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 Asunto: Re: Don Álvaro de Luna, Condestable de Castilla
NotaPublicado: 21 Sep 2016 22:13 
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Extraordinario relato Godoy. Felicitaciones.
Gracias !!


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 Asunto: Re: Don Álvaro de Luna, Condestable de Castilla
NotaPublicado: 01 Oct 2016 23:23 
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anita escribió:
Extraordinario relato Godoy. Felicitaciones.
Gracias !!


Las gracias a ti por leer y participar. ;)

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 Asunto: Re: Don Álvaro de Luna, Condestable de Castilla
NotaPublicado: 01 Oct 2016 23:34 
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E venidos el Rey é la Reyna en Valladolid, pasados quanto dos meses que ende estuvieron, la Reyna Doña María parió un hijo que llamáron Don Enrique, del nascimiento del qual el Rey é todos los de su Reyno hubiéron singular placer… En la desaparecida Casa de las Aldabas, en la vallisoletana calle de Teresa Gil, vino al mundo la madrugada del viernes 5 de enero al sábado 6 de enero la esperanza de Castilla, un príncipe que nacía hijo de un joven rey que aún no había cumplido los veinte años y que se mostraba fuerte y vigoroso, lo que venía a augurar que este príncipe, caso que no se malograse, se criaría bajo la tutela paterna por muchos años. Y esto no era cosa baladí dados los antecedentes que los castellanos encontraban en el propio don Juan II, sin ir más lejos. El día 13 de enero, ocho días después del feliz alumbramiento, realizóse el solemne bautizo por el obispo de Cuenca y se le impuso de nombre Enrique siguiendo la costumbre muy Trastámara de llamar a los hijos con los nombres de los abuelos –a pesar del dolor de cabeza que daba aquel nombrecito en ese momento-. Y fueron padrinos nuestro Condestable, el Almirante y el Adelantado de Castilla con sus respectivas señoras esposas. Hubo muchas alegrías en todo el reino y fueron muchos los grandes, caballeros, fijodalgos, prelados y frailes que vinieron en peregrinación a darle sus bendiciones a la corte. No hubo empero muchas fiestas puesto que hacía un invierno de narices en aquellos días en Valladolid y se decidió posponerlas a fechas más primaverales haciéndolas coincidir con las juras.

En Valladolid se hallaban los procuradores que habían venido a jurar a la ex princesa Leonor. Pero, claro, al producirse el nacimiento del príncipe Enrique hubo que mandar pedir nuevos poderes a las ciudades y con ellos nuevos procuradores. Total, que aquellos señores se habían hecho un viejecito de los del siglo XV para nada en pleno y duro invierno. No siendo hasta abril cuando se realizó la solemne ceremonia. Fue llevado el príncipe en brazos del almirante Enríquez montado en mula desde Teresa Gil hasta el monasterio de San Pablo, donde tendría lugar la ceremonia, rodeado de caballeros y músicos en un ambiente de verdadero júbilo. En la sala del monasterio donde se le juraría dejó el almirante al infante en una especie de cuna-trono rodeado de doncellas de grandes linajes. Luego entraron ricamente vestidos para la ocasión el rey acompañado del infante don Juan su primo, don Álvaro y otros grandes y caballeros. Púsole el adelantado Sandoval un cetro de oro al príncipe y sentado seguidamente el rey en el trono comenzó la jura que inauguró el infante don Juan con el correspondiente beso de mano. Y le siguieron el almirante, el condestable Luna, grandes, prelados peeeeero el problema llegó cuando fue el turno de los procuradores, teniendo los de Burgos, Toledo y León una agria y bochornosa disputa por ver quiénes eran los primeros en ello, de los que salieron vencedores los burgaleses. También se pelearon por los asientos y por quién debía hablar en la ceremonia primero. Lamentable espectáculo que pareció una premonición de lo que sería la vida y el reinado de aquel pequeño. Terminada la ceremonia el almirante llevó a don Enrique a los aposentos de su madre y se darían fiestas y justas adonde se vio al rey don Juan competir.

Pasadas las fiestas y júbilos por el nacimiento del príncipe, se aprovechó la ocasión de las cortes para debatir el grave asunto de las relaciones con Aragón a consecuencia de la prisión del infante don Enrique. Concluyeron procuradores, Consejo y rey que no debía permitirse la entrada en el reino a don Alfonso con gente de armas, que si así lo hacía sería respondido, pero que antes había quemar todos los cartuchos que la diplomacia dispusiese. En estas, quiso el rey don Carlos de Navarra mediar entre los reyes sus vecinos en esta disputa y envió embajadas a un lado y al otro. Pero junto a la embajada a Castilla llegó un correo secreto al infante don Juan con sello de hermano don Alfonso. El rey de Aragón pedía a su hermano que partiese adonde él se hallase de manera inmediata y que si le desobedecía que se atuviera a las consecuencias. Claro que al orgulloso heredero navarro enfadó mucho la amenaza y primeramente dio la callada por respuesta. Ante las dudas, puesto que partir en secreto enojaría a su primo y no hacerlo a su hermano, se decidió a poner al tanto al rey de Castilla del que obtuvo licencia para partir para que por él pudiese contratar con el Rey de Aragon lo que él mesmo por su persona podría. Don Alfonso, que en junio se hallaba en Zaragoza, acogió a su hermano en Tarazona ya en el mes de agosto rodeado con su gente de armas dispuesto a cruzar la frontera a pesar de las insistencias desde Castilla para que se detuviera. Claro que el encuentro no fue muy afectivo, que digamos. La concordia a alcanzar era muy complicada puesto que don Alfonso tenia determinado de perder la vida y el Reyno ó de librar al Infante su hermano de la prisión. Pero, claro, en Castilla muchos temían, entre ellos el propio don Juan, que la liberación significara la pérdida de las ganancias; mas no sólo eso, puesto que temian al Infante porque lo conoscian por vindicativo é osado y esforzado Caballero, daba mucho miedo la venganza del revoltoso maestre de Santiago.

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Olite, Navarra

Mientras don Alfonso y don Juan de Aragón andaban en sus negociaciones, un 7 de septiembre, en Olite moría súbitamente el rey don Carlos de Navarra al que llamaban el Noble habiéndose levantado sano é alegre é vínole un tan gran desmayo que no pudo mas hablar de quanto dixo que le llamasen á la Reyna Doña Blanca su hija, muger del Infante Don Juan, la qual vino luego é no le pudo ninguna cosa hablar. Llegada la noticia al real, encérrose el llamado a heredar don Juan en su tienda por tres días en señal de duelo. Pasado ese tiempo llegó el pendón real de Navarra enviado por la reina Blanca su esposa y junto a su hermano el rey de Aragón pasearon a caballo junto a caballeros castellanos y aragoneses é así anduviéron por todo el real diciendo el Rey de armas en alta voz Navarra, Navarra, por el Rey Don Juan é por la Reyna Doña Blanca su muger. No obstante, no hubo caballeros navarros a la espera de don Juan jurara sus privilegios.

