Foro DINASTÍAS | La Realeza a Través de los Siglos.

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 Asunto: Re: SOPHIE TROUBETZKOI.
NotaPublicado: 11 Feb 2010 14:39 
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Hoy en día es difícil hacerse una idea del impacto del Manifiesto de Sandhurst cuando lo reprodujo la prensa española el 27 de diciembre de 1874, justo un día antes del Día de los Inocentes -suerte que no lo retrasaron un día porque menuda chufla habría habido entonces a cuenta del documento firmado por Alfonso-. España llevaba muchos años agitada, convulsa, sin saber por dónde tirar, entre constantes revueltas y con serios problemas en la carpeta de cuentas pendientes. Poco a poco, los alfonsinos habían conseguido hacer "visible" a un príncipe que había salido del país cuando empezaba a romper el cascarón. Con la manía de festejar públicamente cada evento en la existencia de Alfonsito, los alfonsinos le habían hecho una figura cercana pese a la lejanía física; grabados y retratos habían empezado a circular profusamente, gracias al dinero que invertían en ello personas como el duque de Sesto. Ahora, de pronto, surgía ese Manifiesto que situaba a Alfonso como un mozo decidido a ser un rey católico pero liberal y ante todas las cosas constitucional en un estilo bastante británico (esa huella de don Antonio...). Era un enorme salto hacia adelante, considerando que se trataba de un nieto de Fernando VII, el absolutista por excelencia, que, sin embargo, había conseguido que muchos de sus iletrados súbditos gritasen a pleno pulmón aquel lamentable "¡Vivan las cadenas!".

En cualquier caso, el Manifiesto hizo que a don Antonio se le fuesen definitivamente las cosas de las manos. Él tenía una composición mental en la que el Manifiesto, sencillamente, servía de elemento aglutinador para que se formase una corriente mayoritaria en la sociedad civil a favor de la restauración en la persona de Alfonso XII. Don Antonio NO esperaba que un militar se tomase el Manifiesto igual que si se tratase de una exhortación para el clásico pronunciamiento cuartelero -toda una especialidad española, faltaría más-. Pero en ese sentido, no había tomado en cuenta al general Martínez Campos...


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 Asunto: Re: SOPHIE TROUBETZKOI.
NotaPublicado: 11 Feb 2010 15:18 
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Aquí tenemos a nuestro siguiente protagonista: Arsenio Martínez-Campos Antón, segoviano de pro.

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Breve inciso: ¿os acordáis de la campaña carlista que incluyó el largo asedio de Bilbao? Si es así, tendréis en mente que hemos comentado que fue el liderazgo ejercido con acierto por el sexagenario Manuel Gutiérrez de la Concha e Irigoyen, marqués de Duero, el que permitió a los ejércitos gubernamentales levantar el sitio de Bilbao y avanzar rápidamente hacia Estella, en Navarra. Muchos alfonsinos pensaban que en cuanto hubiese dado por finiquitada esa guerra carlista, el marqués de Duero utilizaría el gran prestigio acumulado para pronunciarse a favor de Alfonso XII, quien, entonces, aún hubiera necesitado algún regente. No podemos saber a ciencia cierta qué pensaba hacer el marqués de Duero, porque una bala le atravesó el pecho en la batalla de Monte Muro en junio de 1874.

Pues bien: Arsenio Martínez-Campos (yo siempre pongo Martínez Campos, sin guión, lo cual es un estúpido gazapo mío, porque se trata de un apellido compuesto, no de los dos apellidos del señor en cuestión) había sido, en ese tiempo, uno de los más destacados subordinados del marqués de Duero. La muerte de éste, en combate, le había afectado en lo más hondo, pero, por otra parte, le había imbuído de un fuerte sentimiento de que debía dar continuidad a la obra de aquel héroe de Monte Muro. Arsenio creía que no se podía seguir la senda marcada por su apreciado don Antonio Cánovas, en el sentido de dar tiempo al tiempo para que la sociedad civil tomase la iniciativa de proceder a la restauración. Desde su punto de vista, alguien -un general- tenía que darle el espaldarazo decisivo a ese proyecto alfonsino que compartía plenamente. Por añadidura, se daba la circunstancia de que Arsenio estaba felizmente casado con la sevillana Ángeles Ribera y Olavide. Ángeles, a quien también os presento...

