LUCES Y SOMBRAS
CAPÍTULO 39 (y final)
Isabel, la reina, ha muerto. No ha sido ninguna sorpresa: todo el mundo sabía que la serie acababa el 26 de noviembre de 1504 en el palacio testamentario de Medina del Campo. Y sin embargo todo el mundo ha llorado la muerte de la soberana. Y digo TODO EL MUNDO: desde Francisco Ximénez de Cisneros, Beatriz de Bobadilla, Gonzalo Chacón, el Gran Capitán, Cristóbal Colón, el marqués de Moya y, naturalmente, el rey don Fernando, hasta Maijo, Menzía, Mariasun, Mabel, Anouk, Álvaro, Luis, María José, Sofía, Helena... y unos 4 millones y medio más de telespectadores y/o seguidores/defensores de la serie.
Y sin embargo... yo no me encuentro entre el coro de plañideras. No, no es menosprecio ni falta de sentimientos. Yo creo que es algo parecido al respeto, ese respeto sobrecogedor que te deja el rostro serio y los ojos fríos cuando has visto un trabajo de interpretación, dirección, guión y ambientación histórica magníficamente bien hecho que sólo te impulsa a aplaudir despaciosamente mientras asientes lentamente con la cabeza como si estuvieses en el plató de los estudios de Diagonal TV en El Álamo viendo morir a Michelle Jenner mientras Rodolfo Sancho toma su mano lloroso reproduciendo el magnífico cuadro de Eduardo Rosales que se conserva en el Museo del Prado. Un respeto inmenso hacia todos ellos en el que -para mí- no caben las lágrimas.
Y es que este último episodio ha estado lleno de lágrimas. Imagino a los espectadores, a los actores, al equipo de producción, guión y dirección saliendo del Capitol el pasado 26 de noviembre nadando o en barca, porque desde luego las escenas que vimos fueron altamente emotivas. Todas ellas verdaderas...
LUCES
- Don Eusebio Poncela discutiendo por última vez con cabezonería con la reina... y arrodillándose sobre la tierra destrozado por el dolor al serle comunicada la muerte de la soberana mientras se dirige a consolar la de su hermano Bernardino... Estoy leyéndome estos días una excelente biografía del gran cardenal Cisneros y la verdad es que don Eusebio lo clava. ES Cisneros. Hasta el último instante...
- Gonzalo Fernández de Córdoba, a quien ya conocen como El Gran Capitán, ofreciendo sus lágrimas al infinito como dedicándole a su amada Señora sus conquistas en Italia... por las que tendrá que rendir cuentas ante don Fernando, que no deja de maquinar, idear ni elucubrar sobre el trono de Castilla ni aún a la cabecera del lecho del dolor y la muerte de su amantísima esposa.
- La Bobadilla... Pobre Beatriz, “la mejor amiga que nadie nunca pudo desear”, siempre al lado de la reina, hasta cuando tanto la defraudó al quedarse su marido con los dineros de la Real Hacienda, incapaz de detener el flujo de sus lágrimas contemplando cómo y con qué entereza se marcha su amiga y Señora...
- Michelle agoniza como nadie. Las fuentes históricas nos dicen que doña Isabel sufría terribles dolores “en sus partes de muger” que la impedían cabalgar e incluso andar ya en sus últimos momentos. Debió sufrir indeciblemente no sólo desde el punto de vista físico -que ya es para tener mucho miedo en una época en la que eso de la “Unidad del Dolor” no estaba ni en la imaginación de los locos- sino también emocional: su hija está como una regadera, absolutamente colapsada por la iniquidad de su marido, el infame borgoñón, y así, desequilibrada, va a coger las riendas de Castilla. Morir sabiendo que el esfuerzo de toda una vida se puede ir al traste en cuestión de meses tiene que ser angustioso... Y Michelle consiguió transmitírnoslo. ¡Cómo no iba a conseguirlo, rediós! ¡Es Michelle Jenner!
- Y Fernando... La mirada de Fernando al gritar desesperadamente “¡Castilla, Castilla, Castilla por la reina Juana!” con los labios mientras sus ojos juran que jamás el maldito Habsburgo meterá la cuchara de su ambición en el reino que su esposa deja atrás y que él se va a encargar de custodiar si su hija es incapaz de hacerlo. Esos ojos, con la nieve cayendo alrededor y sus soldados y cortesanos rodeándole, asustan más que todas las mesnadas castellanas juntas. ¡Felipe... lo tienes crudo!
- Y por último... Felipe y Juana, Juana y Felipe... La princesa de Asturias gritándole a sus fantasmas, negándose a comer y haciéndolo luego compulsivamente, recobrando la razón casi como por encanto al enterarse de la muerte de su madre y de la necesidad que tiene Castilla de ver a su reina sentada en el trono. Y Felipe, hipócrita, rastrero, ambicioso y brutal hasta el último momento, haciéndose acreedor del odio del mundo entero mientras se apresura a hacerlos preparativos para ser jurado rey (consorte, pero rey) en Castilla le pese a quien (ejem... Fernandooo) le pese.
