Antes de finalizar la ceremonia de Coronación, el soberano debe volver a ser vestido con las galas propias de su estatus, pero no puede llevar consigo la Corona de San Eduardo. Abandona la Abadía de Westminster ciñendo otra, también perteneciente a las Joyas de la Corona. Se trata de la Corona Imperial de Estado o Corona de Estado. Antes de la Guerra Civil, la antigua corona de coronación siempre se guardaba en la Abadía de Westminster. No podía salir de allí. El monarca necesitaba otra corona para abandonar la Abadía. El término "corona imperial de Estado" se remonta al siglo XV, cuando los monarcas ingleses eligieron un diseño de corona cerrada por arcos para demostrar que Inglaterra no estaba sometida a ningún otro poder terrenal. La Corona Imperial de Estado fue realizada por Garrard & Co. para la coronación del Rey Jorge VI en 1937, pero está estrechamente inspirada en otra corona diseñada para la Reina Victoria en 1838.



Se trata de un armazón de oro calado con 2868 diamantes montados en plata y gemas de color montadas en oro. Entre esas gemas encontramos 17 zafiros, 11 esmeraldas, 4 rubíes y 269 perlas. Porta tal profusión de piedras históricas y de leyenda, las más importantes de la colección, que bien merecen ser observadas individualmente.

En la parte delantera de la base de la corona se encuentra el gran diamante Cullinan II, de talla cojín, también conocido como la Segunda Estrella de África. Se trata del segundo diamante más grande del total de 9 obtenidos del Cullinan. El primero, el Cullinan I o Estrella de África, se encuentra en el Cetro del Soberano con Cruz.


Cullinan II

El Cullinan es el diamante de mayor tamaño jamás descubierto. Fue encontrado en la mina Premier, a unos treinta kilómetros de Pretoria, Sudáfrica, en 1905. Frederick Wells, Jefe de Superficie de la mina, fue alertado por un objeto brillante que destellaba en una de las paredes. Wells extrajo un enorme diamante que pesaba 3.106 quilates y medía 10,1 x 6,35 x 5,9 cm. Fue bautizado con el nombre del Presidente de la Premier Diamond Mining Company, Sir Thomas Cullinan. La magnitud de la piedra, unida a su extraordinario color blanco azulado y a su excepcional claridad, lo convirtieron en el diamante más célebre del mundo. 


Modelos de la piedra original

El Gobierno de la antigua provincia de Transvaal compró la piedra y se la obsequió a Eduardo VII en 1907, a modo de gesto simbólico para cerrar la brecha entre Gran Bretaña y Sudáfrica tras la Guerra de los Bóeres. Tras ciertas dudas iniciales, el Rey aceptó el regalo por recomendación del Gobierno británico. Le fue entregado formalmente el día de su 66 cumpleaños, el 9 de noviembre de 1907, en Sandringham.

Tallar semejante piedra supuso un reto considerable, por ello fue enviada a los mejores talladores de diamantes de la época: los Asscher de Ámsterdam. Tras un trabajo de ocho meses, a cargo de tres pulidores que trabajaron 14 horas diarias, se obtuvieron nueve grandes piedras, 97 más pequeñas y algunos fragmentos sin pulir.  A cada una de las grandes piedras se le asignó un número del I al IX, y hoy en día se las sigue llamando así.


Los 9 Cullinans tallados por Asscher

Las dos piedras más grandes recibieron los nombres de Cullinan I y Cullinan II. Fueron entregadas al Rey en el Castillo de Windsor en 1909. Se montaron temporalmente como un gran broche para la Reina Alejandra, pero tras la muerte de Eduardo VII, pasaron a formar parte de las Joyas de la Corona. Hoy en día están montadas en el Cetro de 1661, y en la base frontal de la Corona Imperial de Estado, de 1937.

Asscher se quedó con los Cullinan III, IV, V, VII, VIII y IX, las 97 piedras más pequeñas y los fragmentos como pago por cortar y pulir el gran diamante Cullinan. A su vez, Eduardo VII adquirió el Cullinan VI como obsequio para su mujer, la Reina Alejandra. Finalmente, el Gobierno de Sudáfrica compró el resto de Cullinans tallados por Asscher y se los regaló a la Reina María en 1910. Para la coronación de 1911, la Reina María hizo montar los Cullinan III -talla pera- y IV -talla cojín- en su nueva corona (la veremos más adelante). Ambos diamantes se encuentran montados en un gran broche a día de hoy.


