Foro DINASTÍAS | La Realeza a Través de los Siglos.

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 Asunto: Re: Una Historia de España ... (by Pérez-Reverte)
NotaPublicado: 07 Ene 2015 21:59 
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ARTURO PÉREZ-REVERTE
Una historia de España (XXXVII)
XLSemanal - 05/1/2015

El peor enemigo exterior que España tuvo en el siglo XVIII -y hubo unos cuantos- fue Inglaterra. Al afán británico porque nunca hubiese buenos gobiernos en Europa hubo que añadir su rivalidad con el imperio español, que tuvo por principal escenario el mar. Las posesiones españolas en América eran pastel codiciado, y el flujo de riquezas a través del Atlántico resultaba demasiado tentador como para no darle mordiscos. Pese a muchas señales de recuperación, España no tenía industria, apenas fabricaba nada propio y vivía de comprarlo todo con el oro y la plata que, desde las minas donde trabajaban los indios esclavizados, seguían llegando a espuertas. Y ahí estaba el punto. Muchas fortunas en la City de Londres se hicieron con lo que se le quitaba a España y sus colonias: acabamos convirtiéndonos en la bisectriz de la Bernarda, porque todos se acercaban a rapiñar. El monopolio comercial español con sus posesiones americanas era mal visto por las compañías mercantiles inglesas, que nos echaron encima a sus corsarios (ladrones autorizados por la corona), sus piratas (ladrones por cuenta propia) y sus contrabandistas. Había bofetadas para ponerse a la cola depredadora, en plan aquí quién roba el último, hasta el punto de que faltó arroz para tanto pollo. Eso, claro, engordaba a las colonias británicas en Norteamérica, cuya próspera burguesía, forrándose con lo suyo y con lo nuestro entre exterminio y exterminio de indios, empezaba a pensar ya en separarse de Inglaterra. España, aunque con los Borbones se había recuperado mucho -obras públicas, avances científicos, correos, comunicaciones- del desastre con el que se despidieron los Austrias, seguía sin levantar cabeza, pese a los intentos ilustrados por conducirla al futuro. Y ahí tuvieron su papel ministros y hombres interesantes como el marqués de la Ensenada, que, dispuesto a plantar cara a Inglaterra en el mar, reformó la Real Armada, dotándola de buenos barcos y excelentes oficiales. Aunque era tarde para devolver a España al rango de primera potencia mundial, esa política permitió que siguiéramos siendo respetables en materia naval durante lo que quedaba de siglo. Prueba de lo bien encaminado que iba Ensenada es que los ingleses no pararon de ponerle zancadillas, conspirando y sobornando hasta que lograron que el rey se lo fumigara (esto seguía siendo España, a fin de cuentas, y en Londres nos conocían hasta de lejos); y nada dice tanto a favor de ese ministro, ni es tan vergonzoso para nosotros, como la carta enviada por el embajador inglés a Londres, celebrando su caída: «Los grandes proyectos para el fomento de la Real Armada han quedado suspendidos. Ya no se construirán más buques en España». De cualquier manera, con Ensenada o sin él, nuestro XVIII fue el siglo por excelencia de la Marina española, y lo seguiría siendo hasta que todo se fue a tomar por saco en Trafalgar.

El problema era que teníamos unos barcos potentes, bien construidos, y unos oficiales de élite con excelente formación científica y marina, pero escaseaban las buenas tripulaciones. El sistema de reclutamiento era infame, las pagas eran pésimas, y a los que volvían enfermos o mutilados se les condenaba a la miseria (lo mismo eso les suena). A diferencia de los marinos ingleses, que tenían primas por botines y otros beneficios, las tripulaciones españolas no veían un puto duro, y todo marinero con experiencia procuraba evitar los barcos de la Real Armada, prefiriendo la marina mercante, la pesca e incluso (igual también les suena esto) las marinas extranjeras. Lo que pasa es que, como ocurre siempre, en todo momento hubo gente con patriotismo y con agallas; y, pese a que la Administración era desastrosa y corrupta hasta echar la pota, algunos marinos notables y algunas heroicas tripulaciones protagonizaron hechos magníficos en el mar y en la tierra, sobándoles el morro a los ingleses en muchas ocasiones. Lo que, considerando el paisanaje, la bandera bajo la que servían y el poco agradecimiento de sus compatriotas, tiene doble mérito. El férreo Blas de Lezo le dio por saco al comodoro Vernon en Cartagena, Velasco se batió como un tigre en la Habana, Gálvez -héroe en Estados Unidos, desconocido en España- se inmortalizó en la toma de Pensacola, y navíos como el Glorioso supieron hacérselo pagar muy caro a los ingleses antes de arriar bandera. Hasta el gran Horacio Nelson (detalle que los historiadores británicos callan pudorosamente), se quedó manco cuando quiso tomar Tenerife por la cara, y los de allí, que aún no estaban acostumbrados al turismo, le dieron las suyas y las del pulpo.