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...no era una mujer con pretensiones sociales como la famosa mujer de Serrano, Antoñita duquesa de la Torre. Lo único que deseaba Ángeles era vivir apaciblemente, poniendo más interés en el "de puertas para adentro" que en el "de puertas para fuera". Sin embargo, a lo largo de meses, esa señora tradicional, de acendrado catolicismo, se había convencido de que la Primera República estaba haciendo jirones España. Hacía falta proclamar al rey Alfonso XII, para acabar con ese gobierno que no les proporcionaba ni orden ni concierto pero que, aparte, se estaba decantando hacia un peligroso anticlericalismo, en su opinión.

El respaldo cariñoso de Ángeles sirvió para que Martínez-Campos se ratificase en su certeza de que había que moverse más pronto que tarde. Contaba, para eso, con el resuelto apoyo de un compañero de armas y amigo de confianza, Luís Daban y Ramírez de Arellano, que era jefe de la brigada acantonada en Segorbe. Arsenio y Luís estaban en permanente contacto, a pesar de que el primero se encontraba destinado en Madrid -lo bastante cerca para que el gobierno pudiese vigilarle estrechamente- y el segundo en Segorbe. Una de las vías de contacto era Antonio Daban, hermano de Luís, oficial a cargo de Arsenio.

El día 26 de diciembre, Arsenio sabía que era inminente la publicación en prensa del Manifiesto de Sandhurst. Aún así, actuaba igual que cualquier otra mañana. Se había levantado y, tras completar su aseo personal, había dado cuenta de un desayuno que incluía chocolate caliente aparte de bizcochos. Muy castizo, desde luego, queda eso de decir que Arsenio estaba mojando sus bizcochos en chocolate cuando recibió de manos de un asistente un sobre conteniendo un telegrama. Era de Luís Daban, que decía simplemente: "Naranjas en condiciones". El mensaje significaba que ya no podían retrasar la acción, porque dado que el gobierno sospechaba tanto de Arsenio, ante la inminencia de la publicación en prensa del tan cacareado Manifiesto de Sandhurst, se disponían a poner la tirita antes de que surgiese la herida desterrando al general Martínez-Campos de Madrid a Ávila. Ante esa llamada de Luís, Martínez-Campos fue a visitar a Antonio Daban y al brigadier Bonanza. Acordaron que esa tarde cogerían un tren en dirección a Valencia.


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 Asunto: Re: SOPHIE TROUBETZKOI.
NotaPublicado: 11 Feb 2010 15:31 
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Al subirse al expreso nocturno con destino Valencia, Arsenio Martínez-Campos no sólo le estaba dando esquinazo al gobierno, sino también a su amigo Antonio Cánovas del Castillo. Eso sí, Arsenio tuvo la gentileza de dejarle a Antonio una cartita en la que le informaba

"Cuando reciba usted ésta, habremos iniciado el movimiento en favor de don Alfonso".

A Cánovas debió producirle un intenso sarpullido en todo el cuerpo, porque aquello NO entraba en sus planes. Pero la forma en que manejó el asunto Arsenio impidió que don Antonio pudiese detener el curso de los acontecimientos que llevaron al pronunciamiento de Sagunto.

Don Luís Daban salió con la brigada de Segorbe por la ruta que llevaba a Valencia, ciudad a la que había llegado ya Arsenio Martínez-Campos procedente de Madrid. Era un conjunto de mil ochocientos hombres que no tenían ni puñetera idea de las intenciones de Daban. Avanzaron hacia Las Alquerietas sin saber a lo que íban. Presumiblemente, se quedaron impactados al ver que en Las Alquerietas esperaba Martínez-Campos en uniforme de gala, plantado a los pies de un algarrobo. Con ese desparpajo que nos dan a los españoles una larga ristra de pronunciamientos, Martínez-Campos se concentró por entero en una arenga que suponía la proclamación del rey Alfonso XII, flanqueado por los Daban y por Bonanza. Los soldados respondieron positivamente: sólo un capitán se adelantó para decir que él se largaba ipso facto, porque era alfonsino, pero nunca se había pronunciado y no pensaba pronunciarse tampoco ese día 29 de diciembre. Al mando del resto de la tropa, Martínez-Campos volvió sobre sus pasos a Valencia, deteniéndose en Sagunto para enviar un telegrama al presidente del Consejo de Ministros y al ministro de la Guerra: tenía la alta satisfacción, decía, de haber proclamado rey a Alfonso XII.

