La muerte de su protector no alteró la buena acogida que Rodrigo había tenido en Zaragoza ya que su hijo Al-Mutamín lo mantuvo a su servicio, mostrando la misma predilección y confianza en él que tuvo su padre. El nuevo monarca, que por cierto es uno de los mejores matemáticos de la historia de nuestro país, necesitaba al Cid debido al enfrentamiento que desde el principio sostuvo con su hermano, que se había aliado con el conde de Barcelona y el rey de Aragón y Navarra. Esta triple alianza amenazaba todas sus fronteras con lo que la ayuda de Rodrigo, reconocido por sus victorias en combates singulares, se volvió de pronto inestimable.
Al-Mutamín otorgó al Cid el encargo de proteger la integridad del reino, siendo constantes los enfrentamientos en la franja fronteriza del norte contra el aragonés. El primer incidente tuvo lugar en la fortaleza de Monzón
Allí se dirigía Rodrigo a finales de 1081 para vigilar la línea de castillos aragoneses que guardaban la frontera, principalmente el de Alquézar, cuando sus planes llegaron a oídos del rey Sancho Ramírez. Éste, en un acto de chulería, juró que nunca permitiría al castellano asentarse en Monzón y claro, el castellano se sintió profundamente ofendido y más prisa que se dio en llegar a la zona. ¿Por qué estaba tan seguro el monarca? Porque sabía que el rey de Lérida, hermano del de Zaragoza, le daba su apoyo plantando su ejército en las cercanías de Peralta de Alcofea. Por supuesto, ni la chulería de un aragonés, ni un ejército leridano, impidieron al Cid entrar tranquilamente con su hueste en Monzón tras llegar a un acuerdo con la población musulmana de la villa. Es decir, entró y encima sin derramar una gota de sangre. Más tarde llegó al mismo acuerdo con los guardianes de la fortaleza de Tamarite de Litera, 20 km al este, asentando estas plazas como defensoras del reino de Zaragoza.
A principios de 1082, encontramos a nuestro protagonista reunido en consejo con su señor al-Mutamín. Ambos deciden restaurar y fortificar el castillo de Almenar, sito unos 20 km al norte de Lérida (no confundir con Almenar de Soria que también tiene un castillo estupendo)
Almenar era el puesto avanzado de los zaragozanos hacia Lérida con lo que los inicios de los trabajos de restauración hicieron reaccionar al monarca de esta taifa pidiendo ayuda a los catalanes, a todos los condes catalanes se entiende. En esta época, la región estaba dividida en varios condados entre los que Barcelona tenía cierta superioridad, pero igual de importante era para al-Fagit la ayuda de Berenguer Ramón II que la del conde de Urgel, el de Besalú, de Ampurias, del Rosellón e incluso el de Carcasona, ya puestos. De hecho, sólo faltó el de Pallars. Eso supone una coalición bastante formidable y os da una idea de lo mucho que les preocupaba a todos que Zaragoza se estuviese haciendo grande bajo la protección militar del Cid. De conquistar Lérida, junto a Tortosa y Denia, más el protectorado que ejercía en Valencia, cualquier perspectiva de expansión catalana hacia el sur quedaba cerrada.
Os preguntaréis por qué sólo uno de los hermanos de Barcelona está en el ajo. Evidentemente a Cabeza de Estopa también le preocupaba que Zaragoza se hiciese demasiado fuerte, pero es que su hermano Berenguer es quien tiene un interés personal en el asunto: el testamento de su padre le otorgaba a él las parias de Lérida y en contrapartida estaba especialmente obligado a protegerla.