Los Cullinan III y IV

Todas estas gemas, heredadas por Isabel II, están montadas en varias joyas, pero no forman parte de las Joyas de la Corona.

La piedra central de este broche en forma de corazón es el Cullinan V. El broche fue estrenado por la Reina María como parte del conjunto de joyas confeccionadas para el Delhi Durbar celebrado en la India en 1911.


Cullinan VI y VIII

El Cullinan VI, adquirido por Eduardo VII, corresponde al diamante talla marquesa que cuelga de este broche. El diamante de talla esmeralda es el Cullinan VIII. Tras la muerte de la Reina Alejandra en 1925, pasó a manos de la Reina María y de ella a su nieta, Isabel II.


Cullinan VII

El collar Delhi Durbar de esmeraldas y diamantes lleva el Cullinan VII como colgante. Fue realizado con nueve esmeraldas que pertenecieron a la abuela de la Reina María, la Duquesa de Cambridge. La esmeralda colgante se contrapesa con el Cullinan VII, de talla marquesa. El collar formaba parte del conjunto de joyas que la Reina María encargó para el Delhi Durbar de 1911.


Cullinan IX

Es el más pequeño de los 9. El Cullinan IX es de talla pera escalonada y está montado en un anillo que lo sostiene con 12 garras.

El arco o la base de la Corona es un friso calado con diamantes y contiene ocho esmeraldas escalonadas y ocho zafiros entre dos hileras de perlas. En su parte delantera encontramos el Cullinan II y en su parte trasera un gran zafiro ovalado conocido como Zafiro Estuardo. Muchos sugieren que su primer propietario pudo ser Carlos II y que es posible que el zafiro fuera una de las nuevas adquisiciones del monarca para recomponer las Joyas de la Corona destruidas. A Carlos II le sucedió su hermano, el Rey Jacobo II, quien fue depuesto en la Revolución Gloriosa de 1688. Cuando Jacobo huyó al exilio en Francia, decidió pasar de contrabando algunas de las joyas reales, y se cree que el Zafiro Estuardo pudo formar parte de aquel alijo. Como fuere, la gema permaneció en manos de su hijo, el Príncipe Jacobo Francisco, "el Viejo Pretendiente", hasta que finalmente pasó a la colección de su nieto, Enrique Estuardo, Cardenal de York. Enrique falleció en Italia y después de eso nada se supo sobre los tesoros familiares que custodiaba.



Cuando el zafiro ya se creía perdido, Jorge IV contrató a un comerciante italiano llamado Angioli Bonelli para que fuera a Roma e intentara reunir todos los objetos y documentos de los Estuardo que pudieran quedar allí. Al parecer, Bonelli se encontró con un comerciante de Venecia que le mostró el zafiro de aproximadamente 104 quilates. Afirmó que tenía una conexión con los Estuardo. Bonelli quedó convencido, compró el zafiro y lo devolvió a Gran Bretaña. Jorge IV creyó sin duda que se trataba del Zafiro Estuardo.

La Reina Victoria fue la primera soberana británica en lucir el Zafiro Estuardo engastado en la parte delantera de su Corona de Estado. En 1909 se trasladó a la parte posterior para dejar sitio al recién adquirido Cullinan II. Cabe señalar que el zafiro fue perforado para ser utilizado como colgante.

Desde las cuatro cruces que hay sobre la base, emergen dos arcos o cuatro medios arcos. La cruz delantera está decorada con un gran cabujón, algo irregular, de espinela roja, conocido como "el Rubí del Príncipe Negro". Cuenta la historia que este falso rubí fue un regalo de Pedro I de Castilla a Eduardo, Príncipe de Gales, tras la batalla de Nájera de 1367. Eduardo era hijo de Eduardo III de Inglaterra y es conocido como el Príncipe Negro.



