Registrado: 22 Abr 2015 17:57 Mensajes: 21333 Ubicación: España
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Le he estado echando un ojo a todo y por lo que he leído, intentad tomarlo con calma, eh. Dice cosas que hoy en día no serían tolerables, pero en fin, era una mujer de otra época. Para mí, Carmen realmente demostró ser muy noble y nada rencorosa acudiendo a su funeral en París, aunque supongo que, más que nada, lo haría por sus hijo. Lo que dice más adelante de la Familia Real, también, calma. Era su opinión, ya está. “Mi ex nuera, Carmen Martínez-Bordiú, nieta primogénita del general Franco, era muy guapa, extrovertida y alegre. Alfonso se enamoró de ella como sólo un colegial puede llegar a enamorarse de alguien. Pero esa boda fue planeada por toda esa familia en general. Se trató de una operación que capitaneó el padre de Carmen, el Marqués de Villaverde.
Amigo de mi hijo Alfonso, Cristóbal se había casado en 1950 en el Palacio de El Pardo con Carmen Franco Polo, hija única del Caudillo y de su esposa, doña Carmen Polo. Cristóbal, que murió en 1998, era hijo de los Condes de Argillo.
Al parecer, era un mal médico pero también un hombre muy simpático, mundano y entretenido. En cierta ocasión llegó a mis oídos que él le había dado a ella tantos hijos –tuvieron siete- para tratar de que le dejara en paz y, así, hacer su propia vida. Comentarios como éstos esconden siempre, por principio, una pequeña o gran dosis de maledicencia, pero a la vez suele existir una parte de verdad. A mí, sinceramente, Carmen Villaverde me parecía una mujer pesadísima y otras mil cosas no precisamente halagadoras. Por eso, supongo que para este hombre la convivencia con ella debía de ser un auténtico tormento. Además, lo que pareció siempre un hecho que todo el mundo conocía era que a él le gustaban muchísimo las mujeres.
Villaverde fue un personaje muy controvertido durante muchos años en España. También he oído decir a mucha gente que le apodaban <<El Yernísimo>> debido a sus manejos e intrigas dentro y fuera del Palacio de El pardo. Se dice que, a pesar de la seriedad y el rigor del Caudillo, él –que era un vividor declarado– se servía de su condición y, como si tuviera bula para hacer lo que le viniera en gana, manejaba España y a los españoles a su antojo.
Antes de proseguir, quiero dejar claro que todo lo que digo no son más que habladurías, chismes que, quiera una o no, siempre acaban por llegar. Yo sólo me limito a comentar lo que he oído. Según parece, el Marqués de Villaverde, mi ex consuegro, fue muy criticado durante la larga y penosa agonía de Franco. Se dijo que, al ser médico, le había mantenido en vida con todos los medios artificiales a los que tuvo acceso ya que a él, personalmente, no le interesaba nada que muriera el dictador. A la gente, en general, su comportamiento le pareció indigno. Yo, en cambio, debo reconocer que conmigo fue entrañable y cariñoso. También me consta que para Alfonso fue un suegro estupendo y que lo quiso de verdad. Cuando su hija Carmen abandonó a mi hijo y a los chicos, estuvo un larguísimo periodo de tiempo sin querer tratarla.
Alfonso era muy guapo, muy serio y, además, un Borbón. También era bastante mayor que ella: tenía treinta y cinco años, y Carmen, veintiuno.
En un principio a mí me gustó como nuera, pero fueron muchos los legitimistas franceses a quienes les disgustó el enlace. Desde el primer momento, llegaron a la conclusión de que se trataba de una mujer muy frívola. Yo, la verdad, no lo quería ver y pensaba que era probable que los legitimistas estuvieran equivocados, que seguramente confundían su juventud y su innata alegría con la frivolidad. Pero no transcurrió mucho tiempo hasta que no me quedó más remedio que reconocer que estaban en lo cierto. Su frivolidad se hacía patente cuando estaba tranquilamente en casa, sin verse en la obligación de representar ningún papel de cara a la galería, y sobre todo tras el nacimiento de sus dos hijos. Cada vez más tenía claro que lo que había pretendido su familia al empeñarse en este matrimonio era centrarla tratando de que olvidara a sus antiguos amores. Su padre, Cristóbal Villaverde, se negó siempre rotundamente a que contrajera matrimonio con <<cualquiera>>.
Mi ex nuera y su madre, Carmen Villaverde, se comportaban de una manera muy poco delicada. La forma de actuar de ambas era la de unas personas muy mal educadas. Por el contrario, Carmen Polo, Señora de Meirás, era una auténtica dama. La recuerdo correcta y amable. También su marido lo era. Franco, en el trato, siempre fue afectuoso y cordial conmigo. Hablaba poco, eso es cierto, pero a mí no me molestan las personas silenciosas.
