legris escribió:
Lo de las cartas de Morny y el hecho de que hubiera seguido su romance con su amiga, incluyendo un hijo, también lo da ana de Sagrera.La reacción fue fulminante; dejó el luto.
Sí, he encontrado mayores datos al respecto, aparte de la confirmación que tú ofreces. Querido Legris, en espera de tu paso por la biblioteca, he estado rebuscando y rebuscando hasta debajo de las piedras, jajajaja.
Puedo daros algo de "carnaza fresca" en este tema...
Empezando con el duque de Morny. En vísperas de que se le confiase la delicada tarea de representar a Francia en los festejos de coronación de Alexander II de Rusia, Morny ya "flirteaba" con la idea de casarse. Cierto que llevaba veinticinco años de relación -no exclusiva, eso sí- con Fanny Le Hon. Pero de repente, a los cuarenta y cinco años, le habían entrado ganas de conseguir una esposa y fundar una familia.
Se puede decir que llegó a la corte imperial en la mejor predisposición, jajaja. Por cierto que su estancia en la corte imperial no estuvo exenta de alguna anécdota jugosa, en concreto una metedura de pata de las que hacen época y que dan pábulo a la carcajada. Ahí va la historieta resumida...
...naturalmente, a Morny le tocó tener que cumplimentar y hacerle la rosca a la zarina viuda de Nicholas I y madre del recien ascendido Alexander II, Alexandra Feodorovna, née Charlotte de Prusia. Alexandra Feodorovna, la Mouffy de Nicholas, estaba profundamente desolada por haber perdido a su esposo, a quien añoraría terriblemente hasta el día de su propia muerte. Sin embargo, era una emperatriz de la cabeza a los pies. En medio de su duelo por el marido, no olvidaba que debía cumplir su papel en la conmoración del ascenso al trono de su hijo mayor. Así que, en el Palacio de Invierno, recibía con exquisita amabilidad las muestras de deferencia de los invitados, entre ellos de Morny. Con de Morny se daba la circunstancia de que el tema de conversación más interesante íba a ser...la emperatriz Eugenia. Sólo habían transcurrido tres años desde que Napoleón III había desposado a la española Eugenia de Montijo, de la que, por entonces, se hacían lenguas en toda Europa. Tanto Alexandra Feodorovna como las damas de su entourage experimentaban una profunda curiosidad en relación con Eugenia.
De Morny no era un ferviente admirador de Eugenia. De hecho, sus sentimientos hacia la esposa de su medio hermano el emperador Napoleón III podrían calificarse de tibios. Sin embargo, se trataba de la esposa de su medio hermano el emperador Napoleón III, es decir, se trataba de la emperatriz de Francia. El embajador especial se embarcó en un discurso vehemente, un rosario de alabanzas a Eugenia. Ella, hija de un hombre de extraordinario pundonor, que había luchado siempre por una causa, no poseía menos gracia ni dignidad regia que, palabras textuales,
cualquiera de esas insignificantes princesas alemanas hijas de soberanos de territorios liliputienses criadas en atmósferas bastante provincianas pero que cargadas de pretenciosidad. Es probable que en el salón todos los presentes contuviesen la respiración mientras observaban a la zarina viuda, que mantuvo una expresión amistosa en el rostro durante el parlamento de Morny. Morny se había olvidado -¡¡patinazo!!- de que las nueras de Alexandra habían sido princesitas alemanas, oriundas de principados o ducados. La mujer de Alexander, Marie, había nacido Hesse-Darmstadt. La mujer de Constantine, Alexandra, había nacido princesa de Saxe-Altenburg.
