Pero se abrió la puerta a la Cruzada de los Capeto y los occitanos no estaban capacitados para hacer frente a la nueva amenaza. Quizá si la población y sus dirigentes hubiesen estado unidos…pero la realidad es que en el sur de Francia nunca prosperó una entidad política viable. Sí compartían cultura y lengua, y en un momento dado identificaron a Simón como su enemigo común, pero se consideraban tolosanos, gascones, carcasonenses… no provenzales en general.
La verdadera consecuencia grave de la batalla de Muret es que alejó de estas tierras a la Corona de Aragón, la única que los podía aglutinar en una unidad política que respetaba, comprendía y compartía lengua y cultura con ellos. Eliminada esa posibilidad sólo quedaba el rey capeto, al que se resistieron con saña durante décadas, pero sin ser capaces de frenar su empuje.
Felipe Augusto nunca se quiso mojar en el sur de Francia, ocupado como estaba en sus peleas contra Juan sin Tierra y Otón. En cambio su hijo Luis VIII estaba dispuesto a hacer realidad todo el potencial que la nueva monarquía francesa tenía, potencial conseguido precisamente gracias a Felipe. Cuando Luis llegó al trono recordó que había sido un cruzado más en Tolosa e hizo suyos los derechos sobre los dominios occitanos que su vasallo Amaury de Montfort le había ofrecido antes de partir a Tierra Santa.
Los historiadores siguen llamando a esto Cruzada Albigense. Para mí no lo es, la guerra de la Cruzada Albigense la perdieron sus protagonistas y ahora empezamos un proceso de expansión territorial de la monarquía francesa donde lo religioso, una vez más, sólo es una excusa.
A partir de junio de 1226 los franceses recuperaron las tierras que habían pertenecido a Montfort, con el consiguiente pánico de los vasallos del conde de Tolosa, que empezaron a jurar fidelidad a Luis. En realidad, a estas alturas todo el mundo estaba muy harto de 20 años de guerra y aspiraban a vivir en paz y si eso debía ser a la sombra de un capeto, pues que así fuera. El nuevo monarca era además un eficaz administrador, dividió los nuevos territorios en las Senescalías Reales de Beaucaire y de Carcasona, lo que separaba definitivamente las tierras de influencia aragonesa de las francesas.
Poco después Luis VIII murió y Blanca de Castilla comienza su regencia acosada por los nobles más ambiciosos. Hubiese sido una oportunidad perfecta para el conde de Tolosa de relanzar su rebelión pero no pudo hacerlo porque sus gentes estaban agotadas después de tan largo conflicto. Raimon VII, Blanca y el papa Gregorio IX comenzaron las negociaciones de paz. El final oficial de esta Guerra (que no cruzada ya) Albigense llegó con los tratados de Meaux-París entre diciembre de 1228 y abril de 1229. Tolosa aceptaba unas condiciones de paz muy duras, con pérdida de tierras y poder político, pero sobre todo aceptó la instauración de la Inquisición que demostró ser mucho más efectiva contra la herejía que la guerra armada
El mundo occitano quedó así ligado a la autoridad real francesa. Cuidado, no es que los aragoneses se desentendiesen de ellos, después de todo estuvieron muy presentes en las rebeliones posteriores a Muret. Pero el papa prohibió a Jaime I toda intervención armada en el conflicto, a cambio de devolverle el cadáver de su padre, y la inestabilidad de la regencia y de los primeros años de reinado del monarca aragonés hacía difícil que los caballeros hispanos se implicasen en lo que pasaba al otro lado de los Pirineos.
En último coletazo lo protagonizó Raimon VII de Tolosa cuando logró una coalición antifrancesa con todos los grandes nobles occitanos, los aquitanos, el Emperador y los reyes de Inglaterra y de Aragón, quien para entonces ya era un flamante triunfador en Mallorca y Valencia. Abril de 1241 recuperó para algunos aquel sueño de la Gran Corona de Aragón, por desgracia la rápida reacción de Luis IX y la derrota Enrique III de Inglaterra en la zona aquitana dieron al traste con el plan. El tratado de Lorris de enero de 1243 acaba, de una vez por todas, con las esperanzas del conde de Tolosa. Las intenciones de Jaime nunca fueron volver a la situación anterior a Muret, su objetivo era crearle problemas a Francia para bloquear sus ambiciones sobre los ricos puertos del Mediterráneo a los que él tenía echado el ojo.
Raimon VII de Tolosa murió el 27 de septiembre de 1249. Su heredera era su hija Juana, casada con Alfonso de Poitiers, hermano del rey de Francia. Así un capeto llegó a ser conde de Tolosa y la Dinastía de San Géli se perdió. Uno a uno, nobles como Trencavèl o el conde de Provenza, sin herederos varones para asegurar su linaje, casa a sus hijas en la órbita francesa.
El 11 de mayo de 1258, Jaime I y Luis IX firman el tratado de Corbeil por el que el rey aragonés renuncia a la mayoría de sus derechos en tierras occitanas conservando sólo Carlat, Montpellier y Omeladés. Por su parte Luis renuncia a sus derechos sobre la Marca Hispánica heredados de Carlomagno (hasta este momento, sobre el papel, los condes de Barcelona, Urgell, Besalú, Rosellón, Ampurias, Cerdaña, Vic, Girona y Osona seguían siendo sus vasallos) El heredero galo, futuro Felipe III el Atrevido, se casa con Isabel de Aragón.
Y
este es el fin, queridos foreros, el fin del conflicto jurídico y territorial del sur de Francia. La religión, como veis, tuvo poco que ver con este asunto, aunque fue la excusa perfecta para zurrarse de lo lindo
No el fin de los vínculos culturales, por supuesto. Montpellier, Carlat y Omeladés siguieron siendo aragoneses hasta 1349; Rosellón hasta 1659 y Conflent y Cerdaña hasta 1866 y 1868. La poderosa influencia de la Corona de Aragón durante más de dos siglos en tierras occitanas tardó mucho en quedar relegada al olvido y perdura aún en vocablos de la lengua d’Oc, el los topónimos de los pueblos, en la gastronomía, en la hospitalidad… cualquiera que pase por el Languedoc o la Provenza se dará cuenta de que sus gentes no son enteramente francesas.
Puede que lo llamen
ratatouille… pero eso es una fritada aragonesa, vamos hombre, a quién querrán engañar
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La expresión suprema de la belleza es la sencillez.
Alberto Durero.