Foro DINASTÍAS | La Realeza a Través de los Siglos.

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 Asunto: Re: SOPHIE TROUBETZKOI.
NotaPublicado: 10 Feb 2010 23:35 
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Una pregunta tontísima, la Sophi encantadora de la que hablamos... ¿Qué edad tenía entonces...?

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 Asunto: Re: SOPHIE TROUBETZKOI.
NotaPublicado: 10 Feb 2010 23:43 
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En un momento determinado de la contienda contra los carlistas, cobró una importancia singular un militar ya sexagenario: Manuel Gutiérrez de la Concha, marqués de Duero. Al mando del Tercer Cuerpo del Ejército del Norte, obtuvo la liberación de Bilbao en mayo -tened en cuenta que la ciudad llevaba sitiada desde enero...-. A partir de ahí, el objetivo radicaba en avanzar hasta tomar Estella, en Navarra, la capital de los carlistas. El optimismo flotaba en la atmósfera de Madrid. Si alguien podía conseguir hacerse con Estella en relativamente poco tiempo, ése tenía que ser el marqués de Duero.

Por demás, el hombre era un ferviente alfonsino, al igual que su mujer, Francisca de Paula Tovar y Gasca, marquesa de Revilla. La única hija de la pareja, Petra, estaba casada con Angel Luis de Carvajal y Fernández de Córdoba, marqués de Sardoal, el primo de Pepe que ese año era alcalde de Madrid y que había presidido la ya famosa corrida de Beneficiencia. Entre bambalinas, muchos suponían que, nada más aplastar a los carlistas, el marqués de Duero se apresuraría a usar su enorme prestigio para proclamar rey a Alfonso XII en connivencia con Cánovas del Castillo. Esto hay que cogerlo con pinzas...ya sabemos que Cánovas no era partidario de que Alfonso se convirtiese en Alfonso XII a cuenta de ningún pronunciamiento militar. Pero podía ocurrir que Cánovas estuviese dispuesto a transigir considerando la situación crítica en que se hallaba el país. Desde luego, Sophie pensaba que el marqués de Duero podía propiciar un retorno anticipado de la monarquía, aunque en sus conversaciones de cada tarde con el convaleciente Fernando Primo de Rivera, éste había tratado de amortiguar la impaciencia de la duquesa de Sesto.

El marqués de Duero recibió una bala en el pecho en la tarde del 27 de junio de 1874, cuando participaba en la batalla de Monte Muro, cerca de Abárzuza. El efecto de la noticia en Madrid fue demoledor. El entierro celebrado el 30 de junio de 1874 se convirtió en una extraordinaria muestra de dolor colectivo, en la que participaron en lugar destacados Pepe y don Antonio Cánovas, que habían estado tan cercanos al marqués.

Tras esa sacudida emocional, Pepe y Sophie, con su familia y su amplio séquito, tomaron un tren en Madrid hacia Santander. Sabemos que allí se embarcarían en un pequeño buque llamado "Los Dos Amigos", el cual debía llevarles hasta Bayona. Era una travesía relativamente corta, pero se les hizo eterna; hacía mal tiempo, el mar estaba tremendamente revuelto y casi todos los que íban en el buque sufrieron persistentes mareos. Sophie no se mareó, se quedaba en el puente fumando como una carretera para sorpresa de todos. Ya en Bayona, tomarían un tren a París dónde coincidieron con una pareja de recien casados aristócratas españoles, los barones de Bahía Honda, y con los marqueses de Castroserna, quienes llevaban consigo a sus cuatro hijas. Hubo una escala en Burdeos que debió resultar graciosa porque se encontraron allí al marqués de San Felices. El tipo no estaba solo, sino con una despampanante habanera que viajaba con sus tres loros. Dado que a Sophie le encantaban los loros, tendrían motivo de conversación.

Llegaron a Paris exhaustos -a tal punto de que cuando cruzaron por fín la puerta de acceso a su casa de la rue Gabriel, creyeron haber alcanzado el paraíso-. Pero no se podía perder tiempo; por esa época, Pepe y Sophie vivían en una permanente sensación de urgencia. Sophie quería visitar a la reina Isabel, a quien llevaba una serie de encargos y cartas de distintos personajes de la nobleza. Pepe se preparaba para ir a Viena, pues había oído, con cierta alarma, que habían surgido algunos casos de cólera en la capital imperial.


