El principal chasco que Sophie se llevó con la restauración sobrevino con pasmosa prontitud, en marzo de 1875, es decir, al cabo de tres meses de la ascensión al trono de Alfonso XII. A finales de diciembre de 1874, Sophie, al igual que muchas de sus amigas empezando por Angustias condesa de Heredia Spínola, se había solazado por la marcha hacia el exilio francés del general Serrano, duque de La Torre, con su esposa Antoñita, la sempiterna rival. No obstante, a principos de febrero de 1875, Antoñita regresa a Madrid con sus cinco hijos: Conchita, Francisco, Josefa, Ventura y Leopoldo. Al cabo de pocos días, les sigue los pasos el propio duque de La Torre, quien ha debido recibir garantías de que se le tratará con deferencia. Efectivamente, Cánovas está decidido a que el reinado alfonsino represente un período de concordia nacional, por lo que Alfonso XII ofrece una amable acogida al duque y a la duquesa de La Torre cuando acuden a una audiencia en Palacio el 8 de marzo de 1875.
Sophie se enfadó seriamente con Cánovas. Le parecía inaceptable que, de repente, ya no hubiese diferencias entre los alfonsinos que lo habían sido cuando prácticamente nadie hubiese apostado un duro por la restauración borbónica y aquellos que, por el contrario, habían estado viviendo al sol que más calentase en cada momento, buscando honores y prebendas en cualquier circunstancia aunque eso significase cambiar los principios con la facilidad con que se cambiaba la ropa interior. El enojo de Sophie no se atenuaba con los días, pero don Antonio trató de sobrellevarlo con humor pues sabía que la esposa de Pepe tenía un temperamento "muy eslavo". Era apasionada, orgullosa y rencorosa. Así que la mejor forma de encarar el problema, según Cánovas, era buscar una excusa que les permitiese a ambos reencontrarse sin que pareciese que él andaba detrás de ella ni que ella había dado el brazo a torcer.
Don Antonio vivía, a la sazón, en la Casa de Heros, una residencia oficial que anteriormente había ocupado el duque de la Torre y en la que se aseguraba que Antoñita había desplegado un gusto casi rococó en la decoración de interiores. A Cánovas le constaba que Sophie se moría de curiosidad morbosa por recorrer los salones y alcobas de la Casa de Heros. Estando ella enfadada con él, no podía limitarse a mandarle una tarjeta invitándola a tomar el té o a cenar. Lo que sí podía hacer Cánovas era decidir que la Casa de Heros sirviese de escenario a una boda, la del joven subsecretario de Presidencia llamado Saturnino Esteban Miguel -que era pariente suyo- con la señorita María Sandoval. Por amistad a Cánovas, Alfonso XII decidió que él sería el padrino y que su hermana mayor la princesa Isabel sería la madrina, pero, obviamente, no se trataba de que ejerciesen el papel en la ceremonia. Les representarían los duques de Sesto, Pepe y Sophie, que, así, podría entrar en la Casa de Heros.
A pesar de esa "conciliación" preparada por Cánovas, Sophie no encajaba en absoluto la presencia de los duques de La Torre en la corte de Alfonso XII. Esa corte recuperó el gusto por las recepciones y fiestas con la llegada a España de la princesa Isabel, la hermana de Alfonso, reclamada por el Parlamento para que ejerciese el papel de primera dama del reino. Isabel II, que quería volver y veía que se le daban largas, se puso furiosa al enterarse de que la nación, a través de las cortes, había solicitado en cambio la presencia de Isabel, condesa viuda de Girgenti, de cuya firme moralidad se esperaba que diese el tono correcto a la corte alfonsina. Efectivamente, la joven Isabel íba a encargarse de dotar de una sorprendente respetabilidad al Palacio Real, con su camarista mayor la marquesa de Santa Cruz y otras damas de plena confianza integradas en su séquito, como Lolita Balanzat, duquesa de Nájera. De pronto, la aristocracia pudo volver a asistir a fiestas de gran empaque en los salones palaciegos, presididas invariablemente por Alfonso e Isabel.
Un baile particularmente significativo había sido el primero que habían presidido conjuntamente Alfonso e Isabel, el 15 de enero de 1876. No cabía ni un alfiler en el salón en el que la orquesta interpretaba valses, polcas y mazurcas en rápida sucesión. De repente, cuando empezaron a sonar las notas de un rigodón, Alfonso, con su habitual galantería, solicitó a la duquesa de la Torre que fuese su pareja. Los aristócratas alfonsinos, desde los Sesto a los Torrecilla pasando por los Heredia Spínola o los Bedmar, se quedaron patidifusos ante la escena del rey danzando con Antoñita, que tenía los ojos brillantes y las mejillas arreboladas. Sophie volvió a pillarse un berrinche monumental.
La revancha de Sophie llegó cuando los duques de la Torre realizaron un viaje a París. Cánovas podía asegurar que era "muy político" el tener ciertos miramientos con la duquesa de la Torre, pero Mariano Roca de Togores y Carrasco, el marqués de Molins, embajador español en París, no tragaba ni a Serrano ni menos aún a la esposa de Serrano. Por añadidura, la mujer de Mariano Roca de Togores y Carrasco, María del Carmen de Aguirre-Solarte y Alcíbar, era la clásica alfonsina que no pensaba transigir con la duquesa de la Torre. Hizo falta que Cánovas les bombardease a telegramas para que, a la postre, los Molins organizasen una recepción en la embajada española para los de la Torre. Sin embargo, a la recepción acudieron únicamente caballeros: ninguna dama quiso prestarse a la charada, para gran regocijo interior de la marquesa de Molins.
Última edición por Minnie el 11 Feb 2010 21:44, editado 1 vez en total
|