[Continuará]

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 Asunto: Re: Una Historia de España ... (by Pérez-Reverte)
NotaPublicado: 08 Ene 2015 11:51 
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Ningún pero que ponerle. Sólo añadir que la nefasta política seguida en tiempos del ministro Floridablanca con Carlos III, que consistía en apoyar la emancipación de las colonias inglesas en la América del Norte, produjo un odio y un revanchismo que no terminó hasta verse cumplido su desquite. Desde entonces, o más bien desde la Revolución francesa, la política externa de la monarquía española consistió en sostener dos grandes amenazas: en el mar Inglaterra, en tierra Francia. ¿Con quién era mejor aliarse? Inglaterra no puso muchas facilidades en favor de una alianza, y ya fueran de amigos o enemigos nos la terminarían dando. Su desquite consistió en aprovechar cualquier debilidad para arrebatarnos nuestras preciadas Américas, verdadera obsesión de nuestros gobiernos en pro de conservarlas, y visto que no pudieron por la fuerza conque los americanos presentaron a una invasión inglesa, demostrando un gran amor a la madre patria, aprovecharon luego, en los negros días de la invasión napoleónica, para con una mano ayudar a la expulsión del francés en la península y con la otra alentar y apoyar los levantamientos e insurrecciones independentistas en los virreinatos de la América.

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 Asunto: Re: Una Historia de España ... (by Pérez-Reverte)
NotaPublicado: 01 Mar 2015 17:21 
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ARTURO PÉREZ-REVERTE
Una historia de España (XXXVIII)
XLSemanal - 02/2/2015

Además de convertir Madrid y otros lugares en sitios bastante bonitos, dentro de lo que cabe, Carlos III fue un rey simpático. No en lo personal -contando chistes, aquel Borbón no era nada del otro mundo- sino de intenciones y maneras. Venía de Nápoles, de donde por esos chanchullos dinásticos de entonces había sido rey, y traía de allí aficiones, ideas y maneras que lo acercaban mucho a la modernidad. En España, claro, aquello chocaba con la oscuridad tradicional de los rectores más reaccionarios, que seguían tirando para el otro lado. Pero aun así, en veintinueve años de reinado, ese monarca de buenas intenciones hizo lo que pudo. Fue un rey ilustrado que procuró rodearse de gente competente. Si en una hemeroteca consultamos la Gazeta de Madridcorrespondiente a su reinado, nos quedaremos de pasta de boniato, admirados de la cantidad de leyes justas y oportunas con la que aquel muy decente Borbón intentó abrir las ventanas y airear el olor a cerrado y sacristía que enrarecía este putiferio. Hubo apoyo a la investigación y la ciencia, repoblación con inmigrantes de regiones abandonadas, y leyes eficaces que hacían justicia a los desfavorecidos, rompían el inmovilismo de gremios y corporaciones de talante medieval, permitían ejercer oficios honorables a los hijos ilegítimos y abrían a las mujeres la posibilidad de ejercer oficios que hasta entonces les estaban vedados. Parecía, resumiendo la cosa, que otra España era posible; y lo cierto es que esa otra España se asentó bastante, apuntando esperanzas que ya no iban a perderse nunca. Pero no todo fueron alegrías. La cosa bélica, por ejemplo, ruló bastante mal. Los pactos de familia con Francia y el apoyo a las colonias rebeldes de Norteamérica en su guerra de independencia (como unos linces, apoyamos a quienes luego nos despojarían de todo) nos zambulleron en un par de guerras con Inglaterra de las que, como siempre, pagamos los platos rotos y el total de la factura, perdiendo unas posesiones y recuperando otras, pero sin conseguir nunca echarle el guante a Gibraltar.

Por la parte eclesiástica, los reformadores e ilustrados cercanos a Carlos III seguían empeñados en recortar las alas de la Iglesia católica, que seguía siendo el gallo del corral, y educar al pueblo para apartarlo de supersticiones y barroquismos inmovilistas. En ese momento, la poderosa Compañía de Jesús representaba cuanto aquellos ilustrados detestaban: potencia intelectual, apoyo del papa, vasta red de colegios donde se educaban los nobles y los millonetis, influencia como confesores de reyes y reinas, y otros etcéteras. Así que, con el pretexto de un motín popular contra el ministro reformista Squillace (un italiano que no sabía en qué país se jugaba los cuartos y el pescuezo), motín al que los jesuitas no fueron del todo ajenos, Carlos III decretó su expulsión de España. Sin embargo, la Iglesia católica -las otras órdenes religiosas, españolas al fin, estaban encantadas con que se cepillaran a los competidores ignacianos- siguió atrincherada en sus privilegios, púlpitos y confesonarios, y la Inquisición se apuntó un tanto demoledor con la detención y proceso del ministro Olavide, empapelado por progresista y por ejecutar reformas que el rey le había encargado, y al que luego, cuando los cuervos negros le cayeron encima, dejaron todos, rey incluido -en eso cae algo menos simpático Carlos III-, tirado como una puta colilla. El escarmiento de Olavide acojonó bastante a la peña, y los reformistas, aunque sin renunciar a lo suyo, se anduvieron en adelante con más cuidado. Por eso buena parte de las reformas se quedaron en parches o arreglos parciales, cuando no bajadas de calzón en toda regla. Hubo ahí un intento interesante, que fue convertir el teatro, que era la diversión popular más estimada -lo que hoy es la tele-, en vehículo de educación, reforma de costumbres y ejemplo de patriotismo laborioso y bien entendido, mostrando modelos de buenos ciudadanos, de jueces incorruptibles, de burgueses trabajadores, de artesanos honrados, de prudentes padres de familia. Pero, como era de esperar -España eterna, igual que la de ahora-, eso fue valorado sólo por algunos. Los grandes éxitos seguían siendo sainetes bajunos, episodios chocarreros que encajaban más con el gusto, no sólo del pueblo resignado e inculto, sino también de una nobleza frívola y a veces analfabeta: aquella aristocracia castiza de misa y trono, que prefería las modas y maneras del populacho de Lavapiés o la gitanería del Sacromonte a las luces de la razón, el progreso y el buen gusto que ya estaban iluminando Europa.


