El protagonista y su mujer.
Mi idea era seguir un hilo argumental como el que usé para explicar la batalla de Simancas: un resumen sobre los antecedentes y la situación del reino, una reseña de sus personajes principales, la batalla en sí y unos comentarios sobre sus consecuencias. Pero no creo que me salga tan objetiva como la historia de Simancas y es que Alfonso VIII me cae muy bien y no voy a poder evitar reivindicar su figura a lo largo de todo el tema.
No lo tuvo fácil a lo largo de su vida, de hecho su infancia fue muy triste y apurada, sin embargo salió airoso de casi todas las pruebas (nadie es perfecto) y probablemente fue uno de los monarcas más queridos por sus súbditos y una de las figuras históricas que más simpatías suscita en la actualidad, porque a todos nos suena, algo hemos oído, acerca de que fue un gran rey, una buena persona y ganó una gran batalla. Son tres buenos argumentos y una carta de presentación mejor que la de muchos otros monarcas, pero resume demasiado la trayectoria de este gran hombre, así que voy a daros algunos datos más de por qué Alfonso el de las Navas tiene esa aura de buen rollo en el imaginario popular.
Alfonso VIII (1155-1214) era un hombre lozano y apuesto, recto y esforzado en sus maneras, leal, de profunda fe religiosa, costumbres sencillas, generoso, valiente y bueno con su familia (que un hombre tenga una amante no significa que sea malo con su mujer en la Edad Media, y de todas formas la supuesta relación con la judía de Toledo es eso, supuesta). Eso es lo que sus contemporáneos dijeron de él en las crónicas en las que no se registra ningún acto despótico por su parte. Bueno, lo que diga una crónica no hay que tomárselo al pie de la letra, las crónicas muchas veces se escriben como alabanza al monarca y es imposible que una persona no diga, ni haga, nada deshonroso en su vida, que todos somos humanos, pero ya es un buen comienzo saber que ni en la historia oficial, ni en la oficiosa, se dice nada malo de su reinado.
Era tal la fama de Alfonso que fue solicitado el proceso de su santificación, primero por Felipe II en el siglo XVI y más tarde por la abadesa de las Huelgas, Ana de Austria, en el XVII. Pero el asunto se fue prolongando sin que hoy en día tengamos una conclusión. La figura de Alfonso VIII, al contrario que la de su nieto Fernando III, es demasiado “política” y destinada a reafirmar el poder de la realeza, cosa que no suele gustar mucho a los poderes de la Santa Sede.
Alfonso VIII nació en 1155 y heredó el reino castellano a los 3 añitos de edad cuando falleció su padre Sancho III. Es el monarca castellano de más largo reinado, 56 años desde 1158 a 1214, sólo superado por los 63 años que reinó Jaime I en Aragón. Bien es cierto que el período “efectivo” de su reinado es menor, 45 años desde que alcanzara la mayoría de edad a los 15. Vivió su infancia y reinado en un ambiente… hostil creo que es la palabra que mejor lo define, en la España de los cinco reinos todos se zurraban entre todos y además contra los musulmanes. Conoció amargas derrotas y gloriosas victorias, y luchó por consolidar el reino de Castilla que heredó prácticamente recién creado, sin fronteras definidas excepto por el límite con el mar Cantábrico.
Alfonso peleó con su vecinos, que le disputaban territorios constantemente: Navarra por el este, León por el oeste y el Islam por el sur. Pero lo consiguió y Castilla tiene claramente definidos sus límites al final de su reinado, ampliando terreno ganado a los musulmanes y recuperando La Rioja, Vizcaya, Álava y Guipúzcoa de la rapacidad de Navarra. En cambio con Aragón y Portugal tuvo buenas relaciones e incluso aliados para sus batallas. Con los almohades peleó y también pactó cuatro treguas. Todo ello encaminado a mantener el equilibrio de fuerzas entre reinos. Fue un férreo defensor de la idea de la unidad de
las Españas (los reinos medievales) y la campaña de las Navas se concibió como una empresa colectiva ante su insistencia.
De puertas para dentro, logró que Castilla fuese el principal reino cristiano de la Península, donde se vivió una época pacífica sin luchas internas entre nobleza (raro, raro, rarísimo en estos tiempos) Acabó con la inestabilidad causada por las familias de los Castro y los Lara (menudas piezas ambas dos); favoreció la creación y crecimiento de las ciudades; impulsó la actividad comercial; sentó las bases y construyó las estructuras portuarias que permitieron crear la gran marina de Castilla, que mantuvo durante tres siglos la hegemonía en el Canal de La Mancha; dotó a Castilla en 1172 de la primera moneda de oro, el maravedí de oro castellano acuñado en Toledo. ¿No os parece suficiente?
Pues hay más. Favoreció a la mayoría de la población campesina de sus tierras de realengo, fomentando una sociedad igualitaria formada por hombres libres; incorporó representantes de los concejos en las curias extraordinarias que se convocaban para tratar asuntos importantes; creó la Cancillería castellana para expedir documentos e instauró la primera forma de democracia en este país al crear las Cortes de Castilla, basándose en la curia extraordinaria que se celebró en Burgos en 1169-1170 para proclamarle mayor de edad. Casi nada…
Gracias al matrimonio con Leonor de Inglaterra, acordado en su infancia, aparecieron en Castilla nuevas costumbres “europeas”, como los trovadores que iniciaron la lírica cortesana en el reino (no tendríamos un Garcilaso, ni un Góngora o un Quevedo si no es por él); se favorecieron las relaciones internacionales y el comercio y se mejoró la relación con la Santa Sede, aunque con ellos Alfonso tuvo alguna que otra palabrita. Impulsó la cultura, que creía que debía ampliarse al ámbito laico, fundando la primera universidad en los reinos cristianos medievales, la Universidad de Palencia.
Alfonso VIII murió con 58 años de edad después de una vida entera de servicio al reino con una mentalidad y unos objetivos que hoy nos parecen muy
modernos. Cuando a un buen rey se le da tiempo de reinado suele hacer las cosas bien, lástima que en este país los mejores se van jóvenes. Ojalá siempre hubiésemos tenido reyes (y políticos) así…
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La expresión suprema de la belleza es la sencillez.
Alberto Durero.