El ministro de la Guerra, Serrano Bedoya, tardó dos horas en recibir ese telegrama enviado a las nueve y diez de la mañana desde Sagunto. En un primer instante, debió pensar: "Bueno, no nos equivocábamos al atribuírle a Arsenio intenciones de protagonizar un pronunciamiento". Es probable que también pensase: "Menos mal que Castillo, el capitán general de Valencia, es hombre de nuestra cuerda, que no se adherirá y que enseguida meterá en vereda a la brigada de Segorbe". Pero a lo largo de esa jornada histórica, fueron añadiéndose a la sublevación distintos capitanes generales de provincias empezando por Jovellar.


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 Asunto: Re: SOPHIE TROUBETZKOI.
NotaPublicado: 11 Feb 2010 16:03 
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Tiene su miga el tema...

Cuando yo era una adolescente, al estudiar historia en el instituto, se reducía el asunto entero a una frase tipo:

"El 29 de diciembre de 1874 el general Martínez-Campos se pronuncia en Sagunto a favor del rey Alfonso XII".

Y una -yo- pensaba: "Pan comido". Bastaba que ese general Martínez-Campos se fuese a Sagunto a gritar "¡Viva Alfonso XII!" para que, de repente, España volviese a la monarquía de los Borbones, ahora encarnada en la figura de un guapo muchacho que al cabo de poco tiempo entraría en Madrid a lomos de un caballo blanco. La impresión que se me quedaba es que había sido "pan comido", claro.

En realidad, las cosas no fueron tan de coser y cantar. Cierto que el pronunciamiento de Martínez-Campos no pilló al gobierno en fuera de juego, porque llevaban semanas temiendo ese pronunciamiento. Pero sí aconteció que figuras relevantes del gobierno no estaban cerca (el general Serrano se encontraba en el Norte) o estaban en el lugar apropiado pero en un momento de bajón personal (Práxedes Sagasta, a la sazón ministro de Gobernación, asistió ese día 29 al entierro de una hija muy querida que se le había muerto dos días atrás). El ministro de la Guerra, Serrano Bedoya, no erraba al considerar que Martínez-Campos íba a pinchar en hueso con el capitán general de Valencia, Castillo. La duda que podía haber se refería a Fernando Primo de Rivera, que tenía a su cargo Madrid, y de Jovellar, comandante de los ejércitos del centro. Fernando Primo de Rivera no quería decantarse. Jovellar sí lo hizo, pero no antes de las cinco de la tarde del 29 de diciembre.

Ese 29 de diciembre fue, de la mañana a la noche, un día de terrible inquietud para los alfonsinos, desbordados por el pronunciamiento de Martínez-Campos. Lo hecho no se podía deshacer, pero Cánovas insistía en que él no avalaría el pronunciamiento de Sagunto ni harto de vino peleón. Cánovas seguía con su letanía, Alfonso debía acceder al trono gracias al apoyo decidido de la sociedad civil y no porque un militar hubiese seguido la costumbre, tan poco constitucional, de las asonadas cuarteleras. Pepe Sesto habló seriamente con Cánovas. Se mantendrían a la espera de acontecimientos, sin subirse al carro de Martínez-Campos. Eso sí: Pepe le pidió a Cánovas que le avisase sin falta en caso de ser detenido por orden del gobierno, que sospecharía inevitablemente de los líderes alfonsinos. Si Cánovas era detenido, Pepe debía huír para evitar correr la misma suerte, ya que los alfonsinos necesitaban, más que nunca, un referente.

