Cuando los ingleses pasan por la ciudad amurallada de Corbie una guarnición francesa hizo una salida lo que permite a los ingleses capturar dos hombres de armas.



Abadía de San Pedro de Corbie.

Resultó ser un golpe de suerte porque Enrique se entera por ellos de que los franceses, sabiendo que la mayor parte de la hueste del monarca está compuesta por arqueros, han decidido tomar medidas, creando un escuadrón especial de caballeros montados vistiendo pesadas armaduras y cuya única función era arrollar a cuantos arqueros pudiesen. Al saberlo, el rey inglés ordena a cada tirador hacerse inmediatamente con una estaca de madera de dos metros, afilada en los extremos, que a partir de ahora deberá llevar consigo en todo momento. Cuando los franceses se acerquen, deberán ocupar posiciones en filas escalonadas y clavar el extremo de su estaca en el suelo de forma que la otra punta quede por encima de su cintura apuntando al enemigo. Cuando la caballería francesa avistara las estacas tenía dos opciones: o se repliega o se empala.



El "erizo" es una maniobra defensiva clásica de la infantería contra la caballería.

Los prisioneros también advirtieron a Enrique que todos los pasos estaban vigilados hasta la villa de Péronne, donde se encuentra ahora el ejército francés . El monarca decide arriesgarse en una jugada muy calculada: el lugar de seguir el curso del río atajará directamente a campo abierto entre Corbie y Nesle, ahorrándose 16 km de camino. De esta forma tiene una posibilidad de tomar desprevenido al enemigo que lo espera río arriba pensando que seguirá como hasta ahora y puede darle tiempo a encontrar un paso sin vigilancia mientras desaparece de la vista del enemigo unas 24 horas.

El camino elegido es bastante duro, lleno de colinas arboladas y de crestas largas y empinadas que serán la pesadilla de los soldados de la I Guerra Mundial cuando estén plagadas de trincheras.

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La expresión suprema de la belleza es la sencillez.
Alberto Durero.

Durante los últimos y pocos días de marcha el ejército recorría 20 km al día. Se veían entorpecidos por las estacas por lo que el avance era más lento, pero es que además estaban cansados y hambrientos, obligados a beber agua y estirar sus raciones de carne seca con avellanas recogidas por el camino. Hacia la tarde del viernes 18 de octubre se encuentran en los alrededores de Nesle, donde por primera vez Enrique se encuentra con resistencia ante su habitual petición de pan y vino. Incapaz de permitir que este insulto quedara sin castigo a la mañana siguiente incendia todas las aldeas de las cercanías.

Se ve que la Virgen y San Jorge están de parte de los ingleses, o eso creen ellos al saber que sólo 5km al noreste hay un paso conveniente para cruzar el Somme. Probablemente algún aldeano salvó su casa al revelar su existencia. El lugar no era ideal, pero tampoco imposible. En los puntos más profundos las aguas superan la altura del ombligo de los caballos pero antes tenían que sortear un pantano de un kilómetro y medio de ancho. Pero los inconvenientes pesan menos que el hecho de que este paso entre Béthencourt y Voyennes no estuviera vigilado, la jugada del atajo ha funcionado a las mil maravillas.

El sábado 19 de octubre, con las primeras luces, los arqueros de la vanguardia empiezan a cruzar a pie y en una sola fila, sosteniendo arcos y aljabas llenas de flechas en alto para que no se mojaran. Una vez tomada la posición en la otra orilla, protegen el cruce de sir John Cornewaille y sir Gilbert Umfraville, con sus estandartes y sus hombres de armas. Y después, van los caballos...

Mientras la vanguardia termina la peligrosa maniobra, el resto del ejército a sus espaldas se ocupa en saquear las casas cercanas para llevarse cuantas escaleras, puertas y postigos pueden cargar. Una vez fijada la cabeza de puente al otro lado del Somme que ofrecería fuego de cobertura de ser preciso, se comienza la reparación y reconstrucción del paso con la madera requisada y cuanto material pueden encontrar en el bosque. Alrededor de la 1 en punto de la tarde, ya es posible que tres hombres a caballo crucen a la vez el río de forma que se inicia la operación de atravesar el Somme a gran escala. Dividir un ejército de esta forma es probablemente la maniobra más peligrosa que existe en la estrategia militar pero es que Enrique tiene prisa, así que mejor acabar cuanto antes.