Al mismo tiempo la corte había decidido moverse. E el Rey de Castilla fizo luego ayuntar mucha gente de los sus Regnos. E el Condestable Don Alvaro de Luna fizo llamar los caballeros é escuderos de su casa, que yá en ella avia muchos, é luego vinole alli mucha é muy fermosa gente. E fué Don Alvaro de Luna Condestable de Castilla con el Rey á Palencia é dende yá llevaban mucha gente de armas. Sacaban músculo el rey y su condestable junto a otros grandes como el almirante, el conde de Trastámara o los maestres de Alcántara y Calatrava. Luego marcharon a la villa de Palenzuela, a medio camino entre Palencia y Burgos, donde supieron de las tretas del rey don Alfonso –aconsejado por los castellanos Dávalos, Manrique y Garci además de Stúñiga desde Burgos- mandando escritos a villas y ciudades de Castilla acusando a don Álvaro y al resto del Consejo de avivar las rencillas entre los infantes sus hermanos y de ser responsables de la prisión del maestre de Santiago. Como ven, de tal palo, tal astilla. Bien que aprendió de su padre el rey don Fernando. Mientras, llegaba una embajada aragonesa con la misión de comprar –con las villas aragonesas de Borja y Magallón- la voluntad del condestable para que mediase en la liberación de don Enrique frente al rey de Castilla. Mas nos cuenta el cronista Gonzalo Chacón cuál fue la noble respuesta de su maestro: … El ofrescimiento de las quales cosas, para mayor declaracion de la su grand Real Alteza podria ser que fuese menester. Mas para atraer á mi á que en la deliberacion del Infante trabaje, ciertamente ninguna dellas era necesaria: porque desde que primeramente cerca del Rey de Castilla mi señor me fallé, fué siempre mi deseo de trabajar por reconciliar la voluntad del Rey mi señor, á los que he sentido é siento que estaban apartados de ella, é procurar perdones á los que en algo le han errado, é mercedes á los que por servicios ge las merescen. Pues si aqueste fué mi principal deseo de trabajar por el bien de todos, ¿quánto mas trabajaria por la deliberacion del Infante siendo persona tanto conjunta é allegada por debdo de Real sangre al Rey de Castilla mi señor? Pues direis vosotros al señor Rey de Aragon, que yo le tengo en mucha merced el muy franco ofrescimiento que de las sus villas por vosotros me envia á facer, mas que non le plegue á Dios que yo resciba dádiva nin merced de otro Rey ninguno, por grande que sea, salvo del Rey de Castilla mi señor. El qual en los sus Regnos me dá tanto, que á mi non me face menester dádiva de otro Rey ninguno; é que por los respetos que en las semejantes cosas siempre ove, é por la interposicion de la su Real persona, á mi place mucho de trabajar por la deliberacion del Infante, tanto quanto por la obra se podrá bien conocer. Fiel a sí mismo el bueno de don Álvaro. Y no se crean que el rechazo de la oferta cayó mal entre los aragoneses, al contrario, el condestable de Castilla estaba dispuesto al entendimiento y gratis. Y es que, claro, tener a alguien tan cercano al rey metido entre barrotes durante tanto tiempo no terminaría siendo bueno para la imagen de un rey virtuoso, ni tampoco para la propia de don Álvaro, tan notoria como era en el reino su autoridad en la gobernación de los negocios.

En Palenzuela contaba el rey don Juan con hombres suficientes como para hacer desistir de las intenciones bélicas de su primo aragonés pero hizo de la prudencia una sana virtud. Más que nada porque andaban en tratos de concordia, aunque no le faltaron ganas de responder a su protestón primo. Y parece que fue nuestro condestable el que consiguió que al final su rey cediera y concediese la libertad de don Enrique a cambio de ciertas garantías. Y resulta que, claro, la corte no se movió –entendemos- a Palenzuela porque sí. En Burgos estaba un conocido enriqueño, don Pedro de Stúñiga, en tratos con la corte de Aragón. Hasta allí envió el rey de Castilla al conde de Benavente y al contador Robles con el encargo de hacerle saber por él a don Alfonso que estaba dispuesto a soltar a don Enrique y dejarlo a su cargo en la fortaleza de Burgos siempre y cuando don Alfonso partiese a sus reinos –recordemos que tiene su real plantado en Navarra cerca de Logroño- y derramase a su gente de armas –me hace mucha gracia este verbo tan usado de las crónicas de la época como sinónimo de licenciar-; don Enrique quedaría libre pasados diez días de la marcha a Aragón y de la salida de los hombres, y que hecho esto él también derramaría a los suyos. Así que se presentaron dos caballeros de Stúñiga ante el rey don Alfonso con la propuesta. Y le sentó mal. No le gustó un pelo. Se rebotó y adelantó su real tres leguas; aunque la idea de que don Enrique estuviera en manos de Stúñiga en vez de con el rey don Juan de Navarra le pareció bien. Este último, claro, se enfadó y se sintió burlado también por su parte. Con el tiempo que llevaba negociando y ahora Álvaro de Luna le desbarata los planes y encima lo humillan negándole la custodia de su hermano. Así que acabaron los dos, Alfonso y Juan, enfadados con don Álvaro y entre ellos. ¿Fue el efecto que buscó el condestable?

Al final entendiéronse los hermanos reyes de Navarra y Aragón, gracias a los innobles esfuerzos de caballeros de los tres reinos, y se alcanzó un acuerdo en la llamada Torre de Arciel. Don Enrique quedaría en libertad y le sería devuelto el maestrazgo de Santiago, así como todos los lugares que por herencia le correspondían con todas sus rentas, al igual que se especificaba qué hombres le acompañarían hasta Aragón junto a doscientos caballos; idéntica suerte para el adelantado Manrique: castillos, villas y oficios junto al pago de todas sus rentas secuestradas; juraba el rey de Aragón seguros para aquellos que habían actuado contra su hermano y los suyos a cambio de que en Castilla se respetase a los que se habían alineado junto a él, o sea que los fugados pedían no tener represalias; y se sacaba el compromiso del maestre de Santiago de guardar toda su vida el servicio, honra y provecho y la seguridad de la persona del rey de Castilla y siempre le sería obediente, cumpliendo sus mandamientos… y no haría ni permitiría que se tratase mal ni daño o deshonor contra la persona del rey de Castilla. Anda, ¿pues no es lo mismo que alegaba cuando dio el golpe en Tordesillas? ¿Esa ambigua declaración no daba pie a que pudieran darse nuevas aventuras por el control de la corona de Castilla? ¿Qué clase de acuerdo había firmado señor rey de Navarra en nombre de tu señor el rey de Castilla? Porque es que había más. De las garantías que se pedían por parte de Castilla de que se volvieran para Aragón, ni mu; ni tampoco de que acordaron en dejar al infante en manos del rey de Navarra y no en las de Stúñiga. Vaya, parece que los hermanos sí se van a entender, don Álvaro… El acuerdo fue hecho público por notarios navarros y con testigos de los tres reinos.

