nando escribió:
y que lo digas Minnie, vas genial, a toda pastilla, a este paso hoy se nos casa con la del bigotillo
Como sigáis Octavius y tú con esa guasa, me voy a acordar de ambos la próxima vez que me haga la cera...
Tenemos que retroceder para recordar que el clan de los Montpensier familia habían llegado bastante antes de que pudiese hacerlo Isabel II con las hermanas menores del rey Alfonso XII. Los Montpensier habían sido recibidos en Madrid, siendo objeto de grandes distinciones por parte de Alfonsito e Isabel, para seguir después su camino a Sevilla, dónde se habían establecido felizmente en su San Telmo. Obviamente, a medida que se consolidaba la presencia de los Montpensier en Sevilla, se hacía más chocante que no se permitiese viajar a España a la ex reina ni a las tres jóvenes infantas. Don Antonio hubo de contemporizar, aunque seguía considerando la presencia de Isabel un riesgo para la monarquía debido a que la dama no sabía comportarse.
En París, mientras estaba esperando el permiso que se retrasaba tanto para retornar a España, Isabel había hecho de las suyas. Se había paseado del brazo del pretendiente carlistas, don Carlos "VII", a cuya esposa, Margarita, no dudaba en visitar, recordando en voz alta que se trataba de la madrina de bautizo de la infanta Eulalia, la benjamina de la soberana. Eso era bochornoso, no menos bochornoso que el hecho de que Isabel hubiese tomado un nuevo secretario personal, Ramiro de la Puente, a quien había hecho, asimismo, su amante, pese a que él tenía consigo a su joven esposa. Ese cúmulo de avatares había tocado la moral a Cánovas. Si en España Isabel se comportaba sólo la mitad de mal de lo que lo hacía en Francia, la imagen de la casa real volvería a resentirse de lo lindo.
Por eso, Cánovas tardó en admitir la presencia de Isabel y, cuando lo hizo, estableció condiciones draconianas. La reina, con las infantas menores, debía viajar por mar hasta Santander, dónde se les ofrecería un recibimiento decoroso pero discreto. No podrían pasar por Madrid, sino que tendrían que dirigirse a El Escorial, de dónde saldrían rumbo a Sevilla, para alojarse en los Reales Alcázares. A fín de marcar bien las pautas, la infanta Isabel, una fanática del ceremonial, prepararía una corte bastante protocolaria y austera en los Reales Alcázares. Se centrarían algunos recursos en educar a las infantas menores, Pilar, Paz y Eulalia, quienes llegarían demasiado afrancesadas, por efecto de los largos años de exilio. La ex soberana tendría que apechugar con ello, le gustase o no, sin protestar.