Evidentemente muchos hombres usando un paso estrecho puede generar un caos, tienen prisa y están nerviosos, siempre existe el peligro de que cunda el pánico y se aplasten unos a otros. El rey, el monarca, osea, Enrique en persona hizo de policía de tráfico en un extremo del paso para mantener la disciplina Su severa presencia permitió que el grueso del ejército llegara a la otra orilla del Somme sin ningún incidente, y eso que la operación duró hasta la media noche.

Un ejércicio logístico de esta magnitud atrae mucha atención y llegó sin lugar a dudas a oídos de los franceses, lo que pasa que cuando se enteraron era tarde para reaccionar. ¡Los ingleses han cruzado el río por fín! y pasan una alegre noche en las aldeas de Athies y Monchy-Lagache, con la moral muy alta y orgullosos de su audacia.

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Los ingleses tenían la esperanza de que el ejército enemigo que los esperaba en la cabecera del río se sintiese poco dispuesto a seguirlos para combatir. Se equivocaban: la mañana del domingo 20 de octubre tres heraldos llegan al campamento con un mensaje de los duques de Orleans y Borbón y el condestable de Albret y entregan unas cartas a Enrique redactadas en los términos corteses de los desafíos a justas.



...ellos, tres príncipes nacidos de la sangre real de Francia, estaban dispuestos a satisfacerles y a cumplir su deseo y a llevar a cabo lo que pretendía [ combatir contra un ejército francés, se entiende] y, si se molestaba en nombrar un lugar y una fecha donde deseara luchar con ellos, se reunirían con él allí alegremente; representates de uno y otro bando comprobarían que el lugar no ofreciera ninguna ventaja física para una de las partes...

Puede parecernos extraño que una nación invadida renuncie a ventajas militares tan importantes como elegir momento y lugar para presentar batalla, sobre todo ante un enemigo vulnerable. Este desafio reúne la esencia de la cabellería, no es un juego o una postura irónica, es simplemente una cuestión de honor, de tres caballeros reputados a otro caballero famoso por su cortesía. Carlos de Orleans tenía 20 años, fama de ser buen justador y un talentoso escritor de poemas cortesanos de amor; Juan de Borbón tenía unos 35 años, considerable experiencia militar, y había fundado la famosa Orden del Grillete del Prisionero (a la que pertenecía Raoul de Gaucourt); Charles de Albret, de 46 años, tenía un elevado rango y en su juventud había sido un ardiente justador además de fundar la Orden del Escudo Verde con la Dama Blanca. En cuanto a Enrique, a lo largo de este relato ya hemos dado pruebas suficientes de su adhesión a los ideales de la caballería. Lástima que tanta cortesía ante el adversario se haya perdido, otro gallo nos cantaría en muchas situaciones actuales...

La pregunta del millón ¿por qué el desafío no proviene del Delfín? Luis de Guyena es el mayor representante de la casa real francesa y el capitán general designado por el rey, era su responsabilidad expulsar a los ingleses de Francia. En realidad, el hecho de que sus oficiales asumieran el honor de defender el reino es un disimulado reproche público al príncipe, por su cobarde abandono del deber caballeresco al no haber respondido al anterior reto de Enrique a un combate singular. La respuesta del monarca inglés es todo lo que no fue la del delfín: no hizo esperar a los heraldos, los recibió con todos los honores, leyó las cartas y los recompensó con generosos presentes. Envió a dos de sus propios heraldos a decirle a los franceses que si los príncipes de Francia quiere combatir con él, no es necesario designar hora y lugar, puesto que cada día pueden encontrarlo dispuesto y a campo abierto sin ninguna dificultad.

Toda una lección en el arte de la respuesta cortesana...

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Ahora Enrique sabe que puede verse obligado a combatir en cualquier momento así que ordena a sus soldados que a partir de ahora viajen armados y con los escudos de armas a la vista, revisó los preparativos, elogió el trabajo bien hecho y animó a todos aquellos que lo necesitaron personalmente.

El lunes 21 de octubre el ejército continúa su marcha esperando encontrar al contingente fránces en cualquier momento. Hubo especial tensión cuando las ruta les llevó incómodamente cerca de la ciudad fortificada de Péronne, con su castillo construido por Felipe Augusto en el siglo XII.



Rodeando la ciudad sin contratiempos se toparon con una visión que los llenó de terror, los caminos estaban enfangados, llenos de sucros de carros y muy removidos, lo que indicaba que muchos miles de franceses habían pasado por allí hacía poco. El mensaje está claro, De Albret y Boucicaut se desplazan para elegir el campo de batalla.

La marcha hacia Calais prosigue durante tres días en dirección noroeste. Avanzaban con dificultad entre el temor, el hambre, el viento frío, la lluvia y el terreno montañoso.