[Continuará].

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 Asunto: Re: Una Historia de España ... (by Pérez-Reverte)
NotaPublicado: 01 Mar 2015 17:24 
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ARTURO PÉREZ-REVERTE
Una historia de España (XXXIX)
XLSEMANAL - 01/03/2015

A finales del siglo XVIII, con la desaparición de Carlos III y sus ministros ilustrados, se fastidió de nuevo la esperanza de que esto se convirtiera en un lugar decente. Habían sido casi tres décadas de progreso, de iniciativas sociales y científicas, de eficiente centralismo acorde con lo que en ese momento practicaban en Europa las naciones modernas. Aquella indolente España de misa, rosario, toros y sainetes de Ramón de la Cruz aún seguía lastrada por su propia pereza, incapaz de sacar provecho del vasto imperio colonial, frenada por una aristocracia ociosa y por una Iglesia católica que defendía sus privilegios como gato panza arriba; pero lo cierto es que, impulsada por hombres inteligentes y lúcidos que combatían todo eso, empezaba a levantar poco a poco la cabeza. Nunca había sido España tan unitaria ni tan diversa al mismo tiempo. Teníamos monarquía absoluta y ministros todopoderosos, pero por primera vez no era en beneficio exclusivo de una casa real o de cuatro golfos con título nobiliario, sino de toda la nación. Los catalanes, que ya podían negociar con América e iban con sus negocios para arriba, estaban encantados, en plan quítame fueros pero dame pesetas. Los vascos, integrados en los mecanismos del Estado, en la administración, el comercio y las fuerzas armadas -en todas las hazañas bélicas de la época figuran apellidos de allí-, no discutían su españolidad ni hartos de vino. Y los demás, tres cuartos de lo mismo. España, despacio pero notándose, empezaba a respetarse a sí misma, y aunque tanto aquí como en la América hispana quedaba tela de cosas por resolver, el futuro pintaba prometedor. Y entonces, por esa extraña maldición casi bíblica, o sin casi, que pesa sobre esta desgraciada tierra, donde tan aficionados somos a cargarnos cuanto conseguimos edificar, a Carlos III le sucedió el imbécil de su hijo Carlos IV, en Francia estalló una sangrienta revolución que iba a cambiar Europa, y todo, una vez más, se nos fue al carajo. Al cuarto Carlos, bondadoso, apático y mierdecilla como él sólo, la España recibida en herencia le venía grande. Para más inri, lo casaron con su prima María Luisa de Parma, que aparte de ser la princesa más fea de Europa, era más puta que María Martillo.

Aquello no podía acabar bien, y para adobar el mondongo entró en escena Manuel Godoy, que era un guardia de palacio alto, simpático, apuesto y guaperas: una especie de Bertín Osborne que además de calzarse a la reina le caía bien al rey, que lo hizo superministro de todo. Así que España quedó en manos de aquel nefasto ménage à trois, precisamente -que ya es mala suerte, rediós- en un momento en el que habría necesitado buena cabeza y mejor pulso al timón de la nave. Porque en la vecina Francia, por esas fechas, había estallado una revolución de veinte pares de cojones: la guillotina no daba abasto, despachando primero aristócratas y luego a todo cristo, y al rey Luis XVI -otro mantequitas blandas estilo Carlos IV- y a su consorte María Antonieta los habían afeitado en seco. Eso produjo en toda Europa una reacción primero horrorizada y luego belicosa, y todas las monarquías, puestas de acuerdo, declararon la guerra a la Francia regicida. España también, qué remedio; y hay que reconocer, en honor de los revolucionarios gabachos, que cantando su Marsellesa y tal nos dieron una enorme mano de hostias en los Pirineos, pues llegaron a ocupar Bilbao, San Sebastián y Figueras. La reacción española, temiendo que el virus revolucionario contagiase a la peña de aquí, fue cerrar a cal y canto la frontera y machacar a todos cuantos hablaban de ilustración, modernidad y progreso. La Iglesia católica y los sectores más carcamales se frotaron las manos, y España, una vez más y para su desdicha, se convirtió de nuevo en defensora a ultranza del trono y de la fe. Había reformas que ya eran imparables, y hay que decir en favor de Godoy que éste, a quien el cargo venía grande pero no era en absoluto gilipollas, dio cuartelillo a científicos, literatos y gente ilustrada. Aun así, el frenazo en materia de libertades y modernidad fue general. Todos los que hasta entonces defendían reformas políticas fueron considerados sospechosos; y conociendo el percal hispano, procuraron ocultar la cabeza bajo el ala, por si asaban carne. Encima, nuestros nuevos aliados ingleses -encantados, como siempre, de que Europa estuviera revuelta y en guerra-, después de habernos hecho la puñeta todo el siglo, aprovecharon el barullo para seguir dándonos por saco en América, en el mar y donde pudieron. Y entonces, señoras y señores, para dar la puntilla a aquella España que pudo ser y no fue, en Francia apareció un fulano llamado Napoleón.

[Continuará].

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 Asunto: Re: Una Historia de España ... (by Pérez-Reverte)
NotaPublicado: 01 Mar 2015 19:18 
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El resumen del reinado de Carlos III es encantador, condensa bien el rayo de luz que supuso en nuestra historia aquel monarca. Pero en el reinado de Carlos IV volvemos un poquito a la dualidad Carlos IV imbécil redomado/María Luisa más puta que María Martillo. A ver qué opina nuestro Godoy, que también aparece por ahí, ejem ejem.