Fue Felipe Ducazcal quien irrumpió en casa de los Sesto para anunciar que el gobernador civil de Madrid, Moreno Benítez, se había ocupado de la detención de don Antonio Cánovas. Casi de inmediato, se presentó Romero Robledo confirmando la noticia e instando a Pepe a esconderse rápidamente porque en menos de una hora irían en su busca los policías. El marqués de Torrecilla, el marqués de Acapulco y el general Quesada aparecieron con idéntica comunicación. Pepe se despidió de Sophie para marcharse en esa tarde de niebla y frío, acompañado por el marqués de Torrecilla, el general Quesada y su pupilo Julito Benalúa; les precedían, para comprobar que no había moros en la costa, el secretario del duque, Zárate, y el jefe de sus caballerizas, Manuel Sánchez. Todos acabaron refugiados en el número 76 de la calle Serrano, en casa del señor Lapuente Apecechea. Un hijo de Lapuente Apecechea, Ramiro, era miliciano en el batallón del Aguardiente, de ahí la elección del domicilio.

Julito Benalúa y Zárate enseguida abandonaron sigilosamente el número 76 de la calle Serrano para emprender la vuelta, tomando toda clase de precauciones, hacia el Palacio de Alcañices. Había que tranquilizar a Sophie, antes de irse al Gobierno Civil a intentar reunirse con el detenido don Antonio Cánovas para explicarle que el pájaro (Pepe) había volado de la jaula. Julito era apenas un muchacho y Zárate nunca se había distinguido por su valentía, así que Sophie consideró oportuno que fuese con ellos al Gobierno Civil don Nicolás marqués de Castelar, que se encontraba en la residencia de los Sesto. La guasa fue que, nada más salir a la calle Alcalá, Nicolás marqués de Castelar se encontró detenido porque unos policías le confundieron con su pariente Pepe duque de Sesto (un aire sí que se daban, claro). Así que la policía se llevó a Nicolás marqués de Castelar al Gobierno Civil, en tanto que Julito y Zárate les seguían a pocos pasos.

El día 30 amaneció con la situación todavía sin definir. Cánovas seguía detenido, el duque de Sesto estaba desaparecido, los alfonsinos no sabían a qué atenerse. En esa tesitura, Sophie recibió la visita de la angustiada Ángeles, esposa de Martínez-Campos. Ángeles le suplicó que no dejasen a su marido en la estacada, ya que éste se había jugado el todo por el todo cuando había proclamado a Alfonso XII. De acuerdo, decía Ángeles, con que su Arsenio había ído por libre, en contra de los designios de don Antonio. Pero una vez que la brigada de Segorbe se había pronunciado en Sagunto y que Jovellar había garantizado la adhesión de los ejércitos del centro, don Antonio debía recordar que estaban partiéndose la cara por Alfonso XII. Asimismo, Ángeles rogó a Sophie que ella misma, la duquesa, se entrevistase con Pilar, la mujer de Fernando Primo de Rivera, que aún no había decidido su postura en ese enredo.

Sophie no podía consultar ni a Pepe ni a don Antonio. En su fuero interno, probablemente estaba más cercana a la argumentación esgrimida por Ángeles. Cubriéndose rápidamente, Sophie marchó a visitar a Pilar. La pobre Pilar no sabía hasta dónde podía influír ella en su marido Fernando; él era un individuo aficionado a echar canitas al aire que sólo hacía caso a la esposa cuando le venía bien. Pero Sophie le pidió que lo intentase, que no tirase la toalla sin haberlo intentado a conciencia. Pilar aseguró de que lo haría, pero no podría ofrecer una respuesta rápida. Acordaron que en cuanto Pilar tuviese algo que comunicar, no se dirigiría directamente a Sophie, cuya correspondencia estaría sometida a control, sino a Paz Méndez de Vigo, otra conocida aristócrata alfonsina.

Es imposible discernir si la intervención de Pilar fue la que inclinó la balanza personal de Fernando Primo de Rivera. Puede que el general ya tuviese claro lo que íba a hacer antes de que su mujer hablase con él al respecto. Pero el caso es que Pilar cumplió su papel de avisar mediante una esquela a Paz Méndez de Vigo de que los cuarteles madrileños se disponían a mostrar su adhesión a Alfonso XII justo durante el recorrido que el ministro de la Guerra, Serrano Bedoya, pensaba hacer por dichos cuarteles esa tarde entre las dos y las seis. Serrano Bedoya tuvo que sentirse el ministro de la Guerra más miserable de la historia yendo de cuartel en cuartel mientras los cuarteles, uno a uno, voceaban a favor de Alfonso XII.


