En general, parece una visión algo más acertada, pero sigue habiendo perlitas, muchas. Vamos por partes.
Pérez-Reverte escribió:
Godoy no era exactamente gilipollas. Nos salió listo y con afición, pero el asunto que se ganó a pulso arrugando sábanas del lecho real, gobernar aquella España, era tela marinera.
Efectivamente, estoy de acuerdo en que Godoy no era un gilipollas y que la España (y o por la Europa de entonces) tenía tela marinera. Ahora bien, que no fuera el gran estadista que requería España para aquellas gravosas circunstancias, es otra cosa. Pero es que no hubo nadie en toda Europa, ni fuera de ella, que en aquellos días le hiciera sombra a un personaje de la talla (con sus cosas buenas y sus cosas malas, que eran muy malas) de Napoleón. Sí fue torpe, hablo de Godoy y desde el punto de vista interior, en no cuidar que la oposición interna fuera a más. Pero era complicado, su ser en sí ya era polémico, ese origen nunca perdonado, esa sombra de duda, falsa absolutamente, de ciertos regios amores. Luego fue absolutamente leal al rey y a su programa o pensamiento político: la nobleza, ya de por sí, estaba que trinaba porque un hijo de alcalde estuviera en estatus por encima de ellos, encima tocaba constantemente sus privilegios haciéndoles caer impuestos con los que Godoy quería no castigar a las ya de por sí castigar clases populares; la Iglesia con esos ataques a la Inquisición, las desamortizaciones, los impuestos... Si a todo eso se le suma un personaje nefasto como Escoiquiz y un príncipe con la personalidad de Fernando, pues... ya lo tenemos todo.
Pérez-Reverte escribió:
Echen cuentas ustedes mismos: una reina propensa a abrir 180º las piernas varias veces al día, un rey bondadoso y estúpido, una iglesia católica irreductible, una aristocracia inculta e impresentable, una progresía acojonada por los excesos guillotineros de la Revolución francesa, y un pueblo analfabeto, indolente, más inclinado a los toros y a los sainetes de majos y copla en plan Sálvame -y ahí seguimos todos- que al estudio y al trabajo del que pocos solían dar ejemplo. Aquéllos, desde luego, no eran mimbres para hacer cestos.
Otra vez los repetidísimos tópicos sobre los Reyes. Una cosa, ¿esos tópicos podrían servir también para Luis XVI & María Antonieta, Fernando IV de Nápoles & María Carolina o Juan VI de Portugal & Carlota Joaquina? Qué raro, ¿no? Pues está clarísimo.
En cuanto a la nobleza y a la Iglesia, efectivamente habían muchos que entraban en ese perfil, pero generalizar tiene riesgos. Había gente muy capaz en esos estamentos que ni eran incultos ni reaccionarios. De hecho, buena parte del sector ilustrado, ya evolucionando al liberalismo que se declara oficialmente en Cádiz en 1812, venía tanto de la nobleza como de la Iglesia, otro tanto venía de clases medias adineradas, incipiente burguesía española, que tuvo la suerte de acceder a la educación. Toda esta peña, sí es verdad, se asustó cuando con motivo de la revolución, vio que la Inquisición renacía del olvido para perseguir cualquier tipo de heterodoxia política/religiosa siendo alentado desde el mismo Gobierno con, al menos en este asunto, el incapaz Floridablanca. Pero ahí estaba Godoy que, lejos de seguir esa política, se autoproclamó defensor de la Ilustración y se enfrentó a los inquisidores, pretegió a los ilustrados, apadrinó a muchos y posibilitó que bajo el reinado de Carlos IV la Ilustración como tal llegara a su punto óptimo, y no es algo que diga yo. Con el avance de los acontecimientos la mayoría de esta minoría social se fue posicionando a posturas más radicales desde el punto de vista político que, luego tras 1808, fueron los verdaderos protagonistas de la revolución liberal española con las Juntas de poder, las cortes y su Constitución de 1812. Pocos fueron partidarios de cambiar o progresar el régimen desde él con Godoy como padrino.
En cuanto al pueblo, ¿qué decir? Fueron inocentemente manipulados desde el púlpito, sobre todo, y también por la aristocracia que bajo su influencia social creaba opinión. Por cierto, con Godoy se prohibieron los toros... Otro punto más de impopularidad.