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 Asunto: Re: Una Historia de España ... (by Pérez-Reverte)
NotaPublicado: 01 Mar 2015 20:35 
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¡Qué bueno! :lol: :lol:

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 Asunto: Re: Una Historia de España ... (by Pérez-Reverte)
NotaPublicado: 01 Mar 2015 22:08 
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:shock: :surprised: :shock: :surprised: :shock: :surprised: :shock: :surprised: :shock: :surprised:

¡Qué manera de tirar por la borda una fantástica labor que venía haciendo el señor Pérez-Reverte resumiendo de forma amena la historia de la tierra hispana!

Bueno, es que no sé por dónde empezar. Don Arturo vuelve a caer en los tópicos, y no lo culpo, la historiografía tradicional así lo ha reflejado... El siglo XX empezó a recuperar esa etapa y ya en el siglo XXI, con la dicha del bicentenario, han salido trabajos fabulosos que han puesto las cosas en su sitio. Creo que Don Arturo sigue en su etapa escolar. Léase un poco a Carlos Seco Serrano, Miguel Artola, Emilio La Parra y tantos otros que han sacado a mi extremeño de la leyenda negra, una leyenda negra que me río de yo de Felipe II.

No, a ver, lo que hace es lo de siempre anteponer los reinados del hijo con el del padre: Carlos III la época maravillosa, de avances, gente capaz, felicidad popular, Ilustración a tope... Y Carlos IV, pobrecito mío, todo lo contrario: incapaz, cornudo, bobo, vago, desastre, la ruina de España. Tremendamente injustos. En los dos períodos hubo luces y sombras, en los dos hubo aciertos y avances, pero también errores y desastres. Eeeeeso sí, las circunstancias del padre fueron INFINITAMENTE más propicias que las del hijo. La Revolución y el Hijo de la Revolución (el corso) sobrepasó a Carlos IV y a Godoy, pero como sobrepasó a todos a excepción de los ingleses muy bien protegidos por su formidable escuadra: Europa entera estaba patas arríba, Napoleón quitaba y ponía reyes donde le daba la gana SÓLO un país se mantuvo intacto durante mucho tiempo: España y gracias a ella Portugal. Todo se fue al garete cuando los amiguetes de Fernando jugaron SUCIO e hicieron poner la política española en manos de Napoleón. El tema es verdaderamente complejo, pero se empieza muy mal.

Se empieza muy mal porque inicia el tema con el tópico de los Reyes. Pérez-Reverte debe de tener las pruebas que nadie tiene para acusar a María Luisa de lo que le acusa. La historiografía ha construído esa fama a base de libelos y panfletos de enemigos de los reyes, harto interesados en desprestigiar: primero el partido aragonés en la época de príncipes, luego la revolución y la embajada francesa poniendo a caldo a los príncipes europeos y después su propio hijo con sus amiguetes jugando a desprestigiar a Godoy y a su madre, que era lo mismo que hacer lo propio con Carlos IV. Fíjense si eran imbéciles, empezando por Fernando, que con ello ponía en duda su propia legitimidad a la Corona con tanto calumniar a su madre. Un espanto. Desde luego si algún pecato tuvieron Carlos IV y María Luisa fue no educar como debieran a su heredero, o al menos elegir a las peores personas para ello porque España pagaría semejante error con el peor rey de su historia.

Sobre la guerra de la Convención, qué decir. A Godoy no le da tiempo a reformar un ejército que ya viene mal de tiempos atrás (nadie cuenta los desastres militares en el reinado anterior)... La Hacienda tampoco estaba bien, la guerra en EEUU ha dejado a las arcas en mal estado, y la mala gestión anterior se arrastra. Cuando llega Godoy él representa la "tercera vía" tras el fracaso estrepitoso de golillas (con Floridablanca) y aristócratas-militares (con Aranda). Él era la pieza esencial para intervenir Carlos IV sin ataduras en su política exterior y entrar en el conflicto que la España católica pide a gritos y que él por honor, como Borbón, tiene que acudir en ayuda de su primo. La primera campaña fue bastante bien, la segunda un auténtico desastre y en la tercera parece que las fuerzas se aparejan y es cuando Godoy aprovecha para alcanzar una paz valiosísima dado el desarrollo. De ahí su flamante título. Una paz que nos costó ceder una isla prácticamente ingobernable y sin interés como era en aquellos momentos Santo Domingo.

Me gusta, eso sí, que reconozca que Godoy protegió al sector ilustrado. Era un ilustrado y reformador convencido. Puso en marcha montones de proyectos, rescató a mucha gente del olvido, les dio recursos, los apoyó... Luego le traicionaron. A Godoy no le perdonaron su origen y menos su rapidísima elevación con no tan clara explicación. Manuel se enfrentó a aquella España reaccionaria que denuncia el propio Arturo, incluso a la mismísima Inquisición. Desamortizó bienes y tierras improductivos de la Iglesia con el beneplácito del Papa... Siguió esa senda ilustrada y formó un gabinete, el mejor de la centuria con gente como Jovellanos, Saavedra, etc, etc. Pero fue acumulando enemigos por doquier y muy poderosos: Aristocracia (nunca consideraron a Godoy de los suyos, ni casado con la prima de los reyes), el clero, ni siquiera el sector ilustrado o incluso el pueblo, con aquellos años primeros del XIX desastres en cosechas y con tanto rumor siendo vox populi.