¿Pero cómo era posible un acuerdo como ese cuando el bando del rey don Juan tenía las de ganar? Castilla reunía ocho mil hombres frente a los menos de dos mil por Aragón. ¿Ese afán de negociación de Luna era un signo de debilidad, era simple caballerosidad o su estrategia pecaba de confianza? Ciertamente entendía que la libertad del partido de Enrique supondría un equilibrio entre éste y el de Navarra en beneficio de la paz general, dado que era poco probable una reconciliación entre ambos y la consiguiente reconstitución del poderoso partido aragonés. También existía la posibilidad que don Alfonso se contentara con la rehabilitación de su hermano y que éste ya hubiera escarmentado con sus días en prisión. Todo eso podría ser lo que rondara la cabeza del condestable pero, claro, ¿pudiera ser que la muerte repentina del rey de Navarra, en medio de todos estos asuntos, cambiara la situación de pleno con la entronización del infante don Juan? Ahora éste era rey y podría tener corte propia e intereses propios y su situación en Castilla ya no era tan apremiante. Si unimos esto al ninguneo que le hizo don Álvaro en las negociaciones con Stúñiga… ¿Pudo ser este cóctel tan fuerte como para limar las diferencias entre los dos hermanos, don Alfonso y don Juan, que ahora como reyes se miraban de igual a igual? El caso es que fruto de todas estas circunstancias fue el acuerdo de Torre de Arciel.

El acuerdo fue llevado en nombre del rey don Juan de Navarra por el caballero aragonés Pedro Maza, que en treinta días tenía que llevarse al infante. Claro está que cuando el rey de Castilla y su condestable vieron el acuerdo… Pues se enojaron cuando no se temieron lo peor, sobre todo el segundo, con más vista. El de Castilla fue tajante: no soltaría al infante hasta que el rey de Aragón volviera a su reino y licenciara a sus hombres. Intentó tratar en vano el aragonés con el condestable y el Consejo. Tuvo que intervenir el adelantado Sandoval –mano derecha del rey de Navarra- advirtiéndole a éste que en Castilla no se adoptaría el acuerdo si no se aceptaban las condiciones del rey. Trataron el asunto entonces los reyes de Navarra y Aragón y acordaron en pedir al rey la custodia del infante para el de Navarra el cual se comprometía a mantenerlo retenido hasta que don Alfonso llegara a su reino y se deshiciese de sus hombres de armas. Esto fue aceptado en Castilla una vez comprobado que ya para entonces la mayoría de los efectivos del rey de Aragón habían sido licenciados y envió el rey de Castilla una orden de liberación a su caballerizo mayor, encargado de la custodia del infante, de hacerlo entregar al enviado del rey navarro al mismo tiempo que se restituía al infante en el maestrazgo.

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Castillo de Mora, Toledo

El domingo 7 de octubre de 1425 llegó el mariscal Pero García acompañado de quinientos hombres de armas con los poderes de los reyes de Castilla y Navarra y en virtud de la concordia fue entregado el infante por el caballerizo mayor García de Oyos. Del Castillo de Mora partieron el 10 de octubre y un día más tarde se supo la noticia de la liberación del infante en San Vicente de Navarra, donde estaban los reyes hermanos, partiendo a Tarazona, a Aragón. Luego se acordó que el rey de Navarra se encontraría con don Enrique su hermano en Ágreda, en la frontera, pero como muestra de cortesía se adelantó media legua é como llegáron cerca, el Infante hizo muestra que queria descavalgar para besar la mano al Rey, el qual no gelo consintió; é así cavalgando el Infante, hizo gran reverencia al Rey é besóle la mano, y el Rey le dió paz, é así viniéron hablando alegremente é se viniéron a Ágreda. El rey don Alfonso, acompañado de la reina su mujer y de la infanta Catalina su cuñada, preparó un solemne recibimiento a los dos hermanos que ahora se mostraban muy fraternales. Grandes, prelados y procuradores del reino aragonés magnificaron la reconciliación a la que no dudaron en sumarse grandes castellanos como los maestres de Alcántara y Calatrava o el propio adelantado Sandoval. Estamos ante una escenificación de la reconstitución del partido aragonés… ¿A cuenta de qué creen que fueron los grandes castellanos?

El rey de Navarra volvió a Castilla acompañado de Manrique que había obtenido seguro para volver y estando en Cascante, en Navarra, recibió la visita de Robles y otros caballeros, teniendo entre ellos una serie de hablas y reuniones secretas. Luego, acompañado de estos caballeros, partió a la corte que en ese momento estaba en la villa burgalesa de Roa para dar cuenta de todo lo relacionado con el infante. Allí fue recibido solemnemente en homenaje a su estatus de rey y estuvieron unos días juntos. Como ya era diciembre, quiso el rey don Juan de Castilla partir para Segovia a pasar las Navidades con la reina y el príncipe –la infanta Leonor había muerto este año en Castromonte-. Cumplidos los tratos el rey de Castilla repartió sus hombres entre el almirante, el adelantado Sandoval, don Fadrique, don Juan de Navarra, el conde de Benavente y el propio condestable, terminando de cumplir la concordia. Todos partieron a sus casas por la Pascua a excepción de don Álvaro que siguió junto al rey.

La paz volvía a Castilla. El bando enriqueño había sido liberado y restituido y el desencuentro con Aragón se había terminado. No obstante, la reconciliación de los infantes de Aragón podría suponer la reconstitución del partido creado por don Fernando y poner en serios aprietos la corona de Juan II de Castilla en favor de los intereses de esta familia. La subida al trono navarro de don Juan de Aragón suponía dejar el monopolio de acción en Castilla a su hermano el maestre de Santiago y tanto él como el mayor, el rey don Alfonso, necesitarían a esa baza fuerte en la gobernación del reino del que podrían valerse para sus intereses… Lo que tanto había querido evitar don Álvaro de Luna se había producido. ¿En qué se iba a traducir todo esto?

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 Asunto: Re: Don Álvaro de Luna, Condestable de Castilla
NotaPublicado: 02 Oct 2016 11:15 
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 Asunto: Re: Don Álvaro de Luna, Condestable de Castilla
NotaPublicado: 02 Oct 2016 11:21 
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 Asunto: Re: Don Álvaro de Luna, Condestable de Castilla
NotaPublicado: 22 Oct 2016 18:03 
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Bueno, ¿qué? ¿Seguimos o no? Después de unos días bastante ocupado vuelvo a poder dedicarme a nuestro condestable favorito, ya lo echaba de menos. :lol:

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Vista panorámica de Toro con el río Duero.

La situación surgida tras la reconstitución del partido aragonés en torno a la concordia entre los tres hermanos dejaba en una posición incomodísima a nuestro Condestable. El equilibrio político creado con el enfrentamiento de dos partidos liderados por don Enrique de Aragón y don Juan de Navarra con una Corona por encima como juez y árbitro de la situación se rompía con la unión de ambos bajo el amparo del mayor, el rey don Alfonso. Que don Álvaro de Luna, gracias a su ascendiente sobre el joven rey don Juan, era el artífice de todo, del reforzamiento del poder real frente al de los estamentos privilegiados no escapa ya a la vista de nadie. En el partido aragonés la mayoría de los grandes vieron la esperanza de una Corona débil frente a sus intereses particulares en los distintos negocios, una Corona al servicio de la nobleza y no al revés. Además, no podía ser que el bastardo de Cañete, por mucho que se proclamara condestable, dirigiera la política y aunara en sus manos más poder que otros que por linaje les pertenecía con mayor justicia. Con todo esto, no hará falta que los tres hermanos saquen a gala sus dotes de convicción para atraerse a la grandeza en aras de liquidar al de Luna, cada vez más solo y que posiblemente había resultado débil o cuando no perdedor frente a don Juan de Navarra y a don Enrique por el resultado de aquella humillante negociación en nombre de don Juan II.

