|
Desde la fundación de la República, los monumentos que los romanos elevaron llevaban las mismas siglas marcadas: SPQR, o sea, Senatus Populus-Que Romanus, o sea, el Senado y el pueblo romano.
El Senado, ya hemos hablado de él, era el consejo de los patres que en época monárquica aconsejaba al rey, como su nombre indica, pero que ahora detenta el poder para gobernar: el imperium. El senado tenía poder de sanción sobre cualquier decisión de carácter público tomada por los órganos de la ciudad, convocaba según su parecer a las asambleas donde se decidían las cuestiones de Estado y realmente dirigía el gobierno, puesto que los cónsules salían de sus propias filas.
En cuanto al pueblo, no incluía a toda la ciudadanía como cabría esperar sino solamente a dos clases sociales: los patricios y los equites o caballeros. Los patricios son los descendientes de los fundadores de la ciudad, los cien elegidos por Rómulo que acumularon las mejores tierras y miraban por encima del hombro a los llegados después, la plebe, a la que observaban con recelo. Cada familia patricia llevaba el nombre del antepasado que la fundara y que, sin duda, os sonará: Julio, Cornelio, Claudio, Valerio, Horacio, etc. Pronto fueron desbordados en número por los plebeyos y, para seguir manteniendo sus prerrogativas, compartieron una pequeña parte de sus privilegios con una pequeña parte de la plebe, de forma que los tenían contentos y los comprometían a defenderles de los que no habían sido incluidos en el club de la gente guapa y VIP. Así surgen los equites, la burguesía bien forrada de dinero, que Servio Tulio incluyó en la primera clase, para descontento de los patricios que se vieron sobrepasados por gente sin cuna. Con la República se dieron cuenta de que ya no podían librarse de ellos y que eran un mal menor comparados con la plebe, muchísimo más numerosa y que podría crear problemas más graves. Así que los tomaron como aliados, a aquellos pobres ricachones que en el fondo anhelaban lo mismo que los burgueses de todos los tiempos: entrar a formar parte de la aristocracia, en este caso del Senado.
Los equites provienen del comercio y de la industria y están sobrados de efectivo así que, además de obligarlos a votar de acuerdo con ellos, los senadores aprovechaban para hacerles pagar bien caro el honor de acceder a una oficina o cargo público. Una vez que pagaban por su puesto político se relacionaban con los patricios en sus saraos y, si sonaba a flauta, uno de los jóvenes de alta cuna podría fijarse en una de sus hijas por sus ojos brujos o, más bien, por el monto de la dote, que el padre patricio del jovencito exigiría que fuese como la de una reina. Después, el caballero que ya había pagado puesto político y pagado por un yerno, hijo de senador y futuro senador el muchacho también, tendría más fácil su propio acceso al Senado, por el que tendría que volver a pagar, y encima nunca conseguiría el título de patricio, sino el de conscriptus. Así el Senado romano estaba formado por patres et conscripti, o sea, los patricios y los advenedizos. La aristocracia de sangre y la de la cartera repleta.
Esos dos órdenes, patricios y caballeros, son el pueblo de las siglas SPQR. Todo lo demás es plebe y no cuenta: artesanos, pequeños comerciantes, empleados varios y libertos. Y no estaban contentos con eso de no contar para nada por lo que la historia de la República romana en sus inicios es, en realidad, la historia de una lucha social que durará 207 años.
Podemos situar el inicio en serio de esa lucha en el 494 a.C., unos 14 años después de la proclamación de la República, cuando Roma acaba de perderlo casi todo y vuelve a ser una ciudad latina del montón. La condición de los plebeyos después de la guerra se volvió desesperada. La mayoría había perdido su granja, que se quedó en territorio ocupado por el enemigo, fuera de las famosas 500 millas cuadradas. Además, para hacer frente a sus obligaciones como soldado, muchos habían pedido créditos y se habían cargado de deudas. De no pagarlas, se convertirían en esclavos. Si los acreedores eran varios, estaban autorizados a repartirse el cuerpo del desdichado tras haberlo degollado.
Los comicios centuriados no eran una opción para reclamar mejoras ya que las últimas clases no tenían votos suficientes para imponer su voluntad. Las calles y plazas empezaron a agitarse y la revolución se olía en el aire… pero los senadores debían tener las narices taponadas porque pasaron del tema olímpicamente. Los plebeyos se vieron en la situación de tener que pasar a la acción y lo hicieron de una forma… inesperada: en vez de recurrir a la guillotina 2.300 años antes que los sans-culottes franceses y regar las calles de Roma con sangre patricia, optaron por la resistencia pacífica al estilo de Gandhi. Se retiraron al Monte Sacro del Aventino donde acamparon como si aquello fuese la Puerta del Sol un 15 de mayo, se sentaron, se cruzaron de brazos y dijeron que a partir de ese momento no darían un bracero a la tierra, ni un obrero a las industrias, ni un soldado más al ejército. Y punto.
Y eso, lo del soldado al ejército, son palabras mayores. En aquellos momentos, cuando latinos y sabinos volvían a ser aliados, una amenaza grave se perfilaba en los Apeninos en forma de tribus bárbaras que ya estaban invadiendo ciudades etruscas. Al Senado se le pusieron los pelos de punta y mandaron embajada tras embajada a los plebeyos para convencerles de volver a la ciudad y colaborar en la defensa común. Al principio con bellas palabras y un ligero tufillo condescendiente pero después, ante la cabezonería de los plebeyos, empezaron a suplicar viéndose con el agua al cuello. La cosa estaba clara: o cancelas las deudas de la plebe, liberando a los que se habían convertido ya en esclavos por esa causa, y autorizas a la plebe a tener sus propios magistrados para defender sus intereses o la plebe no se mueve aunque aparezcan los galos ante las puertas de Roma.
El Senado capituló, qué remedio: canceló deudas, liberó esclavos y concedió a los plebeyos dos tribunos y tres ediles, elegidos por la plebe cada año. La primera gran conquista del proletariado romano, la que le dio el instrumento legal para alcanzar todas las demás. El año 494 a.C debería ser recordado por todos los demócratas del mundo. Fue necesario para los plebeyos retirarse de acampada al Monte Sacro más veces en años posteriores, lo que demuestra lo rápido que olvidan sus promesas los que detentan el poder una vez pasado el peligro, pero esta primera es crucial al demostrar que, sin necesidad de hacer sangre, sí se pueden cambiar las cosas.
_________________ La expresión suprema de la belleza es la sencillez.
Alberto Durero.
|