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 Asunto: Re: SOPHIE TROUBETZKOI.
NotaPublicado: 11 Feb 2010 16:21 
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Lo que más gracioso encuentro en esa intrahistoria de la restauración es que el rol social puramente secundario otorgado a las mujeres les confería a éstas cierta ventaja en los momentos críticos. Como se puede apreciar, ante la noticia del pronunciamiento en Sagunto, el gobierno activa una serie de resortes para ejercer un firme control sobre los líderes del partido alfonsino, de quienes se daba por hecho que estaban en connivencia con Martínez-Campos o que, por lo menos, acabarían respaldando a Martínez-Campos. Don Antonio Cánovas más bien renegaba de Martínez-Campos, pero eso no evitó su detención. Pepe duque de Sesto, la otra cabeza visible de los alfonsinos, se encontró teniendo que esconderse en el domicilio de un burgués para evitar ser también detenido. En cambio, las señoras disponían de una libertad que podían utilizar. Es sintomático que la esposa del mismísimo Martínez-Campos hubiese tenido oportunidad de reunirse nada menos que con Sophie Troubetzkoi, quien, por su parte, encontró expedito el camino hacia la señora de Primo de Rivera. Otro factor llamativo es la importancia que se atribuía a los vínculos amistosos entre las señoras. Sophie siempre había tenido la elegancia de fomentar sus relaciones con Ángeles o con Pilar, porque consideraba que la inclinación de las damas a favor de Alfonso acabaría siendo de gran utilidad gracias a la influencia que ellas, llegado el caso, ejercerían en sus esposos. El entramado de relaciones de los alfonsinos jugó un papel bastante sustancioso en aquel proceso no exento de incertidumbres e incluso de auténtica zozobra.

El mismo Alfonso había estado al margen de los acontecimientos. El 29 de diciembre, mientras Madrid bullía de agitación contenida a cuenta de un telegrama recibido desde Sagunto, Alfonso, junto al coronel Velasco, cruzaba, en medio de un auténtico temporal, el Canal de la Mancha en un barco. Se disponía a cubrir el trayecto a París, porque en Sandhurst les habían dado las tradicionales vacaciones y quería celebrar la Nochevieja con la familia. Don Alfonso se enteró de lo acontecido en la tarde-noche del día 30, cuando un ayudante le entregó discretamente un mensaje comunicándole que era rey de España; el mozo estaba a punto de salir hacia el teatro para asistir a una obra con su madre y su hermana mayor, Isabel, así que guardó el secreto durante horas, hasta que, al volver a casa, se les informó oficialmente de la situación. La sorpresa mayúscula de Isabel II y la emoción desbordante de la princesa Isabel contrastaron con la serena complacencia del que acababa de transformarse en Alfonso XII.


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 Asunto: Re: SOPHIE TROUBETZKOI.
NotaPublicado: 11 Feb 2010 17:45 
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la obra que fueron a ver se llamaba "la gallina de los huevos de oro" en el teatro de la Gaite


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 Asunto: Re: SOPHIE TROUBETZKOI.
NotaPublicado: 11 Feb 2010 18:21 
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Minnie sigue por favor, que ahora no puedo leerte, pero esta noche me voy a dar un gustazo :bravo: :bravo:

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 Asunto: Re: SOPHIE TROUBETZKOI.
NotaPublicado: 11 Feb 2010 18:29 
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nando escribió:
la obra que fueron a ver se llamaba "la gallina de los huevos de oro" en el teatro de la Gaite


Y, por alguna razón que se me escapa, no debía ser apta para jovencitas, ya que la ex reina no llevó a las tres hermanas menores de Alfonso, ni la infanta Luísa Fernanda, duquesa de Montpensier, permitió que asistiesen sus hijas Cristina y Mercedes ;)

Lo cierto es que hay algo encantador en esa escena de un joven que regresa a casa después de haber estado en el teatro con su madre y su hermana mayor, para encontrarse con un mayordomo de aire circunspecto que les anunciaba que el marqués de Elduayen estaba esperándoles porque era portador de un mensaje de gran trascendencia. Elduayen tenía cara de hallarse en una carreta camino a la guillotina, poco más o menos. Obviamente, Isabel le exhortó a decir lo que tuviera que decir sin andarse por las ramas.