Una vez pasadas la Epifanía de 1426 la corte se movió de Segovia a Toro. Es entonces cuando salta el primer asunto que pone de relieve la situación que vive Castilla. Llega a la corte el enriqueño adelantado Pero Manrique oficialmente para exigir al rey don Juan los acuerdos alcanzados en Torre de Arciel que prácticamente pasaban por resarcir económicamente a don Enrique y a su esposa de rentas atrasadas, devolución de documentos, joyas, ropas y enseres así como la dotación de doña Catalina y la liquidación del testamento de don Enrique III en su favor. Je, y el asunto no era moco de pavo. Podía ser aquello más o menos justo, devolverse lo que les pertenecía por derecho –a pesar de los pesares-, pero las arcas de la Corona no estaban para semejante indemnización. Piensen que sólo en cuestión de rentas se debían abonar en torno a los nueve millones de maravedís, pastizal al que hay que unir dejar de cobrar el riquísimo marquesado de Villena al que pretendían los infantes. Asunto complejo, sin duda, pero que no era el que más quitaba el sueño a nuestro rey y condestable. No se crean que nuestro infante don Enrique, tan revoltoso, se había calmado tras su estancia en prisión, mas al contrario… Mientras que por un lado el adelantado Manrique negociaba la indemnización de su señor, por el otro estaba intrigando con la bendición de este para derribar a don Álvaro, al que ambos se la tenían jurada. Pero Manrique no se cortó un pelo para acusar y denunciar al Condestable de mil delitos frente a la grandeza e incluso al mismo rey de Navarra. Decía en sus chismes, por ejemplo, que Luna intentaba ganarse a la reina doña María mediante deshonestos amores con María Téllez, su dama, para hacerle llegar que mataría al rey para que entre ambos rigiesen el reino hasta la mayoría del príncipe Enrique. ¿¿?? También le acusaba de confabularse con el rey de Portugal contra los infantes de Aragón a cambio del matrimonio del rey de Castilla con la infanta doña Isabel de Portugal previo repudio de la reina María. Una cantidad de despropósitos que no sabemos si son ciertas o fueron fruto de la imaginación de los cronistas pero de lo que no nos cabe duda es que Pero Manrique intrigó en nombre de don Enrique contra don Álvaro. Mas no fue el único, nos dice el Halconero en su crónica, testigo él, lo siguiente:

E venido el Rey de Nabarra en Castilla (…) luego començó a llegar a sí a los grandes del Reyno, e tratar con ellos secretamente cómo desviasen de la Corte e de la voluntad del Rey al Condestable. E falló para ello aparejadas las voluntades de muchos de los grandes del Reyno, e conociendo que por vía de suplicaciones no lo podían acabar con el Rey, acordaron de lo fazer poderosamente.

Ja, ¿no tenéis la sensación de que esta película ya os la he contado? Entre las falsas calumnias y esto último, parece que tiempo después, algún que otro siglo, se revivió. El caso es que también el rey de Aragón, como el de Navarra, se movió en la misma dirección. Tenía aquel en la corte a dos secretarios para que en su nombre negociaran los asuntos del infante don Enrique mas a lo que estaban en verdad era en ganarse a los maestres de Alcántara y Calatrava, con los que andaban en tratos. Así que venga intrigas… No había sangre en los campos de Castilla pero los salones de la grandeza estaban muy caldeados.

¿Pensáis que tamaña conspiración escapó al conocimiento de nuestro avispado Condestable y a su rey? Efectivamente, va a ser que no. Es más, según nos cuentan, muchos enriqueños no hablaban en voz baja precisamente en sus intrigas en aras de meterle miedo a don Álvaro. ¿Qué podían hacer frente a todo esto? Pues la verdad que poco, puesto que con la comunión entre juanistas y enriqueños más los apuntados a última hora estaban en clara minoría. El rey don Juan se limitó a reprochar a su primo y tocayo las maquinaciones surgidas en torno a don Enrique a las que él mismo les daba alas, tanto lo lamentaba que amenazaba con romper los acuerdos de seguir así… Noble actitud del rey que, claro, cuando estás en situación de inferioridad lo único que haces con ello es envalentonar aún más a tus enemigos. El rey de Navarra se limitó a decir: No me consta. Y se quedó tan ancho.

A la rebelión nobiliaria se le vino a sumar la del tercer estado, la de las ciudades representadas por los procuradores. En mal momento vinieron los procuradores a exigir el rey la disminución drástica de las lanzas, o sea los hombres de armas, que a su servicio estaban puesto que no había guerra en el reino como para mantener, a costa de ellas claro, a mil hombres en torno a su persona que costaban al año unos siete millones de maravedís. El asunto se debatió en Consejo pero fue tal la presión ejercida por los representantes de las ciudades al mismísimo rey de Castilla que terminó por acordar, y a base de mucha porfía, que de los mil hombres quedaran cien –de los trescientos que en un primer momento propuso el Consejo- a cargo del Condestable Luna. Los procuradores se dieron por contentos mas no así el rey de Navarra y el resto de caballeros perjudicados puesto que hasta ese momento habían custodiado huestes reales E desde aquí se comenzáron nuevos tratos entre todos tales que son mas dignos de callar que de escrebir en Crónica. En mala hora, por tan delicada que se veía la Corona frente a sus enemigos, vinieron aquellas exigencias. Quiso el rey dejar en buenas manos a aquellos hombres, el problema es que esa decisión que beneficiaba, otra vez, a don Álvaro era una pretexto más para calentar los ánimos.

No terminaron aquí las demandas de los procuradores que, contaminados o no del ambiente crispado en la corte, se aprovecharon de la debilidad por la que pasaba la Corona. Y no les faltaba razonamiento. De nuevo la economía como telón de fondo. Los representantes de las ciudades denunciaron en audiencia secreta al monarca el estado calamitoso del reino y en particular de la Hacienda real, con tanto gasto desordenado y desorbitado; se denunciaba en particular la política muy Trastámara, que los regentes habían acentuado y el rey había continuado, de dar mercedes a diestro y siniestro como premio a servicios políticos a costa del reino; y es más, llegaron a denunciar –ya puestos- la política del momento, con los bandos en la grandeza y los malos consejos en el entorno de la persona del rey. Juan II decidió discutir este asunto en Consejo. Y broncas hubo para dar y regalar a veces en presencia misma de los procuradores. Había que recortar, término muy actual, y el recorte afectaba de lleno en la nobleza y en el servicio de la Corona, sangrantes verdaderos de las cuentas. Tras mucho debate, el rey firmaba una ordenanza por la cual no se concederían más mercedes hasta cumplidos los veinticinco años –rondaba los veinte entonces- y eso suponía que muchas de ellas no se heredarían de papás a hijos contrariamente como venía pasando. Como podéis imaginar todo esto enturbió el ambiente aún más y la ordenanza duró poco y menos, apenas dos años, y nadie contento.