En un estilo inigualable, Alexandra contestó a Morny:
"En nombre de mis queridas nueras, os agradezco, conde, vuestros halagos [ligero atisbo de ironía de la emperatriz...], pero permitidme que os asegure que mi señor el difunto emperador, yo misma y la corte rusa en pleno, estuvimos encantados a raíz de las elecciones de nuestros hijos, puesto que sus esposas son la alegría de mi vida. Eso no impide, por supuesto, que la emperatriz Eugenia pueda ser una deliciosa soberana". A Morny se le habían puesto de color escarlata hasta el blanco de los ojos, porque acababa de darse cuenta de que su manera de enaltecer a Eugenia podía representar un insulto a las nueras de Alexandra. La elegancia de Alexandra le dejaba a él a la altura del betún, por añadidura. Trató de enmendar la situación, asegurando que sus palabras no pretendían hacer de menos a las princesas alemanas y disculpándose profusamente por si había podido transmitir esa impresión. Supongo que estaría llamándose a sí mismo "bocazas" durante semanas y semanas
Peeeeerooooo...
...volviendo por mis fueros. Esa escenita con Alexandra no pesó en contra de Morny cuando éste se prendó de Sophie Troubetzkoi, quien ya había abandonado el Smolny y formaba parte del nutrido contingente de jóvenes damas que servían a las emperatrices rusas. El romance fue calurosamente aprobado por las tías de Sophie, en especial por Sophia, la esposa de Ivan Alexandrovitch de Ribeaupierre, lo que significó que la zarina Alexandra Feodorovna estuvo más que dispuesta a bendecir el compromiso. El zar Alexander II (si hacemos caso de los rumores, medio hermano mayor por vía paterna de Sophie...) otorgó a la joven un regalo en metálico espléndido con motivo de sus esponsales, el equivalente en rublos a veinte mil libras esterlinas de la época.
Evidentemente, en París se aguardaba con expectación a de Morny y a su esposa rusa la princesa Troubetzkoi después de la boda de ambos, celebrado el 7 de enero de 1857. Los dos viajaron a través del continente hasta París. La primera aparición en sociedad de Sophie se produjo en el curso de una fiesta ofrecida por la señora Narischkine-Ouschanov. Decidida a causar sensación, Sophie había elegido con tiento su atuendo, un vestido de color azul pálido en el que se habían bordado estrellas con hilo de oro en el ruedo de la falda. Para completar el efecto, sólo lucía en su bonito peinado, a
modo de adorno, una rosa, en tanto que la única joya venía siendo una hilera de perlas rodeando la garganta. La simplicidad era engañosa, pero se trataba de una puesta en escena efectista.
No obstante, Sophie no pensaba "triunfar en París". En su adolescencia, había devorado libros acerca de la infortunada reina austríaca de los franceses, Marie Antoinette. Al parecer, eso la había convertido en una ferviente legitimista, partidaria acérrima de los Borbones. Los Bonaparte debían parecerle unos arribistas de tomo y lomo. La sociedad del II Imperio, en general, le transmitía la sensación de un grupo de parvenues con delirios de grandeza. Por supuesto, se mostró afable en su presentación ante Napoleón III y Eugenia. Pero eso no la hizo una fan del medio hermano mayor de su esposo, en tanto que la emperatriz no le provocó una gran impresión cuando la comparó mentalmente con Alexandra Feodorovna de Rusia. En opinión de Sophie, Alexandra Feodorovna desprendía realeza auténtica por cada poro de su piel. Eugenia, en cambio, no, por mucho que se esforzase en interpretar el papel de consorte imperial. Las relaciones entre Eugenia y Sophie Troubetzkoi fueron, por definirlas en una palabra, distantes. Cada una se mantenía en su posición, intercambiaban las debidas cortesías y nada más. Las cosas empeorarían años después, a raíz del noviazgo de Sophie con el duque de Sesto.
Pero Sophie sólo aspiraba a cumplir como esposa para un de Morny que se mostraba embelesado con su guapa mujercita rusa. El primer embarazo se produjo en breve lapso de tiempo después de la boda, lo que incrementó el deseo de Sophie de vivir de forma privada con algunas bien dosificadas apariciones públicas.