Cuando el ejército de coalición llega a Almenar el Cid estaba en la fortaleza de Escarpe, a unos 45 km al sur, que él mismo había conquistado poco antes. Mientras se dirige al norte, envía mensajes apremiantes a su señor para que se ponga en marcha y puedan reunirse a medio camino en Tamarite de Litera, a unos 11 km del objetivo. Allí, el consejo real era partidario de atacar inmediatamente mientras que Rodrigo, experimentado y sabedor de la superioridad numérica del enemigo, aconsejó al rey hablar con su hermano, ofrecer algún dinero y permitir que abandonasen la zona tranquilamente. Primero porque de esta forma los catalanes cubrían los gastos de la campaña, se largaban y dejaban solo al leridano, con quien el Cid podría verse las caras a solas en otra ocasión más propicia. Por otro lado, Rodrigo siempre sintió repugnancia a enfrentarse con otros caballeros cristianos como él y así se lo evitaba. Por desgracia, los catalanes no quisieron oír ni hablar del tema y siguieron asediando la plaza.
Rotas las negociaciones sólo queda abierta la vía de las armas. El Cid, irritado por la cabezonería de sus enemigos, ordenó formación de combate a su mesnada… un Cid cabreado no es algo a lo que uno quisiera enfrentarse pero pensad que Rodrigo, pese a ser ya algo conocido, realmente estaba en proceso de labrarse un nombre célebre y son batallas como esta las que crearon su leyenda. Los catalanes no tenían ni idea de con quién estaban jugando. Esta imagen de los Cuatro Jinetes del Beato de Osma es de 1086, en vez de 1082 como la batalla, pero nos sirve para que os hagáis una idea del tipo de armas que usaban. ¿Veis cómo las sillas son igual de altas por delante que por detrás para asegurar que el caballero no se caiga? ¿y cómo montan con las piernas dobladas en ángulo, parecido a un jockey de carreras de hoy en día, y no estiradas del todo? Esa es la monta a la jineta, que nuestros caballeros aprendieron de las tribus zenathas bereberes y que caracteriza a la nobleza española hasta el siglo XV.
Los dos ejércitos se miraron las caras bajo las murallas de Almenar. Al parecer ambas huestes cargaron de frente, pero los de Rodrigo llevaban mucho empuje y se llevaron a la primera línea de leridanos por delante. Los musulmanes, que fiándose de su superioridad numérica esperaban una victoria fácil, empezaron a vacilar y esa fue su perdición (en general, los ejércitos de los reinos taifas nunca destacaron por tener un gran ardor combativo) Unos pocos volvieron a grupas y huyeron; otros cuantos, tanto caballeros como peones, murieron. La inmensa mayoría de los catalanes fueron hechos prisioneros al ser abandonados por el ejército de al-Fagit, entre ellos el mismísimo conde de Barcelona Berenguer Ramón II y su séquito personal. El Cid lo llevó preso a Tamarite de Litera donde fue entregado al rey Al-Mutamín mientras que él se quedaba con el botín de la campaña, conforme a las leyes de la guerra.
El rescate del conde debería haber supuesto la petición de una fuerte suma de dinero, con el prisionero bien encerrado como garantía, primero bien tratado y luego a pan y agua en una celda inmunda cuanto más tiempo pasase sin que nadie pagase su precio, y sin embargo el monarca puso a todos en libertad a los cinco días. Probablemente no quería verse en líos con Cabeza de Estopa, lo que a él le importaba era su hermano y, tras semejante derrota, podía confiar en que los catalanes se estarían tranquilitos y dejarían a su antiguo aliado más solo que la una para que Rodrigo pudiese dar cuenta de él. Quizá también influyó el Campeador y su disgusto a mantener encerrados a sus compañeros de fe. Quizá al-Mutamín llegó a algún acuerdo de paz, o a un pacto de no agresión, con Ramón Berenguer II e incluso los prisioneros se comprometerían por su honor a pagar una suma de dinero en cuanto llegasen a sus hogares.
Los habitantes de Zaragoza recibieron a los triunfadores con inmenso júbilo y el rey colmó de honores, oro y plata a Rodrigo, nombrándolo algo así como “el segundo en el reino”, incluso por encima del propio heredero.