El 24 de octubre, pasada la ciudad de St. Pol, los exploradores y las patrullas montadas llevaron al rey la noticia que estaba esperando: un ejército francés de varios miles de hombres le espera aunos 5km al otro lado del paso de Blagny. La batalla es inevitable una vez que crucen el río Ternoise, lo que se hace a toda velocidad para evitar encontrarse en desventaja. Ascienden la cima de la colina y al otro lado, en la llanura que se extendía ante sí... las apretadas filas del ejército francés, el formación de combate con los pendones ondeando, ocupando sus posiciones en el campo a 800 metros delante de ellos.

El camino hacia Calais está bloqueado...

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Hay miles de franceses bloqueando el camino, son todos los que están pero no son todos los que son, ni mucho menos el poder militar de Francia al completo. Juan sin Miedo sigue en Borgoña a pesar de los rumores que lo sitúan camino de la ciudad de Lille en ayuda de sus súbditos. Su único hijo y legítimo heredero, Felipe, conde de Charolais, tampoco va a presentarse en la batalla de Agincourt.



Felipe III de Borgoña o Felipe el Bueno de Roger van der Weyden (1450) En la edad de oro de su reinado los cronistas se vieron en la nada envidiable tesitura de explicar por qué no había acudido en socorro de su señor francés, la mayoría sortearon la acusación de traición afirmando que su padre no le había dado permiso pero que, aún así era tal su deseo de participar en la contienda, que hubo que encerrarle para que no fusese, mientras el pobre conde lloraba de vergüenza y frustración

Entre tanto el conde de Bretaña también opta por permanecer neutral, no ignora los llamamientos del rey francés pero se dedica a darle largas antes de responder. Su contingente de 6.000 hombres siempre va a remolque de sus compañeros franceses, da rodeos, pierde el tiempo en varias ciudades y nunca llega a tiempo a ningún sitio. Este comportamiento dilatorio se prolonga el tiempo suficiente para asegurar que, sin negarse nunca a prestar su ayuda, evite convenientemente su presencia en Agincourt.

Juan, duque de Berry, permaneció en Rouen, aunque en su caso sus 75 años de edad le dan un motivo para no tener un papel activo en la lucha. En cambio Luis, duque de Anjou, no cuenta con una excusa similar, parece ser que el número reducido de hombres que llevaba consigo aconsejó dejarlo en esa ciudad a modo de retaguardia y como protección de Carlos VI y del delfín. Ninguno de los dos estuvo presente en la lucha, ni ganas que tenían los príncipes franceses de permitirlo, en la memoria de todos aún permanecen los años de encarcelamiento que Juan II de Francia sufrió en Inglaterra tras la derrota de Poitiers en 1356. El duque de Berry dijo: es mejor perder sólo la batalla, que la batalla y al rey

Obviamente el estado mental de Carlos VI resulta un impedimento en el campo de batalla pero el delfín debería haber sido la elección natural para liderar al ejército, al menos nominalmente dados sus 19 años de edad. Enrique V, después de todo, había estado combatiendo en campañas desde su más tierna adolescencia y había participado en una batalla campal antes de los 17 años. Pero Luis de Guyena no es una figura ejemplar, ni mucho menos un gran líder.



Su sello de cera

Era indolente y no muy dado a la práctica de las armas por lo que padecía sobrepeso. Le encantaba lucir joyas y ricos vestidos, era altanero y poco afable incluso con sus más allegados, no toleraba críticas, trasnochaba tanto que llegó a alterar los horarios de las comidas de la corte (se acostaba siempre al amanecer). Era extravagante en sus ropas, tenía demasiados caballos y era en extremo generoso con la Iglesia (quizá para hacerse perdonar sus muchos pecados). En fin, la antítesis de nuestro Enrique.

De esta manera, los miles de franceses reunidos para defender su país se encontraron con que eran un ejército que, a pesar de su abrumadora superioridad numérica y armamentística, carecía de algo esencial. No tenian líder. Y estaban a punto de enfrentarse a un enemigo cuya única ventaja era que estaba extraordinariamente bien liderado.

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La risa es un antidepresivo sin efectos secundarios

Muy calmadamente Enrique V ordena a sus hombres desmontar y los coloca en posición de combate, el propio rey pasa revista y da instrucciones a cada líder. En estos momentos previos a la batalla los sacerdotes son los más atareados escuchando las confesiones de los hombres que piensan que están a punto de morir.

Las dos facciones están en formación, enfrentadas en el campo de batalla de Agincourt.