Sombras... Claro que ha habido sombras. Siempre las hay, si no fuese así las luces no hallarían camino para resplandecer. Pero una vez más, como ya ocurrió en la anterior temporada... me siento incapaz de verlas y señalarlas. Mi señora, doña Isabel, ha muerto. Y no me siento con ánimos para hallar rastro oscuro alguno en su periplo...
YSABEL DE TRASTÁMARA, REINA DE CASTILLA (1474-1504)
Madrigal de las Altas Torres – 22 de abril de 1451
Medina del Campo – 26 de noviembre de 1504
REQVIESCAT IN PACE
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EPÍLOGO
Radiotelevisión Española ha hecho a lo largo de su dilatada historia series realmente buenas. Allá por los 80, más o menos, surgieron obras maestras como “Cervantes”, “Goya”, “Ramón y Cajal”, “Los Gozos y las Sombras”, “El Pícaro”, “La Regenta”, “Réquiem por Granada”, “Severo Ochoa”... y sí, incluso “Verano Azul”, que no por repetir hasta la saciedad que “Chanquete ha muerto” dejaba de ser un trabajo espléndido de Antonio Mercero que sigue despertando un no sé qué de nostalgia emotiva que aún nos pone el vello de punta cuando escuchamos silbar la sintonía de comienzo de la serie a quienes la seguimos cuando se estrenó.
Hubo que esperar casi veinte años para que “Cuéntame cómo pasó” volviese a emocionarnos con canciones de los Brincos, del Dúo Dinámico o de Tony Ronald y situaciones que vivimos en su momento sin darnos cuenta de que estábamos escribiendo nuestra parcelita de la historia de España. Pero hacía falta echar la vista aún más atrás, recuperar aquel espíritu educativo, didáctico y de entretenimiento de las series históricas de los 80 (¡cuánto habré disfrutado yo de las desventuras y el talento inconmensurable de mi adorado paisano don Francisco de Goya en la piel de Enric Majó!) y abordar desde el medio televisivo una historia de España de la que estúpidamente algunos se empeñan en que tenemos que avergonzarnos.
Y entonces apareció “Isabel”. Vino precedida por aventuras fallidas en otras cadenas que no auguraban nada bueno, pero lo cierto es que el equipo de Jordi Frades, Javier Olivares, Martín Maurel y Diagonal TV supieron sobreponerse a ese funesto precedente y ofrecieron al público español (otra palabra de la que no pienso arrepentirme de usar, porque lo soy, además de aragonés) algo que necesitaba como agua de mayo: una nueva visión estricta, valiente y atractiva de una historia que lo estúpidamente correcto se empeñaba en ningunear, soslayar y olvidar porque no se ajustaba a su “idea política” de un pasado blanco, inmaculado, solidario, incruento y de buen rollito que -se supone- este país que no existe para algunos y que se llama ESPAÑA ha tenido durante toda su existencia.
“Isabel” nos contó la historia de los Reyes Católicos como a mí siempre me ha gustado contarla: con emoción, con interés, con personajes a los que amar y detestar, poniéndoles caras y cuerpos, construyendo un imaginario colectivo más allá de las vagas y desvaídas figuras de los libros de texto y de los cuadros de época. El equipo de “Isabel” nos ha regalado la imagen de Michelle Jenner colocando la corona de Castilla sobre sus sienes, entrando orgullosa en Granada de la mano de su esposo y abofeteando a su hija Juana por atreverse a descuidar sus responsabilidades como gobernante de Castilla. Nos ha regalado a Colón desembarcando en Guanahaní, a Cisneros despidiéndose de la soberana entre lágrimas, a Fernando “el Católico” conspirando con sus cortesanos, a los judíos sefardíes recitando la Torah mientras son expulsados de sus hogares, al inquisidor Pedro de Arbués asesinado en La Seo de Zaragoza y tantas y tantas otras imágenes de las que sólo conocíamos referencias escritas en los libros... Y no todos.
Aunque sólo sea por eso, ya ha merecido la pena. Y más de cuatro millones de incondicionales os lo han agradecido. Desde aquí quiero dedicaros el último, el más humilde pero también el más sentido...
GRACIAS A TODOS POR ESTE REGALO.
Y buena suerte y muchos éxitos en el futuro, pues todos -sin excepción- os los merecéis.
Por última vez... he dicho.
(Y ahora sí, por fin, puedo sorber una lágrima de despedida) :__(
José Enrique Villuendas Salinas
(a.k.a. “Enrique Aznar Pardo”)
Profesor de Historia
Isabelino