En los primeros tiempos de Castilla hubo tres condes famosos: Fernán González,
el conde de las manos fuertes; García Fernández,
el conde de las manos bellas y Sancho García,
el conde de las manos duras. O lo que es lo mismo: el héroe libertador, el indomable idealista y el realista.
La gloria del primero, Fernán, hizo olvidar la de su hijo y su nieto, pese a que en su momento también fueron recordados en las crónicas y sus hazañas cantadas por juglares. Pero a Fernán se le compuso un poema épico y a los otros no y así su fama llegó a nuestros días, por cierto que en su poema, pese a ser muchos años posterior, le retratan muy bien:
mantuvo siempre guerra / con los reyes de España
no daba más por ellos / que por una castaña En fin, este no es su relato y apenas lo hablaremos de él de pasada.
García y Sancho, padre e hijo, son dos grandes figuras contrapuestas. García es religioso, casi místico, entregado ciegamente a la lucha contra el islam, incapaz de claudicar ante la humillación de pactar con los enemigos de su fe, plantó cara hasta el final. Sancho fue calculador, tortuoso, ambicioso de poder, aprovechó oportunidades y ventajas diplomáticas y ciertamente triunfó. Las peloteras entre los dos, discutiendo en el castillo de Burgos la conveniencia o no de la siguiente campaña o de un pacto, debieron de ser épicas. Sus gritos debieron oírse hasta en Córdoba
curioso que los árabes no los mencionen
Entendedme, no estoy diciendo que Sancho fuese malo, ni muchísimo menos, hasta es probable que, en su lugar, todos hiciésemos lo mismo. Un pacto con los musulmanes dio a Castilla un respiro de las razzias saqueadoras, le permitió reorganizarse y coger más impulso para enfrentar las siguientes batallas, hizo crecer la población, estimuló el comercio, la agricultura, la ganadería y el tránsito de viajeros. Todo fueron ventajas y, a su lado, el conde de las manos bellas parece un niño testarudo que puso en peligro a su pueblo una y otra vez. Peeeeero... García es puro honor y Sancho pura conveniencia y, para la posteridad, para contar la Historia, lo que queda bonito, lo que hace que se nos caiga la baba y se nos hinche el pecho de orgullo patrio es el honor, admitámoslo
García Fernández de Castilla es una figura absolutamente excepcional en la historia de España. Nunca, jamás, pactó con los moros ni se rindió en
modo alguno. Todos los líderes de la península, desde el 711 hasta 1492 lo hicieron en algún momento, aunque fuese de forma tácita como los reyes asturianos que en algunas temporadas no atacaban para que no les atacasen a su vez. García jamás pisó el freno, lanzó incursiones todos y cada uno de los veranos que fue conde, razzias constantes, acoso de fortalezas, saqueos y cabalgadas. Y si es cierto que el valor de un guerrero se mide por la talla de sus enemigos, García tuvo frente a él al mismísimo Almanzor, un demonio encarnado a decir de los cristianos, un hombre que soltaba espuma de rabia por la boca cuando se mencionaba en su presencia al conde de Castilla.
La figura de García es la de un héroe trágico al estilo griego, solo, firme, impávido en sus castillos del Duero, mientras todos los líderes cristianos le besan las manos al visir musulmán: Navarra, León, Galicia, Barcelona, uno tras otros le abandonan arrollados por la fuerza de Almanzor. La traición le rodea y muchos de sus guerreros están comprados por el oro andalusí, su propio hijo entre ellos y, según la leyenda, su propia esposa. Y para cuando el conde muere en batalla acompañado de un grupo de leales, sus bellas manos, las que le hicieron famoso entre las damas, aquellas por las que recibía piropos que le incomodaban, estaban encallecidas por manejar la espada y la lanza sin descanso. Y su enemigo fue el primero en honrar su cadáver.
Sí Sancho García, es cierto que fuiste más práctico y tu política fue útil para el engrandecimiento de Castilla, pero en este condado las pelotas más grandes las tenía tu padre
Campañas militares de Almanzor. En verde oscuro, territorios hostigados por el militar árabe. Como veis la zona debajo de Castilla es la más gruesa y por tanto la más seriamente castigada.
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La expresión suprema de la belleza es la sencillez.
Alberto Durero.