La espinela roja habría llegado a manos de Pedro I de Castilla, también conocido como El Cruel, tras arrebatársela a Abū Sa'īd de Granada. En 1366, el medio hermano de Don Pedro, Enrique de Trastámara, encabezó una revuelta contra él. A falta de fuerzas suficientes para hacer frente a Enrique, Don Pedro se alió con el Príncipe Negro. La revuelta fue sofocada con éxito y el Príncipe Negro exigió el rubí a cambio de los servicios prestados. Regresó a Inglaterra habiendo ganado el falso rubí y las dos hijas del Rey Pedro, Constanza e Isabel de Castilla. Ambas contrajeron matrimonios con dos hijos de Eduardo III. Constanza desposó a Juan de Gante, Duque de Lancaster (serían los padres de Catalina de Lancaster), mientras que Isabel desposó a Edmundo de Langley, primer Duque de York.

El Rubí del Príncipe Negro desaparece de los registros históricos hasta 1415. Ese año se dice que el Rey Enrique V llevó la piedra engarzada en su casco en la batalla de Agincourt. Es difícil demostrar que sea la misma piedra, pero una espinela aparece, sin duda, en las descripciones de las coronas de Estado históricas y la misma se ha reajustado y vuelto a engastar cada vez que se han remodelado.

Pesa 170 quilates, es de origen oriental y fue perforada en el pasado para utilizarla como colgante o para insertar una pluma en ella. El agujero superior se tapó posteriormente con un pequeño rubí cabujón en una montura de oro.



Las tres cruces restantes de la Corona, están adornadas con una esmeralda escalonada montada de forma romboide. Las cruces se alternan con cuatro flores de lis, cada una de ellas con un rubí en el centro. Tanto las cruces como las flores de lis están engastadas con diamantes y están unidas por guirnaldas de diamantes que reposan sobre zafiros.

Los arcos son hojas de roble engastadas con diamantes. Cada hoja está decorada con dos bellotas de perlas montadas en copas de diamantes que sobresalen por los extremos. En la intersección de los arcos cuelgan cuatro grandes perlas periformes, conocidas como "Pendientes de la Reina Isabel". Los arcos están rematados por una montura de plata calada con pavé de brillantes y una cruz en el centro, engastada con un zafiro octogonal talla rosa conocido como "Zafiro de San Eduardo".

Las cuatro perlas que penden de la intersección de los arcos se han asociado con las siete que Catalina de Médici recibió del Papa Clemente VII por su matrimonio con Enrique II de Francia en 1533. Más tarde se las regalaría a su nuera María, Reina de Escocia. Tras el encarcelamiento de María fueron supuestamente vendidas a Isabel I.



Los historiadores de las Joyas de la Corona creen que es improbable que Isabel luciera las perlas como pendientes, ya que prefería lucirlas esparcidas por su gorguera, en el pelo o en su traje. A pesar de esta romántica historia, parece que al menos dos de las perlas no entraron en la Colección Real hasta el siglo XIX, cuando Isabel I llevaba siglos difunta.

El orbe y la cruz en la que se encuentra el Zafiro de San Eduardo, adornaban originalmente la corona de Estado de la Reina Victoria de 1838. Ambos llevan engastados más de 650 diamantes talla rosa y brillante. Según la leyenda, un mendigo pidió limosna a Eduardo el Confesor. Como no llevaba monedas encima, el Rey le regaló un anillo con un gran zafiro. El mendigo resultó ser San Juan Evangelista, que asistió a dos peregrinos ingleses en Siria en agradecimiento por la ayuda del Rey, y les pidió que le devolvieran el anillo. El Rey fue enterrado con el anillo en la abadía de Westminster en 1066. En 1163, se abrió su tumba para ser trasladado a un nuevo santuario. Cuenta la leyenda que el ataúd del Rey fue abierto y se extrajo el zafiro de su anillo. No está claro cómo sobrevivió a la Guerra Civil, pero lo más probable es que se volviera a tallar en su forma actual para Carlos II.




Finalmente, la corona lleva un capuchón de terciopelo púrpura y una banda de armiño. Cubiertas por el capuchón, en el reverso del Rubí del Príncipe Negro y del Zafiro Estuardo, hay unas pequeñas placas donde se graban los momentos conmemorativos de la historia de la Corona. La Corona Imperial de Estado también se utiliza en ocasiones formales, como la ceremonia de Apertura del Parlamento.