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 Asunto: Re: SOPHIE TROUBETZKOI.
NotaPublicado: 10 Feb 2010 23:44 
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sabbatical escribió:
Una pregunta tontísima, la Sophi encantadora de la que hablamos... ¿Qué edad tenía entonces...?


Echa cuentas, jajaja. Había nacido en abril de 1838 y estamos en el año 1874, así que era una mujer de treinta y seis espléndidos años ;)


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 Asunto: Re: SOPHIE TROUBETZKOI.
NotaPublicado: 10 Feb 2010 23:48 
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Minnie, era Sophie una aries???????? otro punto en comun jajajaja


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 Asunto: Re: SOPHIE TROUBETZKOI.
NotaPublicado: 11 Feb 2010 09:01 
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nando escribió:
Minnie, era Sophie una aries???????? otro punto en comun jajajaja


Sí, una Aries ;)


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 Asunto: Re: SOPHIE TROUBETZKOI.
NotaPublicado: 11 Feb 2010 09:32 
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En este punto, se produce una circunstancia llamativa que no podemos pasar por alto. Como véis, nada más llegar a París, Pepe ya está dispuesto a salir de inmediato en dirección a Viena, ciudad que visitaba con regularidad desde que Alfonso había ingresado en la Ritter Akademie del Theresianum. Para ese entonces, Cánovas ya había reforzado el staff del príncipe en la capital imperial; juzgaba impropio que sólo tuviese consigo a don Guillermo Morphy, aparte de un ayudante de cámara -el inefable Ceferino- y dos criados más el chico de los recados. Por decisión de Cánovas, habían salido de Madrid para Viena el conde de Mirasol, capitán de Artillería, y el coronel don Juan Velasco. Sus presencias reforzaban significativamente el "círculo" de Alfonso.

Isabel II...

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...pretendió escudarse en ese hecho para "rebajar" la influencia en el príncipe de Pepe duque de Sesto. De repente, Alfonsito estaba "más que suficientemente acompañado" en Viena y "no hacía falta" que Pepe se tomase la molestia de acudir con tanta frecuencia. En realidad, Isabel estaba siguiendo los dictados de su -infumable- camarilla, dónde todos trataban de convencerla de que en el caso de que el muchacho accediese al trono le haría falta alguien con experiencia para "apoyarle y aconsejarle". ¿Quien mejor que Isabel?, insistían esa panda de aduladores. Cánovas, por su parte, en la distancia, ya había barruntado que, de producirse la restauración, íba a ser un factor determinante para su éxito el que Alfonsito se presentase en Madrid "sin rémoras de la época isabelina" que tan mal recuerdo había dejado. Don Antonio tenía en mente que Alfonsito volvería, cuando volviese, solo, no acompañado de su madre Isabel, ni de su veleidoso tío el infante Sebastián ni de su zorruno tío el duque de Montpensier.

El caso es que don Antonio tuvo que intervenir de manera resuelta, mandando una carta a Isabel en la que dejaba claro que no se permitiría que tratasen de moverle el suelo debajo de los pies a Pepe duque de Sesto. Pepe había sido y era un factor de enorme importancia en la causa alfonsina, señalaba don Antonio, que, por su parte, valoraba también los servicios que prestaba Sophie Troubetzkoi.

¿Qué pensó Pepe de esa secuencia de acontecimientos, con Isabel intentando quitarle protagonismo y don Antonio respaldándole firmemente? Es probable que se limitase a arquear una ceja y a encojerse de hombros, en un gesto bastante filosófico. Le constaba que Isabel estaba sometida a influencias deplorables. La única figura femenina del Palacio Castilla que suscitaba sincera admiración en Pepe era la princesa Isabel, una joven viuda de ideas perfectamente claras que enfocaba sus pensamientos en una dirección: cerciorarse de que el futuro reinado de su hermano no mostraría la misma propensión a la inconveniencia y el desatino que habían acompañado el reinado de su madre.