Concretamente en este campo. Este es el punto de vista inglés, los franceses se situarían en línea a la altura de la casa del tejado rojo que se ve a la derecha.

Hoy en día mantiene parecidas características. El camino principal a Calais sigue el mismo recorrido a través de la llanura. Las poblaciones de Azincourt, Tramecourt y Maisoncelle conservan su iglesia parroquial, su conjunto de casitas y sus granjas tradicionales.



Iglesia parroquial de Azincourt. El castillo, que dio nombre a la batalla, hace tiempo que ha desaparecido así como los bosques que hace 600 años desempeñaron un papel crucial al limitar el campo de acción.



El cementerio de los franceses, al borde de la carretera, en la intersección con Tramecourt.

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Ni ingleses ni franceses tienen mucha prisa por entrar en combate. Siguiendo al capellán inglés, único testigo que documenta estos momentos iniciales en persona, los franceses llegaron primero y ocuparon sus posiciones paralelos al camino de Calais a 800 metros de los ingleses. Al contemplar la inferioridad numérica de sus enemigos ingleses, se cambiaron de sitio, supongo que fortándose las manos y riendo por lo bajo pensando que la cosa era pan comido, trasladándose a un campo muy amplio y llano con el bosque protegiéndoles ambos flancos. De esta manera, si el rey inglés quiere llegar a Calais tendrá que pasar por encima de ellos, literalmente.

De Albret y Boucicaut, a pesar de su superioridad numérica, no van a cometer el error de menospreciar a su oponente y por eso no ordenan un ataque directo que barra totalmente a los ingleses. Saben que Enrique es muy decidido, tiene recursos y es muy peligroso. Además, cada hora que pasa les trae más refuerzos y tensa los nervios de los ingleses que están cansados, hambrientos y desesperados.

Avanzada la tarde es evidente para ambos bandos que no habrá batalla ese día. Los franceses, que de confianza iban sobrados, rompieron filas y algunos se dedicaron a buscar alojamiento en poblaciones vecinas. Los ingleses mantuvieron formación de combate hasta que oscureció tanto que no pudieron ver el campamento de sus oponentes, entonces se les permitió descansar en silencio so pena de perder la oreja izquierda. Enrique no baja la guardia y pretende de esta manera entorpecer cualquier incursión sopresa nocturna, mientras los franceses charlan tranquilamente y se llaman a voces, una inteligente estrategia que demostró su eficacia cuando el conde de Richemont se acercó al campamento inglés a tantear el terreno y salió escaldado Tanta tranquilidad mosqueó a los franceses que pensaron que los hombres de Enrique intentaban escapar a escondidas y apostaron guardias en los caminos, mientras que las risas del campamento francés hacían mella en los ánimos de los soldados britanos. A la luz de las hogueras veían perfectamente a los galos banqueteando, poniéndose morados de vino y jugándose a los dados los rescates del monarca inglés y sus nobles.

Poco descanso y sueño para el ejército inglés esa noche que además llovía torrencialmente, imposible mantenerse caliente y seco. Los pesados mantos de lana se empapan, las armas y armaduras sufren de herrumbre después de tres semanas de marcha, se agarrotan las juntas y las espadas se desafilan. La vida de un arquero depende de mantener secos el arco, las flechas y la cuerda. El rey tiene un techo sobre su cabeza en Maisoncelle pero no pasa la noche durmiendo, recibe informes constantes acerca de las condiciones del campo de batalla y planea su estrategia.

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¡¡¡Maaadre mia!!!

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Enrique no dispone de los suficientes hombres para adoptar la disposición convencional en batalla, colocando las tres divisiones (vanguardia, centro y retaguardia) una detrás de otra, lo que supondría presentar un frente demasiado estrecho al enemigo, corriendo el riesgo de ser rodeados y aplastados. La alternativa es colocar los batallones uno junto al otro para ofrecer un frente alargado aunque menos profundo, protegido por los bosques en los flancos. La lluvia que tan incómoda les había hecho la noche ahora les da ventaja en el campo arado recientemente, convirtiendo en un baño de lodo la arcilla pesada de las orillas del Somme. Esto reduce la velocidad que la caballería facilitando objetivos a los arqueros.

Han corrido ríos de tinta acerca de dónde colocó Enrique a los arqueros, discusiones estúpidas a mi parecer porque el único testigo, el capellán inglés, lo deja meridianamente claro: desplegó una sóla línea de batalla, colocando la vanguardia como flanco derecho y a la retaguardia como flanco izquierdo, y posicionó "cuñas" de arqueros en mitad de cada batallón e hizo que levantaran sus estacas frente a ellos. Está claro ¿no? hay arqueros entre los tres batallones de hombres de armas. Además, el heraldo Jean le Févre, nos indica que había arqueros posicionados en los flancos.