Es una de las insignias del soberano británico y es llevada por el rey junto al Manto de Estado. Las soberanas, en cambio, suelen lucir una diadema en su lugar. Es el caso de Isabel II, que llevó la Diadema de Estado de Jorge IV antes de su coronación. Está confeccionada con terciopelo rojo con ribetes de armiño y borla dorada.

El soberano entra en la Abadía de Westminster portando el conocido como Manto de Estado. Es el mismo que lleva en la ceremonia de Apertura del Parlamento. Está confeccionado en terciopelo rojo, con bordados en hilos de oro y ribeteado con armiño real de Canadá. Cada soberano suele recibir uno al inicio de su reinado. El que portaba Isabel II, de 4 metros de largo, fue confeccionado por Ede & Ravenscroft con bordados a cargo de la Royal School of Needlework.

Una vez coronado, el soberano abandona la Abadía con el Manto de Coronación, confeccionado especialmente para la ceremonia. Desde la coronación de Eduardo VII, estos mantos son de terciopelo de seda púrpura y no roja, distinguiéndose así del Manto de Estado. El color parece evocar a las túnicas de los emperadores romanos. Está ribeteado con armiño canadiense e incluye una suntuosa capa de la misma piel. Mide 6,5 metros de largo y pesa casi 7 kg.


Manto de Coronación de Isabel II

El manto de Isabel II fue obra de Ede & Ravenscroft. Lleva bordada su cifra coronada y está adornado con espigas de trigo que se despliegan a ambos lados de la cola, representando la paz y la abundancia.

Entre los atributos propios del soberano se encuentra el collar de la Nobilísima Orden de la Jarretera, la más antigua e importante orden de caballería de Gran Bretaña. La Colección Real conserva varios collares e insignias históricas que han sido utilizadas por varios monarcas. Isabel II escogió un Gran Jorge de 1828 con incrustaciones de diamantes talla brillante, esmaltado en blanco, azul y verde y con un gancho de suspensión en forma de flor de lis.

Como hemos visto hasta ahora, la ceremonia de Coronación es una ocasión para la pompa y la celebración, pero también es una solemne ceremonia religiosa que ha permanecido esencialmente igual a lo largo de mil años. Durante los últimos 900 años, ha tenido lugar en la Abadía de Westminster y ha sido presidida por el Arzobispo de Canterbury, cuya tarea ha sido casi siempre la misma desde la conquista normanda de 1066.

Durante la ceremonia, el soberano presta el Juramento de Coronación. La forma y la redacción han variado a lo largo de los siglos. En los más recientes, los monarcas británicos se comprometieron a gobernar de acuerdo con la ley, a ejercer la justicia con misericordia y a mantener la Iglesia de Inglaterra. 

Tras el Juramento, el soberano es Ungido por el Arzobispo en la Silla de San Eduardo. A continuación, es Investido con los símbolos reales, entre los que se encuentran la Espada, el Orbe y los Cetros. Finalmente, el Arzobispo le ciñe la Corona de San Eduardo. Pero, ¿qué ocurre con las consortes?



Dado que el Príncipe Felipe, Duque de Edimburgo, no fue rey consorte, no tuvo un papel relevante durante la ceremonia. Sus ropajes también fueron más modestos, los propios de un Duque Real. Si la que accede al trono es una reina, su consorte no es ungido ni investido ni coronado, pero debe ser el primero en rendir homenaje a su soberana. Lo hace tras los arzobispos y obispos. A continuación le siguen cada uno de los Príncipes, Duques Reales y los primeros Pares del Reino en representación de cada rango (Duques, Marqueses, Condes, Vizcondes y Barones). Todos deben arrodillarse ante la soberana, unir sus manos y jurarle lealtad.

"Yo, Felipe, Duque de Edimburgo, me convierto en vuestro señor de vida y cuerpo, y de culto terrenal; y la fe y la verdad os llevaré, para vivir y morir, contra toda clase de gente. Que Dios me ayude".


Manto de Coronación y Corona del Duque de Edimburgo

A menos que se decida lo contrario, la Reina Consorte es coronada con el Rey en una ceremonia similar pero más sencilla. Esta tiene lugar al finalizar el acto de homenaje. La Reina Consorte, al igual que el Rey, es Ungida, Investida, Coronada y Entronizada inmediatamente después. Finalmente, los Reyes se dirigen al Ofertorio para recibir la Comunión y hacer sus ofrendas al altar.