Alrededor de las 3.30 de la tarde, la novia se dirigió a la Catedral junto a su padre desde el Palacio Real, en una limusina Daimler de 1950 perteneciente a las Caballerizas Reales. Su matrícula o patente es simplemente la corona real.
Pero la dichosa entrada a el altar no estuvo ajena a controversias previas.
Victoria quiso entrar acompañada de su padre, el rey Carlos Gustavo, cosa que es tradición en muchos países, pero no entre la población llana de Suecia, en la que la pareja suele entrar caminando junta como símbolo de igualdad. Por lo que trajo una serie de críticas, entre ellas la del mismo Arzobispo de Estocolmo, que encontraban insultante que la novia sea entregada por su padre, como si fuera una propiedad que pasa de una mano a otra.
Sin embargo, dicha tradición no era del todo seguida por la familia Bernadotte. En la boda de la princesa Ingrid y el futuro rey Federico IX, que tuvo lugar en Estocolmo, y en las bodas de la princesa Margarita y la princesa Désirée, que se casaron en Suecia, las novias fueron escoltadas por su padre o abuelo. Sólo en la boda del rey Carlos XVI Gustavo y Silvia, y la princesa Cristina se siguió la tradición sueca.
Nina Eldh, la portavoz del palacio, declaraba: ''Tiene una dimensión mayor, no es un padre que deja a su hija a otro hombre. El simbolismo es que el rey conduce al altar a la sucesora del país y al hombre que ha sido aceptado". No tenía nada que ver con la propiedad, sino más bien con el fuerte vínculo entre un padre y su hija.
Finalmente, la princesa heredera declaraba: “Hemos tratado de buscar una alianza entre la historia y una boda contemporánea, sin dejar de ser personal”, llegando así al acuerdo de que Victoria entraría a la iglesia con su padre, pero los últimos pasos hacia el altar los daría con Daniel.