Al hilo del tema que se trataba...la falta de fidelidad de Morny...hay un episodio bastante picante que hizo que Sophie se bajase de la nube en la que permanecía al principio de su matrimonio, convencida de que su maduro esposo bebía los vientos por ella y besaba el suelo que ella pisaba. He leído que Sophie, al marcharse a Francia, pidió permiso a su marido para llevarse consigo, en calidad de dama de compañía y lectora, a una muchacha que había sido compañera suya durante la etapa de estudios en el Smolny. La muchacha en cuestión procedía de una familia noble, pero de nobleza poco relevante y, peor aún, de estrecha economía. Sus perspectivas de conseguir un matrimonio apropiado eran escasas, debido a la previsible falta de dote. Sophie le había asegurado que nunca la abandonaría a su suerte si ella lograba casarse bien. Al casarse con Morny, Sophie se acordó de la promesa formulada a su amiga y decidió honrar su palabra. Así que la compañera de estudios recibió una oferta que no era cuestión de rechazar: pertenecer al entourage de la flamante duquesa de Morny, "cuñada" del emperador de Francia.
Durante un tiempo, las cosas marcharon como la seda. Pero hay que recordar que Sophie tuvo varios hijos en poco tiempo. Su primogénita, Marie Eugenie Charlotte, nació antes de que finalizase el año 1857, que se había estrenado con la boda de Sophie Troubetzkoi con el duque de Morny. En 1859 nació un segundo hijo, Auguste. En 1861 lo haría Serge de Morny y en 1863, la benjamina, Mathilde de Morny. En esa sucesión de embarazos-partos, en algún momento, de Morny se ratificó en la idea de que el celibato no cuadraba con su persona. Al parecer, aparte de las demi-mondaines que pudiese frecuentar, fijó su atención en la bonita chica rusa que formaba parte del servicio en su residencia parisina. E hizo avances en esa dirección...
Lo que sigue es la escena más típica de esa clase de enredos. Sophie había salido...a realizar gestiones, quizá visitar el attelier de Worth o a su sombrerera favorita, quien sabe, jajaja. Finalizó en menos tiempo del previsto y retornó a su casa para encontrarse con una escena comprometida de su marido con su dama de compañía.
Me figuro que tras un instante de pura estupefacción...Sophie ardió de cólera. La primera receptora de su ira fue la dama de compañía, también algo muy estereotípico. Sophie la tildó de ingrata y de traidora repugnante antes de ordenarle que empacase sus cosas para largarse de casa inmediatamente. Morny tuvo luego su ración de reproches e improperios. Pasaron meses antes de que recuperase la armonía conyugal.
Es probable que Morny -siguiendo la senda de tantos maridos...- adujese en su descargo que había sido un momento de
faiblesse, un
faux pas que no se repetiría. Quizá Sophie le creyó...o quiso creerle, que son dos cosas ligeramente distintas. A mí me resulta chocante que, en el ambientazo del París II Imperio, Sophie estuviese en la inopia acerca de las otras relaciones de su duque de Morny. A fín de cuentas, él se relacionaba con mujeres demasiado notorias, con lo que los cotilleos debían ser muy persistentes...
Pero he hallado confirmada esa versión de que, muerto Morny, Sophie, que había sacrificado sus bellos tirabuzones en señal de duelo, se encerró en un luto que nada parecía aligerar. El luto concluyó bruscamente en el instante en que ella encontró las famosas cartas de alguna o algunas amantes de su difunto marido. Justo al día siguiente, se presentó muy compuesta, con un traje de restallante colorido, en la mansión de la condesa Ustinov, que era prima suya, hija de su tía Olga Troubetzkoi y el primer marido de ésta, Mikhail Alexandrovich Ustinov. La condesa Ustinov se quedó literalmente de una pieza al ver tan engalanada a la duquesa de Morny. Lógicamente, le preguntó qué había motivado ese cambio súbito. Sophie se expresó con franqueza, informando a su prima del descubrimiento de las cartas. Declaró que, mientras las leía, había comprendido que ella había sido para de Morny una llave que abría la puerta de un nuevo círculo social, a la vez que una simple cifra, una entre muchas; eso la hacía considerar de otra forma al fallecido, su visión de él y sus sentimientos hacia él habían variado sustancialmente.