Jaime de Marichalar dejará de ser duque de LugoMª Eugenia Yagüe Pierde la coronita bordada Días amargos para Jaime de Marichalar. La confirmación pública de su divorcio va más allá de la ruptura habitual de una pareja. Es una humillación, un fracaso personal, una pérdida de autoestima, una bajada en la escala social.
El día que se emita la sentencia de divorcio ya no será duque de Lugo. Le queda poco para seguir ostentando un título que dice que jamás ha pretendido mantener al dejar de ser consorte. Y le creemos.
Su tragedia no radica en la coronita que debe arrancar de sus camisas bordadas por primoroso encargo. Ni en tirar a la basura esos tarjetones con el escudo del ducado que siempre escribía con tinta verde.
Los ignorantes del protocolo de altura pensamos, al recibir una de sus felicitaciones navideñas, que había perdido la pluma o que era uno de esos toques snob que adorna su personalidad. Pues no, es que la aristocracia de verdad escribe por lo visto con tinta verde. Siempre estamos aprendiendo.
El drama de Jaime de Marichalar es que nunca pensó que una infanta de España iba a tener el valor de dar el portazo y dejar un triplex decorado con gusto exquisito, terraza, jardín y piscina, dominando lo mejor de La Milla de Oro, para marcharse a una casita en una colonia de medio pelo de un barrio corriente de Madrid.
Marichalar jugó a la osadía de pasearse en patinete por el carril-bus de Príncipe de Vergara, se puso un montón de pañuelos de colores al cuello para desafiar a la gente pija de la calle Serrano y bostezó de aburrimiento en el Club de Campo, mientras la infanta disfrutaba montando a caballo, su afición favorita.
Jaime de Marichalar creyó que las princesas son más sufridoras que el resto de las ciudadanas y se encontró con una mujer de ‘rompe y rasga’ que, además, encontró el total apoyo de su padre para mandarle a paseo.