En fin, a ver qué cuenta de la etapa napoleónica pero es fácil de adivinar. Para mí mi defendido fue un valiente, se enfrentó a su tiempo, fue la mano ejecutora del rey, hasta que fue ganando soltura él solo. Quizá no supo crearse una corriente de pensamiento en su favor, un partido, ni tampoco apreció la talla de sus enemigos, creyó que teniendo al rey en su favor todo estaba bien, el problema es que sus enemigos derribaron a su rey. Sí vio venir a Napoleón, le toreó por decoro de España en lo que estuvo en su mano y el francés se vengó en cuanto pudo hacerlo. Su caída y la de Carlos IV nos privó del muro que podría haber signidicado Fontainebleau, con el nuevo rey Napoleón no estaba ya comprometido con nadie, podía hacer cuanto quisiera, como así hizo con Fernando... Si incumplió aquel tratado ANTES de la caída de aquellos fue porque sabía la situación interior de la corte y el ambiente de España, sobre todo por mano de Fernando con aquellas cartas a escondidas de su padre.

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 Asunto: Re: Una Historia de España ... (by Pérez-Reverte)
NotaPublicado: 01 Mar 2015 22:12 
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Encima te han llamado Bertín Osborne :cool:

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 Asunto: Re: Una Historia de España ... (by Pérez-Reverte)
NotaPublicado: 01 Mar 2015 22:32 
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sabbatical escribió:
Encima te han llamado Bertín Osborne :cool:


:lol: Pues fíjate que ni en eso acierta. No destacó Manuel por su altura, más bien estaba un pelín por encima de la media... Sí, de la media de la época, o sea que no era gran cosa. Sí pudo ser atractivo, era joven, militar, se dice que de musculatura desarrollada, blanquito (valorado en la época), de cabellera abundante y rubia y de cara sonrosada. A eso había que añadirle, seguramente, una personalidad atractiva: debió ser inteligente, despierto, vivaz, con don de la palabra, cercano. A lo que hay que añadirle que era MUY trabajador y MUY leal. Luego es verdad que él se lo creyó un poquito, ¿¡pero quién no es su lugar!?

Después también era un tipo sensible, sólo hay que ver las colecciones de arte que hizo y cómo decoró sus palacios para darse cuenta que ninguna persona que no sea ilustrada, que no sienta gusto y pasión por el arte no se dedica a gastar su fortuna con semejantes obras. Luego fue también muy celoso de su patrimonio, él mismo lo administraba y bastante bien, puesto que mejoró y amplió lo recibido de los Reyes.

Con razón estaban Carlos y María Luisa tan loquitos con su Manuel, no era para menos. Ahí están las cartas que lo dicen: "Tú eres nuestro único amigo. Solo te tenemos a ti..." Claro luego vienen las envidias y ya tenemos el "tinglao" montado. Pero lo cierto es que para ellos, para los reyes, Manuel fue casi una bendición caída del cielo; encontrar a alguien con esa entrega y fidelidad, teniendo el historial que tuvieron de sinsabores con muchos de los que iban a sus cuartos cuando eran príncipes, esa falsedad de la corte, cuando vieron a aquel muchacho plegando sinceridad por los cuatros costados... pues se agarraron a él. Luego Manuel respondió, siempre, y es lo que llama la atención de él, que siempre respondió a los reyes. Incluso parece que esa desesperación por salvar a Godoy cuando cayó fue porque entendieron que Godoy se sacrificó por quedarse al lado de ellos cuando las cosas ya se pusieron feas o al menos él así se lo hacía saber. Manuel cuenta en sus Memorias que quiso retirarse muchas veces, incluso ya cuando la oposición era fuerte y Carlos IV se sentía solo entre sus ministros, pero siempre el rey quiso tenerlo ahí, y claro Manuel respondía, al fin y al cabo todo lo que tenía se lo debía al rey, no podía abandonarlo. Claro que a él el poder tampoco le disgustaba, las cosas como son, pero tampoco fue ningún tirano como han llegado a apuntar. Ya digo, sacó a mucha gente del olvido, incluso de marrones con la Inquisición, pero luego la mayoría terminó por darle la espalda y los pocos que no, acabaron mal tras su caída.

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 Asunto: Re: Una Historia de España ... (by Pérez-Reverte)
NotaPublicado: 16 Mar 2015 11:11 
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Hablando de cómo era el Príncipe de la Paz está la descripción que nos dejó escrita en sus Memorias don Antonio Alcalá Galiano de cuando, tal y como casi acostumbraba, acudía a hacerle la corte al "privado" en su palacio; en concreto es una de las últimas "audiencias públicas" que hizo Manuel en Madrid antes de su caída cuando contaba ya con 40 años. Es citado por muchos autores aunque yo lo extraigo de la obra que sobre Godoy hace el profesor Carlos Seco Serrano ('Godoy, el hombre y el político'):

Manuel Godoy era de alta* estatura, lleno de carnes aunque no gordo; muy cargado de espaldas a punto de llevar la cabeza algo baja, de pelo rubio y color muy blanco; rara circunstancia en un hijo de Extremadura, cuyos naturales, con raras excepciones, llevan en el rostro a manera de un reflejo del terreno de las tostadas dehesas donde tienen su cuna y pasan sus niñeces. Sobre la blancura de sus mejillas relucía un vivísimo carmín, que achacaba la teroz malicia de sus enemigos a lo vulgarmente llamado "mano de gato"; pero aun personas nada amigas syas sustentaban ser don de naturaleza, el cual en verdad casi rayaba en falta por lo muy subido. Vestía el uniforme de capuitán general, pero con faja azul, en lo cual se diferenciaba como generalísimo de los capitanes generales. Llevaba en la mano un sombrero de picos con pluma blanca, y su bastón. Era de fisonomía dulce, poco expresiva; en el hablar ni muy difícil ni muy fácil, no dando muestras de ingenioso y aspirando a veces a chistoso si no con acierto, haciendo efecto, porque una sonrisa más o menos forzada recibía con aparente aprobación sus chistes. Era notable en recordarse los rostros y el negocio que a cada cual traía a verle, en medio de tal confusión de personas y cosas; calidad esta memoria común en los príncipes, donde se prueba cuánto se perfecciona cualquiera de las facultades del hombre con ser continua y casi exclusivamente empleada.