Pepe, por tanto, se encuentra en Viena durante el fín de curso en el Theresianum, que se ha adelantado de fechas porque en la capital persiste cierto temor ante algunos brotes de cólera. Una vez que el chico ha completado sus estudios en la prestigiosa institución con calificaciones más que aceptables, debe abandonar la ciudad en la que ha permanecido varios años; por cortesía, se solicita una audiencia con el emperador Franz Joseph, a sabiendas de que Austria ha favorecido, tradicionalmente, a los pretendientes carlistas. Pepe, Guillermo y el conde de Mirasol acompañan a Alfonso en esa breve entrevista durante la cual el príncipe agradece al emperador la cálida hospitalidad que se le ha brindado en Viena. Para completar la faena, se suceden una serie de visitas de cumplido a numerosos archiduques que juegan un papel fundamental en la corte imperial. El último trámite será la despedida del príncipe a los miembros del equipo directivo y profesores del Theresianum: no dispone de dinero para hacerles regalos conformes con el rango del muchacho, así que se ha decidido que entregue a cada uno una foto de Alfonso dedicada (la realeza siempre podía economizar en sus obsequios mediante el recurso a las fotografías autografiadas, vaya suerte...).

De Viena viajan a París. A Alfonso le gustaría poder acudir a Deauville con los Sesto, porque esos veraneos en la villa normanda le complacían intensamente -al igual que a sus hermanas-. Pero Pepe le insiste en que debe aprovechar el verano para una gira europea, la gira europea de rigor, dado que en otoño le tocará ingresar en una academia militar británica. Alfonso cede a la persuasión; sólo ha permanecido ocho días en París antes de emprender su viaje, en el que ha pedido que le acompañe Julito Benalúa. Inician su periplo en Bélgica, dónde el rey Leopold II les recibe en su residencia veraniega de Ostende, para después adentrarse en Alemania.


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 Asunto: Re: SOPHIE TROUBETZKOI.
NotaPublicado: 11 Feb 2010 09:55 
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La verdad es que entre agosto y septiembre de 1874 se produjeron algunos episodios bochornosos que pudieron haber tirado mucha tierra encima de la causa alfonsina. Los protagonistas del verano fueron dos caballeros bastante cuestionables cuando entrometían las narices en política: don Francisco de Asís, el que había sido rey consorte de Isabel, y José Güell y Renté (le apeo el "don" con mucho gusto), marido de una de las controvertidas hermanas de don Francisco, la infanta Pepita.

Cánovas llevaba tiempo notando un rebullir de la sangre en las venas, porque aunque oficialmente él era el representante de la reina Isabel y de don Alfonso, que le habían otorgado plenos poderes a través de un documento firmado conjuntamente por madre e hijo, lo cierto era que doña Isabel interfería constantemente de manera solapada a través de "otros agentes", dudosos aventureros que representaban un auténtico peligro. El enojo de Cánovas había alcanzado ese punto de hervor en el que exigió que Isabel II le confirmase públicamente en su posición, dado que estaba siendo ella la que, por agentes interpuestos, le ponía piedras en el zapato a don Antonio a cada paso del camino hacia la restauración. El asunto era bastante delicado. Y en esa tesitura, Carlos Marfori, el deleznable favorito de la reina Isabel, tuvo la idea bastante zorruna de buscar una aproximación a Antonio Meneses, el secretario personal a la vez que amigo íntimo de don Francisco de Asís. Marfori convenció a Meneses de que no sólo a Isabel sino también a dos Francisco les interesaba hacer valer la posición de los padres en relación con el hijo. El resultado de esos conciábulos fue que don Francisco de Asís envió por correo un comunicado firmado por sí mismo dirigido al periódico ANTIALFONSINO El Imparcial; me imagino que en la redacción de El Imparcial se pondrían como unas pascuas leyendo aquel texto ampuloso en el que don Francisco se quejaba de que Alfonsito no se dedicase exclusivamente a sus estudios dejando la dirección política de la causa en manos de sus padres (tan capacitados ellos, oiga). Había un evidente mosqueo por el hecho de que don Alfonso se dedicase a repartir cartas, firmar poderes y mantener abiertas líneas de comunicación con líderes del partido alfonsino, particularmente don Antonio o el duque de Sesto. Esto implica que se está llevando a Alfonso a rebelarse contra la autoridad paterna, señala específicamente don Francisco.

