El conde García Ordóñez, que años antes observó con indiferencia como, en una situación parecida, le daban pasaporte a Diego Rodríguez de Vivar, en este caso muere valientemente interponiendo su cuerpo entre el heredero y las espadas enemigas, protegiéndolo con su escudo.
Sancho huye, bien protegido por la flor y nata de la caballería castellano leonesa, perseguido muy de cerca por sus enemigos, cuya caballería es mucho más ligera que los corpulentos caballos de Álvar Fáñez & Co. Éste decide dirigirse a Toledo mientras un destacamento más reducido protege al infante en el castillo de Belinchón, esperanzado en que los almorávides decidan perseguir la hueste más numerosa y no reparen en la pequeña compañía, compuesta por siete condes...
La iglesia de San Miguel Arcángel se asienta sobre los restos del castillo de Belinchón, a 22km al norte de Uclés, formó parte de la dote que su madre Zaida/Isabel había aportado.
El asunto de los siete condes es mera ficción. Siete Condes es el nombre que la literatura le dio al poblado de Sicuendes, que cae por allí cerca. Los protectores asignados al joven por parte del rey eran las mesnadas de los condes Garci-Fernández, Conde Gomecio, Martín Flainez, García de Cabra, Sancho (nieto del Cid), Fernando Díaz, el capitán Alvar Fañez (sobrino o primo del Cid, su hermano de armas en cualquier caso), un guarda espaldas designado por el rey llamado Crispín y el ayo del príncipe, el conde de Nájera. No sabemos cuántos llegaron con vida a Belinchón.
Sancho muere, pero no a manos del almorávides, sino de la propia población musulmana de Belinchón que apenas estaban controlados por una pequeña guarnición cristiana y que tomaron la cercanía de las tropas de Tamim con alegría, como quien espera a unos libertadores.
Mientras en Uclés, lo que quedaba del ejército cristiano fue aniquilado, sin prisioneros.
Alfonso VI recibió la noticia en Toledo de boca de Álvar Fáñez. No sólo pierde a su hijo y su ejército, sino que todas las posesiones que merced a Zaida habían llegado a manos de los cristianos retornan al bando musulmán y, de esta manera, la vía para atacar Zaragoza queda abierta para Alí.
Tanto disgusto fue demasiado para nuestro monarca, apenas un año después, en julio de 1109, Alfonso VI el Bravo fallece en Toledo y es enterrado en el monasterio de San Benito de Sahagún. Su testamento va a conducir a los cinco reinos a grandes enfrentamientos, pero de momento quedémonos con sus logros: la línea de la Reconquista en el Tajo, el rey a caballo por las aguas del Estrecho, Toledo cristiana, el imperio leonés, el románico pleno, el Camino de Santiago floreciente, monjes de Cluny por todas partes, el feudalismo es pleno pero la nobleza está controlada por un rey fuerte... Sin duda, una de las etapas más brillantes de nuesta Edad Media.
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La expresión suprema de la belleza es la sencillez.
Alberto Durero.