Maurin de Montlaur, abad de Saint-Antonin de Pamiers, creyó hacerle un favor a Simón de Montfort yendo a avisarle del tremendo tamaño del ejército de Aragón. Se dice que el conde lo recibió con toda la calma del mundo, escuchó impertérrito las noticias y le dijo: “
mirad esta carta”. En ella el rey de Aragón saludaba a una dama, esposa de un noble tolosano, haciéndole creer que era por su amor por lo que expulsaría a los franceses de occitania. Muy seguro de sí mismo, Simón afirmó: “
No temo a un rey que ha venido contra el negocio de Dios por una cortesana”
Bueno Simón, ya será menos
Que todos somos conscientes de lo nervioso que tienes al ejército y a los prelados que lo acompañan. Si tan seguro estás ¿a qué viene tanto movimiento diplomático a ver si te ahorras el encontronazo? Sabemos que el 11 de septiembre el obispo Folquet volvió a intentar una negociación, escribió varias misivas y se desesperaba al no recibir respuesta.
De todas formas, quizá no con tanta chulería, pero el episodio de la carta debió ser más o menos real. Es bien conocida la afición de Pedro a las mujeres y se ha especulado con que la dama fuese Azalaïs de Boissezon, esposa de Bernart, señor de Lombers, de quien el rey se enamoró sin verla gracias a los encendidos versos que le dedicó el trovador Raimon de Miraval. Dicen que la hermosa mujer solía vestirse de negro para mejor resaltar el tono de su piel y eso tenía a Raimon como un perrito faldero detrás de ella. Conservamos un poema en el que el trovador se maldice a sí mismo por haberla alabado tanto, ya que la fama que le había otorgado hizo que se presentase Pedro en el castillo y parece ser de dominio público que ambos pasaron una noche y un día completos de diversión, lo que ponía a Miraval de un humor de mil demonios.
El castillo de Lombers
En realidad este es un episodio más de las costumbres corteses de la sociedad caballeresca del sur de Francia. El envío de mensajes a las damas en momentos previos a batallas convertía a las mujeres en el estímulo del buen caballero, nada tenía de especial. Sin embargo, para los cruzados del norte, significaba la inmoralidad del rey hispano. Para Simón, guerrero santo, esa carta de amor era una frivolidad y provenía de un rey que se aliaba con herejes y meretrices. Ambos personajes representan dos formas antagónicas de entender la caballería: el caballero cristiano y cruzado y el
modelo laico y cortés, aficionado a fiestas y torneos. De esta forma, Simón sólo podía ver ligereza y desafío a la voluntad de Dios en el monarca aragonés, incapaz de entender las costumbres de una sociedad trovadoresca aristocrática y plural, que unía los aspectos lúdicos de la caballería con el espíritu religioso cristiano sin problemas. En resumen, una vez más el señor de Montfort lo único que demuestra es intransigencia.
A una jornada de camino de Muret, Simón dio orden de marchar en formación de combate, por si acaso, pese a que los prelados seguían esperando ansiosamente un acuerdo con el monarca. Insisto, no os creáis la propaganda post batalla, ni Simón lo tenía todo claro, ni fue a la lucha imbuido de coraje insuflado por Dios, ni Pedro era un atrevido inconsciente e impetuoso que se lanzó a la batalla sin pensar en las consecuencias. La realidad es que el aragonés lo tenía todo a su favor y que los cruzados estaban literalmente al borde de la histeria cuando alcanzaron el río Garona y vieron a las tropas enemigas en la otra orilla.
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La expresión suprema de la belleza es la sencillez.
Alberto Durero.