Servio Tulio reinó más o menos entre el 578 a. C. y el 534 a. C. Es el único de los reyes etruscos al que los historiadores posteriores no pudieron criticar: el tipo llevó a cabo un gobierno ilustrado con reformas importantes en lo político y lo social, tanto que se le ha considerado el segundo fundador de Roma. Además creó el censo, la reforma del ejército y la ampliación de los límites de la ciudad. Desde luego, es más conocido por construir las llamadas “murallas servianas”, que con una longitud de unos 11 kilómetros abarcaban 427 hectáreas e incluían las siete colinas tradicionales. Sin embargo, los estudios arqueológicos indican que estas murallas corresponden al siglo IV a. C. y fueron construidas con piedra procedente de las canteras de Grotta Oscura situadas en territorio de Veyes, ciudad que fue conquistada por los romanos en el año 396 a. C, o sea, mucho después de la muerte de Servio. Puede que lo que se deba atribuir a este monarca sea el
agger, un terraplén que defendía la zona más vulnerable, la que unía el Quirinal y el Viminal con el Esquilino.
Probablemente la más importante de las reformas atribuidas a Servio Tulio, por sus implicaciones políticas y porque es la base de la reorganización del ejército romano, es la que se refiere a la organización de la población. La vieja división en 30 curias se había quedado obsoleta. La población de Roma en estas fechas bien podía ser de más de 100.000 habitantes asentados en la orilla izquierda del Tíber pero, de esa masa, sólo los inscritos en los comicios tenían voz y voto quedando excluidos entre la plebe los más grandes comerciantes, industriales y banqueros. O sea, lo que ponían la pasta para hacer la guerra y las grandes obras públicas que solucionaban la papeleta a una ciudad cada vez más masificada. No estaban contentos y exigían compensaciones a cambio.
Como primera medida, Servio hizo ciudadanos a todos los
libertinos, los hijos de los esclavos liberados llamados
libertos. Es decir, es ciudadana la primera generación nacida en libertad de un antiguo esclavo manumitido, no el propio ex-esclavo. Eran muchos miles de personas que desde ese momento se convirtieron en fans de la monarquía y de Tulio en particular.
En segundo lugar, abolió las 30 curias e instauró 5 clases diferenciadas por patrimonio (para eso creó el censo, para saber cuánto parné tenía cada cual), no por el barrio en el que vivían como antes: los de 1ª clase poseían como mínimo 100.000 ases de oro, los de 5ª clase menos de 12.500 ases. Básicamente, dividió a la población entre aquellos que tenían dinero para equiparse y formar parte del ejército y los que no. ¿Dónde está el truco? Veréis: antes con las curias la cosa estaba clara, un hombre = un voto. Todos valen lo mismo. En cambio ahora se vota por centurias, es decir, cada grupo de 100 hombres emite un voto común. ¿Qué más da, diréis, ir a votar 20.000 personas uno por uno, que ponerse de cuerdo cada 100 en un voto común, enviar al representante de la centuria a la urna, y al final contar sólo 200 votos? Menos lío organizativo. Efectivamente, daría lo mismo si todas las clases tuviesen el mismo número de centurias… pero no lo tienen. La 1ª clase, los obscenamente ricos de verdad, estaban divididos en 98 centurias mientras que los de la 4ª, la 3º, la 2ª y la 1ª, todos juntos sumados, sólo tenían 95. O sea, que bastaba con que los muy ricos se pusiesen de acuerdo para que tuviesen mayoría y el resto, aún coaligados, nunca lograrían alcanzarlos.
¿Cómo es posible que los romanos “de toda la vida” tragasen con esa suma si salían perdiendo? Pues porque no podían hacer otra cosa. El régimen de Servio da el monopolio del poder a la gran industria mientras que los senadores, campesinos al fin y al cabo, tenían mucho menos dinero y encima el pueblo llano lo apoya incondicionalmente ya que le ha dado empleo, salario y ciudadanía (que no les sirve de mucho porque la mayoría forman parte de las clases inferiores, pero oye, tienen su carné de identidad romano y ya es más de lo que los senadores les han dado nunca) Así que Tulio se hizo con una guardia armada que lo protegía, se puso su diadema de oro, se sentó en su trono de marfil y contrató un mayordomo al que había que solicitar audiencia previa si querías hablar con el rey. Y esperar tu turno en la antesala, como todos, seas senador o seas mendigo.
Por supuesto la nueva organización social también afectaba a la forma de reclutar al ejército: 60 centurias de infantería a las que habría que añadirle las 6 centurias de caballería, o sea, el doble de lo que había antes: 6.600 hombres, unas dimensiones que en esa época convertirían a Roma en la principal potencia de Italia central. El ejército así reformado por Servio Tulio seguiría el
modelo hoplítico heredado de los griegos, de forma que los de clase alta serían aquellos ciudadanos con capacidad económica para equiparse como hoplitas: la armadura pesada y el escudo redondo.
El caso es que un rey con guardia propia, al que los plebeyos apoyaban y en cuyo palacio uno no podía entrar como César por su casa, es difícil de eliminar. Por eso recurrieron a “alguien de dentro”, a su yerno Lucio Tarquinio, que era nieto del anterior Tarquinio Prisco, casado con Tulia, hija de Servio. Primero lo intentó por las buenas, acusando a su suegro de abuso de poder, pero los comicios centuriados volvieron a confirmarle como rey por aclamación con lo que no quedaba más solución que el puñal… o el empujarlo por las escaleras del foro hasta dejarlo seco, según dice la tradición. También cuentan que su hija Tulia le pasó por encima con su carro sin dirigir ni una mirada al cadáver de su padre, la muy pájara. En cualquier caso, los senadores exhalaron un suspiro de alivio que les iba a durar bien poco puesto que pasaron de la sartén al fuego. Lucio Tarquinio se sentó en el trono de marfil sin pedir permiso y resultó ser más tiránico de lo que nunca fue su predecesor.
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La expresión suprema de la belleza es la sencillez.
Alberto Durero.