Cánovas tiene que salir al quite, declarando que don Alfonso ya no es un niño que pueda permitirse el lujo de dedicarse sólo a sus estudios. Pero aún está vivo el escándalo provocado por el comunicado de prensa de don Francisco cuando aparece otro artículo funesto, en ese caso firmado por José Güell y Renté dónde este cuestiona ampliamente la validez de la abdicación de Isabel en Alfonso. Güell y Renté asevera que la reina Isabel sólo tenía un procedimiento válido de abdicación: una ceremonia cuidadosamente preparada en las mismísimas Cortes españolas de la que también formase parte un notario. Aparte de sugerir a Isabel que se replantease esa abdicación que él tachaba de nula, Güell y Renté va más lejos aconsejando a la soberana que releve a Sesto de su posición cercana al príncipe en calidad de jefe de cuarto militar. Porque la condescendencia hacia Sesto, remachaba Güell y Renté, íba a conseguir que el príncipe, mal influenciado por el duque, se levantase contra sus padres.

Con el precedente del artículo de don Francisco, el del marido de la infanta Pepita tuvo enorme repercusión. Don Antonio Cánovas temblaba de indignación:

-Los enemigos dicen, frotándose las manos: ¡Qué familia!.

Mientras, el comité alfonsino consideraba que no se podía tragar con que aquel Güell y Renté se dedicase a difamar abiertamente al duque de Sesto. Al final, Cánovas no va a poder limitarse a enviar cartas durísimas a doña Isabel, a quien percibe claramente insertada en esa especie de trama, sino que, para poner los puntos encima de las íes, llega a viajar a París en el mes de octubre de 1874.


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 Asunto: Re: SOPHIE TROUBETZKOI.
NotaPublicado: 11 Feb 2010 13:29 
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A pesar de aquel rosario de ponzoñosas intrigas que emanaban del Palacio de Castilla, Pepe se mantuvo en su posición. La importancia de ese aristócrata se vió subrayada por el puesto de honor en la mesa que le ofreció el duque de Montpensier durante la cena de inauguración de su casa en el número 23 de la rue Nitot, celebrada el 29 de octubre. Isabel II acudió con sus cuatro hijas...Isabel, Pilar, Paz y Eulalia. Alfonso no estaba presente, sin embargo, para gran chasco de Montpensier, que llevaba tiempo favoreciendo los contactos con ese sobrino que, por añadidura, manifestaba una predilección sentimental por una de las hijas de sus tíos. Para dejar clara su posición, Montpensier se esmeró de manera especial en el recibimiento a Pepe y Sophie. Pepe, en su condición de representante de Alfonso, se halló sentado, por indicación expresa de Montpensier, a la derecha de la infanta Luísa Fernanda, la anfitriona. El detalle no le hizo ni pizca de gracia a Isabel II.

De cualquier forma, unos días después, Sophie se preparó para regresar a España con los chicos en tanto que Pepe viajaba a Inglaterra con el príncipe Alfonso. Esa vez, no formaba parte del séquito Guillermo Morphy, pero sí flanqueaban a Alfonso el conde de Mirasol y el general Velasco. Por supuesto, no faltaba el ayuda de cámara de Alfonso, Ceferino, ni el ayuda de cámara de Pepe, Pepe Estrada. O sea, que se trataba de un grupito numeroso el que se embarcó para cruzar el Canal de la Mancha.

