En este punto, se produce una circunstancia llamativa que no podemos pasar por alto. Como véis, nada más llegar a París, Pepe ya está dispuesto a salir de inmediato en dirección a Viena, ciudad que visitaba con regularidad desde que Alfonso había ingresado en la Ritter Akademie del Theresianum. Para ese entonces, Cánovas ya había reforzado el staff del príncipe en la capital imperial; juzgaba impropio que sólo tuviese consigo a don Guillermo Morphy, aparte de un ayudante de cámara -el inefable Ceferino- y dos criados más el chico de los recados. Por decisión de Cánovas, habían salido de Madrid para Viena el conde de Mirasol, capitán de Artillería, y el coronel don Juan Velasco. Sus presencias reforzaban significativamente el "círculo" de Alfonso.
Isabel II...
...pretendió escudarse en ese hecho para "rebajar" la influencia en el príncipe de Pepe duque de Sesto. De repente, Alfonsito estaba "más que suficientemente acompañado" en Viena y "no hacía falta" que Pepe se tomase la molestia de acudir con tanta frecuencia. En realidad, Isabel estaba siguiendo los dictados de su -infumable- camarilla, dónde todos trataban de convencerla de que en el caso de que el muchacho accediese al trono le haría falta alguien con experiencia para "apoyarle y aconsejarle". ¿Quien mejor que Isabel?, insistían esa panda de aduladores. Cánovas, por su parte, en la distancia, ya había barruntado que, de producirse la restauración, íba a ser un factor determinante para su éxito el que Alfonsito se presentase en Madrid "sin rémoras de la época isabelina" que tan mal recuerdo había dejado. Don Antonio tenía en mente que Alfonsito volvería, cuando volviese, solo, no acompañado de su madre Isabel, ni de su veleidoso tío el infante Sebastián ni de su zorruno tío el duque de Montpensier.
El caso es que don Antonio tuvo que intervenir de manera resuelta, mandando una carta a Isabel en la que dejaba claro que no se permitiría que tratasen de moverle el suelo debajo de los pies a Pepe duque de Sesto. Pepe había sido y era un factor de enorme importancia en la causa alfonsina, señalaba don Antonio, que, por su parte, valoraba también los servicios que prestaba Sophie Troubetzkoi.
¿Qué pensó Pepe de esa secuencia de acontecimientos, con Isabel intentando quitarle protagonismo y don Antonio respaldándole firmemente? Es probable que se limitase a arquear una ceja y a encojerse de hombros, en un gesto bastante filosófico. Le constaba que Isabel estaba sometida a influencias deplorables. La única figura femenina del Palacio Castilla que suscitaba sincera admiración en Pepe era la princesa Isabel, una joven viuda de ideas perfectamente claras que enfocaba sus pensamientos en una dirección: cerciorarse de que el futuro reinado de su hermano no mostraría la misma propensión a la inconveniencia y el desatino que habían acompañado el reinado de su madre.
Pepe, por tanto, se encuentra en Viena durante el fín de curso en el Theresianum, que se ha adelantado de fechas porque en la capital persiste cierto temor ante algunos brotes de cólera. Una vez que el chico ha completado sus estudios en la prestigiosa institución con calificaciones más que aceptables, debe abandonar la ciudad en la que ha permanecido varios años; por cortesía, se solicita una audiencia con el emperador Franz Joseph, a sabiendas de que Austria ha favorecido, tradicionalmente, a los pretendientes carlistas. Pepe, Guillermo y el conde de Mirasol acompañan a Alfonso en esa breve entrevista durante la cual el príncipe agradece al emperador la cálida hospitalidad que se le ha brindado en Viena. Para completar la faena, se suceden una serie de visitas de cumplido a numerosos archiduques que juegan un papel fundamental en la corte imperial. El último trámite será la despedida del príncipe a los miembros del equipo directivo y profesores del Theresianum: no dispone de dinero para hacerles regalos conformes con el rango del muchacho, así que se ha decidido que entregue a cada uno una foto de Alfonso dedicada (la realeza siempre podía economizar en sus obsequios mediante el recurso a las fotografías autografiadas, vaya suerte...).
De Viena viajan a París. A Alfonso le gustaría poder acudir a Deauville con los Sesto, porque esos veraneos en la villa normanda le complacían intensamente -al igual que a sus hermanas-. Pero Pepe le insiste en que debe aprovechar el verano para una gira europea, la gira europea de rigor, dado que en otoño le tocará ingresar en una academia militar británica. Alfonso cede a la persuasión; sólo ha permanecido ocho días en París antes de emprender su viaje, en el que ha pedido que le acompañe Julito Benalúa. Inician su periplo en Bélgica, dónde el rey Leopold II les recibe en su residencia veraniega de Ostende, para después adentrarse en Alemania.