Embajadores de sitios tan dispares también tienen objetivos dispares, desde ofrecimientos de vasallaje a peticiones de ayuda o una tregua. El objetivo de García era observar la política cordobesa y, una vez le quedó claro de qué iba el tema, podríamos decir que... mmmm... azuzó, provocó, influyó de algún
modo para que el incidente del insulto a los embajadores de León se produjese y de esta forma tomárselo como una ofensa personal, puesto que sus hombres iban en el mismo grupo. El reino de León no tenía ninguna razón para enemistarse con el califa, ni le convenía tenerlo enfadado en una época de inestable regencia, así que la única razón para vacilarle al moro con un "
somos amigos pero a mi no me das órdenes" es que García estuviese implicado.
¿Qué pasó para que el conde de Castilla creyese que llegaba el momento de pasar a las hostilidades? La última tregua que su padre había firmado estaba a punto de expirar y sencillamente, a García no le daba la gana de renovarla
De todas formas, para que nadie diga que nuestro protagonista no es más que un camorrista que busca pelea os diré que mandó una última embajada a Córdoba a petición de los pacifistas de su corte, con Esteban Ovecoz a la cabeza, pero no en nombre suyo sino de su hermano, el ahora obispo Munio. Se ve que en Burgos había diversidad de pareceres acerca de la prolongación de las treguas y el ir o no a la guerra abierta y García cedió a las pretensiones de su hermano, cabeza de este partido, sabiendo de todas formas que las condiciones que Córdoba pretendería imponer serían inadmisibles para él, por lo que comenzó a prepararse para la batalla de inmediato. Y tenía toda la razón, el califa respondió que firmaría treguas si García lo acataba como su señor y le pagaba un tributo
Ante esa lindeza de Al-Hakam, el castellano respondió haciendo sonar los cuernos de guerra para convocar una gran aceifa contra los musulmanes. García sabía que sus plazas fronterizas: Sepúlveda, Haza, Osma y Roa, estaban bien defendidas, pero no le apetecía que el moro llegase a incendiar, saquear y tomar prisioneros. La mejor defensa es un buen ataque y de paso se lleva un buen botín y demuestra que no teme al poderío cordobés. Además, el momento es propicio porque, aunque al principio la campaña en África iba bien, a la altura del año 973 los magrebís lograron rehacerse y el general Galib, gobernador de Medinaceli, tuvo que ir a poner orden. Así, las mejores tropas califales estaban al otro lado del Estrecho.
La fortaleza de Haza, la torre cuadrangular es del siglo XII y los muros del siglo XV.
García citó en Burgos a potestades y mayorinos, con los infanzones, caballeros villanos, escuderos y peones y a todos los habitantes de las villas que no estén exentos de ir al fonsado (por ejemplo los de la Brañosera tienen derecho a quedarse en casa, privilegio otorgado por los bisabuelos del conde) Entre los señores principales incluímos a los abades y prelados que también tienen gentes de armas a su servicio.
Aunque abundan las tropas a caballo, la fuerza de Castilla, también vemos muchos peones acampados a orillas del río. Pero ojo, que por ir a la guerra no podemos dejar despobladas las villas, alguien debe quedarse a mantener el orden y como fuerza de reserva en caso extremo. De esta forma, el conde llama al fonsado a dos de cada tres habitantes, y el que se queda está obligado a ofrecer al ejército un burro o una mula para llevar las armas y provisiones de los otros dos. Una medida muy práctica.
En los palacios de Burgos se establece el plan de campaña y en la iglesia de Santa María se celebra el
ordo quando rex cum exercitu ad proelium egreditur, bueno en este caso conde, no rex
Un rito litúrgico asociado a las expediciones militares, de origen visigodo y presente en el Liber Iudiciorum, que se componía de una despedida solemne. El rey (o el conde
), al llegar ante la puerta del templo era incensado por dos diáconos y, luego, precedido por los clérigos portadores de la cruz entraba en la iglesia y se postraba en oración. El coro cantaba la antífona
¡que Dios esté en vuestro camino!, tras la cual el obispo rezaba en voz alta una oración pidiendo a Dios que asistiera al monarca y a su pueblo y le concediera los bienes que más necesitaba: un ejército valeroso, unos jefes leales, la concordia de los corazones, para poder así obtener la victoria, y retornar felizmente a aquella misma iglesia de donde ahora partía.
El obispo hacía entonces entrega al rey de una reliquia de la "Vera Cruz" y el monarca, tras tenerla en sus manos, la pasaba al clérigo que habría de llevarla durante toda la campaña. Nuestro conde ha designado para este cometido al abad de Cardeña
Acercábanse entonces los abanderados y cada uno recibía el estandarte de manos del obispo y salía al exterior de tal
modo que junto a las puertas del templo se congregaban todos los abanderados con sus enseñas. El obispo salía entonces al umbral de la basílica y un diácono invitaba:
¡Humillémonos para recibir la bendición! Otro diácono decía luego la fórmula de la despedida:
En nombre de Jesucristo, ¡Id en paz! El rey abrazaba al obispo, montaba a caballo, el clérigo portador de la "Vera Cruz" se ponía en cabeza y todo el ejército emprendía la marcha. Y si ganabas, a la vuelta, había otro rito similar y una misa de acción de gracias
Se considera que las cruces de la monarquía asturiana, la de los Ángeles y la de la Victoria, eran cruces procesionales que se usaban en esta ceremonia en tiempos de Alfonso II y Alfonso III, mientras que la más sencilla cruz de Peñalba de Ramiro II, era el emblema real que se llevaba a la batalla.