Y lo anterior llevó a lo siguiente: la reforma del propio Consejo. Y es que pasaba ya de los sesenta y cinco consejeros –la mayoría a título honorífico, claro- lo que le convertía en un organismo costoso y poco práctico. En sus debates no tardaron en formarse grupos y ligas, unos en torno a los poderosos infantes de Aragón, otros en torno al Condestable. El caso es que unos conspiraban para echar de la corte a los otros y viceversa. Una pelea de sillones a lo hispano. Por si fuera poco por medio de todo estaba el adelantado Manrique que, no contento con meter m… baza entre los caballeros, se dedicó a exigir a lo cansino el tío la liquidación de la indemnización a los infantes Enrique y Catalina cuyo plazo acordado estaba próximo a cumplir, que también es verdad. El Consejo dictaminó que su cumplimiento era cosa necesaria y el rey quiso pagarlo de los depósitos que las cortes daban para la guerra de Granada, como antaño hiciera el de Antequera. Pero los procuradores, tan subidos en exigencias, negaron su licencia y no le quedó más remedio al rey don Juan que pagar sus deudas a costa del tesoro real, lo que dio lugar a nuevas disputas.

En fin, un ambiente verdaderamente pestilente, y tan pestilente que la cosa pasó a ser literal. Huyendo de un brote que en Toro se desató, marchó el rey con destino Zamora sólo acompañado por el Condestable y dejando a la grandeza detrás. En la villa zamorana de Fuentesaúco se reunieron con la reina doña María para pasar juntos las fiestas navideñas como de costumbre. Estando allí supieron de graves altercados en Valladolid entre dos clases nobiliarios locales con resultados de muertos. Tan alterado estaba el orden público en una de las principales ciudades de Castilla que tuvo el rey que ir en persona secretamente a aplicar una justicia ejemplar. Se cerró la villa y se inspeccionaron incluso iglesias y monasterios en busca de culpables. Muchos huyeron cuando vieron la persona del rey –hubo quien hasta se dejó la vida en ello- y sólo fueron apresados algunos de los culpables a los que se les aplicaron distintas penas, duras la mayoría. No se terminaron de calmar los ánimos en Valladolid cuando rey y condestable supieron de disturbios en Zamora provocados por gentes del almirante Enríquez cuando estos tomaron a un preso de la Justicia para aplicar la suya. El asunto se complicó, se implicaron el alcalde, el almirante y su esposa y cuando se decidieron a poner al reo en manos del rey los paisanos, movidos por el clero a cuento de que el preso era de su estamento, las tomaron con ellos provocando incidentes con armas en mano. Pasando esto se hallaban don Juan y don Álvaro en Simancas decidiéndose a pasar a Zamora para imponer de nuevo justicia, siempre el rey guiado por los consejos del condestable, cuya meta era poner orden y dar ejemplo de buen gobierno. En Zamora no le tembló la mano para encarcelar y castigar duramente bajo la responsabilidad del obispo a regidores, clérigos, caballeros, paisanos e incluso a uno de los hijos del almirante, lo que enfureció a buena parte de la nobleza y la puso aún más en contra de nuestro protagonista, verdadero artífice de la real mano dura. Llama la atención toda esta rigurosidad, no exenta quizá de razón y hecha en solitario sin apoyo del Consejo, pero en un momento donde la figura del conde de San Esteban de Gormaz así como del propio monarca estaban en horas bajas, muy bajas. ¿Se trataba de una muestra de fuerza a la desesperada? El caso es que nadie del Consejo les acompañó. Este siguió asentado en Toro y lejos de ir junto al rey muchos de sus miembros fueron a recibir a los infantes don Enrique y doña Catalina que volvían a Castilla, a la fortaleza santiaguista de Ocaña en concreto, y otros tantos acompañaron a don Juan de Navarra a Medina del Campo donde pasaría las Navidades en las posesiones familiares y suponemos que en compañía de su madre, la reina Leonor. Don Juan y don Álvaro volvieron a Fuentesaúco donde pasaron las fiestas junto a la reina.

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 Asunto: Re: Don Álvaro de Luna, Condestable de Castilla
NotaPublicado: 22 Oct 2016 18:56 
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Pues claro que seguimos!!! (con tu permiso). Hasta estaba poniéndote faltas

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 Asunto: Re: Don Álvaro de Luna, Condestable de Castilla
NotaPublicado: 23 Oct 2016 21:40 
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 Asunto: Re: Don Álvaro de Luna, Condestable de Castilla
NotaPublicado: 23 Oct 2016 22:29 
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Gran trabajo Godoy. Hay mucha dedicación en el hilo.
Gracias. Sigo disfrutándolo


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 Asunto: Re: Don Álvaro de Luna, Condestable de Castilla
NotaPublicado: 29 Oct 2016 22:36 
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Nos cuentan los Anales de Aragón que en febrero de 1427 se constituye o se oficializa a iniciativa del adelantado Manrique, representante de don Enrique, la confederación o liga por la que se habían de seguir grandes e innumerables bienes, pues por el deudo que los reyes –don Alfonso de Aragón y don Juan de Navarra- e infantes –don Enrique y don Pedro- tenían con el rey de Castilla, habían de procurar su honra y servicio. Todo muy bonito pero, ¿en qué se traducía todo? ¿Cuál era la causa que se perseguía? Oficialmente no era otra cosa que conseguir las reparaciones del maestre de Santiago y su esposa; pero la clave verdadera, y en la que todos hemos pensado, la apunta mi querido Gonzalo Chacón, que sí, que es muy parcial, pero en este punto seguramente no vaya mal encaminado: non debian consentir nin dar lugar á la grand privanza é cercania que el Condestable Don Alvaro de Luna tenia con el Rey (…) é facer apartar del Rey é de la su corte. O sea, que estamos ante la cobdicia del mandar é la envidia que avia de aquellos que veía mas cerca del Rey, le cegaba assi el entendimiento hablando del infante don Enrique, a pesar, como recuerda el propia cronista, que fue precisamente don Álvaro el que mitigó mucho la dureza del castigo del rey para con él, para lamento del propio Chacón. É fueron aquestos de un acuerdo contra el Condestable assi por las razones que avemos dicho, como porque veian que el Condestable non queria condescender á las grandes demandas, assi de villas é tierras, como aún de cibdades, que á el Rey de cada dia facian en grand diminucion de la corona Real, assi el Rey de Navarra con el Infante su hermano. Jo, jo, claro como el agua… Luna era el tapón a las exigencias de una grandeza muy apetitosa que parecía no tener escrúpulos en menoscabo de la propia Corona. Antes que en quanto pudo siempre defendió todas las cosas que pertenescian á la corona Real mas que otro alguno tanto que por las defender é amparar é aconsejar al Rey acerca dello lealmente puso muchas veces su vida é bienes en aventura. ¡Qué bonito lo pinta el cronista! :love: love. Y junto a esto, claro está, el poder político. Un poder cuasi monopolizado por la privanza del Condestable junto a una serie de hombres hechuras suyas que en su mayoría eran de segunda línea. Todo esto, en resumen, o sea la lucha por el poder, era lo que estaba enturbiando el ambiente de Castilla y todo bajo el pretexto de la dote de la infanta Catalina y la reparación de su esposo.

