No hay de qué, querido príncipe
El peligro no está sólo en que los medios manipulen la información o que se acuse falsamente a alguien. El peligro de no mantener el secreto del sumario está en que los delincuentes se aprovechen de la información de más que dan los periódicos y se vayan de rositas.
Un caso escandaloso es el de la niña gallega asesinada, seguro que sabes cual es, la de Santiago de Compostela. Para cuando los padres fueron a declarar como acusados, la prensa y los tertulianos televisivos ya lo habían destripado todo: las pruebas que había, resultado de análisis forenses, por dónde iba la investigación del juez, incongruencias en los tiempos y ubicaciones de los protagonistas en función de las señales de los teléfonos, todo, todo. Cada vez que alguno abría la boca en la televisión yo me ponía mala
La defensa de ambos sólo tuvo que reunir la información de la prensa y montar una historia lo suficientemente coherente como para convertir todas esas pruebas en circunstanciales.
En circunstancias normales de un estado de derecho esa gente va a declarar en un primer momento sin saber por dónde puede pillarles el juez, los testimonios de ambos serán diferentes y las incongruencias en ellos abrirán nuevas vías de investigación, incluso la presión de verse cazados puede hacerles confesar el crimen. Ahora será difícil hacerle justicia a la niña.
El secreto de sumario no se inventó para jorobar la libertad de prensa, como parecen creer algunos periolistos de este país, sino para garantizar el derecho de las víctimas a conseguir justicia sin que los criminales destruyan o manipulen pruebas.
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La expresión suprema de la belleza es la sencillez.
Alberto Durero.