-Señora, figúrese la locura: el general Martínez-Campos con sus tropas ha proclamado rey a Alfonso XII. ¡Si España entera no acude a ese llamamiento, estamos perdidos!.

Según las Memorias de la infanta Paz, Alfonso mantuvo una sonrisa en los labios mientras Elduayen se ponía tan melodramático. Enseguida dijo:

-Me sabía yo esa noticia desde esta mañana y estaba decidido a salir inmediatamente para España, suceda lo que suceda.

Tuvo que ser un momentazo, con la reina descompuesta y las infantas atónitas por el giro de los acontecimientos.

En los días inmediatamente posteriores, la gente de la gran sociedad acudía en masa al Palacio Castilla para expresar sus parabienes. Muchos de los que acudían nunca habían sido alfonsinos o, si lo habían sido, habían preferido actuar de forma diamentralmente opuesta a los partidarios leales que se la habían jugado durante los años anteriores. Ante semejante aluvión de nuevos amigos dispuestos a bailar el agua cuando meses atrás no se molestaban ni en dejar tarjeta de visita si pasaban por delante de la puerta, Isabel, que de tonta no tenía un pelo, les dejó en evidencia exclamando en tono saleroso:

-¡Se ve que el sol calienta otra vez!.


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 Asunto: Re: SOPHIE TROUBETZKOI.
NotaPublicado: 11 Feb 2010 18:33 
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buf,yo por fin me pongo al dia....y justo llego al dia en que le nombran rey!!! las mujeres en las bambalinas del poder y la toma de decisiones, me encanta que salgan a relucir... casi que lo hacen mejor que cuando estan en la palestra >:) >:) >:) !!!!


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 Asunto: Re: SOPHIE TROUBETZKOI.
NotaPublicado: 11 Feb 2010 18:47 
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Ya lo dice el refrán: detrás de todo gran hombre suele haber una mujer sorprendida...


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 Asunto: Re: SOPHIE TROUBETZKOI.
NotaPublicado: 11 Feb 2010 19:12 
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Regresamos a Madrid...

En la tarde del jueves 31 de diciembre, el Prado había sido escenario de un paseo como no había habido otro en mucho tiempo. Cánovas ya era el hombre que tenía la misión de formar el primer gabinete alfonsino, mientras se aguardaba la llegada del flamante soberano. Martínez-Campos se había salido con la suya, para regocijo de su Ángeles. Pepe había salido del escondite, para alegría inmensa de Sophie. Naturalmente, esa tarde, a pesar del frío que picaba en la piel como alfileterazos, Sophie salió en su carruaje descubierto convenientemente envuelta en pieles, llevando consigo a sus hijas María y Missy. Ese carruaje se cruzaba con el de Angustia Heredia Spínola, Angustias y Narcisa, que agitaban pañuelos con entusiasmo. Tampoco se echaba en falta a Pepita, marquesa de Torrecilla, con su Casilda y su Lolita, otras que manifestaban bulliciosamente su satisfacción. Las principales damas de aquella recordaba rebelión de las mantillas se sentían protagonistas destacadas del vuelco histórico, por lo que habían querido que sus hijas, unas mocitas, estuviesen presentes en la celebración callejera. Una razón adicional para las sonrisas y las risas era el saber que Serrano, duque de la Torre, había decidido largarse de España con su esposa Antoñita, a quien imaginaban royendo el suelo con los dientes.