Este cuadro de Carnicero (Museo de la Real Academia de San Fernando, Madrid), confirma y completa la certera descripción de Alcalá Galiano.
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Es curioso que todos destacan la abundante y rubia cabellera de Manuel incluso siendo ya un anciano en París. Sin embargo, me llama la atención que Goya lo retratara de moreno o castaño oscuro en el cuadro que le hizo con motivo de la victoriosa campaña portuguesa de "las naranjas".

* Aunque Alcalá Galiano lo describe como "persona alta", parece que no hay unanimidad en ello. La descripción como alto o bajo es bastante indefinido, depende del punto de referencia. Quizá Don Antonio no fuera un hombre especialmente alto y Manuel a él sí se lo parecía. El caso es que me reitero en lo que dije, tiendo a pensar que Manuel entraba dentro de la media de su época, quizá un pelín por encima de ella (puesto que imagino que la altura sería decisiva para poder entrar en la milicia), pero no era precisamente la altura lo que más destacaba de su apariencia física.

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 Asunto: Re: Una Historia de España ... (by Pérez-Reverte)
NotaPublicado: 16 Mar 2015 13:34 
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Una historia de España (XL)

XLSemanal - 16/3/2015

Godoy no era exactamente gilipollas. Nos salió listo y con afición, pero el asunto que se ganó a pulso arrugando sábanas del lecho real, gobernar aquella España, era tela marinera. Echen cuentas ustedes mismos: una reina propensa a abrir 180º las piernas varias veces al día, un rey bondadoso y estúpido, una iglesia católica irreductible, una aristocracia inculta e impresentable, una progresía acojonada por los excesos guillotineros de la Revolución francesa, y un pueblo analfabeto, indolente, más inclinado a los toros y a los sainetes de majos y copla en plan Sálvame -y ahí seguimos todos- que al estudio y al trabajo del que pocos solían dar ejemplo. Aquéllos, desde luego, no eran mimbres para hacer cestos. A eso hay que añadir la mala fe tradicional de Gran Bretaña, sus negociantes y tenderos, siempre con un ávido ojo puesto en lo nuestro de América y en el Mediterráneo, que con el habitual cinismo inglés procuraban engorrinar el paisaje cuanto podían. Lo que en plena crisis revolucionaria europea, con aquella España indecisa y mal gobernada, estaba chupado. El caso es que Godoy, pese a sus buenas intenciones -era un chaval moderno, protector de ilustrados como el dramaturgo Moratín-, se vio todo el rato entre Pinto y Valdemoro, o sea, entre los ingleses, que daban por saco lo que no está escrito, y los franceses, a los que ya se les imponía Napoleón e iban de macarras insoportables. Alianzas y contraalianzas diversas, en fin, nos llevaron de aquí para allá, de luchar contra Francia a ser sus aliados para enfrentarnos a Inglaterra, pagando nosotros la factura, como de costumbre. Hubo una guerrita cómoda y facilona contra Portugal -la guerra de las Naranjas-, un intento de toma de Tenerife por Nelson donde los canarios le hicieron perder un brazo y le dieron, a ese chulo de mierda, las suyas y las del pulpo, y una batalla de Trafalgar, ya en 1805, donde la poca talla política de Godoy nos puso bajo el incompetente mando del almirante gabacho Villeneuve, y donde Nelson, aunque palmó en el combate, se cobró lo del brazo tinerfeño haciéndonos comernos una derrota como el sombrero de un picador.

Lo de Trafalgar fue grave por muchos motivos: aparte de quedarnos sin barcos para proteger las comunicaciones con América, convirtió a los ingleses en dueños del mar para casi un siglo y medio, y a nosotros nos hizo polvo porque allí quedó destrozada la marina española, que por tales fechas estaba mandada por oficiales de élite como Churruca, Gravina y Alcalá Galiano, marinos y científicos ilustrados, prestigiosos herederos de Jorge Juan, que leían libros, sabían quién era Newton y eran respetados hasta por sus enemigos. Trafalgar acabó con todo eso, barcos, hombres y futuro, y nos dejó a punto de caramelo para los desastres que iban a llegar con el nuevo siglo, mientras las dos Españas que habían ido apuntando como resultado de las ideas modernas y el enciclopedismo, o sea y resumiendo fácil, la partidaria del trono y del altar y la inclinada a ponerlos patas arriba, se iban definiendo con más nitidez. España había registrado muchos cambios positivos, e incluso en los sectores reaccionarios había una tendencia inevitable a la modernidad que se sentía también en las colonias americanas, que todavía no cuestionaban su españolidad. Todo podía haberse logrado, progreso e independencias americanas, de manera natural, amistosa, a su propio ritmo histórico. Pero la incompetencia política de Godoy y la arrogante personalidad de Napoleón fabricaron una trampa mortal. Con el pretexto de conquistar Portugal, el ya emperador de los franceses introdujo sus ejércitos en España, anuló a la familia real, que dio el mayor ejemplo de bajeza, servilismo y abyección de nuestra historia, y después de que el motín de Aranjuez (organizado por el príncipe heredero Fernando, que odiaba a Godoy) derribase al favorito, se llevó a Bayona, en Francia, invitados en lo formal pero prisioneros en la práctica, a los reyes viejos y al principito, que dieron allí un espectáculo de ruindad y rencillas familiares que todavía hoy avergüenza recordar. Bajo tutela napoleónica, Carlos IV acabó abdicando en Fernando VII, pero aquello era un paripé. La península estaba ocupada por ejércitos franceses, y el emperador, ignorando con qué súbditos se jugaba los cuartos, había decidido apartar a los Borbones del trono español, nombrando a un rey de su familia. «Un pueblo gobernado por curas -comentó, convencido- es incapaz de luchar». Y luego se fumó un puro. Y es que como militar y emperador Napoleón era un filigranas; pero como psicólogo no tenía ni puta idea. [Continuará].