El gobierno británico había adoptado una actitud positiva respecto a que el príncipe Alfonso ingresase en una escuela militar inglesa, pero había puesto, sotto voce, una condición: no debía ser en la misma academia dónde ya había otro príncipe exiliado, otro pretendiente a un trono, que era, cosas de la vida, el Príncipe Imperial, hijo del difunto Napoleón III y de Eugenia. Puesto que el Príncipe Imperial ya había logrado acceder a la Royal Military Academy de Woolwich, se había decidido que Alfonso sería admitido en la Royal Military Academy de Sandhurst, ubicada entre los condados de Berkshire y Surrey. Una de las tareas de Pepe consistía en dejar consignado el dinero del alquiler de un gracioso cottage situado convenientemente cerca de la escuela de Sandhurst, pues Alfonso necesitaba una vivienda propia debido al séquito que arrastraba consigo (los dos militares asignados a su persona, el ayuda de cámara, los inevitables criados, etc).

Antes de ir a Sandhurst, pasaron por Londres, quedándose en la ciudad varios días, lo que les dió tiempo a navegar por el Támesis hasta Hampton Court y Greenwich, dos lugares de inevitable reminiscencia tudoriana, pero también de acercarse hasta Chirlhurst, dónde les recibieron la emperatriz Eugenia y el Príncipe Imperial. Eugenia, para no variar, estuvo encantada de reencontrarse con Pepe, mientras que el Príncipe Imperial entretenía a Alfonso con relatos entusiastas acerca de la vida en Woolwich: era de suponer que el español encontraría igual de satisfactorio el ambiente castrense de Sandhurst.

Al final, Pepe emprendió la vuelta a España después de haberse asegurado de que Alfonso estaría perfectamente establecido en Sandhurst. Una vez más, el duque de Sesto mantenía la tónica de supervisar atentamente el lugar en el que debía permanecer el príncipe para completar su preparación.


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 Asunto: Re: SOPHIE TROUBETZKOI.
NotaPublicado: 11 Feb 2010 13:55 
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Registrado: 11 Sep 2009 20:51
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Francamente, con lo que llevo leído, Minnie, cada vez me sorprende más que a la gente le extrañe el comportamiento de Eulalia a lo largo de su vida. Lo RARISIMO es que Paz, Isabel y Alfonso (TRES DE CUATRO) salieran tan bien....


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 Asunto: Re: SOPHIE TROUBETZKOI.
NotaPublicado: 11 Feb 2010 13:58 
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Habría que señalar que, en esa ocasión, el retorno de Pepe a Madrid incluyó un serio incidente. El nuevo gobierno presidido por Práxedes Mateo Sagasta no se chupaba el dedo; estaba seguro de que Pepe volvería llevando consigo importantísimos documentos, algo en lo que acertaban de pleno, pues el maletín del duque incluía una renovación de poderes para don Antonio, cartas específicamente dirigidas a personajes relevantes y una proclama para el caso de que se hiciese necesario lanzarla a los cuatro vientos. En conclusión, eran papeles que revelaban la hoja de ruta que estaban siguiendo los alfonsinos -un temita que querían dilucidar en el gobierno, porque vivían con la mosca de un posible pronunciamiento militar detrás de la oreja-.

A medida que el tren se acercaba a Madrid, Pepe no se imaginaba lo que estaba a punto de sobrevenirle. Había coincidido, por ventura, con José María de Salamanca y Mayol, marqués de Salamanca, conde de los Llanos. Esa coincidencia a bordo del tren que cubría la ruta París-Madrid había complacido enormemente a Pepe Sesto, porque le constaba que el marqués de Salamanca era un individuo de verbo fluído que siempre estaba al tanto de todo lo que sucedía aquí o acullá; se podía confiar en que las largas horas sentados en un vagón parecerían menos pesadas y menos fatigosas gracias a la amena conversación. Entre tanto, Pepe Estrada, el ayudante de cámara de Pepe duque de Sesto, dormitaba con un ojo abierto (para no perder de vista el equipaje de mano de su señor) y un ojo cerrado. Así llegaron a la capital española.

