El fracaso de los franceses para ofrecer una muestra de resistencia a los ingleses parecía inexplicable, incluso a ellos mismos. Esperaban que se produjera una invasión e incluso nombraron capitán general al delfín, Luis de Guyena, para organizar la resistencia. Se puso en alerta a los hombres de armas de toda Francia, se reforzaron guarniciones y castillos e incluso se dotó un fondo de dinero para la guerra. Robin de Hellande, el
bailli de Rouen, recibió órdenes de prepararse para un desembarco y Harfleur está en medio de su jurisdicción. Charles de Albret, condestable de Francia, y el mariscal Boucicaut fueron nombrados lugarteniente del rey y capitán general respectivamente y fueron enviados a Normandía con 1.500 hombres cada uno. Se situaron a ambas orillas del Sena, uno en Honfleur y otro en Caudebec.
Unos pescadores de Boulogne dieron el aviso de la llegada de las tropas inglesas y los mensajeros se apresuraron a llevar las noticias por toda Normandía. Adios al factor sorpresa de Enrique V, entonces ¿qué les pasó a los franceses?
¿Conoceis el cuento de Pedrito y el lobo? pues eso mismo, después de tanta alarma infundada y tanta tensión, los locales no se esperaban un desembarco verdadero y, cuando se hizo evidente que esta vez era de verdad de la buena, nadie intentó hacerles frente sencillamente porque era poco práctico. La guarnición de Harfleur tendría que dejar la ciudad indefensa si salían a hacer frente a los ingleses, el condestable tendría que dejar vulnerable a Honfleur si se dedicaba a hacer la marcha de dos días necesaria para pillar a Enrique desembarcando. Desde un punto de vista militar, era mejor replegarse tras las gruesas murallas fortificadas de las ciudades que arriesgarlo todo a campo abierto, además era una práctica habitual durante la Guerra de los 100 Años, pero a posteriori todo el mundo acusó al condestable de Albret de traición por quedarse de brazos cruzados.
Si Albret no actuó es porque Enrique le había engañado fingiendo que atacaría la costa sur del Sena pero desembarcando en el norte, por lo que el condestable se encontró lejos de la acción. Este fallo de cálculo fue fatal porque comprometió seriamente su autoridad y su capacidad de persuadir a los demás líderes de la forma de proceder en el futuro, ya no se fiaban de él.
El sábado 17 de agosto Enrique termina el desembarco sin incidentes, dando gracias a Dios y armando caballeros a diversos escuderos. Después de los días de confinamiento a bordo el ejército estaba listo para un poco de diversión, lo que en estos casos quiere decir saquear los alrededores, pero el rey prohibió el despendole con una serie de ordenanzas que se convirtieron en el código de conducta de toda la camaña y pobre del que no las cumpliese. Nada de incendios, iglesias y edificios sagrados no se tocan y no se ponen las manos encima a las mujeres o sacerdotes a menos que estén armados y presenten una actitud violenta, cada uno debe permanecer con su compañía y llevar la insignia identificativa además de la cruz de San Jorge que te identifica con el ejército inglés, si das un grito de guerra sin permiso te ejecutan (por ejemplo:
montez, ¡montad!) Además las ordenanzas recordaban el trato debido a los prisioneros y el sistema a seguir para reclamar los rescates.
La etiqueta precisa para hacer un prisioneros estaba establecida: un captor debe aceptar la palabra de rendición de su prisionero y la promesa de no escapar, y una prueba en garantía como un guante o un yelmo. El captor queda obligado a proteger la vida de su prisionero que debe presentarse a los capitanes para ser interrogado. Una vez hecho, se le devolvía al captor que no podía liberarle sin un salvoconducto del rey, el condestable o el mariscal, aunque hubiese pagado el rescate. Y como vereis, las órdenes se cumplían a rajatabla y, salvo casos excepcionales, la palabra de honor de un caballero del siglo XV es ley (igual que ahora, bueno, parecido
)
Supongo que a estas alturas que ya conocéis bien a Enrique no hará falta que os diga que, si bien sus ordenanzas no eran nada nuevo, con él se cumplían estrictamente y los soldados no se andaban con bromas. La inusual disciplina del ejército inglés sorprendía incluso a sus enemigos.
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La expresión suprema de la belleza es la sencillez.
Alberto Durero.