El resultado es: arqueros, hombres de armas, arqueros, hombres de armas, arqueros, hombres de armas, arqueros. Esa es la línea de batalla inglesa. Y como Enrique estaba corto de hombres ni siquiera se pudo permitir una reserva asumiendo un riesgo importante (de hecho, liberó a los prisioneros franceses que había capturado hasta el momento para no tener que prescindir de hombres en su vigilancia)



En esta situación delicada, la elección del líder de cada batallón es un asunto de la mayor importancia, especialmente cuando el rey va a luchar personalmente y no contempla la batalla desde un lugar elevado para dirigir las tropas. Sin duda él estará a cargo del batallón principal, que sostendría el centro de la batalla. La vanguardia (flanco derecho) se encomienda al duque de York por su rango, su experiencia militar, por ser el miembro más veterano presente de la Orden de la Jarretera y porque se lo suplicó al rey de rodillas. Por refrescaros la memoria este hombre es nieto del rey Eduardo III de Inglaterra y de Pedro el Cruel de Castilla. La retaguardia (flanco izquierdo) fue entregada a Thomas, lord Camoys, un veterano que había luchado en las guerras de Enrique V contra escoceses, galeses y franceses.



La lápida sepulcral del barón de Camoys en la iglesia de San Jorge de Trotton, a su lado su esposa Elisabeth Mortimer, la hija del conde de March.

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En el lado francés la cosa no está tan clara. No estaba el rey, ni el delfín, ni los duques de Berry, Bretaña, Borgoña y Anjou, es decir, que ningún príncipe de sangre real de la más alta categoría asumió el mando del ejército. Sólo Carlos de Orleans podía reclamar cierta precedencia, pero no tenía ni 20 años y nula experiencia militar a gran escala. Ni el condestable De Albret ni el marsical Boucicaut habían recibido del rey ningún poder adicional que les permitiera pasar por encima de los príncipes y asumir el control sin oposición.

A causa de este desmadre en los mandos se ha acusado a los franceses de precipitarse irreflexivamente a la batalla. No es cierto, habían planeado una detallada estrategia por adelantado en Rouen, basada en las tres divisiones tradicionales, que ahora tienen que revisar y, por suerte, tenemos el documento que explica el nuevo despliegue y las tácticas que se mantienen del antiguo plan (es muy difícil conservar este tipo de cosas)

A diferencia del ejército inglés, del que conservamos abundantes documentos administrativos que confirman que su número rondaba los seis mil combatientes, no sabemos cuántos eran los galos. Testigos y documentación barajan cifras muy dispares, pero se calculan en seis veces más que los ingleses, así que unos 36.000 en total es aceptable. Y a pesar de los prestigiosos ausentes, la lista de nobles en este ejército es un listado de la caballería de Francia: los duques de Orleans, Alençon, Borbón, Bar y Brabante, los condes de Vendôme, Eu, Richemont, Nevers, Vaudéamont, Blammont, Salm, Ganpré, Roussy, Dammartin, Marle y Fauquembergue, e innumerables señores. Por no hablar de los grandes oficiales militares: el condestable De Albret y el mariscal Boucicaut, los almirantes Clignet de Brabante y Jacques Châtillon, el maestre de los ballesteros David de Rambures y el gran maestre de la casa del rey Guichard Dauphin. Todos los bailli de las provincias del norte han venido con sus hueste, milicias, ballesteros y artilleros.

El problema es que entre tantísima gente, todos quieren destacar. ¿Cómo le vamos a dar a un príncipe el mando de la retaguardia si él quiere la fama y gloria que se consigue en primera línea? Y si encima como sabemos, hubo que adaptar el plan, resulta que gente que tenía un cometido particularmente honroso en el primero ahora se veía degradado a comparsa, así que la lista de ofendidos aumentaba por momentos. Encima esta gente se llevaba a matar entre ellos, no se pueden juntar Armagnac con bretones o borgoñones. Además, el conde de Richemont sólo tenía 500 hombres pero era el único representante de Bretaña así que tiene que estar en primera línea, el hermano menor de Juan sin Miedo acababa de ser nombrado caballero esa tarde y quiere distinguirse ocupando un puesto al frente, el conde de Nevers estaba deamsiado en la retaguardia para su gusto Esto se parece a colocar a los invitados en las mesas de una boda cuando sabes que la mitad de la familia no traga a la otra mitad...

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