Bueno, mientras nuestra Sabba, entre sorbo y sorbo de Dubonnet, elabora una entretenida disertación acerca del tema, volvemos a los Sesto...¿vale?
(O me decís que vale o imito el ejemplo impagable de don Estanislao, jajaja).
He querido avanzar por esa senda para que os hagáis una idea de los hitos que jalonaron la Primera República, que, por cierto, coincidió también (eso me lo había dejado en el tintero) con un resurgir de los carlistas en el Norte. Desde el momento de la proclamación de la República, los que no querían esperar sentados a que sobreviniese de nuevo la monarquía fueron a unirse a los carlistas incluso aunque muchos eran alfonsinos. Otros alfonsinos, ya lo hemos visto, optaron por seguir preparando el camino a su príncipe amado, que estudiaba en Viena. Los Sesto estuvieron en Madrid en abril, de ahí la fiesta campera en el soto de Algete en la que Pepe pasó sofoco previo preguntándose qué
modelito luciría Sophie y en la que Sophie tuvo que confraternizar con los tipos del batallón del Aguardiente.
Rematada esa fiesta, los Sesto decidieron marchar a París. Sophie anticipó el viaje, porque Pepe quería rematar algunos asuntillos financieros en Madrid (me imagino que dejar convenientemente provisionado su batallón del Aguardiente, pues esos hombres seguirían actuando en su ausencia). Escoltada por el leal secretario de Pepe, José de Zárate, y acompañada por los chicos bajo su tutela, Sophie cogió la ruta hacia Zaragoza, dónde se dieron el gusto de visitar la basílica del Pilar. Luego continuaron a través de Huesca, rumbo a Canfranc, en la frontera francesa. La subida al puerto de Urdax fue bastante fatigosa y, para remate, se encontraron con una patrulla carlista que se puso bastante "insolente", al punto de que don José de Zárate temblaba de la cabeza a los pies pensando que de aquella no saldrían bien parados. Sophie reaccionó con una exhibición de temperamento: amenazó al hombre que estaba al mando con hacer llegar sus quejas a viva voz a los principales líderes del carlismo, entre ellos el general Nouvilas y don Diego Villadarias (un amigo de juventud de Pepe). Al oir eso, los carlistas decidieron que más les valía escoltar a la enérgica dama hasta Francia. Un ole por Sophie, jajajaja.
Para recuperarse, Sophie y su comitiva se albergarían varios días en el balneario de Eaux Chaudes. A continuación, se desplazaron a Oloron para subir al tren que les llevó a París. A Sophie le faltó tiempo para correr al Palacio de Castilla a contarle su aventura en el puerto de Urdax a Isabel II, todo hay que decirlo.
En cuanto llegó Pepe, Sophie respiró a gusto. Los dos juntos despidieron a Isabel en la estación central parisina cuando la soberana, con sus hijas, emprendió un viaje a Roma con el deseo de ser recibidas en audiencia por el Papa Pío IX. Eulalia evocaría años después la escena en que la obesa Isabel se había quedado varada en el suelo tras haberse postrado de hinojos ante Su Santidad; varias damas debieron combinar sus fuerzas para que la señora pudiese levantarse de nuevo, ruborizada y sofocada.
Entre tanto, Pepe y Sophie se habían ído a Viena, pues en la capital imperial se celebraba ese año una Exposición Universal. Estaba previsto que, más tarde, también se pasase por Viena doña Isabel, pero, de momento, Pepe y Sophie usaron la Exposición a
modo de perfecta coartada para visitar a Alfonsito, que seguía en el Theresianum. El príncipe estaba sencillamente entusiasmado ante la llegada de Pepe y Sophie, con quienes paseó por la ciudad, con quienes cenó en un restaurante ruso -idea de la Troubetzkoi, claro- y con quienes asistió a veladas musicales. Sophie, que era muy musical, se espantó ante la falta de oído para la música de Alfonsito, que, por lo demás, había crecido, se había desarrollado y estaba cogiendo las hechuras de un mozo.
Los Sesto volvieron a París antes de que Isabel llegase para hacer acto de presencia en la Exposición. Uno de los más distinguidos cortesanos vieneses, Crenneville, haría constar en sus escritos sobre el extenso surtido de reyes, reinas, príncipes y princesas que habían visitado la ciudad, que Isabel, la española,
"íba muy emperejilada pero era muy fea y además callada". En cambio, hubo elogios para Alfonsito:
"un muchachito despierto".
Alfonso había finalizado el curso, por lo que retornó a París con Isabel. El príncipe enseguida marcharía a Deauville, dónde, para no variar, disfrutaban de las vacaciones estivales los Sesto...