Mi buen amigo el Barón Pinoteau le aconsejó a Alfonso que no se cara con Carmen. Pinoteau lo decía porque ella era nieta de Franco y esto a mi hijo, por más que pudiera interpretarse al revés, objetivamente no le venía nada bien. Por mi parte, puedo asegurar que, así como yo tuve alguna duda sobre el asunto, ni él ni Alfonso pensaron por un segundo que Franco cambiaría su designación.
Cuando pasó lo que pasó, él comentó: <<¡Ya se lo había dicho!>> Como es natural, no le desaconsejaba el matrimonio con Carmen por la personalidad de ella. ¿Quién podía imaginar que tiempo después abandonaría a su marido y a sus hijos? Lo hacía porque, en el fondo, el hecho de casarse con la nieta del General era algo que, en lugar de beneficiarle, le perjudicaría muchísimo.
La boda de Carmen y Alfonso tuvo lugar el 8 de marzo de 1972 en el Palacio de El Pardo. Fueron más de dos mil las personas invitadas y muy pocas las que faltaron. Se comentó que este enlace se había convertido en el acontecimiento del año en España al que todo el mundo quería asistir. La gente fue muy bien arreglada. Se rogaba en las invitaciones frac y condecoraciones para los hombres y, como es natural, traje largo para las mujeres. La ceremonia fue oficiada por el cardenal Tarancón. No fue el padre de Carmen, Marqués de Villaverde, su padrino, sino que por deferencia y cariño cedió su puesto al general Franco. Yo sí fui la madrina. En la capilla sólo pudimos acomodarnos los más allegados a los novios y aquellas personas que, por su rango, debían tener su lugar en ella. El resto de los invitados siguió la boda por un circuito cerrado de televisión fuera del pequeño templo.
Por supuesto, los entonces Príncipes de España –Juan Carlos y Sofía– estuvieron presentes, aunque no podía decirse que la expresión de sus rostros contagiara alegría. En cualquier caso, pienso que entre Juanito y Alfonso jamás existió una pugna a nivel personal. Por el contrario, sí que la hubo, ¡ya lo creo!, entre las personas que rodeaban a ambos. Ellos se querían mucho a pesar de todo. El Rey, en su día, le había pedido que apadrinase a su segunda hija, la Infanta Cristina. En ese momento ya habían sido nombrados heredero al trono*.
Comprendo que el enlace produjera, en ciertos círculos, más nerviosismo del que ya había. Como también dije antes, aunque fuera por un corto espacio de tiempo, pensé que tal vez Franco reconsideraría la decisión que había tomado en cuanto a su sucesor. No creo haber sido original al respecto, ya que fuimos muchos a los que esta posibilidad se nos pasó por la cabeza. Y todos nos equivocamos. Este tipo de cosas podemos hacerlas el común de los mortales y, también claro está, la Familia Real, pero no los militares.
Mi hijo Alfonso quiso evitar cualquier problema o dar lugar a especulaciones y decidió no ponerse el Toisón de Oro que su padre le había otorgado como jefe de la Casa de Borbón. Decidió lucir solamente la Gran Cruz de Isabel la Católica, que le había sido concedida por el Gobierno español. Esto enfadó mucho a Jaime, tanto que decidió no estar presente en el bautizo de su ahijado y nieto Luis Alfonso”. *¿Qué dice que ya habían sido nombrados herederos al trono cuando nació Cristina? Este dato es incorrecto. “La vida de mi hijo Alfonso en la recién estrenada España democrática no tardaría en mostrarle sus aristas: estando ya casado con Carmen, fue nombrado presidente del Instituto de Cultura Hispánica, trabajo con el que estaba encantado. Debía viajar mucho, sobre todo por Hispanoamérica, y en todos estos viajes procuraba tender puentes y compartir los intereses de estos países con los de España, intentando crear unas bases de cooperación más sólidas entre ellos. A mí me explicó en qué consistía su gestión y comprendí enseguida lo gratificante que ésta era y hasta qué punto le enriquecía a él, humanamente hablando.
Una vez desaparecido el Generalísimo, de pronto, sin aviso previo, Alfonso fue destituido de su cargo y Manuel Prado y Colón de Carvajal, que por entonces presidía la compañía Iberia, se convirtió en su sucesor. Es decir, mi hijo fue retirado del cargo para que lo ocupara Manuel Prado, amigo de infancia de Juanito.
[…]
Alfonso sintió muchísimo su inesperado cese y, para colmo, estuvo dos años sin trabajo. Esto no resultaba fácil de asumir y lo pasó muy mal. No tenía una fortuna personal y era de su trabajo de lo que mantenía a sus dos hijos. Todo el mundo conocía este hecho porque él jamás lo ocultó. Además, no sólo era un hombre capaz y responsable, sino que lo había demostrado. Por tanto, no era fácil entender que nadie le hiciera una oferta.
