Después de darle la pájara en misa al amanecer, Pedro se recuperó lo suficiente como para convocar un consejo de guerra para preparar la estrategia de batalla. Allí estaban los condes de Tolosa, de Foix y de Comminges, además de todos sus hombres de confianza venidos de Aragón. Desde el primer momento dejó claras sus intenciones: ni asedio, ni asalto, ni tonterías… una batalla campal y punto. A campo abierto.
El conde de Tolosa no estaba del todo conforme con la idea. Su prudente propuesta era fortificar su campamento, esperar que Simón se lanzase a por ellos y aprovechar su superioridad numérica, apoyándose primero en los ballesteros y luego en los peones para rematar la faena. Los cruzados encontrarían una pista de obstáculos con estacas clavadas en el suelo, carros atravesados y una lluvia de proyectiles, anulando de esa forma su única ventaja: la caballería pesada. Y es que debéis saber que en Occitania no se practicaba el arte del torneo y se prefería siempre la escaramuza y la emboscada antes que el choque frontal. A Raimon VI le preocupaba esa debilidad. Por desgracia su propuesta fue mal acogida por los aragoneses, que consideraban que jugar a la defensiva era indigno de su monarca, el vencedor de las Navas. Atrincherarse en un campamento, poner obstáculos con carros al enemigo y asaetar sus caballos, no era precisamente el epítome de la caballería. Por no hablar de que ballesteros y peones se convertirían en los héroes de la batalla, y dónde se ha visto eso, hombre por Dios, que soldados rasos diriman un conflicto entre señores de alto rango
En realidad, no es que Pedro despreciase la idea de Raimon por cuestión de simple ética profesional. Se trataba, como casi todo en esta guerra, de un problema político. El rey de Aragón necesitaba derrotar a los cruzados en buena lid, con legitimidad y contundencia, claramente y sin fisuras, cumpliendo las normas y formalidades entre caballeros. O queda claro que Dios está con el rey, o el resultado final va a ser un lío de los gordos.
La gracia del asunto es que ya os he dicho que el conde de Tolosa era un tipo majo, de escaso talante combativo, que prefería las soluciones negociadas, lo que le daba fama de cobardica. No tenía un gran talento militar y más de una vez sus propios hombres se habían negado a llevar a cabo sus estrategias de batalla por considerarlas estúpidas del todo. Conociendo sus limitadas capacidades militares, los caudillos del ejército de Pedro se apresuraron a desechar su prudente plan… justo la única vez en que tenía razón
Inmediatamente las tropas comenzaron a prepararse. El ejército de Pedro era bastante heterogéneo en cuanto al origen de los soldados pero en cuanto a ideología, preparación y armas, no diferían mucho unos de otros. Esa distinción entre aragoneses/occitanos, o hispanos/occitanos, e incluso occitanos/franceses o cruzados, no es más que una tontería nacionalista
moderna. Las diferencias entre los guerreros eran pocas, todos profesionales a caballo, todos pertrechados con un equipo caro y especializado y miembros de una élite social con rasgos y valores compartidos por todo el Occidente cristiano.
Lo único que tenemos claro es que el ejército del rey de Aragón era superior en efectivos, pero como siempre los datos exactos acerca del número son contradictorios (los vencedores siempre exageran al hablar de la cantidad de enemigos que han abatido) El contingente más potente era el de nobles hispanos, los que habían estado ya en las Navas excepto por las órdenes militares, que tenían prohibida la intervención por el Pontífice. Y por supuesto también estaban nuestros caballeros, los únicos y originales, típicamente españoles, que no se dan en el resto de Europa y que hacen de nuestro feudalismo un mundo aparte: los caballeros villanos, campesinos enriquecidos y burgueses adinerados que se equiparan a la baja nobleza al combatir profesionalmente.
En total unas mil tropas montadas. Parecen pocos, pero no lo son, Jaime I conquistó Mallorca con el mismo número de caballeros. Y por supuesto faltaban Nuño Sánchez y Guillem de Montcada, con 500 jinetes que no llegaron a tiempo al combate. De esta manera, hubo en Muret menos catalanes que en las Navas, pero el mismo número de aragoneses en ambos casos. La alta y mediana nobleza de Provenza estaba casi en pleno, claro, les iba la supervivencia en ello. En su caso no existen los caballeros villanos pero sí los caballeros de mesnada, jóvenes nobles venidos a menos y sin recursos, que combatían a cambio de protección y manutención, además de las milicias de las ciudades más importantes, que en esta época empezaban a formarse como en Italia. Otros mil caballeros para Pedro, así que en total podía contar con entre 2.000 y 3.000 jinetes y eso significa que Simón tenía una desventaja de 2 a 1. Por no hablar de las tropas a pie, el monarca tenía muchos más peones y arqueros, ballesteros u honderos, generalmente provenían de las milicias urbanas. En total unos 4.000.
Y como siempre sargentos, médicos, cocineros, escuderos, ayudantes domésticos, ingenieros, carpinteros, obreros y mercenarios, por supuesto. Antes que los italianos o los alemanes, los más apreciados fueron los españoles, puesto que aquí nunca dejamos de estar en guerra contra los musulmanes. Eran los llamados
roters de España y en este caso la mayoría venía de Navarra, País Vasco, Aragón o Cataluña.
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La expresión suprema de la belleza es la sencillez.
Alberto Durero.