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 Asunto: Re: Una Historia de España ... (by Pérez-Reverte)
NotaPublicado: 16 Mar 2015 16:09 
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En general, parece una visión algo más acertada, pero sigue habiendo perlitas, muchas. Vamos por partes.

Pérez-Reverte escribió:
Godoy no era exactamente gilipollas. Nos salió listo y con afición, pero el asunto que se ganó a pulso arrugando sábanas del lecho real, gobernar aquella España, era tela marinera.

Efectivamente, estoy de acuerdo en que Godoy no era un gilipollas y que la España (y o por la Europa de entonces) tenía tela marinera. Ahora bien, que no fuera el gran estadista que requería España para aquellas gravosas circunstancias, es otra cosa. Pero es que no hubo nadie en toda Europa, ni fuera de ella, que en aquellos días le hiciera sombra a un personaje de la talla (con sus cosas buenas y sus cosas malas, que eran muy malas) de Napoleón. Sí fue torpe, hablo de Godoy y desde el punto de vista interior, en no cuidar que la oposición interna fuera a más. Pero era complicado, su ser en sí ya era polémico, ese origen nunca perdonado, esa sombra de duda, falsa absolutamente, de ciertos regios amores. Luego fue absolutamente leal al rey y a su programa o pensamiento político: la nobleza, ya de por sí, estaba que trinaba porque un hijo de alcalde estuviera en estatus por encima de ellos, encima tocaba constantemente sus privilegios haciéndoles caer impuestos con los que Godoy quería no castigar a las ya de por sí castigar clases populares; la Iglesia con esos ataques a la Inquisición, las desamortizaciones, los impuestos... Si a todo eso se le suma un personaje nefasto como Escoiquiz y un príncipe con la personalidad de Fernando, pues... ya lo tenemos todo.

Pérez-Reverte escribió:
Echen cuentas ustedes mismos: una reina propensa a abrir 180º las piernas varias veces al día, un rey bondadoso y estúpido, una iglesia católica irreductible, una aristocracia inculta e impresentable, una progresía acojonada por los excesos guillotineros de la Revolución francesa, y un pueblo analfabeto, indolente, más inclinado a los toros y a los sainetes de majos y copla en plan Sálvame -y ahí seguimos todos- que al estudio y al trabajo del que pocos solían dar ejemplo. Aquéllos, desde luego, no eran mimbres para hacer cestos.

Otra vez los repetidísimos tópicos sobre los Reyes. Una cosa, ¿esos tópicos podrían servir también para Luis XVI & María Antonieta, Fernando IV de Nápoles & María Carolina o Juan VI de Portugal & Carlota Joaquina? Qué raro, ¿no? Pues está clarísimo.
En cuanto a la nobleza y a la Iglesia, efectivamente habían muchos que entraban en ese perfil, pero generalizar tiene riesgos. Había gente muy capaz en esos estamentos que ni eran incultos ni reaccionarios. De hecho, buena parte del sector ilustrado, ya evolucionando al liberalismo que se declara oficialmente en Cádiz en 1812, venía tanto de la nobleza como de la Iglesia, otro tanto venía de clases medias adineradas, incipiente burguesía española, que tuvo la suerte de acceder a la educación. Toda esta peña, sí es verdad, se asustó cuando con motivo de la revolución, vio que la Inquisición renacía del olvido para perseguir cualquier tipo de heterodoxia política/religiosa siendo alentado desde el mismo Gobierno con, al menos en este asunto, el incapaz Floridablanca. Pero ahí estaba Godoy que, lejos de seguir esa política, se autoproclamó defensor de la Ilustración y se enfrentó a los inquisidores, pretegió a los ilustrados, apadrinó a muchos y posibilitó que bajo el reinado de Carlos IV la Ilustración como tal llegara a su punto óptimo, y no es algo que diga yo. Con el avance de los acontecimientos la mayoría de esta minoría social se fue posicionando a posturas más radicales desde el punto de vista político que, luego tras 1808, fueron los verdaderos protagonistas de la revolución liberal española con las Juntas de poder, las cortes y su Constitución de 1812. Pocos fueron partidarios de cambiar o progresar el régimen desde él con Godoy como padrino.
En cuanto al pueblo, ¿qué decir? Fueron inocentemente manipulados desde el púlpito, sobre todo, y también por la aristocracia que bajo su influencia social creaba opinión. Por cierto, con Godoy se prohibieron los toros... Otro punto más de impopularidad.

