Enrique está obligado a permanecer en Calais hasta el 11 de noviembre, fecha límite para que aquellos que se habían rendido y vuelto a sus casas se entregasen de nuevo como prisioneros. Y por Dios que lo hicieron. Por increíble que nos pueda parecer a los cínicos que vivimos en el mundo
moderno, se presentaron voluntariamente y sin ser coaccionados excepto por su honor de caballeros. Podían haber ignorado su obligación y permanecer en sus casas, podían sostener que sus juramentos no eran válidos puesto que habían dado su palabra por obligación, podían haberse excusado en que estaban enfermos o sus familias los necesitaban. En cambio, eligieron el cautiverio y una muy posible muerte al deshonor y el perjurio.
Esos eran caballeros de los que ya no quedan en el mundo.
Raoul de Gaucourt, el intrépido capitán del Harfleur, se levantó de su lecho de enfermo para entregarse al rey de Inglaterra en Calais junto con 25 de sus compañeros, aún sabiendo que el monarca les guardaba rencor por su actuación en el asedio de la ciudad y sabiendo que posiblemente serían prisioneros más tiempo que la mayoría de los capturados en Agincourt.
Debido a su importancia a éstos se les llevaría a Inglaterra mientras que la mayoría de los prisioneros menos valiosos o los que estaban muy enfermos fueron repartidos por varias fortalezas del Pas-de-Calais. Muchos tuvieron que aportar garantías al rey de que pagarían sus rescates y la famosa tercera parte de la tercera parte que correspondía al monarca de los rescates obtenidos por sus oficiales tenía que ser pagada inmediatamente, aunque ellos obtuviesen el dinero de los familiares de los capturados meses después.
Evidentemente, Enrique no pretende pedir ningún rescate por el conde de Eu, los duques de Borbón y de Orleans, el mariscal Boucicaut, el conde de Richemont y el propio Raoul de Gaucourt, puesto que son más valiosos como prisioneros.
El 16 de noviembre, el rey y sus prisioneros embarcan y zarpan en dirección a Inglaterra. La vuelta a casa fue un asunto más tranquilo y humilde que la invasión, la gran flota se había dispersado y los veteranos de la campaña tuvieron que encontrar solitos la forma de cruzar el canal poco a poco, ayudados por los dos chelines por persona que les pagó Enrique y otros dos por cada caballo, mientras que los capitanes de cada compañía negociaban el traslado con los dueños de los navíos particulares. Así volvieron, sin florituras ni fanfarrias, en grupos pequeños antes de dirigirse a sus hogares, ciudades, pueblos y granjas de todo el país. La bienvenida heroica se reserva al monarca que desembarca en Dover, en mitad de una gran tormenta de nieve.
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La expresión suprema de la belleza es la sencillez.
Alberto Durero.