San Jacinto desapareció de la faz de la pampa húmeda en junio de 1970 pero su mito, y su historia, está viva aún en la zona para quiénes la conocieron, o trabajaron en ella. La historia de San Jacinto, al igual que en Huetel, comienza con una hermana Unzué, en este caso María de los Remedios Unzué Gutiérrez, a quién por cuestiones de practicidad y de nombres, la llamaremos María Unzué de Alvear.
“Beba” Unzué, como la conocían sus amistades, hizo lo que se esperaba de una persona de su clase y fortuna, y un poco más. Se casó bien en 1885 con Ángel Torcuato de Alvear, este matrimonio que si bien no tuvo descendencia, y duró menos de 20 años, incrementó sus vínculos sociales. La volvió cuñada de quién sería el presidente de la Nación, Marcelo T. de Alvear, y al enviudar, por supuesto, incrementó su fortuna. “Beba” se dedicó a mejorar la vida de aquellos en peores condiciones pero quizá lo hizo con el celo suficiente para que el Papa la premie con un marquesado pontificio, sólo otra dama argentina recibiría tal honor.
Constructora imparable, sería famosa por varias residencias pero hoy nos ubicaremos a una de las estancias más famosas de las pampas: San Jacinto.
Su origen se remonta a 1830 cuando estas tierras le fueron adjudicadas por la Ley de Enfiteusis a Leguizamón en el año 1830, según planos de la época. Cambian de manos en 1850 cuando Saturnino E. Unzué adquiere las tierras. Muere en 1886 a los 56 años, y es su hijo Saturnino José quien hereda ese predio que luego acrecienta con la compra de más parcelas vecinas traspasando los límites del partido de Mercedes llegando algunas parcelas hasta San Andrés de Giles y Carmen de Areco. La estancia recibió su nombre por la madre de Saturnino, Jacinta Rey de Unzué. Y al morir, en 1886, la estancia queda en manos de su hija María Unzué de Alvear, la constructora del casco y última dueña.
Como ya había hecho en otros casos, su residencia de Mar del Plata, la de Recoleta o el Asilo de Mar del Plata, “Beba” elige a un arquitecto francés, en este caso el seleccionado fue Louis Dujarric. Los campos que la rodeaban llegaron a tener entre 60 mil y 75 mil hectáreas según los reportes, sólo el parque del casco abarcaba una superficie de entre 25/30 hectáreas. Los jardines ocupaban cientas de hectáreas más. Se sabe que pastaban ciervos y estaba decorado con estatuas de mármol esculpidas por famosos artistas, llegó a tener su propia capilla que en realidad tenía dimensiones de iglesia y de las que apenas quedan ruinas hoy.
De la “casa” sólo quedan reportes, no he logrado encontrar una sola foto, hay videos online pero muestran más de lo mismo, las fachadas de lejos. La sala principal, dicen, contaba con una amplia escalera curvada y en su centro colgaba a unos 8 metros de altura una gran araña de plata, que pesaba 200 kilos. Este dato era desconocido y se la terminó vendiendo a un valor menor al que costaba durante la subasta que tendría que haber sido multiplicado por 10, alguien tuvo mucha suerte ese día.
“Beba” Unzué de Alvear falleció en Buenos Aires en enero de 1950 a los 88 años, no había herederos directos por lo cual sus posesiones se dividieron entre las 4 hijas de su sobrina nieta y ahijada, Ángela González Álzaga, que hizo usufructo de esas propiedades hasta que las herederas, Lucía, María Inés, Teresa y Amalia fueron mayores de edad.
Y como suele suceder en algunas familias, especialmente en Argentina, el fin de la riqueza suele ir de la mano de la división de la tierra, los fondos, y los impuestos que derivó en falta de mantenimiento y deterioro, por lo que en 1968 decidieron vender la propiedad a una empresa de capitales estadounidenses radicada en Montevideo que pretendía instalar allí un Hotel-Casino. Esto, sin embargo, quedó en la nada porque una ley impedía el funcionamiento de una sala de juegos a menos de 400 kilómetros de Buenos Aires. La propiedad entonces salió a remate en junio de 1970 ya que la empresa buscaba recuperar su inversión vendiendo los bienes muebles y capitalizando la demolición posterior. Lamentablemente en el proceso se destruyó patrimonio irrecuperable.
***
Próximamente otra joya perdida, "La Lucila" de los Urquiza Anchorena, ésta sí que duele cada vez veo alguna foto.
_________________
"Ma fin est mon commencement,
et mon commencement ma fin".