Un motivo de felicidad para Sophie fue el casi instantáneo reconocimiento oficial de Rusia al nuevo rey Alfonso XII. Sophie sentía que ella tenía mucho que ver, que había hecho bien los deberes para que los rusos dejasen de lado su tradicional afección por los carlistas. El nuevo gobierno español apreciaba el gesto ruso: el canciller Gortchakov, aquel que había tenido el honor de recibir una copia del Manifiesto de Sandhurst en el interior de una anguila de mazapán adquirida en Toledo por mandato de Sophie Troubetzkoi, se encontró con que se le hacía Grande de España. Para rematar la faena, la parienta y amiga de Sophie princesa Lise Troubetzkoi ofreció el 2 de enero en su mansión de París una gran fiesta en honor a Alfonso XII. Alfonso XII no compareció: estaba preparando su viaje a España. Pero ordenó que le representase el marqués de Elduayen, lo que satisfizo suficientemente a Lise. Por cierto, un Winterhalter que nos muestra a la atractiva Lise Troubetzkoi:

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Estaba previsto que Alfonso saliese de París el 6 de enero, para llegar a Marseille el día 7 de enero. En la rada marsellesa, aguardaría un buque insignia de la armada española, el "Navas de Tolosa", que debía conducirle hasta Cartagena, de dónde se seguiría viaje por tierra en dirección a Madrid con una escala significativa en Aranjuez. El plan se cumplió matemáticamente. Alfonso salió de París el 6, llegó a Marseille el 7 y no sólo encontró el "Navas de Tolosa", sino también al conde de Mirasol, que había viajado desde Madrid llevando consigo un uniforme de gala de capitán general confeccionado en un tiempo récord por el más reputado sastre de la capital usando de maniquí de pruebas a Julito Benalúa. El "Navas de Tolosa" se preparó para hacerse a la mar; Alfonso había mandado bajar el pendón de Castilla que ondeaba en el palo mayor para enviárselo, en un gesto afectuoso, a su madre Isabel. Desde la llegada a Cartagena, se sucedieron las escenas de puro jolgorio; el avance del nuevo soberano hasta Aranjuez fue una marcha triunfal. En Aranjuez le esperaba, reventando de orgullo, Pepe duque de Sesto, flanqueado por Charles de Morny, Julio Benalúa y Pepe Xifré. Siguieron en tren hasta Atocha, en dónde se produjo la llegada del convoy a la una de la tarde del día 13 de enero.

En el andén, Antonio Cánovas del Castillo se mantenía firme rodeado de sus ministros. Casi ninguno era desconocido para Alfonso. Alejandro Castro, el reciente ministro de Estado, era un gran amigo de los Sesto que además disfrutaba haciendo viajes frecuentes a París, por lo que alguna vez le había visto Alfonso en la casa de Sophie en la rue Gabriel. Don Pedro Salaverría, el ministro de Hacienda, había sido el controlador de finanzas de la monarquía española en el exilio; él tenía mucho que ver con las apreturas que había pasado Alfonso en Viena. El marqués de Molins ostentaba la cartera de Marina y Orovio la de fomento. Por tanto, Alfonso estaba en condiciones de hablarles a todos con la confianza de haberles visto anteriormente. Sólo le falló esa máxima con Francisco Romero Robledo, que llevaría Gobernación, y con Abelardo López de Ayala, titular de Ultramar, pero, al menos, le sonaban de oídas.

Uno de los momentos más singulares y emotivos se produjo cuando Alfonso, tras saludar a los miembros de su gobierno, fue desfilando ante las tropas que le rendían honores en la estación. Se detuvo con una sonrisa ante el Tercer Escuadrón de la Milicia Nacional: ése era el nombre pomposo del popular batallón del Aguardiente. Los milicianos del batallón del Aguardiente estaban ese día que no cabían en sus uniformes; a más de un torero o banderillero aguerrido se le saltaron las lágrimas mientras el rey les expresaba su simpatía.

Montando un caballo blanco de nombre "Arrogante", Alfonso se dirigió a la basílica de Atocha para asistir a un Te Deum. Luego, a través del Prado, enfiló hacia el Palacio Real. Como es natural, pasó por delante de la extensa fachada plagada de ventanas y balcones del Palacio de Alcañices. Alfonso elevó la vista hacia esa residencia, que antaño se había mantenido a oscuras, cerrada a cal y canto, para el pobre Amadeo. Con Alfonso, Sophie había dado el do de pecho: los célebres reposteros de los Balbases, de enorme valor, colgaban de las balconadas, mientras que los alféizares de las ventanas se adornaban con guirnaldas. Sophie sonrió a Alfonso, situada al lado de la cuñada de Pepe, Mercedes Arenales, y de la hija de ésta, María Montserrat, marquesa de Navamorcuende. Tampoco faltaban el grupo María y Missy de Morny. Entre las invitadas de honor en el Palacio Alcañices, figuraba Manuela de Montijo: era ya muy anciana y estaba casi ciega, pero su presencia le daba un gran empaque a la ocasión.