Pero, ¿cómo alcanzarían sus objetivos? ¿De qué manera? Probablemente, a juzgar por los hechos que vamos a ir viendo, ni ellos mismos lo sabían y todo transcurriría en función de los acontecimientos. Lo único que sacaron en claro en la liga era que había que ganarse a la grandeza, atraerlos e identificarlos con la causa del partido. Principalmente se invitaba a los afines o enemigos declarados de don Álvaro como Sandoval, conde de Castro; Fadrique de Trastámara, tío de los infantes; el propio Manrique, adelantado de Castilla; Juan de Velasco, camarero mayor del rey; y los maestres de Alcántara y Calatrava. La táctica parecía ser esa, ganar voluntades hasta acorralar al monarca y a su amigo. La fuerza cabría descartarla en un primer momento puesto que el fracaso de Tordesillas siete años atrás hacía que muchos desistieran de organizar algo similar, como tampoco podemos olvidar las dificultades por las que atravesaba el rey de Aragón, alma máter de la liga, en ese momento con una crisis económica muy fuerte en Cataluña y con las empresas italianas.

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Don Juan, rey de Navarra, infante de Aragón y Castilla.

Mientras tanto, ninguno de los bandos se atrevía a tomar la iniciativa para encontrar una solución a una situación de dudas y desconfianzas. La corte, por su parte, volvía a Toro. Manrique, junto al rey y al condestable como negociador de don Enrique, apremiaba al rey de Navarra a que regresara a la corte tras dos meses de ausencia y se uniera a él para hacer fuerza frente a Luna en la participación de los negocios. Pero el navarro rehusaba y se trasladaba a la villa vallisoletana de Mayorga, señorío suyo, a la caza. Cuando se decide a viajar a Toro se desata otro brote de peste y la corte se asienta en la aldea de Tagarabuena, asentándose el rey navarro por su parte en otra aldea de la jurisdicción de Toro. Así estuvieron un tiempo atendiendo consejos en la distancia, pero como lo de Toro se alargaba y las aldeas no eran lugares para corte acordaron aposentarse y verse en Villaralbo, villa más digna de la mujer de Velasco, aunque no debían mostrarse muy decididos Luna y Navarra que al final el primero fue a Fuentesaúco con la reina, al sur, y el segundo Urueña primero y a San Pedro de Latarce, al norte, después. En Villaralbo –o Villalpando, no sabemos- acordaron reunirse tras la fiesta de Pentecostés.

Tantas eran ya las sospechas, que los unos de los otros no se confiaban, é apenas se hallaba lugar donde el Rey estuviese que los de su Corte lo hubiesen por seguro: y el Rey era enformado que el Rey de Navarra hacia ligas é juramentos por sí é por el Rey de Aragon é por el Infante Don Enrique sus hermanos con algunos Grandes del Reyno é que estas ligas se hacian contra el Condestable Don Alvaro de Luna… é por esto el Rey dudaba de entrar en lugar donde se pudiese cometer cosa alguna contra el Condestable ó contra los otros de quien él fiaba é asimesmo el Rey de Navarra tenia dubda que pues el Rey estaba así enformado que podia ser que contra él é contra los suyos se cometiese alguna cosa de que podiese rescebir daño.” Muy esclarecedora la crónica de don Juan II.

El caso es que el condestable con el rey se instaló en Zamora tanto tiempo que el plazo para verse en Villalpando se pasaba y no acudía a la villa de la cita, recuerden que señorío de Velasco, enfangado en las confabulaciones. Lo que se parece apuntar es que hubo negociaciones y tratos en secreto entre Luna y Navarra que, ya fuera por uno o por otro, no llegaron a materializarse, sin que se sepan certeramente los motivos. Como el rey, léase Luna, seguía en su negativa de acudir a Villalpando pretextando la peste, no le quedó más remedio a don Juan de Navarra que acudir junto a los suyos a Zamora y, fíjense hasta dónde llegaba la desconfianza, se hizo armar de guerra que en cuanto lo supo el de Cañete hizo lo mismo. Así estuvieron dos meses en Zamora sin que se juntasen en Consejos más que en el campo por evitar un enfrentamiento armado, instando el rey a su primo que se desarmarse y no queriendo éste por su parte hacerlo hasta que Luna hiciera lo propio.

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Zamora.

La situación cambia de rumbo debido una vez más a la impulsividad del maestre de Santiago. Con la excusa de acelerar el rumbo de sus negocios, alargados por culpa de los que con el rey estaban según él, sale de Ocaña y decide poner pie en Zamora. Eso sí, don Enrique se hará acompañar de varios caballeros y de los maestres de Alcántara y Calatrava, o sea un acompañamiento de armas más abultado de lo normal. Esto cabrea y mucho al re… Luna. Se mandan avisos y advertencias para que no salga de Ocaña o se dé media vuelta, e incluso manda una embajada encabezada por Diego de Estúñiga mas todo es en vano, conocemos de sobra la terquedad del infante. Conocido que este había pasado los puertos, la corte se movió de Zamora a Valladolid adonde también fue el rey de Navarra desde Medina del Campo con la supuesta intención de detener a su hermano que finalmente se estableció con su gente en Tudela del Duero, a tres leguas de Valladolid. Y los hermanos se vieron y lejos de acordar la vuelta pidió el rey de Navarra licencia al rey para que su hermano entrara en Valladolid, o sea que hubo acuerdo pero en otra dirección… Por lo que nos hace sospechar que la iniciativa de salir de Ocaña estuviera ya pactada de antemano. La licencia se consiguió tras mucho y mucho insistir por el rey navarro, no fue fácil, pero en agosto de 1427 infantes y maestres hacían entrada en Valladolid aposentándose en el monasterio de San Pablo después de que el rey les negara posada. Pero como la situación podría ser bastante incómoda cuando no tensa al compartir ambas cortes la ciudad, decidieron rey y condestable poner tierra de por medio y refugiarse en el castillo de Simancas. Junto a ellos permanecieron el arzobispo de Toledo, el viejo almirante Enríquez, el conde de Benavente, el contador Alonso de Robles, el señor de Oropesa o los doctores Periáñez y Rodríguez. A Valladolid fueron llegando en adhesión al partido aragonés de los infantes “haciéndoles mucha fiesta” muchos caballeros como el fidelísimo conde de Castro, el obispo de Palencia, el camarero Pedro de Velasco, Íñigo López de Mendoza o Fernán Álvarez de Toledo entre muchos otros además de Manrique o las órdenes militares. Nada bueno se esperaba en Simancas de tamaña reunión y pronto supieron que todos los consejos habidos entre los díscolos no eran para otra cosa sino para derribar a don Álvaro de Luna y apartarlo del rey. No hicieron falta conjeturas, ellos mismo hiciéronlo saber:

quanto deservicio recebia en dar lugar á quel Condestable absolutamente rigiese é governase estos Reynos lo qual era en gran detrimento é mengua de su persona real y en daño é perdimiento de sus Reynos.

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Castillo de Simancas, Valladolid.

