Hay miles de franceses bloqueando el camino, son todos los que están pero no son todos los que son, ni mucho menos el poder militar de Francia al completo. Juan sin Miedo sigue en Borgoña a pesar de los rumores que lo sitúan camino de la ciudad de Lille en ayuda de sus súbditos. Su único hijo y legítimo heredero, Felipe, conde de Charolais, tampoco va a presentarse en la batalla de Agincourt.
Felipe III de Borgoña o Felipe el Bueno de Roger van der Weyden (1450) En la edad de oro de su reinado los cronistas se vieron en la nada envidiable tesitura de explicar por qué no había acudido en socorro de su señor francés, la mayoría sortearon la acusación de traición afirmando que su padre no le había dado permiso pero que, aún así era tal su deseo de participar en la contienda, que hubo que encerrarle para que no fusese, mientras el pobre conde lloraba de vergüenza y frustración
Entre tanto el conde de Bretaña también opta por permanecer neutral, no ignora los llamamientos del rey francés pero se dedica a darle largas antes de responder. Su contingente de 6.000 hombres siempre va a remolque de sus compañeros franceses, da rodeos, pierde el tiempo en varias ciudades y nunca llega a tiempo a ningún sitio. Este comportamiento dilatorio se prolonga el tiempo suficiente para asegurar que, sin negarse nunca a prestar su ayuda, evite convenientemente su presencia en Agincourt.
Juan, duque de Berry, permaneció en Rouen, aunque en su caso sus 75 años de edad le dan un motivo para no tener un papel activo en la lucha. En cambio Luis, duque de Anjou, no cuenta con una excusa similar, parece ser que el número reducido de hombres que llevaba consigo aconsejó dejarlo en esa ciudad a
modo de retaguardia y como protección de Carlos VI y del delfín. Ninguno de los dos estuvo presente en la lucha, ni ganas que tenían los príncipes franceses de permitirlo, en la memoria de todos aún permanecen los años de encarcelamiento que Juan II de Francia sufrió en Inglaterra tras la derrota de Poitiers en 1356. El duque de Berry dijo:
es mejor perder sólo la batalla, que la batalla y al reyObviamente el estado mental de Carlos VI resulta un impedimento en el campo de batalla pero el delfín debería haber sido la elección natural para liderar al ejército, al menos nominalmente dados sus 19 años de edad. Enrique V, después de todo, había estado combatiendo en campañas desde su más tierna adolescencia y había participado en una batalla campal antes de los 17 años. Pero Luis de Guyena no es una figura ejemplar, ni mucho menos un gran líder.
Su sello de cera
Era indolente y no muy dado a la práctica de las armas por lo que padecía sobrepeso. Le encantaba lucir joyas y ricos vestidos, era altanero y poco afable incluso con sus más allegados, no toleraba críticas, trasnochaba tanto que llegó a alterar los horarios de las comidas de la corte (se acostaba siempre al amanecer). Era extravagante en sus ropas, tenía demasiados caballos y era en extremo generoso con la Iglesia (quizá para hacerse perdonar sus muchos pecados). En fin, la antítesis de nuestro Enrique.
De esta manera, los miles de franceses reunidos para defender su país se encontraron con que eran un ejército que, a pesar de su abrumadora superioridad numérica y armamentística, carecía de algo esencial. No tenian líder. Y estaban a punto de enfrentarse a un enemigo cuya única ventaja era que estaba extraordinariamente bien liderado.
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La expresión suprema de la belleza es la sencillez.
Alberto Durero.