Hablemos de vil metal...
Decía Christine de Pizan en su "Libro de los hechos de armas y de la caballería" que el príncipe prudente ha de calibrar de cuánta fuerza dispone, cuánta puede conseguir y cuánto dinero le va a costar todo eso, "porque si no está provisto de estos elementos básicos, es una locura hacer la guerra, ya que son necesarios por encima de cualquier otra cosa, especialmente el dinero".
La amarga experiencia de Enrique V en Gales, con gran escasez de dinero, le ha enseñado la lección: una guerra exitosa es una guerra bien financiada, da igual si estamos en el siglo XV o el XXI.
Gracias al sencillo procedimiento de reducir el fraude y el despilfarro, de revisar las cuentas y vigilar de cerca el gasto, Enrique recibe el doble de ingresos que su padre por las mismas tierras. Tampoco es un hombre que condeda favores y rentas alegremente y, en el caso de otorgarlas, esperaba que se trabajase por ellas en consecuencia, so pena de perderlas.
El rey ordena a su tesorero Thomas, conde de Arundel, una auditoría general que informara de los ingresos con los que se podía contar. Todo oficial real, desde el conde al escribiente más humilde, sabe que el rey en persona está examinando con detalle sus cuentas, comprobando cifras y firmando pagarés de su puño y letra con anotaciones al margen según su importancia. Esta atención personal y meticulosa no tiene precedentes en ningún reino hasta la fecha.
El Tesoro comienza a ingresar dinerito contante y sonante a unos niveles nunca vistos y pese a todo no es suficiente. El rey debe gravar con impuestos a sus súbditos, medida impopular que no puede hacerse sin la aprobación del Parlamento. Por eso es una suerte que durante sus años como Príncipe de Gales, Enrique haya entablado unas relaciones extraordinariamente buenas con la Cámara de los Comunes reforzadas por el hecho de que se muestra como un rey
modelo. Ese buen rollo dispone a los comunes a favor de las peticiones de impuestos del monarca que recibe entre 1414 y 1420 diez subsidios y un tercio, las mismas cargas fiscales habían provocado una revuelta contra Ricardo II.
Los subsidios o impuestos directos, que es lo mismo, los paga todo el mundo sobre el valor de sus bienes muebles, sea noble o no (gran diferencia con los reinos castellanos), excepto aquellos que tienen bienes muebles valorados en menos de 10 chelines. El clero paga subsidios al nivel más alto, aunque debían otorgarlos en sus propias asambleas llamadas sínodos (gran diferencia con los reinos castellanos, otra vez) A esto se suman los impuestos indirectos con los que se gravaba la exportación de la famosa lana inglesa, el vino y otras mercancías.
Pese a la generosidad de los subsidios era impensable pagarlos todos de una vez. En febrero de 1415 se recaudó la mitad, pero la segunda mitad no vencía hasta febrero de 1416 lo que deja al rey con la preocupación de encontrar efectivo para pagar sus gastos militares en ese período intermedio. Enrique tiene que pedir prestado a los banqueros italianos y, al revés que sus antepasados, como se considera un hombre de honor debe devolver los préstamos. Por ello, en vez de confiar en extranjeros, vuelve la mirada hacia sus súbditos para que le ayuden con la financiación.
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La expresión suprema de la belleza es la sencillez.
Alberto Durero.