Pero, ¿qué pensaba mientras tanto don Álvaro de Luna? La crónica del rey nos dice que esta rebelión contra la propia Corona enfureció mucho a ambos, al rey y al propio condestable como es natural. Pero la crónica de Chacón matiza: E el Condestable Don Alvaro de Luna veyendo zelo é envidia con que el Infante, é el Rey de Navarra, los que con ellos eran en Valladolid, se movian por lo apartar del Rey, bien quisiera ser apartado de aquellas cosas darles buen lugar en la corte é casa del Rey, á los que tanto lo procuraban, é estar en paz en sus tierras. Mas de la parte veia que si él se apartaba del Rey, é de la su corte, quanto desservicio se le seguiría, é á los sus Regnos quánto escandalo; porque aquellos non se movian con ninguno buen respecto á lo que demandaban, nin con buen zelo de servicio del Rey, nin pro de los sus Regnos. Assi que estaba el Condestable en pensamiento é cuidado de cómo faria, como aquel que amaba á su Rey muy de corazón. ¿Lealtad a rey y amigo por encima de su interés personal? Me encanta aunque sea invención del cronista. –Otra vez el paralelismo con Carlos IV-Godoy, en las malas son más piña aún-. Pero lo que está claro, por si no le queremos dar credibilidad al amigo del condestable, es que el de Luna veía que el bando levantisco carecía de programa político más allá de su propia persona, como verdadero medio de acercarse a la Corona y ponerla al servicio de sus intereses. Por todo ello Castilla estaba de nuevo al borde de la guerra civil y ello debió pesar sin duda en su ánimo. ¿Valía la pena una guerra por un hombre? ¿Pero es que no estaba acaso el honor de la Corona por medio? Sea como fuere, en Simancas no daban con la tecla de la solución y el propio Consejo del rey se hallaba dividido. A Luna, sin margen de maniobra, no le quedaba más remedio entonces que plegarse a sus enemigos. Es entonces cuando el mismo rey, muy desorientado quizá, sorprende y concede a su amigo los castillos fronterizos de Priego, Alcalá la Real y Locubín así como la Alcaldía mayor de los cristianos de los obispados de Córdoba y Jaén. ¿En qué se traduce todo esto? Creemos que el mensaje de don Juan II es bastante explícito ya que por un lado deja clara la absoluta confianza que le sigue inspirándole su amigo dándole más rentas y castillos, pero por otro lado parece decir que está dispuesto a negociar y si es necesario accederá a la marcha de su consejero hasta la misma frontera, la zona rica y de posibilidades en aquellos años, y por supuesto la más segura frente a sus enemigos.

En medio de este embrollo, el rey, buscando el consejo de gente imparcial, cae en manos de fray Francisco de Soria, que era un devoto religioso, é de vida mucho honesta é aprobada. Y este Soria, una vez manifestado la división y descontento habidos en grandes y ciudades, propuso que se designasen a una serie de personas entendidas que en nombre del reino adoptara una solución que trajera paz al reino y fuese cumplida por todos. Concretábase que debía constituirse una comisión formada por cuatro miembros, dos de cada parte, que elegidos por el rey fueron: Manrique y Guzmán, el maestre de Alcántara, por los infantes y el almirante Enríquez y el contador Robles por Luna. Los doctores Periáñez y Rodríguez, en los que el rey ponía mucha confianza, aplaudieron aquella medida y el condestable, no sin razón, dudaba, pero la balanza se inclinó del lado de los doctores. Hemos de pensar que dejar aquel asunto en manos de una comisión imparcial era todo un golpe a la autoridad de la propia Corona, de la que don Álvaro dependía para salir lo mejor posible de aquella situación, dejando todo en la decisión de cuatro vasallos, y ahí contaba con el rechazo mismo de los procuradores. Por otra parte, en teoría lo que debía salir de aquella comisión era un empate al estar dos contra dos y dejando el desempate en el mismo fraile, hombre justo y de imparcialidad probada sobre el papel. Pero, ¿qué garantías tenía de la fidelidad de Enríquez y Robles, este último hechura suya, en un mundo cortesano de intrigas y traiciones? Más aún, cuando Chacón apunta a que el condestable fue avisado por gente de su casa de posibles traiciones, por lo que entendemos aún más sus suspicacias. No obstante, así quedó establecido y mandó el rey que todos, grandes, procuradores y él mismo jurasen acatamiento, lo que nos da tamaña idea la desconfianza existente aquellos días.

Los cuatro comisarios se reunieron en Puente del Duero, cerca de Valladolid el 29 de agosto de 1427. Mas de allí no salió acuerdo ninguno. En vistas de ello se determinó que se encerrasen en el monasterio de San Benito de Valladolid con un plazo de diez días para dictar sentencia. Al día siguiente por presión del bando de los infantes se toma como medida cautelar la separación de don Juan y de don Álvaro, marchando el primero con los hombres de su casa a Cigales y permaneciendo el condestable en Simancas con los suyos con mucho enfado de ambos, claro está, mas lo acataron por evitar males mayores. Los debates siguieron su curso pero sin llegar el acuerdo y fue entonces cuando los comisarios reclamaron al prior de San Benito para que interviniera en el negocio, y aunque en un principio rehusó no tuvo más remedio que aceptar a regañadientes por la insistencia de los comisarios, sobre todo del contador Robles. Entonces,

los quatro Jueces y el Prior con ellos, é todos en uno el Prior siguiendo á ellos pronunciaron quel Condestable Don Álvaro de Luna partiese de Simáncas dentro de tres dias sin ver al Rey é se fuese á su tierra, é que por año é medio contino no viniese ni entrase en la Corte ni quince leguas alrededor: é asimesmo partiesen é no veniesen á la Corte aquellos que él tenia é habia puesto en la cámara del Rey.

Esta fue la sentencia adoptada a 4 de septiembre de 1427. ¿Cómo se llegó hasta que aquella sentencia que significaba un triunfo absoluto del partido aragonés? ¿Fue la intervención del prior lo que inclinó la balanza? ¿O es que acaso hubo consenso? ¿Traicionaron entonces ambos al condestable de Castilla? ¿Fue suficiente con convencer al anciano y virtuoso almirante que sacrificaría cualquier cosa en aras de la paz del reino? ¿O fue el mismo contador Alonso de Robles el que por ambición traicionó a su valedor? Lo que es seguro es que traición hubo, o por lo menos así debieron verlo el mismo Luna y su rey. Nada sabemos a ciencia cierta puesto que los debates y sus votos fueron secretos. Pero la historiografía ha culpado de ello a Fernán Alonso de Robles, aquel que entró en el Consejo real por mano del propio condestable. De él decía el cronista Pérez de Guzmán que era bien razonado, de gran engeño, pero inclinado a esperanza e maliçia más que a nobleza nin dulzura de condiçión… fue muy osado e presuntuoso a mandar, que es propio viçio de los baxos omnes quando alcanzan estado que non se saben tener dentro de límites e términos. Con esta semblanza, de un autor que también se despachó a gusto contra el condestable, pueden entenderse las razones que hacen sospechar a la historiografía e incluso a los mismos contemporáneos, y es que fruto de su ambición pudo ver en la caída de su valedor un vacío en el poder a rellenar por él, el hombre más cercano al condestable. E incluso hay quien afirma que existió una conspiración entre los doctores y él con el rey Juan de Navarra previo al juicio… Si así fuese, demostró tener poca visión, puesto que aquella sentencia le hacía como poco sospechoso de traición, no ya ante el desterrado, sino ante al rey que es lo importante.

