Gilabert, o Guilbert, diseñó, dentro de una extensa parcela que luego sería ampliada, un gran edificio exento de planta rectangular, de unos 82x28 metros, con dos fachadas principales, cuya planta se organizaba en torno a dos patios interiores, que por sus dimensiones no debían pasar de simples patios de luces.
Comenzadas las obras en 1762, sólo se llegó a construir la planta baja, almohadillada, que los contemporáneos ya entonces juzgaron de poca altura para la envergadura del palacio, algo que luego ya no se pudo corregir. Se sucedieron los desencuentros con el duque, que no terminaba de estar satisfecho de cómo marchaba el proyecto, y finalmente Gilabert fue destituido y en su lugar se contrató a Ventura Rodríguez (1717-1785), que entonces era ya considerado, junto a Juan de Villanueva, uno de los mejores arquitectos de la Ilustración española, siendo responsable, entre otras grandes obras, del palacio del Infante don Luis en Boadilla del Monte, que por cierto guarda algún punto en común con el de Liria.
Ambos proyectos eran más o menos contemporáneos, y ambos presentan una característica común que los diferencia de los tradicionales palacios nobiliarios y reales españoles, y es que ambos edificios carecen del típico patio interior porticado que centraliza y organiza la arquitectura en derredor suyo, y no sólo la arquitectura, sino la propia vida doméstica, al ser zona de paso obligado, de forma que el patio se convierte en una pieza importante, con una gran carga simbólica y representativa, lo que se traduce en amplias proporciones, materiales nobles, rica decoración, heráldica, etc. Todo eso desaparece tanto en Liria como en Boadilla. Es cierto que Liria tenía en origen dos pequeños patios, pero estos no debían tener más función que la de iluminar y ventilar, y el aspecto exterior del palacio, como en el caso de Boadilla, salvando las diferencias entre ambos edificios, es el de un bloque compacto y de acusada horizontalidad. Ambos son edificios que se vuelcan a las plazas y jardines que los rodean, de forma que estos espacios exteriores suplen la función representativa y teatral que en los palacios tradicionales españoles (en las viviendas mediterráneas en realidad) ofrece el gran patio central porticado. Se trata de un concepto palatino de tradición francesa, y aún de los países de alrededor, donde por cuestiones climatológicas el uso del patio interior estuvo siempre más restringido. Bueno, al especificar la tradición francesa me refiero más bien a que ese tipo de palacio llegó a España vía Francia.
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"Buscad la Belleza, es la única protesta que
merece la pena en este asqueroso mundo"
(R. Trecet)