Un silencio espeluznante reinó sobre Harfleur durante días, el cerco estaba en suspenso mientras todo el mundo esperaba el desenlace. De acuerdo con las condiciones de la tregua, De Gaucourt no puede luchar ni reparar sus destrozadas fortificaciones pero a la vez debe prepararse para la posibilidad de nuevas acciones militares si la oriflama aparece en el horizonte.
Harfleur con los nombres de sus puertas indicados.
Hacqueville viajó tan rápidamente como pudo a Vernon, donde seguía residiendo el delfín. Allí hizo una nueva y emotiva petición de ayuda remarcando que, de no recibirla, se perderían la ciudad y todos sus habitantes. La respuesta del delfín fue breve y directa: el ejército francés aún no está listo así que vete por donde has venido a decirle a De Gaucourt que su valiente defensa ha sido completamente en vano. En resumen, el principito los vendió.
A la una en punto del domindo 22 de septiembre, Enrique V se sentó en un trono drapeado con telas de oro bajo un pabellón dorado, en la ladera por encima de le entrada de Leure. Se rodeó de sus nobles, ataviados con sus mejores galas, mientras a su derecha se colocaba Gilbert Umfraville, sosteniendo el yelmo del rey con su corona de oro. Soldados armados custodiaban la ruta entre el pabellón y Harfleur intentando contener a la multitud de ingleses apiñados pra ver el espectáculo. Cuando llegó la hora, la entrada se abrió y De Gaucourt apareció junto a treinta o cuarenta caballeros y ciudadanos principales. Para humillarlos, fueron obligados a dejar sus caballos, armas, armaduras y todas sus pertenencias en la ciudad, de forma que subieron la colina a pie, en camisa y medias y con un dogal alrededor del cuello, símbolo de que sus vidas estaba en manos del rey. No puedo imaginar la vergüenza de Raoul de Gaucourt en este momento, un caballero que prefería la muerte al deshonor...
Les llevó un buen rato subir, la ladera era empinada y muchos de ellos estaban enfermos. Llegados al trono se postraron de rodillas y De Gaucourt presentó las llaves de la ciudad al rey con estas palabras: "Victorioso Príncipe, he aquí las llaves, que prometimos cederos con la Ciudad, mi persona y mi compañía" Enrique no se dignó a coger él mismo las llaves, sino que lo hizo el conde mariscal, John Mowbray. Entonces se dirigió al capitán francés, prometiéndole clemencia puesto que se habían rendido "si bien quizá desearía cambiar de parecer después de considerarlo detenidamente" Después todo el grupo fue llevado a las tiendas, donde los 66 serían alimentados con magnificencia antes de ser asignados como prisioneros entre sus hombres.
Enrique V en el sitio de Harfleur. Ilustración de British Battles on Land and Sea.
Ya sé que así es la ley de la guerra, y que estamos contando la historia desde el punto de vista de los ingleses por lo que parece que estamos de su parte, pero Raoul de Gaucourt es un tipo que me cae muy bien, un auténtico caballero que cumplió con lo que su honor le pedía y fue traicionado por su señor al no prestarle ayuda a sus súbditos, así que me da mucha pena la parte de la historia en la que se rinde humillado
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La expresión suprema de la belleza es la sencillez.
Alberto Durero.