe, máxime en el caso de un príncipe heredero, no te estás casando solamente con el hombre que amas; en realidad, te estás casando con una familia que representa un linaje, una continuidad histórica, relevante para un país en concreto y con proyección a escala internacional. Desde el principio, tienes que ver con claridad mediana que renuncias a tu privacidad, que vas a estar no expuesta sino sobre-expuesta a la curiosidad pública. Vamos, que ni la caridad te libra de un buen repaso cada mes.
Pienso que ellas aprenden a sobrellevar la ansiedad y el estrés galopante que pueden producir esa clase de situaciones. Desde un punto de vista material, es cierto que dejan de preocuparse por asuntitos tan prosaicos como pagar un alquiler o una hipoteca, los repuntes del euríbor, las subidas de la luz o del agua, el posible alza del indice de precios de consumo en general, la calidad de la sanidad pública, etc. Todo eso se queda para nosotros, la gente común y corriente. Pero también es cierto que prefiero lidiar con ese batiburillo de preocupaciones típicas de la gente común y corriente. A los que les envidian, a esos que siempre tienen en la boca frases del tipo "son unos privilegiados, se dan la vidorra del siglo...", me gustaría verles a mí una semana, sólo una semana, sacando adelante un trabajo tan peculiar y especial. Me gustaría ver con mis ojitos cómo se las apañarían para encajar el hecho de que les toca aparecer con una imagen impecable y a poder ser suficientemente elegante o incluso refinada en actos públicos que algunas veces serán de su interés, pero a menudo serán simplemente lo que les han introducido en la agenda por múltiples motivos. Por favor...¡si yo me lamento para mis adentros cada vez que mi trabajo me obliga a estar presente en una reunión particularmente complicada, de ésas en las que sabes que más te vale no dar ni un pasito en falso, o a acudir a una comida en la que estén los jefes! Divertidísimo tiene que ser compaginar audiencias con entregas de premios, inauguración de ferias sectoriales con visitas a instituciones culturales o educativas, paseos por las ciudades y recepciones a mandatarios extranjeros. Y aunque les duela la cabeza, si toca tiara, toca tiara, igual que quedaría feísimo que se apeasen de los tacones en un momento determinado porque les están lastimando los zapatos y se han olvidado el compeed ampollas. Lo que trato de dar a entender es que es un trabajo particularmente exigente, porque en realidad es mucho más que un trabajo, constituye una forma de vida que mezcla lo privado y lo público ante los ojos de sus conciudadanos. Que a veces les critiquen, supongo que va entre las cargas del cargo. Pero es cierto que con Letizia no se trata meramente de críticas, sino que hay un sector que se entretiene siguiendo la pauta que marcan otros cuyos intereses en la materia superan el gusto por el despelleje para convertirse en una cuestión crematística. Se gana mucho dinero yendo de tertulia en tertulia, sacando alguna columna y ocasionalmente publicando un librito cuya publicidad está garantizada por la presencia en los medios del autor o de la autora. Es rentable, simplemente.
En realidad, Octavius tiene razón cuando se refiere a la tradición de los libelos que se dirigían a miembros de la realeza. Pero es una tradición porque siempre ha sido rentable para los autores. Y hay quienes encuentran fácil dejarse llevar por esa corriente, porque coincide con su propia inclinación a poner verde al personaje en cuestión.
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