Con anterioridad, siendo soltero todavía, había dejado clara su valía como embajador de España en Estocolmo. Allí estuvo muy contento, pero no tanto como en el antiguo Instituto de Cultura Hispánica. Después de aquellos dos años sin oficio ni beneficio, pasó a ocupar un puesto en el Banco Exterior de España. No es que se encontrara a disgusto en este trabajo, pero no podía compararse con el anterior. También fue presidente del Comité Olímpico Español entre 1984 y 1987. Como buen deportista, sé que disfrutó en esa etapa.
Pero los vaivenes profesionales no fueron los peores baches para Alfonso durante la Transición. De eso se ocupó la madre de mis nietos. Era tal el grado de su inconsciencia que un día fue capaz de hacer las maletas y abandonar a su marido y a sus dos hijos. Fue justo cuando acababan de mudarse a una nueva casa en Puerta de Hierro. Recuerdo que Alfonso estaba ilusionadísimo con su nuevo hogar y también los niños. Cuando Carmen lo abandonó, lo primero que hizo mi hijo fue hablar con Blanca Romanones, un encanto de persona con quien tenía muchísima confianza. Ella le aconsejó que me lo hiciera saber cuanto antes y así lo hizo. Enseguida tomé un avión a Madrid y me quedé unos cuantos meses con ellos. Me ocupaba de la casa pero, sobre todo, de mis nietos, ya que éstos eran aún muy pequeños; tenían tan sólo siete y cinco años.
En mi opinión, Alfonso se equivocó al no quitarle a Carmen la patria potestad de sus hijos. Él me confesó que le parecía mal hacerlo ya que, al fin y al cabo, ella siempre sería su madre. Lo sentí de verdad, porque de haber sido así yo hubiera podido quedarme con mis nietos. Pensaba que era lo mejor que podía ocurrirles aunque, como es natural, no dije a Alfonso nada más sobre la decisión firme que ya había tomado al respecto. Con el tiempo tuve muy claro que, de haberse aplicado esta fórmula, mi nieto Luis Alfonso no se habría ido a vivir con los Villaverde. Yo estaba dispuesta a trasladarme a Madrid, alquilar un pisito y educar a mis nietos del mismo modo en que había educado a mis hijos. También, quizá, el destino de Fran, mi nieto mayor, no habría sido tan terrorífico como resultó ser. Aunque esto, lo sé, es dar mucha, demasiada rienda suelta a la imaginación.
Carmen Martínez-Bordiú llegó a comentar que convivir con Alfonso era poco menos que imposible, ya que él se creía alguien llamado a entregarse a su patria como si tuviera la total convicción de tener un mensaje mesiánico que llevar a cabo.
Ella puede decir todo lo que quiera. Es una mentirosa y siempre lo ha sido. Alfonso tenía motivos para pensar en la posibilidad de ser Rey, pero nunca luchó por ello. Si las cosas hubieran sido diferentes a como se desarrollaron, si no hubiera estado Franco de por medio, posiblemente todo habría sido distinto. Pero como estaba el General y era quien lo decidía todo…
Tiempo después el matrimonio se anuló y volví a ver a Carmen al morir Alfonso. Cuando ella llegó a Madrid, yo ya estaba allí con mi nieto menor, que lloraba desconsoladamente. Creo que fue entonces la última vez que la vi. Y es que nosotros enseguida volamos a París, pues fue allí donde tuvieron lugar los funerales que los legitimistas habían organizado para mi hijo. Mis energías estaban puestas en no dejarme romper por el terrible dolor que me embargaba. Las ceremonias fúnebres las presidimos Gonzalo, Luis Alfonso, Constanza de Habsburgo –prometida entonces de mi hijo Alfonso– y yo misma.
A mi ex nuera ya no la trato. Intentó meterse conmigo en una entrevista aparecida en un conocido semanario español y, a través de un periodista que yo conozco bien –Fernando Delgado–, le contesté. Mentía, como casi siempre, afirmando que yo le había hecho algo que, por supuesto, no era cierto. El último día que la vi fue para mí un día feliz. Durante el invierno pasado, cuando se celebraron aquí en Roma los funerales por el eterno descanso de la Infanta Beatriz, no la vi en la iglesia.
Una semana más tarde me enteré por una revista que había estado allí y en el cementerio. Acudiría después al almuerzo que se celebró a continuación para hacer relaciones sociales y, sobre todo, para ver a los Reyes, que sería en realidad lo que le interesaba. Y es que Carmen, además de frívola, es una snob”.
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