Gracias, Ali
Al tajo de nuevo, jajaja.
Pepe debió sentirse "maltratado" con la actuación de Crista. En el organigrama de la corte española, pasar de ser el mayordomo mayor DE PALACIO a ser el mayordomo de la casa de las dos infantitas equivalía a bajar varios peldaños de golpe. Pero la situación íba a empeorar a raíz de un tremendo error de juicio de Crista.
Lógicamente, al quedarse ella a cargo del timón de la familia real y la monarquía hispánica en razón de la minoridad de su hijo, Crista quiso conocer en detalle el estado de sus finanzas. El intendente de la Real Casa y Patrimonio, don Luis Moreno y Gil de Borja, recibió el encargo de revisar exhaustivamente las cuentas, señalando cualquier aparente incongruencia. De manera comprensible, a don Luis le extrañó detectar que, a partir de 1884, se habían reflejado en los balances una serie de partidas destinadas a Pepe duque de Sesto. Cumpliendo su deber, don Luis informó a Crista.
Ahí es dónde confluyen dos elementos decisivos. Del impresionante "cabreo" que pilló Crista se deduce que el fallecido Alfonso jamás había hablado con su segunda mujer acerca del apoyo económico constante que doña Isabel II y él mismo habían recibido de Pepe Sesto en los años de "travesía en el desierto". Alfonso se había caído del guindo relativamente tarde: había tomado plena conciencia de cuánto le debían a Pepe Sesto cuando éste, en una situación de casi bancarrota, se había visto forzado a tratar de evitarla vendiendo el gran Palacio de Alcañices. Seriamente impresionado por la situación de Pepe Sesto, Alfonso había estipulado unos plazos para ir saldando cuentas con el duque. No obstante, no había comentado ni media palabra con Crista. La mantuvo en una perfecta ignorancia en esa materia -igual que en tantas otras-.
Al no conocer el motivo por el que Alfonso había dispuesto esos abonos a Pepe, Crista los interpretó ateniéndose a la -pésima- imagen que ella se había hecho del duque de Sesto. La idea que brotó de
modo espontáneo en la cabeza de Crista fue que Alfonso había estado recompensando a Pepe por la dedicación que éste ponía en facilitarle al monarca las aventuras extraconyugales, con hijos bastardos de por medio a quienes había que asegurar un peculio. Evidentemente, en esa recreación mental que se hizo la regente, Pepe quedaba a la altura del betún. Era el proveedor de mujeres fáciles pero caras, que además cobraba por desempeñar el papel de alcahuete.
Me figuro que el rencor acumulado durante años se mezcló con la ira. Crista cedió a un arranque de furia, convocando de inmediato a Pepe a su presencia. Por desgracia, se desconoce el contenido exacto de la conversación de la reina con el duque. Pero se puede colegir que Crista, en una ignorancia cargada de animosidad, le exigió a Pepe explicaciones por ese desvío de fondos de las cuentas reales a las ducales.
Con lo que hemos llegado a conocer a Pepe, es fácil hacerse cargo de hasta qué punto le ofendió la reina María Cristina. En los círculos alfonsinos, nadie ignoraba que el duque había puesto todos sus recursos a disposición de la familia real desde el mismo instante en que Isabel II, con Francisco de Asís y sus hijos, habían llegado a Francia porque España no les quería ver ni en pintura. Pepe nunca había escatimado esfuerzos y trasiegos, pero tampoco dinero. Había recurrido al efectivo y cuando no bastaba utilizaba recursos como el crédito o las hipotecas sobre propiedades diversas. Pero...¿cómo explicarle eso a Crista, que no estaba al tanto porque no había vivido de cerca ese período? Pepe tenía un sentido del honor y del decoro que le impedía justificarse ante aquella austríaca señalándole que Isabel II había sido una manirrota incorregible, que Francisco de Asís había sido un chantajista pertinaz a la hora de asegurarse fondos procedentes de su ex mujer, que los borbónicos exiliados habían estado casi a la quinta pregunta y que la restauración había salido cara de cojones, hablando mal. ¿Acaso se creía Crista que había sido gratis hacer proliferar los broches de concha o de coral en forma de flor de lis, los eventos coincidentes con el cumpleaños o la onomástica del entonces príncipe en el destierro, las hojas volantes, los panfletos ilustrados? ¿Se creía que no había habido que pagar para crear y sostener, por ejemplo, el batallón del Aguardiente?.
Pepe hubiera podido justificar cada peseta recibida de Alfonso -la suma total era bastante inferior a la que él mismo había invertido en la causa monárquica-. Pero eso implicaba airear los trapos sucios de la casa real española. Además, el amor propio y orgullo de raza de Pepe le impedían reivindicarse a sí mismo ante la regente.
El duque debió abandonar Palacio guardando la compostura pero herido en lo más hondo. Me figuro yo que en su mente evocaría al Gran Capitán. De su carácter es un claro reflejo el que, nada más llegar a su casa en Recoletos, llamase a su administrador. Le indicó que se había comprometido a enviarle al día siguiente a Palacio para que presentase al intendente general los bienes de la hijuela correspondiente al ducado de Sesto, título con propiedades italianas bastante rentables. Para Pepe constituía un dolor. Él mismo prefería el título de marqués de Alcañices, pero su esposa Sophie daba prevalencia al de duquesa de Sesto. Sophie se íba a quedar sin el título favorito, en tanto que Pepe renunciaba a una parte sustancial de su patrimonio -todo para cerrarle el pico a María Cristina-. Para que os hagáis una idea de la importancia de la hijuela, el intendente real necesitó dos años para revisarla punto por punto. Esa revisión exhaustiva, para comprobar que la hijuela recogía hasta el último palmo de tierra asociada al ducada de Sesto, constituyó una nueva humillación inflingida a Pepe.