Pérez-Reverte escribió:
A eso hay que añadir la mala fe tradicional de Gran Bretaña, sus negociantes y tenderos, siempre con un ávido ojo puesto en lo nuestro de América y en el Mediterráneo, que con el habitual cinismo inglés procuraban engorrinar el paisaje cuanto podían. Lo que en plena crisis revolucionaria europea, con aquella España indecisa y mal gobernada, estaba chupado. El caso es que Godoy, pese a sus buenas intenciones -era un chaval
moderno, protector de ilustrados como el dramaturgo Moratín-, se vio todo el rato entre Pinto y Valdemoro, o sea, entre los ingleses, que daban por saco lo que no está escrito, y los franceses, a los que ya se les imponía Napoleón e iban de macarras insoportables. Alianzas y contraalianzas diversas, en fin, nos llevaron de aquí para allá, de luchar contra Francia a ser sus aliados para enfrentarnos a Inglaterra, pagando nosotros la factura, como de costumbre. Hubo una guerrita cómoda y facilona contra Portugal -la guerra de las Naranjas-, un intento de toma de Tenerife por Nelson donde los canarios le hicieron perder un brazo y le dieron, a ese chulo de mierda, las suyas y las del pulpo, y una batalla de Trafalgar, ya en 1805, donde la poca talla política de Godoy nos puso bajo el incompetente mando del almirante gabacho Villeneuve, y donde Nelson, aunque palmó en el combate, se cobró lo del brazo tinerfeño haciéndonos comernos una derrota como el sombrero de un picador.
Parece que es la política exterior donde el papel político de Godoy puede ser más cuestionable. Pero el asunto, una vez más, no era fácil. El siglo XVIII español es un continuo querer y no poder, siempre bajo la órbita de esas dos grandes potencias que terminan una y otra vez arrastrándola... Pero es que teníamos ahí a América y muchos intereses en juego. Mucho barco para tan poco timón. Desde tiempos atrás a los de Carlos IV, se comprobó que España poco hacía internacionalmente por sí sola. Con Francia nos unió durante mucho tiempo la dinastía, con Inglaterra nada, siempre una y otra vez pirateando a costa de los galeones españoles, siempre al acecho para hacerse con las posesiones españolas. Si a eso le añadimos que en la guerra de independencia de las Trece Colonias la España carlotercerista se mostró a favor de los rebeldes, pues apaga y vámonos, Inglaterra no parará hasta desquitarse.
Se ha discutido el pacto de San Ildefonso, ese que tan mal sentó a ingleses, proingleses y realistas franceses. Se ha apuntado que aquel pacto, surgido tras la paz de Basilea, fue el punto que llevó a la ruina, a la España de 1808, y todo por ambición personal de Godoy, para garantizar el apoyo aunque fuera exterior que carecía en el interior. Y lo cierto es que motivos sobraban para exigir responsabilidades a ingleses, que cuanto supieron de la paz empezaron con sus piraterías. El caso es que se había visto que una guerra continental (la de la Convención) era mucho más peligrosa que una en el mar... Y como España y Francia tenían el mismo enemigo común, pues bingo. Eso no quita que ese pacto interesara políticamente a unos y a otros. Eso sí, España dejaba claro que ese pacto era única y exclusivamente a Inglaterra, con las demás potencias con las que Francia estaba en guerra sería absolutamente neutral.
Luego viene la mala fe francesa, el querer utilizar la flota española a su interés... El miedo a una ruptura con una República y luego un Imperio cada vez más asentados y poderosos. Parece que cuando Godoy regresa al poder en torno a 1801 se encuentra con que los gobiernos de Saavedra-Urquijo han estrechado más la alianza con la Francia de Napoleón (con subsidio incluido), entrando en una situación incómoda para el decoro de la Monarquía española. Se entra en el círculo de juegos Godoy-Napoleón, ambos juegan para con sus intereses con las cartas que tienen en mano, claro que los del francés eran mejores. La guerra de las naranjas, con la compra en oro del propio hermano del emperador (Luciano), es un golpe bajo al hombre que se cree llamado por la Providencia, esos continuos no y condiciones que Godoy pone a cada una de sus peticiones, terminan con la proclama de 1806 por la que Godoy trató arrastrar al país a una guerra contra Francia en la que estaría coaligada con Suecia, Prusia, Rusia, Austria, los estados italianos, Portugal e incluso Inglaterra en un momento flaco para el corso. No salió aquello por la fuerte oposición interior y justo después se proclamó como verdadero dueño de Europa: su fin estaba próximo.
Y el querer atribuirle sólo a él el desastre de Trafalgar y el "mal Villeneuve", pues es injusto. Mala suerte que cuando Napoleón se dio cuenta de la clase de hombre que tenía al mando de su escuadra y la orden de destitución estaba curso, aquel, haciendo gala de orgullo personal, sacó a sus barcos al suicidio cuando lo mejor era esperar al enemigo en el seguro llamado "Cádiz". Los españoles, con estúpida lealtad tal vez, o por no querer quedar como unos cobardes, se alzaron también a la mar y pasó lo que pasó. Fue una cara victoria inglesa, España perdió heroicamente a ojos de Europa, y fue una derrota más letal por la gente perdida que por los barcos, los cuales eran reemplazables y tampoco es que España se quedara sin barcos. En la crítica situación de 1808 Godoy hace un repaso de las fuerzas marítimas que tiene para proteger a la real familia si se decide ponerla a salvo bien en las Baleares, bien en las Canarias o en América como último recurso, y las había, se empieza a apuntar que la cara derrota de Trafalgar quizá se ha mitificado mucho.