En el andén de la estación, tenían que estar Sophie y Julito Benalúa para recibir a Pepe. Sophie llevaba ya varias semanas en Madrid, después de haberse dado el gusto de conocer a fondo Barcelona durante el viaje que había hecho desde París (había optado por seguir un trayecto que incluyese escala en Barcelona, pese a que suponía más gastos y más trajín, porque le apetecía mucho ver la Ciudad Condal). Junto a Julito Benalúa, aguardaba, expectante, la entrada del tren en el que llegaba su esposo. El tren se detuvo finalmente. Pero el reencuentro se vió rápidamente enturbiado por la aparición en escena de un grupo de policías decididos a arrestar al duque de Sesto para llevárselo junto con el equipaje de mano a fín de proceder a un exhaustivo registro.

Los policías no estuvieron ágiles de reflejos, esa es la verdad. Quizá influyó el hecho de que Sophie, que acababa de abrazar a su marido en el andén, empezase a echar sapos y culebras por la boquita en cuanto los policias se acercaron, presurosos, a detener a Pepe. Pepe observaba una actitud cachazuda ante los señores agentes, pero Sophie no se privó de proferir insultos hacia los agentes y hacia el gobierno en pleno. En el curso de esa escena -bastante violenta- los policías no vieron cómo Pepe Estrada, el ayudante de cámara de Pepe duque de Sesto, palidecía intensamente preguntándose qué demonios hacer con el maletín que sostenía en su mano derecha, medio oculto por los pliegues de su amplio gabán. El marqués de Salamanca sí comprendió al instante lo que pasaba. Acercándose a Pepe Estrada, le preguntó si era importante el contenido del maletín. Estrada hizo un gesto afirmativo mientras se lo entregaba al marqués de Salamanca. Ese aristócrata salió tan tranquilo de la estación, portando el maletín con naturalidad, como si le perteneciese a él; los policías no se habían percatado de ese breve episodio y, por supuesto, se limitaron a cumplir las órdenes de llevar al duque de Sesto con su equipaje de mano -en el que faltaba el dichoso maletín- a la cárcel.

Pepe ya no tenía el maletín, pero no sabía que no lo tenía, de manera que debió realizar un gran esfuerzo para aparentar absoluta calma y compostura camino de la cárcel, popularmente denominada "El Saladero". Pepe Estrada caminaba cabizbajo detrás de su señor, por miedo a que sus miradas o expresiones le delatasen. Sophie ya se había ído, con Julito Benalúa. En las horas siguientes, se haría oír por numerosas personas influyentes, empezando por el marqués de Sardoal. Todos le prometieron realizar gestiones, pero esa noche, en el Palacio de Alcañices, Sophie no podía evitar una profunda inquietud porque desconocía si su marido era portador de material que le comprometiese, un temor que se contagió a los chicos. Todos se quedaron de una pieza cuando Pepe entró por la puerta seguido de Pepe Estrada. El registro exhaustivo de la policía sobre sus pertenencias no había arrojado resultado alguno, por lo que se le había puesto en libertad antes de que su esposa siguiese dándo la brasa a estos o aquellos. Fue entonces cuando Pepe Estrada, con un hilo de voz, confesó que "el maletín" lo tenía el marqués de Salamanca.


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 Asunto: Re: SOPHIE TROUBETZKOI.
NotaPublicado: 11 Feb 2010 14:03 
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RiccardoPercy escribió:
Francamente, con lo que llevo leído, Minnie, cada vez me sorprende más que a la gente le extrañe el comportamiento de Eulalia a lo largo de su vida. Lo RARISIMO es que Paz, Isabel y Alfonso (TRES DE CUATRO) salieran tan bien....


Hola, Riccardo ;)

Sí, en eso tienes toda la razón del mundo...lo que debería chocarnos es que Isabel, Alfonso, Pilar -muerta prematuramente- y Paz fuesen gente con una profunda consciencia de cuál era su posición así como de dónde estaban los límites si querían que la dinastía perdurase en el trono. Isabel, la Chata, era una mujer con un enorme orgullo de casta; su discreción la llevó a morderse la lengua para no poner de un verde perejil ni a su madre ni a su padre oficial, claro, pero precisamente por ese silencio, deduzco cuánto debía dolerle en el alma pensar que si les habían echado en 1868, se debía mayormente a que ni la reina ni el rey consorte tenían ni un ápice de sentido de la responsabilidad histórica. Aquellos chicos aprendieron unas cuántas verdades en la dura escuela del exilio.