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 Asunto: Re: SOPHIE TROUBETZKOI.
NotaPublicado: 11 Feb 2010 19:29 
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Hay que decir que Alfonso llegaba a Madrid con la idea de ganarse su trono desde el principio. De hecho, estuvo solamente cuatro días en la capital, porque había hecho saber que quería ponerse al frente del Ejército del Norte, que seguía enzarzado en la lucha contra los últimos reductos del carlismo. Alfonso estaba plenamente convencido de que su mera presencia en el campo de batalla inyectaría una fuerte dosis de moral a sus tropas. Si sus hombres le veían peleando junto a ellos, tendrían todas las probabilidades de imponerse rápidamente.

Eso sí: antes de dejar Madrid, quería visitar el Palacio de Alcañices. Cánovas estaba conforme: a fín de cuentas, se suele decir que de bien nacidos es ser agradecidos...incluso con los amigos. Curiosamente, fue Pepe quien se negó. Cuando Alfonso y don Antonio le preguntaron, extrañados, qué mosca le había picado para no querer recibir al rey en su casa, Pepe explicó que lo hacía precisamente para proteger la imagen del monarca que acababa de instalarse en su corte. No deseaba, añadió, que nadie pudiese acusar al soberano de haber elegido favorito entre los nobles nada más instalarse en Palacio. Cánovas debió apreciar, sin duda, ese gesto de Pepe. El duque había estado en primera línea en la época difícil, pero prefería un lugar discreto ahora que había triunfado el movimiento alfonsino. Amablemente, Cánovas propuso una solución: Alfonso visitaría a los Sesto al caer la noche, de manera discreta, sin atraer atención alguna.

Sophie puso manos a la obra. Se acordaba de que, apenas unos años antes, ella había viajado a Viena con Pepe aprovechando la excusa de la Exposición Universal. En esa visita, habían llevado a Alfonso y a Guillermo Morphy a cenar a un restaurante ruso que tenía fama de ser excelente. A Alfonso le habían llamado muchísimo la atención los platos rusos. En particular, había mostrado predilección por los zakuski fríos y calientes, típicos entremeses rusos. La duquesa hizo preparar zakuski para la visita nocturna de Alfonso, que llegó decidido a no observar ninguna etiqueta. Pepe era su amigo, Sophie también, había pasado muchas horas en la casa de la rue Gabriel y en la villa de Deauville con los chicos. La simpatía arrolladora de Alfonso demostraba que no se le íban a subir los humos a la cabeza. María de Morny, por cierto, le observaba fascinada, pues aún continuaba enamoradiscada de él; cuando Alfonso elogió su peinado, una fantástica creación, la muchachita enrojeció hasta el blanco de los ojos. Sophie no le dió importancia: su hija mayor debería asumir que si un príncipe destinado a un trono estaba fuera de su alcance, un rey ya no digamos. Alfonso también bromeó entusiásticamente con Serge y con Missy, ante el regocijo de Julito Benalúa.

El instante emotivo de esa noche se produjo, no obstante, a la hora de la despedida. Sophie, como buena rusa, no podía evitar un temor casi supersticioso ante la visión de ese rey que partía a la guerra al día siguiente. Cuando Alfonso tomó la mano de Sophie para besarla, en el tradicional gesto de deferencia de un caballero a una dama, ella se saltó a la torera el protocolo que para eso estaba en su casa: con lágrimas en los ojos, trazó la señal de la cruz en la frente de Alfonso antes de abrazarle y besarle, mientras musitaba

-Que Dios esté contigo.

Era un dulce colofón para la lucha que había librado Sophie desde el día de su boda con Pepe, una lucha encaminada a llevar al muchacho al trono de sus antepasados.


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