Mas no crea que todo quedó aquí. El mismo de la sentencia, a las tres de la mañana, se presenta en Cigales, donde el rey dormía, el rey de Navarra acompañado de su fiel conde de Castro, de Velasco, Mendoza, Álvarez de Toledo, el obispo de Palencia y otros tantos caballeros con ochocientas lanzas. ¡Todo ese despliegue para pedir al rey, sacándolo de la cama, que cumpliese y respetase la sentencia! ¿Es que no habían tenido bastante que tienen que volver a humillarlo? ¿A cuento de qué esa demostración de fuerza? Imagínense el estado emocional de aquel rey: le obligan a separarse de su amigo, de su hombre de confianza, humillando y socavando su autoridad como rey, ve que se le deja en manos de traidores, de unos primos más que ambiciosos y de una grandeza que consentirá todo con tal de conseguir sus fines. Debió sentirse solo, angustiado, desanimado, dolorido… Con todas estas experiencias puede entenderse el desapego que sentía aquel hombre por los negocios del reino, ¿cómo iba a tener ganas cuando en ellos veía a lo peor de los hombres?

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Castillo-palacio del conde de Benavente en Cigales, hoy en ruinas.

Don Álvaro cumplió y el 6 de septiembre salía de Simancas. ¿Enfadado? ¿Entristecido? ¿Humillado? ¿Herido en su orgullo? ¿Decepcionado? ¿Atemorizado por su porvenir, por el del amigo que dejaba atrás o porque este se olvidara de él? ¿Esperanzado, tal vez? ¿Qué pasaba por su cabeza en el camino de Ayllón, señorío suyo? No sabemos, pero lo cierto es que su marcha no pareció la de un derrotado Grand gente fué la que salió de la corte con el Condestable; ca todos los mas de los caballeros mancebos de la corte vivian con él é aún los que non vivian en la su casa le suplicaron que los levase en su compañía, que pues él se partia de la corte, ellos non querian seguir otra corte si non su casa é persona. Sorprendente. Y entre ellos gente importante como los señores de Oropesa y Almazán o doscientos hombres de armas bien pertrechados, amén del doncel García Venegas, hijo del señor de Luque, con gran ascendencia sobre el rey por miedo, según las malas lenguas, de que este pudiera ocupar el vacío que él dejaba. Vamos, que parecía que se marchaba la corte y no solamente Álvaro de Luna. Y sin hablar de los agasajos que recibía allí donde pasaba. Ya en Ayllón, y numerosamente acompañado, se dedicó a correr montes, a la caza, a grandes fiestas, a dar consejos a los muchos que iban a verle… No parecía aquello el lugar de un hombre acabado.

Mientras tanto en la corte el rey don Juan recibía a su primo don Enrique, sumiso y en busca de perdón, afectuosamente –dentro de la situación- o por lo menos con mejores tratos que al rey de Navarra y a Sandoval, conde de Castro, a los que hacía culpables de la situación del condestable. Y cumplió su juramento el rey. Despachó a todos los familiares y hechuras de Luna salvo a dos, Juan de Silva y Pedro de Acuña, de los que no consintió separarse aunque fueran parientes del condestable, antes que eso los consideraba hombres suyos.

La corte se movió de Cigales a Valladolid, y de Valladolid a Tudela pasando más de un mes. Durante este tiempo tuvo tratos y hablas con muchos caballeros como nunca antes había pasado. Mas todos quedaron decepcionados al ver que la estimación al de Luna crecía con su ausencia, con el que se escribía prácticamente a diario.

En Valladolid se quedó Alonso de Robles pretextando enfermedad. La nueva posición del contador real no era para nada la prevista por él. Tan pronto como se firmó la sentencia y don Álvaro de Luna marchó de Simancas, todos los grandes, de uno y otro bando, con el rey de Navarra a la cabeza, le dieron la espalda y acordaron acabar políticamente con un personaje como aquél, de malos tratos y maneras, traidor y hechura de Luna. Así que, habiendo hecho su gran servicio de acabar con el condestable ya nada pintaba en la corte un personaje como aquel, ya no le servía para nada a aquella nobleza un hombre que no dudaba en indisponer a unos contra otros y traicionar a los de su confianza. El rey de Navarra, con toda la granza a excepción de Velasco –amigo del susodicho-, lo denunciaron al monarca: Fernan Alonso de Róbres habia tenido mucho tienpo habia é aun entonce tenia tales maneras por donde los Grandes de sus Reynos estuviesen devisos en grandes contrariedades, que se habia seguido al Rey mucho deservicio, é sus Reynos grandes daños, é que aun no dexaba de lo continuar, é que no habia tres dias que habia comenzado entrellos cosas tales, que fuera creido se pudiera seguir al Rey gran deservicio… Probablemente el rey entendió la jugada a la primera, pero aceptó sin rechistar cuantas razones le dieron. Y es que, más que en ninguno, puso el rey don Juan todo su enojo en aquél hombre al consideraba culpable mayor de la traición. Ante aquella oportunidad no dudó de prenderlo y enviarlo al alcázar de Segovia en calidad de preso. No sabemos si las acusaciones de la grandeza eran ciertas o no, pero que una vez hecho el servicio lo liquidaron y Robles calló víctima de su propia ambición. El rey así se lo hacía saber a su amigo: Mi buen compadre: no placerá a Dios que quien a vos vendió no sea vendido.

No terminó de irse aún la sombra del condestable. Los infantes de Aragón convencieron al monarca para que despidiese a los procuradores que con él estaban con la excusa de lo costoso del mantenimiento. Estos, sospechando de que los querían despachar para no interponerse en la dote de la infanta Catalina, denunciaron que el rey de Navarra y el conde de Castro estaban en tratos con Luna para su vuelta a la corte a espaldas de la grandeza con el objeto de malquistar el ambiente entre ellos, y en parte consiguieron el objetivo al enrarecer el ambiente, mas fueron despedidos igualmente. Luego la corte se movió a Segovia para pasar las próximas navidades junto a la reina y al príncipe y a los que se unirá la infanta Catalina con gran alegría del rey, después de mucho tiempo la familia real pasaba junta unas fiestas.

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 Asunto: Re: Don Álvaro de Luna, Condestable de Castilla
NotaPublicado: 30 Oct 2016 10:54 
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fue muy osado e presuntuoso a mandar, que es propio viçio de los baxos omnes quando alcanzan estado que non se saben tener dentro de límites e términos.

:o qué poco han cambiado las cosas de la Naturaleza Humana en estos siglos.

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 Asunto: Re: Don Álvaro de Luna, Condestable de Castilla
NotaPublicado: 30 Oct 2016 21:06 
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No hemos cambiado nada, Iselen. Y en esta historia descubrimos a personajes que nos recuerdan a muchos otros de tiempos posteriores cuando no presentes.

Gracias, fiel lectora. :-*

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