Otro personaje que se apuntó en seguida a la Cruzada fue Bohemundo de Otranto (o de Tarento), hijo de Robert de Guiscard, duque de Apulia y de Calabria, que reunió todo un ejército en el sur de Italia y una flota en Génova.
Ambos son personajes fabulosos así que vamos a dar unas pinceladas de cada uno.
Roberto de Hauteville o Roberto Guiscardo, llegó a Italia en 1046 siendo un pobre caballero. Como esa condición no era de su agrado, organizó un ejército de mercenarios para crear sus propias posesiones en Calabria. En principio al Papa no le hizo ni puñetera gracia la creación de un Estado normando al sur de sus barbas, pero después vio en Roberto un aliado contra el Sacro Imperio, así que para mantenerlo contento en 1059 el papa Nicolás II nombró a Roberto por la gracia de Dios y de san Pedro, duque de Apulia y Calabria y de aquí en adelante, con la ayuda de los dos, duque de Sicilia, ganando Palermo a los bizantinos en 1072. No está nada mal para un caballero que 13 años antes no tenía ni dónde caerse muerto.
Fue enemigo de Alejo Comneno antes de proclamarse la I Cruzada y toda su experiencia se la transmitió a su hijo Bohemundo que hizo buen uso de ella, aunque las circunstancias no siempre estuvieran a su favor. Murió de fiebre tifoidea en el año 1085, diez años antes de la llamada de Urbano II, siendo su hermano Rogelio el que completó la conquista de Sicilia y le birló el título de Conde a Bohemundo y, aunque intentó recuperar su herencia italiana, lo cierto es que no puso mucho empeño ya que era dueño de las posesiones de su padre en el Adriático pero, al perderlas a manos de los bizantinos, el Papa decidió compensarle nombrándolo señor de Tarento.
Por cierto que su madre, Alberada de Buonalbergo, elegió para su hijo el sonoro nombre de Marcos, pero debido a su estatura bastante superior a la media en la época, se le apodaba como el mítico gigante Bohemundo. Se le consideró en su época un hombre ambicioso siempre a la búsqueda de destacar sobre los demás y esa fue sin duda la razón de unirse a la Cruzada, a Bohemundo no lo animaba ni Dios ni su fe, sólo buscaba hacerse con un principado.
Pero si queréis saber de Bohemundo, lo mejor es seguir el relato de una mujer, la mayor erudita de su época, la princesa bizantina Anna Comneno, que a sus 14 años, y recién casada con César Nicéforo Briennio, un matrimonio político, se enamoró platónicamente del bárbaro y lo describe de esta guisa:
Bohemundo, era, francamente, un ser como no se ha visto anteriormente ninguno, tanto en nuestra tierra como tampoco en la de los bárbaros, ya que era una maravilla el mirarlo y a la vez le precedía una reputación terrorífica. Permitid que describa pormenorizadamente el aspecto de este bárbaro. Era tan alto que superaba al más alto por cerca de un cubito, estrecho de cintura y caderas, los hombros anchos, pecho profundo y poderosos brazos. Su cuerpo en general no podría ser descrito como demasiado delgado ni como gordo, al contrario estaba perfectamente proporcionado, construido según los cánones de Policleto… Su piel era blanca inmaculada, y en su cara había pequeños tintes rojos. Su pelo, rubio, no caía hasta la cintura como en el caso de la mayor parte de los bárbaros; se notaba que tenía gran cuidado con su pelo, ya que lo llevaba cortado hasta las orejas. No se podía saber el color de su barba, ya que la llevaba perfectamente afeitada, dejando su piel tan suave como la tiza… Sus ojos azules eran indicadores de su alto espíritu y dignidad; su nariz respiraba con tranquilidad, en perfecta correspondencia con la respiración de su pecho. Su respiración era fiel indicadora del alto espíritu que bullía en su corazón. Este hombre emanaba un cierto encanto, encanto que quedaba, en parte empañado por cierto aire horrible… Estaba hecho de tal forma en mente y cuerpo que tanto el coraje como la pasión lo embargaban de tal modo que lo abocaban a la guerra. Su ingenio le ayudaba a salir airoso en casi todas las emergencias. Al conversar con él demostraba estar bien informado, con respuestas irrefutables. Este hombre, de semejante tamaño y carácter, era, no obstante, inferior al emperador, no sólo en fortuna y elocuencia, sino en otros regalos de la naturaleza.Esta descripción, en la que tiene que ensalzar a su padre porque no le queda otro remedio, forma parte de
La Alexiada, un relato de la la historia bizantina de esta época, que había comenzado su marido y que decide continuar ella a los 55 años exiliada en un convento por conspirar contra su hermano. Describe vívidamente el armamento, las tácticas y las batallas de la I Cruzada desde el punto de vista de los biantinos, lo que convierte su obra en una fuente inestimable.
El mausoleo de Bohemundo en Canosa (Apulia)
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La expresión suprema de la belleza es la sencillez.
Alberto Durero.