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 Asunto: Re: SOPHIE TROUBETZKOI.
NotaPublicado: 11 Feb 2010 14:26 
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El episodio del maletín revela que los Sesto estaban, acertadamente, en el punto de mira. Pero una vez pasado el susto, siguieron hacia adelante con el mismo empuje que siempre les había caracterizado. Pepe seguía asistiendo a sus conciábulos o haciendo campaña junto a sus hombres del batallón del Aguardiente, que ya era casi mítico en el Madrid decimonónico. Sophie siguió aprovechando su carisma para sacar adelante iniciativas benéficas que, de paso, servían para ganar puntos ante la gente. Hacía la ronda por la inclusa y los hospitales, antes de dejarse ver en la iglesia en la que se veneraba a la Virgen de la Paloma. La gente se entusiasmaba con aquella dama tan sofisticada que parecía no concederse ni una tregua.

Un hito de la restauración estaba a punto de producirse. Pepe y Sophie figuraban en el grupo de personas que se hallaban al corriente de lo que íba a suceder el 1 de diciembre, fecha que esperaban como esperan los campesinos el agua de mayo. Cada año, los Sesto, al igual que el resto de la aristocracia alfonsina, conmemoraba con banquetes, brindis y bailes el cumpleaños de don Alfonso, que caía en el 28 de noviembre. En 1874, se daba la circunstancia de que don Alfonso alcanzaba los diecisiete años, una edad en que ya podría acceder al trono sin necesidad de regentes. Por tanto, ese 28 de noviembre resultaba especialmente señalado a ojos de los alfonsinos. Desde el verano, don Alfonso había estado preparándose para emitir, pocos días después de su cumpleaños, con la excusa de responder a la oleada de felicitaciones recibidas, un Manifiesto de carácter eminentemente político. El Manifiesto vería la luz el 1 de diciembre y pasaría a la historia con el nombre de Manifiesto de Sandhurst porque Alfonso lo remitió desde Sandhurst.

En sí, el documento era una obra maestra de Antonio Cánovas del Castillo, que había empezado a prepararlo meses atrás durante una estancia "de relax" en la localidad de Baños de Carratraca. En principio, don Antonio se dedicó a escribir profusamente, en lo que íba a ser un extenso programa político; luego, cuando se reunía con los Sesto, lo repasaban con atención y se elegían los párrafos que podían amalgamarse en un Manifiesto, texto que Sophie íba copiando con esmero porque la letra de don Antonio era difícil de descifrar incluso para sí mismo. Cuando el Manifiesto estuvo absolutamente perfilado, se pasó el texto a don Alfonso. Es probable que éste sugiriese algunas matizaciones de orden menor; en sus cartas a Isabel II, Alfonso defiende con el ardor de quien está participando en la redacción ciertos puntos cruciales. Antes de que el Manifiesto se publicase, se habían preparado traducciones al francés y al inglés. Cabe la posibilidad de que la traducción al francés haya contado con la dirección de la duquesa de Sesto.

Sophie sabía que el Manifiesto íba a constituír "un bombazo". Ella misma había preparado dos copias manuscritas en finísimo papel de seda, una para su marido y otra para el apreciadísimo marqués de Bedmar. Pero, simultáneamente, a medida que las copias se imprimían en gran secreto en la imprenta Glaire de París, Sophie dispondría que algunas de ellas se dirigiesen a Rusia. A ella le molestaba especialmente pensar que los Romanov -al igual que los Habsburgo, por otro lado...- siempre habían apoyado resueltamente a los pretendientes carlistas; deseaba contribuír de manera decisiva a que la corte rusa modificase su postura, en favor de don Alfonso. Con esa perspectiva en mente, Sophie guardó una copia del manuscrito en el interior de una deliciosa anguila de mazapán de Toledo enviada al canciller Gortschakov, en San Petersburgo. También una elegante amiga y parienta de Sophie, la princesa Lise Troubetzkoi, intervino por otra vía para asegurarse de que el Manifiesto llegase a manos del zar Alexander III.


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