Pérez-Reverte escribió:
A eso hay que añadir la mala fe tradicional de Gran Bretaña, sus negociantes y tenderos, siempre con un ávido ojo puesto en lo nuestro de América y en el Mediterráneo, que con el habitual cinismo inglés procuraban engorrinar el paisaje cuanto podían. Lo que en plena crisis revolucionaria europea, con aquella España indecisa y mal gobernada, estaba chupado. El caso es que Godoy, pese a sus buenas intenciones -era un chaval moderno, protector de ilustrados como el dramaturgo Moratín-, se vio todo el rato entre Pinto y Valdemoro, o sea, entre los ingleses, que daban por saco lo que no está escrito, y los franceses, a los que ya se les imponía Napoleón e iban de macarras insoportables. Alianzas y contraalianzas diversas, en fin, nos llevaron de aquí para allá, de luchar contra Francia a ser sus aliados para enfrentarnos a Inglaterra, pagando nosotros la factura, como de costumbre. Hubo una guerrita cómoda y facilona contra Portugal -la guerra de las Naranjas-, un intento de toma de Tenerife por Nelson donde los canarios le hicieron perder un brazo y le dieron, a ese chulo de mierda, las suyas y las del pulpo, y una batalla de Trafalgar, ya en 1805, donde la poca talla política de Godoy nos puso bajo el incompetente mando del almirante gabacho Villeneuve, y donde Nelson, aunque palmó en el combate, se cobró lo del brazo tinerfeño haciéndonos comernos una derrota como el sombrero de un picador.


Parece que es la política exterior donde el papel político de Godoy puede ser más cuestionable. Pero el asunto, una vez más, no era fácil. El siglo XVIII español es un continuo querer y no poder, siempre bajo la órbita de esas dos grandes potencias que terminan una y otra vez arrastrándola... Pero es que teníamos ahí a América y muchos intereses en juego. Mucho barco para tan poco timón. Desde tiempos atrás a los de Carlos IV, se comprobó que España poco hacía internacionalmente por sí sola. Con Francia nos unió durante mucho tiempo la dinastía, con Inglaterra nada, siempre una y otra vez pirateando a costa de los galeones españoles, siempre al acecho para hacerse con las posesiones españolas. Si a eso le añadimos que en la guerra de independencia de las Trece Colonias la España carlotercerista se mostró a favor de los rebeldes, pues apaga y vámonos, Inglaterra no parará hasta desquitarse.

Se ha discutido el pacto de San Ildefonso, ese que tan mal sentó a ingleses, proingleses y realistas franceses. Se ha apuntado que aquel pacto, surgido tras la paz de Basilea, fue el punto que llevó a la ruina, a la España de 1808, y todo por ambición personal de Godoy, para garantizar el apoyo aunque fuera exterior que carecía en el interior. Y lo cierto es que motivos sobraban para exigir responsabilidades a ingleses, que cuanto supieron de la paz empezaron con sus piraterías. El caso es que se había visto que una guerra continental (la de la Convención) era mucho más peligrosa que una en el mar... Y como España y Francia tenían el mismo enemigo común, pues bingo. Eso no quita que ese pacto interesara políticamente a unos y a otros. Eso sí, España dejaba claro que ese pacto era única y exclusivamente a Inglaterra, con las demás potencias con las que Francia estaba en guerra sería absolutamente neutral.

Luego viene la mala fe francesa, el querer utilizar la flota española a su interés... El miedo a una ruptura con una República y luego un Imperio cada vez más asentados y poderosos. Parece que cuando Godoy regresa al poder en torno a 1801 se encuentra con que los gobiernos de Saavedra-Urquijo han estrechado más la alianza con la Francia de Napoleón (con subsidio incluido), entrando en una situación incómoda para el decoro de la Monarquía española. Se entra en el círculo de juegos Godoy-Napoleón, ambos juegan para con sus intereses con las cartas que tienen en mano, claro que los del francés eran mejores. La guerra de las naranjas, con la compra en oro del propio hermano del emperador (Luciano), es un golpe bajo al hombre que se cree llamado por la Providencia, esos continuos no y condiciones que Godoy pone a cada una de sus peticiones, terminan con la proclama de 1806 por la que Godoy trató arrastrar al país a una guerra contra Francia en la que estaría coaligada con Suecia, Prusia, Rusia, Austria, los estados italianos, Portugal e incluso Inglaterra en un momento flaco para el corso. No salió aquello por la fuerte oposición interior y justo después se proclamó como verdadero dueño de Europa: su fin estaba próximo.

Y el querer atribuirle sólo a él el desastre de Trafalgar y el "mal Villeneuve", pues es injusto. Mala suerte que cuando Napoleón se dio cuenta de la clase de hombre que tenía al mando de su escuadra y la orden de destitución estaba curso, aquel, haciendo gala de orgullo personal, sacó a sus barcos al suicidio cuando lo mejor era esperar al enemigo en el seguro llamado "Cádiz". Los españoles, con estúpida lealtad tal vez, o por no querer quedar como unos cobardes, se alzaron también a la mar y pasó lo que pasó. Fue una cara victoria inglesa, España perdió heroicamente a ojos de Europa, y fue una derrota más letal por la gente perdida que por los barcos, los cuales eran reemplazables y tampoco es que España se quedara sin barcos. En la crítica situación de 1808 Godoy hace un repaso de las fuerzas marítimas que tiene para proteger a la real familia si se decide ponerla a salvo bien en las Baleares, bien en las Canarias o en América como último recurso, y las había, se empieza a apuntar que la cara derrota de Trafalgar quizá se ha mitificado mucho.

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Traducción al español por Huan Manwë para phpbb-es.com


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