Incluso intentaron negociar una vez más antes de entrar en la villa. Todo en vano, Pedro lleva las de ganar y ambos bandos lo saben. Los cruzados entran en Muret sin que las tropas del monarca los molesten y se instalan en la Vila Nova, mientras que Simón prefirió la zona del castillo, mejor defendida.
Y llegados a este punto… los prelados intentaron negociar ¡una vez más!, solicitando al rey de Aragón que se apiadara de la santa Iglesia. Lo único en lo que podían pensar los cruzados eran en evitar el enfrentamiento, como fuese. No confiaban en salir vencedores del trance y eso aumentó el número de rituales propiciatorios entre los soldados, misas, ayunos, rezos, hasta unos niveles que hacen sospechar que estaban al borde del ataque de nervios y, sin embargo, también tenían ganas de batirse y terminar de una vez por todas con este asunto. Todos ellos deseos típicos de los guerreros en cualquier tiempo de la Historia. Al menos, recibieron al final del día la noticia de que el vizconde Payen de Corbeil y un reducido número de caballeros venían como refuerzo enviados por la esposa de Montfort. Algo era algo.
Noche del miércoles 11 de septiembre de 1213, horas previas a la batalla, momentos de inquietud y tensa espera generalmente. Seguramente más en el campamento cruzado que en el aragonés, más confiados en su superioridad. Lo que sabemos de esa noche lo sabemos por el relato de Jaime I el Conquistador, hijo de Pedro, en su
Llibre del Feits. Es
vox populi que el rey de Aragón se pasó la noche de parranda con una mujer, hasta el punto de que aquel día no pudo seguir la misa de pie, sino que permaneció sentado
Ahora bien ¿hasta qué punto nos creemos lo que dice Jaime?
Puntos a favor: durante su niñez y juventud el chico conoció bien a los hombres de su padre y pudo escuchar el relato de primera mano.
Al rey de Aragón le iba la marcha y lo sabemos de sobra
Además, los señores feudales de entonces no distinguían entre ardor sexual o ador de combate. Estaba de
moda ser así. La fama de mujeriego de Pedro no habría pasado de ser un apunte curioso más de la historia sino fuese porque se asoció a la derrota de Muret, como un castigo divino por su lujuria, soberbia y codicia. De hecho, su hijo fue peor que él, tan disoluto que sus propios contemporáneos se llevaban las manos a la cabeza de asombro, cosa que con Pedro no hacían. Para haceros una idea aquí os dejo una lista a vuela pluma de las conquistas de Jaime “El Conquistador”
: la reina Leonor de Castilla, la condesa Aurembaix d’Urgell, la castellana Elo Álvarez, la reina Violante de Hungría, Blanca de Antilló, Berenguela Fernández, Guillema de Cabrera, la navarra Teresa Gil de Vidaurre, la castellana Berenguela Alfonso, la catalana Sibila de Saga… que sepamos como mínimo.
Lo interesante del asunto para los cronistas y sacerdotes medievales es que Jaime se lo pasaba en grande en el lecho… y luego vencía en la batalla. Pedro pasó la noche con una mujer y después fue derrotado y muerto. Sexo y victoria contra sexo y derrota. De esta forma, Jaime pasó a la historia como un infatigable adúltero de desordenada vida amorosa, pero nunca como un desesperado mujeriego como su padre. De haber vencido Pedro en Muret ¿conoceríamos siquiera esta última noche de pasión?
Punto en contra: según él, se lo oyó contar a un tal Gil que había sido repostero de su Pedro (Inciso, “
respostero” según la RAE, que viene de perlas para estas cosas: En los palacios de los antiguos reyes y señores, encargado del orden y custodia de los objetos pertenecientes a un ramo de servicio, como el de cama, de estrado, etc.) El problema es que, revisando la documentación, no hay ningún miembro al servicio del monarca llamado Gil. Sí Bernardo, Ramón, Pedro... pero Gil, no.
Pese a este pequeño desliz con los nombres, los historiadores dan el relato por digno de confianza ya que, en otros muchos detalles, parece que sí se ajusta a la realidad. Así pues, Pedro pasó una noche loca y asistió a misa a primera hora del día siguiente, ligeramente perjudicado. Tampoco os creáis que eso determinó su destino, Simón de Montfort llegó igualmente agotado a la cita después de una noche en vela de planes y nervios y eso no le impidió dar el 100%. Pedro estaba acostumbrado a presentarse en batalla después de una noche en blanco, igual que los estaban todos los guerreros por entonces.
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La expresión suprema de la belleza es la sencillez.
Alberto Durero.